Fisuras y virajes
Jasper Bernes
Al castellano: Æderean
https://jasperbernes.substack.com/p/rifts-and-swerves
Parte ocho
[de una serie: 1 , 2 , 3 , 4 , 5 , 6 , 7]
En la sección seis de esta serie, discutí la noción de Théorie Communiste del écart, el viraje (o fisura) en la acción de clase, e intenté mi propia formulación de la misma. La teoría del écart, como recordaremos, intenta lidiar con la insuficiencia de la autoorganización como tal. «La autoorganización es el primer acto de la revolución; luego se convierte en un obstáculo que la revolución debe superar». Siendo un concepto realmente dialéctico, el écart es por un lado la forma de esa superación y por otro la fisura, o la brecha, que debe ser sellada por ella. Esta fisura-viraje, esta fisura diagonal o lateral, he sugerido, podría pensarse como la otro-organización de la auto-organización, o lo que equivale a lo mismo, la autoorganización de la autoorganización. En pocas palabras, la teoría del viraje revela que el auto- de la auto-organización es problemático, que está amarrado a las nociones de derecho, propiedad y pertenencia que se subtienden al movimiento comunista pero que el movimiento del comunismo tendrá que deshacer.
Tengo la intención de hacer esto menos abstracto, pero antes, dedico algunas palabras provisionales respecto de la traducción.* Écart es una palabra que adquiere muchos significados — primordialmente brecha, o distancia, como entre un tren y una plataforma, o entre las intenciones y los resultados de una acción. También puede significar discrepancia, como entre un valor real y uno nominal, o una varianza estadística, pero finalmente, un viraje o desviación, como el que hace un automóvil o tal vez un proletariado revolucionario que se enfrenta a los límites de su acción como clase. Théorie Communiste usa a menudo esta palabra para implicar algo cercano a «fisura» o «brecha» (o quizás «falla»), pues a menudo hablan de un écart entre [entre] dos predicados, típicamente entre, por un lado, acciones que cuestionan la reproducción del proletariado dentro del capital y, por otro lado, acciones que simplemente la confirman como parte de la autorreproducción del capital. Este tipo de construcción sintáctica es consistentemente utilizado con ese término (écart entre) en su escrito inicial sobre el tema, «Theorie de l’écart», pero en textos posteriores, como “El momento presente”, pluralizan el término, y hablan de una multiplicación de écarts dentro del campo de la lucha de clases, de modo tal que el traductor [al inglés] de este texto tradujo el término como «viraje» [swerve] en lugar de «fisura» [rift]. Aunque TC todavía emplea el término en un sentido más cercano a fisura que a viraje — «deslizamiento» podría ser un buen arreglo —, yo prefiero la traducción de viraje a las implicaciones de fisura en algunos casos porque me gusta el sentido de que el viraje es tanto forzado como no forzado. Un coyote deambula por la carretera; un automóvil hace un viraje para evitarlo y luego otro automóvil hace un viraje para evitar al automóvil que ahora vira hacia él. Así ocurre también, en los momentos en los que una fracción del proletariado se ve obligada a romper con los circuitos de la reproducción capitalista y a adentrarse en el tráfico de la historia que se aproxima.
Théorie Communiste habla consistentemente de una «fisura que se abre en el centro de la actividad de clase» donde «actuar como clase es rechazar su existencia como clase, existencia que la autoorganización formaliza y confirma». Se abre la fisura entre la intención de un acto y su efecto. Vemos este sentido de fisura de manera más prominente en la forma en que, hoy, todas las luchas reformistas arden con una intensidad insurreccional y, sin embargo, cuando se las empuja a definir su contenido, bien caen dentro de los límites del capital. Pero este tipo de brecha entre medios y fines puede, desde otra perspectiva, desde una perspectiva interna a la lucha de clases, puede parecer un viraje, una ruptura saliente o distanciante de alguna fracción dentro del campo de lucha.
En cierto sentido, la teoría del viraje que quiero desarrollar asume la primacía de una fisura en particular, de la cual surgen todas las demás: aquella que existe entre la clase obrera como tal y el proletariado como tal, entre la clase de los explotados y la clase de los desposeídos, que tanto es como no es la misma clase. Nos hemos topado con esta fisura una y otra vez en esta serie, como espero mostrar ahora, porque es una consecuencia fundamental de la ley de movimiento del capital, de su requisito de autovalorización del valor. De esta ley surgen tendencias contradictorias que solo la crisis y la lucha de clases pueden resolver — por un lado, el capital busca multiplicar el trabajo, emplear a tantos trabajadores como sea posible y extender su tiempo de trabajo por el mayor tiempo posible. Por otro lado, el capital lucha por obtener tantos productos de esos trabajadores como sea posible, utilizando todos y cada uno de los métodos para aumentar la productividad. Mientras que la primera tendencia aumenta la masa de valor, la segunda simplemente redistribuye el valor desde el capital al trabajo, reduciendo el trabajo necesario. La primera tendencia aumenta la clase trabajadora aumentando la proletarización, desposeyendo a los trabajadores para que no tengan nada que vender más que su trabajo, o aprisionándolos y esclavizándolos, como sucedía en general en el capitalismo temprano. La segunda tendencia disminuye el tamaño de la clase trabajadora y aumenta el tamaño de aquel proletariado sobrante para la producción.
La primera tendencia tiende a resultar en mano de obra masificada y descalificada. La segunda tiende a resultar en una nueva calificación o en una taylorización del trabajo. En una mina de principios del siglo XX, la mano de obra era en general descalificada y estaba relativamente masificada. En una fábrica fordista, la mano de obra era en general descalificada, o semi-calificada y atomizada. Las luchas más poderosas tienden a atravesar lateralmente estas divisiones. Hasta ahora hemos examinado la Revolución Alemana, mayo del 68, los 70 italianos y la crisis argentina de 2001. En cada caso, podemos ver que la explosividad en la secuencia resulta de conexiones laterales que cortan, en virajes, con estas divisiones. En un ensayo sobre el KAPD y el movimiento de los consejos alemanes, “Composición de clase y teoría del partido en los orígenes de los consejos obreros”, Sergio Bologna escribe de manera fascinante sobre estas divisiones, aunque tiende a exagerar su caso. Bologna fue uno de los teóricos más astutos que surgieron del operaísmo y un importante crítico interno de Potere Operaio. Su ensayo trata tanto sobre la Italia de los años 70 como sobre la Revolución Alemana, es un intento de resaltar ciertos temas dentro del movimiento de consejos que son relevantes para la situación, desarrollando el importante concepto de «composición de clase». Los marxistas habían usado típicamente el término composición, siguiendo a Marx, como una categoría para describir el capital, y particularmente la relación entre capital variable y capital constante, pero Romano Alquati, en su estudio de la cultura de planta, había usado la composición para pensar en la estructura de la clase — tanto técnicamente compuesta por la división del trabajo y la estructura de la maquinaria, como políticamente compuesta a través de su lucha. Bologna interpreta el movimiento del consejo de fábrica como un intento de producir el poder de los trabajadores sin el control de los trabajadores. Era un movimiento reformista más que insurreccional, en su opinión, dominado por los obreros calificados y los técnicos de la industria mecánica alemana que no querían tanto apoderarse de la economía como conservar su autonomía. Pero, como señala Bologna, las fracciones más combativas de la clase trabajadora alemana emergieron, como es típico, donde todavía operaba mano de obra semicualificada o no calificada — en las minas, la industria pesada y los astilleros.
El ensayo de Bologna es de amplio alcance, pasa bastante rápido de Alemania a una discusión sobre la IWW, a la ola de huelgas de 1905 y la primera revolución rusa. La fisura que observa Bologna, entre una fuerza laboral masiva y descalificada y una calificada y profesionalizada, es precisamente la fisura que él y otros escritores asociados con el operaísmo ven florecer en todo el intervalo del mayo extendido. Por el contrario, el movimiento de consejos en Italia en el bienio rojo después de la Primera Guerra Mundial había estado compuesto en gran parte por trabajadores calificados, cuyas visiones de autonomía se parecían más al sindicalismo. Esa clase trabajadora calificada todavía existía en la época de Bologna, pero estaba siendo aumentada por un nuevo trabajador de masas, compuesto por migrantes del sur, mujeres y jóvenes, cuyos valores eran completamente diferentes. Fue este grupo el que puso en primer plano el tema del “rechazo del trabajo”. La vacilación del movimiento de consejos se explica entonces, para Bologna, no como la expresión de la voluntad de expropiar, sino del poder de clase como ruptura, freno, rechazo, algo que Bolonia dice que habría sido inaceptable para el capital alemán y habría provocado la revolución.
Gran parte del ensayo es claramente una retroyección, diseñada para legitimar una posición tendenciosa sobre las luchas en desarrollo de la clase trabajadora italiana, pero hay algo en la evaluación de Bologna, algo que se ajusta a los hechos. Los episodios más explosivos ocurrieron, de hecho, donde el trabajo era colectivo, masificado y relativamente descalificado. No es sorprendente, pero vale la pena señalar que el programa del KAPD y las formaciones comunistas de consejos posteriores encontraron su mayor atractivo entre los desempleados, los marginalmente empleados, los descalificados, es decir, los que carecían de autonomía en su vida laboral. Los trabajadores que sí tenían cierta autonomía lucharon por retenerla, pero no necesariamente por ampliarla, dado lo mucho que tenían que perder. La Acción de marzo de 1920, última esperanza de la izquierda comunista, estalló entre los trabajadores industriales de Alemania central después de un intento de desarmarlos. En la fábrica de Leuna, los 12.000 trabajadores armados optaron por no pasar a la ofensiva, aunque tomaron las armas y fueron bombardeados, desarmados y asesinados, en parte debido a la vacilación de los organizadores del KAPD entre ellos. Si hubieran sabido de las unidades comunistas blindadas que operaban en su área y hubieran podido coordinarse con ellas, tal vez las cosas hubieran ido de manera diferente. Para hacer esto, sin embargo, habría requerido una extensión de la autoorganización que rompía con el auto- de las fábricas. Esto habría sido un verdadero viraje, un desvío en el curso de la revolución, quebrando la oposición entre el Ejército Rojo y el consejo obrero, entre obreros y desocupados.
El proceso de partisanización, el Ejército Rojo informal que surge en el curso de una revolución, tiene una tendencia a separar a los partisanos de la ubicación social. El conflicto es móvil, y también debe serlo la organización. En el levantamiento del Ruhr, los ejércitos que se formaron tenían una débil conexión con los grupos fabriles de los anarquistas y la izquierda comunista, por necesidad. Cualquier prueba de identidad de clase trabajadora se consideró suficiente.
Se puede ver una imagen del viraje en el comentario de Dauve sobre este levantamiento en el Ruhr:
Los proletarios salieron victoriosos toda vez que se apoyaron en sus funciones sociales, utilizando el aparato productivo para suministros, armas y transporte, pero, siempre fuera de los límites de la producción. Las ciudades rebeldes se unieron y enviaron ayuda a los trabajadores de otras ciudades. Pero incluso en este sentido, el movimiento mostró sus puntos débiles, que caracterizaron a toda la época. Después de haber salido victoriosos de su enfrentamiento con el Ejército, utilizando los métodos propios del Ejército y luchando en su propio terreno, los proletarios, en su inmensa mayoría, pensaron que su trabajo estaba hecho y entregaron el poder a los partidos y a la democracia. El ejército rojo expulsó a los militares y luego se transformó en el movimiento obrero clásico.
Una interpretación de las implicaciones de este pasaje es que si los ejércitos hubieran empujado más lejos, hubieran continuado la lucha y hubieran comenzado a reproducir no solo los medios de combate sino a dirigirse a las necesidades proletarias, coordinándose con las estructuras del lugar de trabajo, habrían roto esos «límites de la producción» y efectuado una ruptura real con el «movimiento obrero clásico». El comunismo no se puede hacer a punta de pistola, pero tampoco surgirá a través de la deliberación democrática; debe emerger a través de una serie de fisuras, virajes, que permitan a la gente hacer el comunismo en conjunto.
La Italia de los años 70, el verdadero objeto del ensayo de Bologna, parece ofrecer una imagen de las fisuras que dicha coreografía de virajes necesitaría superar. El tema de la recomposición de clases nunca encontró un terreno táctico y estratégico tan fértil. Pero como aprendemos de La Horda de Oro de Nanni Balestrini y Primo Moroni, el proyecto de recomposición de clases siempre fue proyectual. Después del Otoño caliente del 69 y el movimiento estudiantil de ese período, la recién energizada izquierda italiana, con la cabeza llena de Quaderni Rossi y la Internacional Situacionista, Mao y el Che, Marcuse y los Panteras Negras, se unió en Potere Operaio, Lotta Continua, Il Manifesto, Avanguardia Operaia, y muchos otros grupos. Para 1975, sin embargo, la mayoría de estos grupos se habían derrumbado. Los temas de la autonomía, del rechazo, tendían a romper las identidades existentes, a descomponer tanto como a recomponer. Un buen ejemplo, descrito con frecuencia en la bibliografía sobre el movimiento es la marcha de mujeres en Roma convocada por Lotta Feminista. Compañeros varones habían insistido en que grupos como Lotta Communista estuvieran representados en la marcha con pancartas, para expresar solidaridad con sus compañeras. Pero las mujeres habían escuchado algo diferente en la consigna de autonomía. Cuando se les dijo a los hombres que no podían entrar en la marcha con sus estandartes, estalló una pelea, que fue uno de los eventos centrales conducentes a la disolución de Lotta Communista.
Autonomía, sí, pero ¿de quién? ¿Y para qué? ¿De quién es la negativa? Estas cuestiones salieron a la luz en 1975. Potere Operaio se había disuelto pero sus militantes seguían activos. El momento que el movimiento había estado esperando pareció ocurrir con la ocupación armada de la planta de Turín Mirafiori en 1973, que brindó una imagen de camino a seguir para el movimiento después de la muerte de los grupos:
El año 1973 sin duda representó un momento clave en el proceso de divergencia entre la vanguardia obrera y el Partido Comunista, por dos razones. La vanguardia obrera y proletaria recibió un mensaje decisivo de la ocupación de Mirafiori: era posible que se organizara de manera autónoma incluso hasta el punto de ocupar una de las mayores fábricas de Italia, sin la participación del sindicato o del Partido, incluso mientras estaba explícitamente en contra de estas fuerzas.
En otras palabras, la ocupación se convirtió en modelo de partido, de unidad orgánica de clase, que aglutina a trabajadores con desocupados, estudiantes y otros. Potere Operaio se disolvió en respuesta a este desarrollo, el surgimiento de lo que Toni Negri llamaría el «Partido Mirafiori». Pero mientras la táctica de ocupación dominase, la energía pasaría del lugar de trabajo a más allá — las plazas, las calles. No se podía unificar en torno a la figura del trabajador sin provocar un conflicto violento, como quedó claro en las peleas abiertas entre la juventud proletaria y el delegado del Partido Comunista durante el discurso de Lucio Lama, secretario general de la CGIL, que le fue forzado a la ocupación de la universidad de Bolonia por estudiantes alineados con el Partido Comunista. En la carrera, perseguida de un lugar a otro, sin agarrar las palancas del poder, la ocupación armada pasó rápidamente a la lucha armada y al voluntarismo esclerótico, desconectado de las energías masivas y festivas del movimiento. Había surgido una brecha en el corazón del proyecto de autonomía, entre el rechazo del trabajo y el poder de los trabajadores. La capacidad de negarse a formar una organización de producción era limitada, todo lo que podía hacer era fijar tarifas. Las organizaciones que se formaron solo podían destrozar la producción, no dirigirla, lo que significaría algo más cercano al poder proletario que al poder de los trabajadores.
En ninguna parte un viraje y en todas partes una fisura. ¿Necesito siquiera decir cómo se desarrollaron estas dinámicas en Argentina en 2001? Entre las fábricas quebradas ocupadas y tomadas por sus trabajadores y los piqueteros desocupados que exigen subvenciones para que puedan organizar autónomamente su propia reproducción, entre el cacerolazo populista que derrocó al gobierno y los sublevados de los suburbios y ciudades proletarias, podemos esbozar aquel paso de la insurrección a la revolución como un viraje que no tuvo lugar. La singularización del término es un problema, y a lo largo de este texto me veo obligado a depender de la ficción de lo que habría tenido que suceder, girando la historia desde el eje de lo real hacia el plano complejo, donde las historias imaginarias mantenga el ritmo con lo que debe haber sucedido. El objetivo de este ejercicio, debe quedar claro, es solo iluminar la perspectiva comunista hoy, no involucrarnos en una historia alternativa. No quiero dar a entender que todo se basó en estos momentos — el Ruhr, Mirafiori, etc. Porque si las cosas fueran diferentes, también lo serían los momentos centrales, y en cualquier caso, el paso a la revolución comunista no es un solo viraje sino muchos, una dinámica que saca a la autoorganización de su ubicación social, mediante la acción recíproca. El punto es iluminar las fisuras que componen nuestros movimientos.
Esas fisuras están en todas partes, como lo mostrará un examen del último estudio sobre el levantamiento aquí en los Estados Unidos. Porque, ¿qué es la historia de las diversas formas de autonomía esculpidas desde el centro de los disturbios anti-policíacos, sino una historia sobre la dificultad de determinar el auto- de la auto-organización, es decir, también el otro de la auto-organización? Autonomía, sí, pero ¿de qué y para qué?
* Los lectores pueden preguntarse, dada la influencia de Althusser en Théorie Communiste, si Althusser traduce el clinamen de Lucretius como écart en sus escritos tardíos sobre el materialismo aleatorio. El término que usa es déviation [desviación].