El comunismo es un libro abierto:
Jan Appel y la historia del comunismo de consejos

Jasper Bernes

Al castellano: Non Lavoro

https://jasperbernes.substack.com/p/communism-is-an-open-book


Parte cuatro

[de una serie: partes 1 , 2 , 3]

 

2 de enero de 2021

Hasta ahora puede que haya parecido que tratara todos los elementos componentes del cóctel de la comunización como aproximadamente equivalentes — una parte de Bordiga, una parte de comunismo de consejos, agitado con el hielo de la Internacional Situacionista, colado, luego servido en una botella, con un trapo en llamas. No es así, no desde mi punto de vista. Bordiga, que me fascina sin cesar, sigue siendo una figura problemática, inquietante en la mayoría de sus ensayos centrales, y con una orientación fundamental que es dogmática, incluso idealista y, además, dependiente de una antropología totalmente inviable (aunque lo elogio  por poner la antropología en el foco de atención). De poder seguir con mi metáfora de la química, Bordiga es una especie de elemento cáustico cuyas propiedades más útiles surgen solo en combinación con otros materiales. El comunismo de consejos, en comparación, es un metal rico y sorprendentemente resistente — uno puede inmediatamente ver la diferencia en el hecho de que, a diferencia de la mayoría de las otras tendencias, el comunismo de consejos no es identificable, ni implícita ni explícitamente, con un individuo. El argumento central de esta tendencia, y de la más amplia izquierda comunista alemano-holandesa, era que los propios trabajadores podían lograrlo, lo lograrían, y en algunos lugares ya lo habían logrado, solo para ser traicionados por las instituciones y los líderes del movimiento obrero. El “consejo”, el soviet, arrojado al frente de la historia por la Revolución Rusa de 1905, es un emblema de esta capacidad de autoorganización creativa, tanto una teoría como una práctica, todo en uno. No era necesario un Trotsky.

1917 – Soviet de Petrogrado

Como práctica, más que como ideología, el comunismo de consejos es el comunismo como realmente pudo haber sido en el siglo XX — el producto puro del movimiento obrero, su suma teórica. No creo, como a veces parece dar a entender Dauvé, que esta tendencia estuviera condenada al fracaso debido a sus errores teóricos, en parte porque la tendencia no puede ser subsumida tan fácilmente por su teoría. Dado el énfasis en la autoorganización, estos grupos tenían una capacidad de autocrítica interna que implica que algunos errores quizás podrían haberse superado, dadas las condiciones revolucionarias, mediante las  lecciones de la práctica. No creo que Dauvé esté en lo cierto (excepto quizás en espíritu) cuando dice, de la teoría comunista de consejos de la distribución socialista a través de la contabilidad del tiempo de trabajo, que simplemente equivaldría a “el reinado del valor. . . sin la intervención del dinero” o (peor aún) que “conserva todas las categorías y características del capitalismo: el trabajo asalariado, la ley del valor, el intercambio” de tal manera que pudiese describirse como “capitalismo, democráticamente gestionado por los trabajadores”. Esta es una distorsión tanto de la teoría consejista tal como fue elaborada como de la teoría del valor de Marx, y aunque simpatizo con el (mal dirigido) impulso de la crítica, pues creo que estas primeras propuestas merecen crítica, Dauvé mete un poco la pata con ella. [En otro ensayo más formal, abordaré todo este material desde el punto de vista del valor, ¡pero debo reprimir todas esas tangentes aquí!]

Las frases que acabo de citar son de su revisión del texto de 1969, “Sur l’ideologie ultra-gauche“, del que hablé en mi primera publicación. Este ensayo se convierte, en la traducción de Black and Red de Fredy Perlman en “Lenin y la ultraizquierda”. Pero la historia no termina ahí, pues Dauvé ha seguido reelaborando precisamente estos mismos pasajes y, en la versión actualizada, publicada por PM en 2015, este capítulo se ha dividido en dos partes, donde el capítulo recién nacido se centra solo en la cuestión del valor y el comunismo, primero en Marx, y luego en el comunismo de consejos (la versión antigua no está disponible en línea, la nueva está aquí, y ve la nota del autor para la historia textual). En el nuevo texto, Dauvé pone en el centro de atención el que es el texto comunista de consejos central sobre el asunto, Principios fundamentales de la producción y distribución comunista (el Grundprinzipien), publicado por el Grupo Holandés de Comunistas Internacionales en 1930 y elaborado por Paul Mattick. En esta segunda pieza, Dauvé es más circunspecto, admitiendo que el intento del GIK de demostrar cómo es que varios consejos de trabajadores podrían administrar juntos los medios de producción expropiados después de la revolución “recorre un largo camino” hacia la visión de una “utopía sin dinero”, pero de todos modos ofrece una versión de su anterior declaración, concluyendo que “dicho esquema se acerca  lo más posible a mantener los elementos esenciales del capitalismo pero poniéndolos bajo el control total de los trabajadores”.

Versión de 1930 del texto del GIK

En la segunda versión, Dauvé además vincula acertadamente la propuesta del GIK con la “ Crítica del programa de Gotha” de Marx, que propone el uso de “certificados” para distribuir la riqueza social entre los productores libremente asociados. Estos certificados no serían dinero o salarios en dinero en sentido estricto (no cumplirían todas las funciones del dinero) — no circularían y no se utilizarían para distribuir materias primas o productos parcialmente terminados. Cada trabajador recibiría un certificado que indica que ha realizado una determinada cantidad de trabajo (en horas o días) y que luego les permitiría extraer una determinada magnitud de mercancías (también medidas en horas o días) de las reservas de riqueza social. Cada trabajador consumiría la misma “magnitud” de riqueza — medida por horas — aunque ciertamente no produciría la misma cantidad de riqueza cada hora. Y algunos no producirían ninguna, ya que debería reservarse riqueza para los miembros de la sociedad que no producen, así como para la reproducción y otros costos estructurales. Marx tiene bastante claro que este arreglo — al que Dauvé ahora llama un “valor sin dinero” — es el mejor de los malos mundos, en su opinión, una especie de equidad injusta, ya que simplemente no hay forma de producir justicia real a través de la igualdad numérica: siempre introduce otra desigualdad. A diferencia de los reformadores sociales cuyas reformas monetarias estaban diseñadas para solucionar problemas estructurales, el esquema de Marx solo funciona en la medida en que los revolucionarios ya han reorganizado por completo la economía, de modo que tales certificados son un recurso provisional, utilizado sólo en la medida en que permanezcan los “defectos de nacimiento” del comunismo.

El Grundrinzipien sigue el ejemplo de Marx e incluye un ingenioso mecanismo por el cual estos defectos pueden superarse, uno que Dauvé no comenta y que vale la pena destacar. Los autores reconocen que una cierta parte de la riqueza social debe reservarse, como hemos dicho, para quienes no pueden o no quieren trabajar, para fines administrativos y para cualquier expansión que se desee, si se desea. No es posible devolver a los trabajadores exactamente la cantidad de horas que contribuyen en promedio, ya que una parte de los bienes siempre tendrá que ser un obsequio. Por ejemplo, en el esquema del GIK, quienes trabajan en la unidad que se ocupa de la contabilidad y otros asuntos administrativos recibirían un pago en certificados de trabajo, pero ese servicio no sería, a su vez, “pagado” con certificados de trabajo. En cambio, los costes de ese servicio se deducirían automáticamente de la contribución de cada productor. Donde el Grundprinzipien es inteligente es en que imagina que una parte cada vez mayor de la economía podría transformarse en unidades como la oficina de contabilidad — Unidades de servicios generales — cuyos productos no tienen precio y, por lo tanto, se distribuyen gratuitamente. La idea (ver a Mandel para una exposición más completa) es que una vez que la demanda marginal llega a cero en función de la oferta, esencialmente se puede dejar de fijar el precio de los bienes. A medida que aumenta la productividad, cada vez más frutos de la economía podrían distribuirse a pedido, sin medición. Esto hace que la propuesta del GIK sea más plausible, en mi opinión, e indica que puede haber o más probablemente puede haber habido situaciones en las que, dados los potenciales productivos existentes, una revolución proletaria podría pasar rápidamente al comunismo pleno utilizando certificados de trabajo para una parte de las necesidades y deseos de la población. Imagina, por ejemplo, si se garantizara la alimentación y la vivienda pero el resto de las necesidades y deseos de las personas se certificaran.

En tal estado de cosas, lo que importaría no es la presencia o ausencia de certificados, sino la presencia o ausencia de coacción. Existe una gran diferencia entre usar certificados para dividir el consumo y usarlos para obligar a las personas a trabajar. Esta necesidad de coacción está implícita en la propuesta del GIK, pero no ha sido examinada, e incluso los lleva a introducir diferenciales de consumo por habilidad. Es ahí también donde todo se derrumba, como incluso Paul Mattick admite en la introducción que escribe cuando se publica el libro finalmente en inglés en la década de 1970.

Esta es una prueba más de la flexibilidad del comunismo de consejos. Dauvé quiere dirigir su crítica de la ultraizquierda a Mattick y se centra en la cuestión de la contabilidad del tiempo de trabajo, pero en 1970 Mattick encontraba que el argumento a favor de la distribución del tiempo de trabajo estaba mal elaborado. Este es un alejamiento significativo, ya que anteriormente había sido uno de sus principales defensores, traduciendo partes del Grundprinzipien al inglés y ofreciendo una versión adaptada de su argumento en su texto de 1934, “¿Qué es el comunismo?” En 1970, sin embargo, Mattick tenía la impresión de que en la mayoría de los países industrializados las fuerzas productivas estaban tan desarrolladas que la distribución del tiempo de trabajo ya no era necesaria: se podía acceder al comunismo pleno de libre acceso de inmediato. Pero incluso en el caso de que esto no fuera posible, si tal vez las fuerzas productivas hubieran sido destruidas parcialmente durante la revolución y la escasez sigue siendo un problema, señala Mattick, de manera bastante devastadora, los productores libremente asociados podrían simplemente elegir racionar sin calcular el tiempo de trabajo y sin necesariamente obligarse mutuamente a trabajar, demostrando que lo que está en juego es el poder y la decisión política, no la aritmética. La coacción  por trabajar está, técnica y políticamente, separada de la división del producto del trabajo, y es sólo en la ideología del certificado de trabajo que estos dos se confunden.

Mattick escribe el prefacio, no obstante, utilizando las críticas que ofrece del Grundprinzipien para demostrar la flexibilidad del concepto de consejo y concluyendo que, en el texto del GIK, “no se nos presenta un programa terminado, sino un intento inicial de abordar el problema de la producción y distribución comunista”. Lo lee como “un documento histórico que arroja luz sobre una etapa alcanzada en el debate pasado”. Aquí coincide con los autores del documento, quienes insisten en su breve prefacio de 1930 en que su intención no es escribir un “programa” sino más bien “someter las posibilidades aquí proyectadas a la discusión más profunda”, después de lo cual la organización se propone emitir una expresión final de su punto de vista.

Anton Pannekoek (1873-1960), enseñando astronomía.

Este énfasis en el desarrollo del principio de autoorganización en lugar de la elucidación de la demanda programática es lo más notable del documento y merece ser separado de la cuestión del certificado. O más bien, podríamos señalar que la distribución y el cálculo del tiempo de trabajo apuntan a cumplir dos roles, de los cuales solo uno es contrario al comunismo. Por un lado, el certificado es una forma de poder, de coacción. Pero también es una forma de transparentar un complicado proceso laboral. Este énfasis en la transparencia y la inteligibilidad es la parte más notable de este texto, y del comunismo de consejos en general, y merece ser considerado independiente de la recomendación de certificar. Escriben, “el lenguaje sencillo y los métodos claros de análisis empleados, que son comprensibles para todo trabajador consciente de clase, aseguran que todo revolucionario que estudie con diligencia las siguientes páginas también pueda comprender plenamente su contenido. La claridad y objetividad disciplinada de la escritura también abre la posibilidad de una amplia arena de discusión dentro del movimiento de la clase trabajadora, que pueda atraer a su órbita a todas las diversas escuelas de opinión representadas dentro de sus filas”. Anton Pannekoek escribe maravillosamente sobre este tema, y de ​​la posibilidad de libertad y autoconciencia colectiva que permite:

Como imagen numérica simple e inteligible, el proceso de producción se abre a la vista de todos. Aquí la humanidad ve y controla su propia vida. Lo que los trabajadores y sus consejos idean y planifican en colaboración organizada se muestra en carácter y resultados en las figuras de la contabilidad. Sólo porque están perpetuamente ante los ojos de cada trabajador, la dirección de la producción social por parte de los propios productores se hace posible.

Pannekoek está retomando un tema que es central en la crítica de la economía política de Marx. En los enigmáticos pasajes sobre la mercancía de El Capital, Marx aclara las mistificaciones de la forma mercancía presentándonos su opuesto: “Imaginemos, para variar, una asociación de hombres libres, trabajando con un  medio de producción en común, y gastando sus muchas formas diferentes de fuerza de trabajo con plena autoconciencia, como una sola fuerza de trabajo social”. La parte de la autoconciencia es crucial — para Marx, la parte importante del comunismo es que “Las relaciones sociales de los productores individuales, tanto con su trabajo como con los productos de su trabajo, son aquí transparentes en su simplicidad, tanto en la producción como en en distribución”. No hay fetichismo de la mercancía.

No es sorprendente que la izquierda comunista alemano-holandesa tocara este tema — dado que su argumento central, desarrollado contra los partidos comunistas bolcheviques de Alemania, era que la autoorganización proletaria era suficiente para la revolución. La teoría de la transparencia es un corolario necesario, una prueba de lo cual es que muchos comunistas de consejos estaban muy involucrados en el movimiento del esperanto, imaginando un lenguaje universal como un concomitante necesario de la autoorganización y autogestión de los trabajadores. No obstante, el foco singular en la transparencia en las medidas contables parece deberse a una sola persona, Jan Appel, quien encarnó en su biografía la teoría comunista de consejos de la autoorganización y la creatividad proletarias. Otra tradición probablemente habría puesto el nombre de Appel en el Grundprinzipien, ya que él fue su autor principal, de hecho el responsable de convencer a Pannekoek de que la transparencia contable era un asunto importante y no trivial.

Jan Appel (1890-1985)

Appel estaba trabajando en un astillero naval de Hamburgo cuando estalló la revolución de 1918 y terminó la Primera Guerra Mundial, y se unió al movimiento revolucionario de delegados sindicales e irrumpió en un cuartel del ejército durante el levantamiento espartaquista de enero de 1919. Se unió al KAPD antiparlamentario y antisindical, que solicitó ser miembro del Komintern junto con su grupo rival, el KPD. Cuando fue enviado a Rusia para representar al KAPD e informar al Comintern del comportamiento traidor del KPD durante el levantamiento del Ruhr, Appel se guardó en el barco de un amigo, luego ayudó a secuestrarlo, navegando sin ayuda a través del Ártico hasta Murmamsk, y desde allí en tren hasta Petrogrado. Fue recibido por el propio Lenin quien, después de escuchar a los “compañeros piratas”, como él los llamaba, produjo un folleto, La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, que acababa de escribir pensando en ellos. Appel regresó a Alemania y trabajó en la clandestinidad, pero finalmente fue detenido y obligado a cumplir una condena en prisión. Fue durante esta sentencia que reflexionó sobre su experiencia, dedicándose a un estudio profundo de Marx (y tal vez del pasaje antes citado) y a escribir porciones del texto que se convertiría en el Grundprinzipien, después de un período de cuatro años en el que Appel lo discutió con los involucrados en el Grupo Holandés de Comunistas Internacionales (GIK).

El libro, nos dice, es producto directo de estas derrota — de su traición en el Ruhr, de su recepción en Rusia por los bolcheviques. Lo que pensaba que era necesario era mostrarle a otros trabajadores que era posible, que no era tan complicado; se trataba de un documento diseñado para cumplir un propósito particular entre los sindicatos afiliados al KAPD (los grupos de fábricas) que estaban al borde de ser  barridos por la historia. Cuando el comunismo de consejos es revivido por S. ou B. y la ICO, la cuestión de cómo distribuir las ganancias de ninguna manera se resolvió, y como vemos, Mattick llegó fácilmente a una perspectiva cercana a la comunización. Vale la pena señalar, también, que todos estos grupos tenían una variedad de puntos de vista con respecto a la relación entre los consejos y las organizaciones políticas — algunos, incluidos Appel y Mattick, imaginaban un rol  para algo parecido a un partido. La línea divisoria entre la comunización y el comunismo de consejos se vuelve más difícil de distinguir, especialmente si imaginamos que el consejo aplica no solo a las organizaciones laborales, sino a otros tipos de estructuras autoorganizadas, como indica Mattick en su introducción. El soviet, o consejo, es por supuesto una forma táctica históricamente específica — una que se convierte tanto en táctica como en estrategia — pero parte de una historia más larga de asambleas constituyentes y otras estructuras organizativas. La voluntad de formar una asamblea, de hacerse cargo de las cosas y de dirigirlas directamente, es en cierto sentido fundamental para la política emancipatoria. Afortunadamente, no es probable que desaparezca. La lección que Jan Appel nos da trata menos sobre la necesidad de calcular el tiempo de trabajo que de un recordatorio a los revolucionarios de hoy de que deben robar el barco y escribir su propio libro.

[Continúa en la parte 5]