Explicaciones

Jasper Bernes

Al castellano: Æderean

https://jasperbernes.substack.com/p/explanations


Parte siete

[de una serie:  1 ,  2 ,  3 , 45 , 6]

 

«Queremos plata mientras esperamos el comunismo»

 

Voy a intentar un enfoque un poco más analítico y menos narrativo en esta oportunidad, con el fin de plasmar mejor el contenido de la teoría de la comunización. Es difícil alejarse de la oscuridad de la historia y entrar en la luz de la abstracción al delinear esta teoría, pues se trata de una teoría que sugiere que toda teoría es históricamente producida. El problema, sin embargo, es que esta historia está ya dividida — es una historia real, que produce una teoría, dentro de la cual también se puede leer la historia: 1918-21 vista a través de 1968-72. A medida que evoluciona la teoría de la comunización, también lo hace su sentido de su propio pasado. Desde mi posición ventajosa, como espero que ya esté claro, surgen nuevas continuidades y nuevas rupturas. Es una narrativa de narrativas, entonces, en la que la producción teórica de un futuro produce continuamente nuevos presentes y nuevos pasados.

Hemos visto que la comunización surge como respuesta a una problemática revolucionaria, un acertijo, que motiva una reevaluación de la teoría de la ultraizquierda histórica, que se hallaba en un punto álgido de reconsolidación en ese entonces. A veces, la teoría de la comunización es descrita, de manera bastante incómoda, como una post-ultraizquierda, donde el prefijo implica tanto continuidad como ruptura. Pero, ¿qué ruptura y qué continuidad? La comunización hereda de la ultraizquierda su crítica del aún no muerto «antiguo movimiento obrero», que como Jan Appel y Paul Mattick y otros describen tan bien, desarrolló una organización estratégica y táctica útil para mejorar la posición de los trabajadores dentro del capitalismo, pero completamente incapaz de organizar una revolución contra el capitalismo. La teoría de la comunización, en su presentación más sólida, extiende esta crítica a la propia ultraizquierda, sugiriendo que incluso sus visiones más maximalistas también subordinarían el trabajo a la lógica del capitalismo. Para Théorie Communiste (TC), por ejemplo, tanto el leninismo como la ultraizquierda son expresiones de lo que ellos llaman programatismo, que forma la base del movimiento obrero, y que se extiende de izquierda a derecha. El nuevo movimiento obrero es el viejo en el caparazón del nuevo. El programatismo «es una teoría y una práctica de la lucha de clases en la que el proletariado encuentra, en su impulso hacia la liberación, los elementos fundamentales de una futura organización social que se convierten en el programa a realizar».

En esta afirmación está en juego también el futuro tanto como el pasado. TC sugieren que no puede haber continuidad entre los elementos básicos del capitalismo y el comunismo, pero que textos como el Grundprinzipien del GIK los presumen. ¿Qué continuidades en particular están en juego? En la visión de revolución del GIK, no hay continuidad de organización, ni de partido ni de sindicato, ni continuidad de la función estatal, ni del valor como tal, ni de la ganancia, ni la competencia, ni la actividad económica dirigida por la ley. Pero quedan algunas continuidades, aquellas que el KAPD describió honestamente en su programa de 1920 como la «aplicación despiadada de la obligación de trabajar» que, o bien se presume con el certificado de trabajo y la distribución en el lugar de trabajo o, en su ausencia, les vuelve sin sentido e ineficaces como reguladores. La forma salarial, podríamos decir, persiste de alguna manera, arrastrando consigo una sombra de la ley del valor, todavía latente en el cálculo del tiempo de trabajo socialmente necesario y del trabajo abstracto como una magnitud, una medida, si no una forma desenfrenada. La forma celular impersonal del derecho burgués, del sujeto, y la ley burgueses se mantiene, como señala Marx. Pero no está claro hasta qué punto el certificado de trabajo es una característica contingente o esencial del comunismo de consejos — la lectura del Mattick tardío sugiere que no es esencial.

Otras continuidades son aún más profundas, y aquí es donde la comunización ofrece algo genuinamente nuevo, la afirmación bastante estilizada de que la forma empresa y la división del trabajo dada deben ser rápidamente abolidas por la revolución, y que la autoorganización por la empresa debe ceder a la autoorganización contra la empresa o fracasar. No puede haber «consejos», entonces, si por consejo se entiende una relación dada entre autoorganización y división del trabajo. Aquí es donde podemos hablar de ruptura significativa, en la historiografía, en la teoría y en la historia misma. La relación entre la autoorganización y la división del trabajo, su ordenación por empresa e industria, ha cambiado en las últimas décadas, de modo que un proceso de expropiación revolucionaria de los medios de producción ya no puede seguir los surcos trazados por la división del trabajo, ya no puede surgir simplemente como la vinculación de grupos de fábrica autoorganizados que luego se transforman en consejos, porque la división del trabajo misma se convertirá en un obstáculo para la autoorganización. La pregunta que debemos hacernos es por qué. ¿Por qué es esto así?

Hay una respuesta, que ya hemos encontrado, y que podríamos llamar subjetivista, se confirma en las actitudes anti-trabajo y anticonformistas de la época. Como consecuencia del crecimiento, de la opulencia y del boom de la posguerra, el deseo de la clase trabajadora maduró más allá de las demandas salariales, más allá de las luchas que podían satisfacerse en el lugar de trabajo y más allá de la identificación con el trabajo. El rechazo al trabajo surge principalmente como consecuencia del falso utopismo del capitalismo de mediados de siglo. Su promesa de mejora resulta ser, como escribe Debord, una «supervivencia aumentada» simplemente. Esta explicación funciona bien para mayo del 68 y el caluroso otoño / mayo rampante de Italia, o la ola de lucha de bases a principios de los 70 en los EE. UU., pero no tan bien para el ciclo de luchas que se reanuda después de 2008, que surge, en muchos casos, en condiciones económicas de crisis, estancamiento y desempleo masivo. A lo largo de esta larga recesión, esta subjetividad sufre una extraña modulación, como explica Théorie Communiste: la desidentificación con el trabajo se basa en un reconocimiento más oscuro, que es que con la reorganización del proceso laboral, la lucha en el lugar de trabajo se convierte en una lucha por el capital, por la supervivencia de una empresa, ocupación o campo en particular. Los trabajadores se autoorganizan para seguir siendo explotados, luchando contra los despidos y las reestructuraciones, en condiciones en las que la mayoría de las demandas salariales son ilegítimas, imposibilitadas por las anémicas tasas de crecimiento de la economía internacional. Esto es más claro en las luchas «suicidas», que surgen en Francia después del ’95, cuando los trabajadores amenazados de liquidación se apoderaron de sus anticuadas plantas en quiebra, no para autogestionarse, sino para obtener los mejores paquetes de indemnización posibles. En Cellatex, una planta química, expropiaron 50.000 litros de productos químicos explosivos, que se filtraron al medio ambiente circundante y amenazaron con explotar la planta o arrojar los productos químicos al río. Sin embargo, lo que querían era dinero puro y simple, no dirigir la fábrica de venenos ellos mismos.

De estas indicaciones subjetivas, se debe construir una teoría objetiva de la composición en desarrollo de la clase trabajadora, que está involucrada en todos los niveles con el desarrollo del capital. El enfoque de Théorie Communiste y también de Bruno Astarian, de Négation, toma su inspiración en la investigación teórica de Jacques Camatte sobre los entonces recién publicados textos de Marx, en particular los GrundrisseLa contribución a la crítica de la economía política, y los «Resultados inmediatos del proceso de producción», al que a veces se le llama el «sexto capítulo inédito de El capital». En este último texto, Marx hace una distinción entre subsunción (o subordinación, dominación) formal y real por el capital, dos formas pero también etapas del desarrollo del capitalismo. En la primera, el capital subsume un proceso de trabajo ya existente mediante un cambio en los derechos de propiedad, vale decir, un cambio formal (formwechsel). En la subsunción formal, el proceso de trabajo sigue sin transformar, pero una vez que se ha efectuado la propiedad de los medios de producción, el capital es libre de introducir técnicas y equipos que ahorran trabajo, los ingresos adicionales de lo cual recaerán en el propietario. La Parte IV de El capital, posiblemente el centro del libro, detalla estas formas de subsunción real, de subsunción material que produce plusvalía no solo reduciendo los costos de reproducción del trabajo en vez de aumentando el esfuerzo del trabajador, sino también intensificando y multiplicando el trabajo, extrayendo de las profundidades de las reservas de trabajo.

La autogestión, según este relato, es el horizonte político correspondiente a la subsunción formal, en la cual la dirección del proceso laboral aún permanece al alcance y vista del trabajador. En la medida en que la forma subyacente del trabajo no esté subsumida por el capital, es posible que el trabajo se imagine a sí liberándose del proceso de valorización y produciendo directamente para las necesidades. En la subsunción real, donde las fuerzas productivas se han reorganizado de manera adecuada al capital, y no necesariamente a los humanos, la organización misma de la producción se convierte en un obstáculo. Ya no puede uno liberarse del proceso de valorización, porque el proceso de valorización ha subsumido al proceso de producción. Uno solo puede hacer estallar la fábrica de veneno o tragárselo.

Pero hay problemas con esta historia; en especial con el hecho de que la periodización que se ofrece, en la que la subsunción real comienza solamente durante el auge de la posguerra, no concuerda en realidad con la historia del capital. La subsunción real comienza incluso antes del surgimiento de la industria a gran escala en Inglaterra en la década de 1820 — la famosa fábrica de alfileres de Adam Smith, con la que comienza The Wealth of Nations [La riqueza de las naciones], es un ejemplo de subsunción real, como lo es el sistema de cultivo cuatrienal o de agricultura mixta que hizo posible el capitalismo agrario inglés siglos antes. De hecho, es difícil imaginar la subsunción formal como una etapa histórica más que como una presuposición lógica de la acumulación capitalista — es cierto que sucede que los procesos del trabajo precapitalistas se subsumen sin ser alterados materialmente — pero esto parece más la excepción que la regla, y en la mayoría de los casos de transición al capitalismo, en que los capitalistas toman el control formal, inmediatamente traducen ese control formal en control real, reorganización real, cambio material. En cualquier caso, esto sólo significa que la primera parte de esta afirmación, que vincula al proyecto de autogestión de los trabajadores a un período de subsunción formal, debe complejizarse; podría ser cierto, no obstante, que la reorganización en curso del proceso del trabajo por la producción por la ganancia llegue, finalmente, a un punto en el que la autogestión de los trabajadores ya no es inteligible como horizonte.

Estas narrativas sobre la subsunción real terminan generalmente viéndose obligadas a admitir etapas de subsunción real, una subsunción real seguida de una subsunción más real, en la que el trabajador de masas del fordismo es reemplazado por el trabajador flexible del toyotismo, conglomerados organizados verticalmente son reemplazados por el JIT y la producción por contrato. Lo que a menudo está en juego en estas formas ampliadas de subsunción no es la reorganización del proceso del  trabajo en cuanto trabajo, sino la subsunción de la sociedad, de la infraestructura más allá del lugar de trabajo, para satisfacer las demandas de valorización: las escuelas, la policía, las instituciones culturales, etc. Pero esto lleva a una expansión del término «subsunción» o del concepto de producción y trabajo más allá de su significado, pues  la mayoría de estas formas sociales se habían orientado ya hace mucho tiempo a la reproducción capitalista. Lo que resulta ser más importante para los teóricos de la corriente de la comunización que adaptan esta narrativa es el registro de un cambio cualitativo en la relación entre el proceso del trabajo y el proceso de valorización e torno a 1968.

Para Théorie Communiste, esto resulta en algo así como la «subsunción de la lucha» no solo la subsunción de la clase en sí, sino también de la clase para sí. Las historias esquemáticas de TC le deben mucho a la Escuela de la Regulación post-Althusseriana, que dividió el capitalismo en sucesivos regímenes de trabajo caracterizados por estructuras relativamente estables. Así, el compromiso de clase del período «fordista»,  en sí una reacción a la amenaza de revolución después de la Primera Guerra Mundial y su colapso en la década de 1930, se desmorona en el largo mayo y da paso a un nuevo régimen del trabajo en la reestructuración de la década de 1980. Si el primero se caracteriza por los acuerdos nacionales que vinculan los salarios de la clase trabajadora con un (alto) crecimiento de la productividad, en los que a la clase trabajadora en masificación se le ve como socio en la acumulación, el segundo se caracteriza por una nueva desvinculación de los salarios del crecimiento (más lento), y por un nuevo requisito, dictado por los requerimientos de la producción por la ganancia, de que todos los rendimientos del crecimiento recaigan en el capital y que todas las demandas salariales sean tratadas como un impedimento. En esta nueva era, no solo se ha subsumido el trabajo, sino, podría decirse, la lucha de clases en sí, o al menos la lucha de clases en el taller. La clase dominante ya no necesita compromisos — puede tomar todas las fichas de la mesa todos los días. La lucha de clases que sí emerge es una lucha de supervivencia, en la competencia por el derecho a ser explotado, o en la lucha contra el despilfarro de las pensiones de la clase obrera u otros salarios sociales pagados décadas atrás y disipados. La nueva situación supone  una «implicación recíproca» entre capital y trabajo, donde el propio posicionamiento del proletariado como mano de obra se ha convertido en un obstáculo para la lucha, incluso para las luchas revolucionarias, en lugar de ser una palanca que éste pueda utilizar. ¿Pero que viene primero? ¿Es la ilegitimidad de las demandas salariales la causa de la implicación recíproca del capital y el trabajo o es al revés? Parece ser una pregunta que vale la pena hacerse, porque nuestros casos de estudio originales —Italia y Argentina— presentan situaciones en las que, debido a la crisis, las demandas de la clase trabajadora están legitimadas. Se necesita entonces una narrativa capaz de subsumir todas estas instancias.

Una versión de esa narrativa puede hallarse en la historia proporcionada por Endnotes, que en lugar de ver la historia como una serie de regímenes sucesivos, recalca un único predicado que atraviesa todos los regímenes: la industria, es decir, la subsunción real del proceso del trabajo por la fábrica, y particularmente la fábrica de flujo continuo, y las transiciones demográficas y económicas que involucra. Endnotes toma de Théorie Communiste la noción de que algo ha cambiado en la naturaleza de la lucha de clases, pero logra extender el marco de referencia más allá del estrecho ámbito del taller. Aunque a Marx y sus seguidores les gusta imaginar que el movimiento obrero es generado por la composición técnica del lugar de trabajo, por sus divisiones y agregaciones, esto siempre fue, de alguna manera, una ilusión. La planta unía a los trabajadores, pero solo dividiéndolos contra otros trabajadores. La unidad amplia y duradera, donde existió, o bien surgió como consecuencia de las necesidades de la lucha o tuvo que depender de otros mecanismos: un programa político, el adoctrinamiento moral o las instituciones culturales. Los lugares de mayor conflicto no eran solo donde los trabajadores semicalificados se agrupaban en grandes lugares de trabajo, aunque esto era importante. El conflicto explosivo, más bien, era más probable que ocurriera cuando estos trabajadores ya habían compartido alguna identidad común: en el Otoño Caliente [italiano], como muchos han notado, los trabajadores más rebeldes eran los migrantes del sur, identificados entre sí por el racismo del norte, y traían un repertorio de tácticas violentas de las economías morales del sur. Hay muchos de estos casos, pero quizás ahora hay menos que nunca.

El movimiento obrero tenía la tarea, por tanto, de resolver el problema de la composición, producir unidad de clase, estratégica y táctica, en situaciones en las que la clase estaba activamente dividida por la propia lucha de clases. Esto requería un proyecto de autonomía de la clase trabajadora, no solo en el taller, sino más particularmente en la comunidad proletaria. Ese era el papel del partido, del sindicato: producir un mundo, y desde ese mundo lanzar una revolución. El intento de Michael Heinrich de distinguir entre el marxismo de cosmovisión y el marxismo crítico no reconoce que el proyecto del marxismo de la era de la Segunda y Tercera Internacional no era solo producir una cosmovisión, sino mucho más importante, un mundo. El problema, sin embargo, era que cuando llegaba el momento de hacer la revolución, los que estaban dispuestos a hacerlo tenían que destruir el mundo proletario, romper con él, mientras que la mayoría esperaba retener ese espacio dentro del capitalismo, precisamente porque parecía un camino más fácil hacia una vida mejor. Las instituciones que no se adecuaron después del fracaso de la revolución global fueron destruidas y las que quedaron conservaron su autonomía solo de nombre. La autonomía ya no era tranquila a partir de este momento; sólo se podía encontrar en las molotovs y las ocupaciones, por ella se luchaba, se construía en medio de disturbios y en guetos radicales. La cultura proletaria fue subsumida por el mercado y el Estado-nación.

Heredamos el problema de la composición pero no sus soluciones. Ya no tenemos ni siquiera una unidad de clase práctica y putativa desde la cual empezar. La unidad de clase es proyectiva en el mejor de los casos (cuando no es simplemente represiva) y además siempre, al parecer, cuando se expresa con alguna fuerza, está contaminada por el interclasismo: El somos el 99% de Occupy, o los chalecos amarillos se centran en el costo de la vida, ambos se basan ​​en concepciones sociológicas de clase que poco tienen que ver con el proletariado como tal. O se articula mediante cuantificadores existenciales y universales: Black lives matter [las vidas negras importan], el agua es vidatodos los policías son bastardos, formas en las que el proletariado pronuncia su nombre a través de las modalidades del despojo capitalista, a través de una violencia del Estado que siempre parece a la vez necesaria y excesiva.

Lo que Endnotes añadió a esta conversación, en particular, fue la capacidad de poner al movimiento obrero en relación con detalles económicos fácilmente observables, a lo largo de décadas y siglos, y de hacerlo de manera rigurosa y sin chácharas  académicas innecesarias. En el centro de su historia está la identificación de la subsunción real con un proceso social transitorio, la industrialización, que revoluciona y reordena el trabajo y la gente, país tras país, pero en un marco temporal cada vez más rápido. La transición demográfica e industrial comprimida observada en Italia después de la Segunda Guerra Mundial se repite en una escala mayor e incluso más impresionante en Japón, luego en los Tigres asiáticos y finalmente en China e India. Pero cada vez este proceso hereda el conjunto completo de capacidades tecnológicas, lo que significa que la producción aumenta más y más rápidamente. Ahora que incluso China e India se están desindustrializando en términos agregados, a medida que el capital chino se traslada a África y el sur de Asia y más allá, este proceso puede haber terminado. Vista así desde el espacio, la historia del capitalismo parece tener un comienzo, un medio y lo que ahora parece ser un final más corto o más largo. En la medida en que el proletariado y sus proyectos son productos del capitalismo, también así el movimiento obrero es expresión de esta estructura de acumulación y crecimiento, cuyas posibilidades se materializan en el alza, y cuyo retroceso explica ahora la terrible posición del proletariado mundial y el cambio en el equilibrio de fuerzas desde 1965.

A esta historia, traigo algunos detalles nuevos, tal vez, y algunas especulaciones adicionales. La mayor parte de mi interés está en las implicaciones de esta teoría para nuestras perspectivas revolucionarias actuales. Solo sobre la base de un análisis de las tendencias y estructuras del capitalismo podemos proyectar algún camino fuera del capitalismo. La historia que cuenta Théorie Communiste enfatiza el entrelazamiento dialéctico del capital y el trabajo en y a través de la lucha proletaria; Endnotes, por su parte, enfatizan el desarrollo en tándem del capital y el movimiento obrero. Entre los dos, uno observa que durante la larga recesión el capital no ha soportado la crisis en  forma pasiva. El horizonte cada vez más estrecho de la subsunción real, los rendimientos decrecientes de los millones de trabajadores sacrificados al ídolo de la productividad, han llevado al capital a un frenesí, estructurar la fábrica global en torno al acceso a la mano de obra más barata posible, instituir una división del trabajo diseñada específicamente para inhibir la organización en el lugar de trabajo y con efectos que explican, a nivel fenomenológico, la disminución de la pertenencia a una clase. Esto de ninguna manera indica el fin de la existencia de la clase, la identidad de clase, ni de los trabajadores y la clase trabajadora. Pero, cada vez más, a los trabajadores les resulta difícil luchar como trabajadores más que como proletarios, como personas desposeídas, como tales. Las explicaciones para esto son tecnológicas y organizativas, y qué decir subjetivas, como señalo, unificando efectivamente los diferentes niveles de análisis presentados anteriormente. El resultado es que hoy, como ha señalado Joshua Clover en Riot. Strike. Riot., la lucha de clases tiende a desarrollarse en el espacio de la circulación, fuera de la fortaleza del lugar de trabajo.

La última década ha proporcionado una poderosa confirmación de todas estas tesis, en mayor o menor medida. No hay ningún levantamiento importante de la última década que no haya sido en cierto sentido una lucha de circulación — desde las ocupaciones de plazas de la Primavera Árabe, el movimiento de las plazas, y Occupy, hasta los bloqueos de autopistas y los disturbios de los levantamientos de Ferguson y George Floyd, a las rotondas ocupadas por los chalecos amarillos y las tácticas de enjambre de Hong Kong. Al mismo tiempo, estas luchas parecen reinscribirse dentro de los límites establecidos por el análisis de la comunización en lugar de superarlos. La política está de regreso, incluso cuando el tenor de la época sigue siendo marcadamente antipolítico. Los austerianos del mañana se presentan como los reformadores de hoy. Las luchas emancipadoras de principios de la década de 2010 han provocado una reacción sombría, a medida que que el populismo, el nacionalismo, y el revanchismo, si no el neofascismo absoluto, muestran la capacidad de movilizar, si no la capacidad de reorientar el poder estatal. Ninguna de estas cosas fue bien anticipada por los análisis originales y, como tales, merecen una reflexión real.

No obstante, las tendencias del capitalismo enumeradas por la teoría de la comunización aún se mantienen. Se ha confirmado la teoría de los límites y obstáculos a la revolución. Pero la teoría de la comunización es también una teoría de cómo, basándose en estas características observadas, debe desarrollarse una revolución futura. En otras palabras:

El problema fundamental al que debe volver toda producción teórica, que debe ser confrontado y al que debe encontrar una solución, es el siguiente: ¿cómo puede el proletariado — actuando estrictamente como una clase del modo de producción capitalista, en su contradicción con el capital dentro de este modo de producción — abolir el capital, y por lo tanto todas las clases y por lo tanto a sí mismo; es decir, producir el comunismo?

Un análisis de las tendencias es solo el primer paso para responder a esta pregunta. Entre las tendencias del capitalismo, por un lado, y la prueba del comunismo, por el otro, se encuentran las tareas de la revolución, la teoría de la ruptura, del viraje, del avance, de la medida comunista.