Cómo es que la reducción de la jornada laboral provocó el colapso de la Unión Soviética
por Jehu
Al castellano: Non Lavoro
Perdón por el uso intensivo de citas directas en esta publicación. Me parece necesario hacerlo porque quiero demostrar en detalle mi cadena de razonamiento para llegar a la conclusión, que reconozco controvertida, de que la Unión Soviética no fue “desmantelada”, como alegan algunos marxistas, sino que colapsó directamente a causa del funcionamiento de la ley del valor. – Jehu
Esta es la parte final de una serie.
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¿Qué fue lo que condujo a lo que Bronson llama “el tácito abandono de una doctrina soviética de larga data que preveía una jornada laboral y una semana laboral cada vez más cortas” y, en última instancia, a una sociedad comunista plenamente desarrollada? ¿Y cómo pudo este tácito abandono haber contribuido al colapso del modo de producción soviético?
En su ensayo, “Lecciones de la desaparición del socialismo de Estado en la Unión Soviética y China”, el autor, David M. Kotz sostiene que la Unión Soviética en realidad no colapsó. Fue desmantelada por un grupo de personas comprometidas con la creación de una sociedad capitalista en su lugar:
“Como mostramos en Kotz y Weir (1997, cap. 5), la economía planificada soviética no colapsó. A pesar de algunas alteraciones en la legislación de la reforma económica que entró en vigor en 1988, la producción real y el consumo agregado real crecieron continuamente desde 1985 hasta la primera mitad de 1990 … El registro muestra que la economía planificada soviética no colapsó – fue desmantelada por medios políticos, a medida que el poder pasaba de Gorbachov a Boris Yeltsin y la coalición pro-capitalista”.
El argumento de Kotz se basa en el supuesto de que las reformas de 1988 no fueron en sí mismas una expresión del colapso, pero ¿es esto cierto? Quiero sugerir que el colapso de la Unión Soviética comenzó mucho antes de los eventos de 1989-1991. El colapso de la Unión Soviética comenzó con el abandono tácito de los soviéticos de la reducción progresiva del tiempo de trabajo y de una sociedad comunista plenamente desarrollada.
El colapso de la Unión Soviética comienza, en otras palabras, mucho antes del intento de reformar el mecanismo económico; comienza en la década de 1960 con la decisión de los soviéticos de renunciar a la reducción de las horas de trabajo a favor de maximizar la producción.
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Primero, quiero desafiar la línea de tiempo de David M. Kotz sobre este tema. La crisis parece no comenzar en la década de 1980, como sugieren Kotz y Weir (1997). Según la CIA, se parece más a esta:
1958: La Unión Soviética se embarca en un esfuerzo audaz y sin precedentes para crear una sociedad comunista en el entonces previsible futuro:
En noviembre de 1958, Jrushchov presentó las tesis sobre el plan económico de 1959 a 1965 al Comité Central del Partido Comunista. Se jactó del progreso económico pasado y dijo que en el próximo período, el de la construcción a gran escala de una sociedad comunista, las principales tareas serían “la creación de la base técnico-material del comunismo; el fortalecimiento adicional del poder económico y defensivo de la URSS; y al mismo tiempo, la satisfacción más plena de las crecientes necesidades materiales y espirituales del pueblo soviético”. (James Noren, Análisis de la economía soviética de la CIA, 1998)
1961: Según la CIA, la reducción inicial de las horas de trabajo parece haber tenido un impacto significativo y positivo en la tasa de crecimiento:
La reducción de la semana laboral durante 1956-60 ha contribuido a la solución de varios problemas importantes que enfrenta el liderazgo soviético en los últimos años, incluida la necesidad de restablecer el control sobre los salarios, mejorar la eficiencia económica y adaptarse a un mercado laboral urbano cada vez más estricto. Mediante el programa, se han elevado los niveles de vida (a través de un ocio mayor) y se ha calmado la resistencia a los ajustes al alza de las normas laborales antes experimentada. Los administradores soviéticos se han visto obligados a realizar cambios beneficiosos, pero anteriormente desatendidos, en los métodos de operación, aumentando así drásticamente la eficiencia en el sector no agrícola con una cantidad mínima de nueva inversión. Finalmente, la semana laboral reducida, junto con el salario por hora más alto, han contribuido a aliviar el apuro del cada vez más apretado mercado laboral urbano al proporcionar un incentivo particular para que las amas de casa y los jóvenes busquen empleo. (Agencia Central de Inteligencia, Evaluación del programa para reducir la semana laboral en la URSS, 1961)
1963: Según los economistas que trabajan para la CIA, el crecimiento económico en la Unión Soviética comienza a desacelerarse, sin embargo, inicialmente debido a una serie de shocks económicos imprevistos:
Un poco más de tres años después del testimonio de Dulles, un importante artículo de la CIA, Trends in the Soviet Economy (Febrero de 1963), reconocía la caída de las tasas de crecimiento de la industria y la agricultura. En particular, la agricultura se había visto afectada por una serie de cosechas malas o mediocres. Como resultado de la aceleración del gasto en defensa, los recursos se comprometieron en exceso y sufrió el consumidor. En 1962, los precios de la carne aumentaron en un 30 por ciento, las reducciones programadas en los impuestos sobre la renta de las personas físicas se aplazaron para restringir la demanda de los consumidores y se redujo la construcción de viviendas. El documento cuestionaba si el liderazgo soviético toleraría una “construcción militar inclusiva” durante mucho tiempo, dada la política soviética “fundamental” a largo plazo de superar económicamente a Estados Unidos. Además, los consumidores insistían cada vez más en tener “alimentos de mejor calidad, viviendas dignas y más bienes de consumo duraderos”. Finalmente, los líderes soviéticos eran cada vez más conscientes de que las carreras armamentistas y espaciales estaban dañando el crecimiento económico mucho más en la URSS que en los Estados Unidos. (James Noren, Análisis de la economía soviética de la CIA, 1998)
Cito extensamente el análisis de la Agencia Central de Inteligencia con el fin de enfatizar la secuencia exacta de los eventos que condujeron a lo que el economista de la CIA, Bronson (1968), llama “el tácito abandono de una doctrina soviética de larga data que preveía una jornada laboral y una semana laboral cada vez más cortas”.
Es importante señalar que este tácito abandono no es una respuesta a la reducción inicial de las horas de trabajo, que, según los propios analistas de la CIA, elevó el nivel de vida de los ciudadanos soviéticos, aumentó la producción, obligó a cambios beneficiosos en los métodos de producción, mejoró la eficiencia del empleo del trabajo y aumentó la participación en la fuerza laboral. Por otro lado, los shocks de corta duración, como las malas cosechas, son una causa insuficiente para explicar las fuerzas que finalmente llevaron al colapso de la Unión Soviética.
Para explicar ese evento, probablemente necesitemos vincular estos shocks de corta duración con los defectos reales del modelo soviético.
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Como explica Kotz, el modelo soviético tenía características contradictorias. Aunque era una forma de producción social basada en la propiedad pública de los medios de producción, la sociedad estaba dominada por una camarilla relativamente pequeña de individuos que disfrutaban de un estilo de vida distinto al caracterísitco del de la mayoría de la clase trabajadora:
El estado soviético estaba dirigido por un grupo privilegiado de funcionarios, que no solo recibían altos ingresos monetarios sino que también tenían beneficios sustanciales que incluían tiendas especiales abastecidas con productos de alta calidad fabricados en empresas especiales (y que carecían de las largas colas que se encontraban en las tiendas ordinarias), viviendas construidas por empresas constructoras especiales, etc. Ya sea que se pueda considerar o no a este grupo como una clase dominante que se apropia de los excedentes, claramente era un grupo gobernante privilegiado que no tendría lugar en un sistema plenamente socialista.
Sin embargo, no importa cuán contrario a la gestión comunista sea, este grupo privilegiado era esencial para el modelo soviético de desarrollo de arriba-a-abajo:
Si bien el socialismo requiere de planificación económica, el sistema soviético utilizó una forma de planificación extremadamente centralizada, en la que se intentó dirigir, de una manera muy detallada, toda la economía soviética desde el centro en Moscú. Esto dejó a las empresas con poco papel que desempeñar, salvo el de ejecutar las órdenes desde arriba. Dentro de las empresas, el director general era la autoridad absoluta y las relaciones laborales eran estrictamente jerárquicas. Esta característica fue la única importante en guardar un gran parecido con la institución capitalista pertinente, aunque las relaciones sustantivas de poder eran diferentes en ciertos aspectos. Los trabajadores soviéticos carecían de sindicatos que buscaran defender activamente sus derechos, pero, como se señaló anteriormente, el pleno empleo les daba a los trabajadores un poder de negociación informal significativo, tanto individual como colectivamente.
Kotz trata a los estratos privilegiados básicamente como poco más que un factor de molestia en el modo de producción soviético, pero ¿era solo eso? Permítanme sugerir que el antagonismo entre la forma de gestión y el supuesto “poder de negociación informal” de los trabajadores era una explosiva combinación en busca de un detonante. Esta explosiva contradicción encontró su detonante en la reducción de las horas de trabajo iniciada en 1958.
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En su argumento de que la clase trabajadora disfrutaba de un significativo poder de negociación informal dentro del modo de producción soviético, Kotz simplemente se está tomando de Kalecki (1943), quien usó esta idea para explicar la resistencia de los capitalistas a las políticas de pleno empleo del estado fascista:
“Hemos considerado las razones políticas de la oposición a la política de creación de empleo mediante el gasto público. Pero incluso si esta oposición fuera superada — como bien puede ser bajo la presión de las masas — el mantenimiento del pleno empleo provocaría cambios sociales y políticos que darían un nuevo impulso a la oposición de los empresarios. De hecho, en un régimen de pleno empleo permanente, el ‘despido’ dejaría de cumplir su función de medida disciplinaria. La posición social del jefe se vería socavada y la seguridad en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora crecerían. Las huelgas por aumentos salariales y mejoras en las condiciones de trabajo crearían tensión política. Es cierto que las ganancias serían más altas en un régimen de pleno empleo que en promedio bajo un laissez-faire; e incluso el aumento de los salarios resultante del mayor poder de negociación de los trabajadores tiene menos probabilidades de reducir las ganancias que de aumentar los precios y, por lo tanto, afecta negativamente sólo a los intereses rentistas. Pero la “disciplina en las fábricas” y la “estabilidad política” son más apreciadas por los líderes empresariales que las ganancias. Su instinto de clase les dice que el pleno empleo duradero no es sólido desde su punto de vista, y que el desempleo es una parte integral del sistema capitalista ‘normal’”.
Probablemente puedas ver a dónde voy con este argumento de Kalecki, ¿cierto?
Supongamos que, en lugar de una política de pleno empleo característico de una economía fascista de posguerra, tenemos una economía de planificación centralizada comprometida con el pleno empleo de todos los recursos para maximizar lo que Jrushchov llamó “creación de la base técnico-material del comunismo; el fortalecimiento adicional del poder económico y defensivo de la URSS; y al mismo tiempo, la satisfacción más plena de las crecientes necesidades materiales y espirituales del pueblo soviético”.
Esta economía de planificación centralizada ya tiene que lidiar con el problema político de una clase trabajadora cuyo poder de negociación es significativo debido al pleno empleo; de hecho, comienza con esto, lo que dificulta incluso la gestión diaria de una empresa. Ahora, Jrushchov proponía que las horas de trabajo se redujeran drásticamente a 30 o 35 horas para 1968 y, con suerte, a 15 o 20 horas para 1980. ¿Cómo afecta esto el poder de negociación de la clase trabajadora contra el plan de gestión centralizada?
La reducción de las horas de trabajo, es decir, la creación de la base técnico-material del comunismo, se precipitaría hacia relaciones de producción soviéticas de arriba-a-abajo extremadamente centralizadas. Jrushchov (quizás sin saberlo) estaba proponiendo que el poder de negociación informal de los trabajadores recibiera una inyección masiva de esteroides; que el modo de producción duplica el ya significativo poder de negociación de la clase trabajadora.
¿Cómo se expresa la contradicción entre la gestión de arriba-a-abajo extremadamente centralizada del modo de producción soviético y este poder de negociación altamente mejorado de la clase obrera frente al tipo de shocks de corta duración que el modo de producción soviético encontró en 1962- 63?
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En la narrativa idealizada de la mayoría de los socialistas, el socialismo no sufre las contradicciones del modo de producción capitalista que surgen de la ley del valor.
Stalin, al menos, no mantenía este punto de vista.
Según Stalin, mientras la fuerza de trabajo se comprara y vendiera como una mercancía, la ley del valor desempeñaba un papel en la economía:
“En nuestro país, el ámbito de actuación de la ley del valor se extiende, en primer lugar, a la circulación de mercancías, al intercambio de mercancías mediante la compra y venta, el intercambio, principalmente, de artículos de consumo personal. Aquí, en esta esfera, la ley del valor conserva, dentro de ciertos límites, por supuesto, la función de regulador.
Pero el funcionamiento de la ley del valor no se limita al ámbito de la circulación de mercancías. También se extiende a la producción. Es cierto que la ley del valor no tiene una función reguladora en nuestra producción socialista, pero sin embargo influye en la producción, y este hecho no puede ignorarse a la hora de dirigir la producción. De hecho, los bienes de consumo, que son necesarios para compensar la fuerza de trabajo gastada en el proceso de producción, son producidos y realizados en nuestro país como mercancías sometidas a la operación de la ley del valor. Es precisamente aquí donde la ley del valor ejerce su influencia sobre la producción. A este respecto, aspectos como la contabilidad de costos y la rentabilidad, los costos de producción, los precios, etc., son de importancia real en nuestras empresas. En consecuencia, nuestras empresas no pueden, ni deben, funcionar sin tomar en cuenta la ley del valor.”
Reformulando el argumento de Stalin en los términos más simples posibles: siempre que la fuerza de trabajo se comprara y vendiera en el modo de producción soviético, el conflicto entre el mecanismo del plan central del estado soviético y la clase trabajadora era expresión de la ley del valor. Este conflicto sobre la división del producto social surgía directamente de la continuación de la esclavitud asalariada dentro de relaciones de producción ostensiblemente socialistas.
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Si Stalin tiene razón, cuando los shocks económicos transitorios, como las cosechas pobres o mediocres, golpean a la economía soviética, en quién reaería el peso de estos shocks se convertía en una cuestión de conflicto político entre el estado y la clase trabajadora. Al intentar la expansión simultánea de la inversión, el consumo y el ejército, por un lado, y la reducción de las horas de trabajo, por otro lado, Jrushchov dejaba muy poco margen de maniobra en caso de shocks económicos imprevistos.
Es importante reconocer esto, precisamente porque la producción (en la forma de los administradores de las empresas) y la defensa (en la forma de los militares) tenían asientos en la mesa donde se tomaban las decisiones sobre cómo responder a shocks imprevistos. Debido al carácter de arriba-a-abajo del modo de producción soviético, la clase obrera no tenía un asiento en ese lugar donde se tomaban las decisiones, pero debido al pleno empleo, la clase obrera aún poseía un poder de negociación significativo y que podía demostrar tanto individual como colectivamente.
La forma en que se resolvería este conflicto fue probablemente telegrafiada, al menos inicialmente, por la decisión de 1962 de reducir el consumo de la clase trabajadora aumentando los precios y los impuestos. La Unión Soviética estaba dando la espalda al esfuerzo por realizar la base técnico-material del comunismo precisamente porque la realización de la base técnico-material del comunismo, es decir, la reducción de las horas de trabajo, amenazaba a la gestión centralizada de arriba-a-abajo de la sociedad que había resultado ser tan impresionante en las primeras fases de desarrollo de las fuerzas productivas.
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Al menos en teoría, para mantener su control sobre la producción, el grupo privilegiado de funcionarios, que operaba esencialmente como “una clase dominante que se apropia de los excedentes”, tuvo que retroceder en la reducción de las horas de trabajo y, en última instancia, del comunismo mismo, porque esto implicaba efectivamente que la clase trabajadora tuviese un mayor control sobre la producción. Además, permítaseme enfatizar que este estrato gobernante tenía que ir más allá de simplemente mantener su posición privilegiada en la producción. Para mantener realmente su control sobre la producción, este estrato tenía que convertirse en una clase dominante; tenían que convertirse en explotadores de la clase trabajadora por derecho propio.
Yeltsin y su equipo no desafiaron las reformas de Gorbachov. Esas reformas estaban destinadas esencialmente a intensificar la explotación de los trabajadores soviéticos. Lo que hicieron Yeltsin y su equipo fue llevar las reformas de Gorbachov a su conclusión última: el colapso del modo de producción soviético.