Cómo es que el argumento de un solo economista ayudó a matar a la Unión Soviética

 por Jehu

Al castellano: Non Lavoro

https://therealmovement.wordpress.com/2017/11/17/how-the-argument-of-one-economist-helped-kill-the-soviet-union/


(Continuación de la primera parte )

Obviamente, la Unión Soviética nunca logró convertirse en una sociedad plenamente comunista, pero lo que no está claro es por qué no logró su objetivo y por qué colapsó posteriormente. Moishe Postone ha sugerido que el colapso de la Unión Soviética debe verse en el contexto del fracaso global del movimiento obrero después de 1970 aproximadamente. Esto tiene sentido, pero es solo una sugerencia, no una explicación. Sugiere que las mismas fuerzas que llevaron al neoliberalismo en Occidente también actuaron dentro de la Unión Soviética, aunque quizás de forma diferente.

Lo que sabemos son los hechos históricos: primero, Jrushchov fue reemplazado por Brezhnev y el objetivo del comunismo para 1980 parece haber desaparecido de la bibliografía poco después de esto. En segundo lugar, entre 1961, cuando la CIA redactó su informe, y 1968, cuando estaba programado que la URSS redujera las horas de trabajo a 30-35 horas por semana, no se produjo ninguna reducción sustancial. Se propusieron varios objetivos para la reducción de la jornada laboral, pero entre 1961 y 1989 las horas de trabajo en la Unión Soviética se mantuvieron al parecer más o menos en las 40 horas. La semana laboral se redujo de 6 días a 5 días, pero la jornada laboral se incrementó de 7 a 8,5 horas. Este cambio en el patrón de horas de trabajo parece reflejar el deseo de los soviéticos de maximizar la producción, y no de reducir las horas totales de trabajo de la clase trabajadora.

La historia de cómo este cambio pudo haber llevado al colapso de la Unión Soviética probablemente nunca se ha contado, hasta ahora.

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Segunda parte

En 1989, antes de una reunión de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Abel G. Aganbegyan, un importante asesor económico de Gorbachov y uno de los arquitectos de la Perestroika, habló sobre los esfuerzos para reformar la economía soviética. La situación económica y política era terrible, en unos meses la Unión Soviética desaparecería para siempre. La gravedad de la situación fue totalmente evidente en el discurso que pronunció Aganbegyan esa noche:

“Debemos reconocer con tristeza que el nivel de vida de nuestro pueblo no se corresponde con la posición de nuestro país en el mundo, su poderío industrial, el nivel de desarrollo de su ciencia y tecnología y el nivel de educación generalmente alto de su población. Nuestra gente vive peor de lo que podría. Los últimos 15 a 20 años antes de la perestroika, los años de estancamiento, fueron particularmente desfavorables. Durante ese período, más de la mitad del producto nacional bruto se destinó a inversiones de capital – lo cual es excesivo para nuestro país –  inversiones destinadas a poner en producción cada vez más recursos, para una cada vez mayor expansión de la producción. Además, hubo grandes aportaciones militares. Por otro lado, solo una pequeña parte del producto nacional bruto se destina al consumo de la población, en particular al consumo personal.”

En solo treinta cortos años, la Unión Soviética había pasado de imaginar una sociedad comunista completamente desarrollada, a estar en su lecho de muerte. ¿Cómo habían tomado las cosas un giro tan terrible para el pueblo soviético? Según Abel G. Aganbegyan, esta terrible situación fue el resultado de dos décadas de sobreinversión en el sector de capital de la economía:

“En el pasado, nuestra economía se desarrollaba principalmente por medios extensivos, mediante la aplicación de recursos productivos adicionales, y la atención se dirigía principalmente hacia la dimensión de la producción, hacia la expansión de la esfera de la producción, mientras que ahora queremos volver a los métodos intensivos y desarrollarnos  mejorando la eficiencia y la calidad, haciendo de la revolución tecnológica la fuente clave del desarrollo. Nuestro nivel de vida dependerá en última instancia de qué tan bien podamos aumentar la eficacia y la productividad del trabajo”.

La descripción de Aganbegyan de los problemas de la economía soviética suena muy similar a los problemas que los analistas de la CIA predijeron que enfrentaría la Unión Soviética a medida que siguiera reduciendo las horas de trabajo. En el primer y segundo período de la reducción de horas de trabajo, escribieron los analistas de la CIA, la economía soviética había aprovechado la fruta madura colgando del árbol, en la forma de reservas de mano de obra que podían movilizarse: el excedente de trabajadores acumulados en las empresas, y mujeres y jóvenes que aún no estaban ingresando a la fuerza laboral.

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En el tercer período, sin embargo, los analistas predijeron que los soviéticos ya no podrían depender de sus reservas de trabajo para mantener o aumentar los objetivos de producción planificados. Para mantener el ritmo de expansión de la producción mientras se reducían las horas de trabajo, los soviéticos tendrían que aumentar el empleo de máquinas mejoradas en lugar del trabajo vivo:

“Aunque el aumento del ocio obtenido por el trabajador-consumidor soviético durante 1956-60 puede haber sido “gratuito” o “de bajo costo” en términos de la producción potencial perdida, este resultado parece haber sido singular, ocasionado por la existencia de considerables “reservas internas” en muchas empresas soviéticas y por las dificultades (costos) a corto plazo de convertir estas reservas en una mayor producción física. El costo de las nuevas reducciones de horas durante 1964-68, en términos de la producción perdida, probablemente será mucho más alto y podría representar los costos de cumplir una meta comunista a largo plazo o, alternativamente, los costos de mantener una “combinación” planificada de la producción física en la que los bienes de consumo tienen una prioridad relativamente baja. La mayor reducción de horas sin la consiguiente reducción de los ingresos semanales reales, por lo tanto, puede depender fuertemente de la introducción exitosa de nueva tecnología y de la habilidad del sistema de administración planificada soviética de instalar nuevo equipamiento y de usar las nuevas técnicas de manera eficiente.”

Esto es coherente con la predicción de Marx en El Capital, volumen uno, capítulo 15 de que, en cierto punto, exprimir más la producción de la fuerza de trabajo requeriría la introducción de nuevas tecnologías. La reducción de las horas de trabajo de 41 horas en 1961 a 30 o 35 horas en 1968 requería acelerar el desarrollo de las fuerzas productivas: acelerar la automatización y la sustitución del trabajo vivo por máquinas en la producción de mercancías. Para mantener el ritmo de la reducción de las horas de trabajo como lo exigía el programa de 1961, el mecanismo económico soviético tendría que acelerar, no disminuir, la inversión de capital.

Según Aganbegyan, gran parte del desastre que amenazó a la existencia misma de la Unión Soviética fue el resultado de una economía planificada que enfatizó la expansión constante de los medios de producción a expensas del consumo social. Lo que Aganbegyan no advirtió en su conferencia de esa noche fue el papel que él personalmente había desempeñado en forzar el desarrollo de la Unión Soviética en esa dirección.

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En 1960, los soviéticos se embarcaron en un plan que, de tener éxito, habría reducido las horas de trabajo de 41 horas a la semana a 30-35 horas a la semana para 1968, incluso con la duplicación con creces del salario mínimo desde 250 rublos a 600 rublos. Los líderes soviéticos, como Jrushchov, hablaron abiertamente de una jornada laboral de no más de 3-4 horas para 1980, más de cinco décadas antes de la predicción de Keynes de una jornada de tres horas para 2030.

Lo que Aganbegyan se olvidó de decirle a la audiencia que oía su presentación es que él, personalmente, había escrito un importante artículo económico que ayudó a justificar la ruptura de este compromiso con el tiempo libre en favor de un programa económico que comprometía a la economía soviética a maximizar la producción, en vez del comunismo. El desastre del que habló el Dr. Aganbegyan esa noche fue uno al que él ayudó a contribuir, y para el que él recetó más de la misma medicina:

“Nuestro nivel de vida dependerá en última instancia de qué tan bien podamos aumentar la eficacia y la productividad del trabajo”.

Afortunadamente, el papel de Aganbegyan en el desastre que finalmente condujo al colapso de la Unión Soviética se detalla y se conserva en un artículo de David W. Bronson escrito en 1968, “La experiencia soviética con la reducción de la semana laboral”. En ese artículo, Bronson vuelve al tema original del análisis de la CIA de 1961, la reducción de las horas de trabajo en la Unión Soviética y la idea que planteó Jrushchov de que el comunismo sería realizable para 1980.

El artículo encontró que los esfuerzos para reducir las horas de trabajo habían flaqueado y se detuvieron por completo después de 1961. Se hicieron algunos esfuerzos para reducir el número de días trabajados por semana, de seis a cinco, pero este cambio se logró sin una reducción de las horas de trabajo. En lugar de una semana laboral de 6 días y 41 horas, la URSS pasó a una semana laboral de 5 días y 8 horas diarias, lo que deja el total de horas casi sin cambios. Bronson señaló perspicazmente que este cambio reflejaba “el tácito abandono de una doctrina soviética de larga data, que preveía una jornada laboral y una semana laboral cada vez más cortas”.

Si bien la Unión Soviética nunca admitió realmente que la reducción de las horas de trabajo ya no era el objetivo de su plan de desarrollo, este cambio fundamental de rumbo de hecho sí se había producido.

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Según Bronson (1968), el motivo para pasar a una semana laboral de cinco días sin cambiar el número total de horas era simplemente porque el sexto día de trabajo era generalmente de menor calidad en términos de producción:

“La menor productividad con la semana laboral de 6 días se debía, en parte, a una pérdida del tiempo de trabajo del 15 al 20 por ciento por detenciones de la maquinaria, la ausencia laboral, etc. El nuevo horario, que supuestamente ha reducido estas pérdidas a la mitad, ataca el problema reduciendo el número de períodos de trabajo en los que el tiempo perdido es mayor: la puesta en marcha y la parada, los turnos de sábado y de noche.

“Las primeras y últimas horas de la jornada laboral tienden a ser las menos productivas, según los soviéticos. En un taller de máquinas en los Urales, por ejemplo, más del 40 por ciento de todo el tiempo perdido durante el turno normal de 7 horas ocurría durante el período de puesta en marcha y  de cierre. Algunos trabajadores llegaban tarde, otros se iban  temprano, las máquinas necesitaban suministros, se requería algo de tiempo para que el proceso de producción alcanzara la máxima velocidad y durante la última hora algunos trabajadores mantenían el ojo en el reloj. Bajo el nuevo horario, el tiempo de inicio y cierre se reduce en 1/6 (mediante la reducción de 6 a 5 días laborales por semana) sin afectar el tiempo total de trabajo”.

Los planificadores soviéticos descubrieron que los turnos de sábado y de noche contribuían a una serie de problemas laborales, incluidos el ausentismo, la fatiga, los retrasos o paros laborales, problemas de programación relacionados con ciertas prohibiciones sobre cuándo podían trabajar las mujeres y los jóvenes, pérdidas  debidas al tiempo de inactividad de las máquinas, y a la preferencia  de los trabajadores a tener más días libres consecutivos. Los economistas concluyeron que si el total de horas de trabajo se mantuviera aproximadamente constante (40 horas durante 5 días, en lugar de 41 horas durante 6 días), se podría exprimir más trabajo  al trabajador durante menos días de trabajo.

Sin embargo, y enmarcado de esta manera, el objetivo de la reducción del tiempo de trabajo también fue sutilmente redefinido: la Unión Soviética ya no apuntaba a alcanzar las horas de trabajo más cortas del mundo; en cambio, se estaba considerando la reducción de la jornada laboral principalmente desde el punto de vista del aumento de la producción y la productividad laboral. Así, según Bronson, la reducción de los días de trabajo a la semana no tenía como objetivo liberar a los trabajadores del trabajo, sino de aumentar su productividad:

“El Plan de Siete Años de Jrushchov especificaba que se recortaría una hora adicional de la semana laboral en 1962. El Plan también establecía que el cambio a una semana laboral de 35 horas se lograría “en los próximos 10 años”, y que la semana laboral sería reducida aún más durante la década siguiente. A pesar de estas promesas, no se han producido reducciones en el tiempo de trabajo programado desde 1960. En lugar de poner su énfasis en acortar las horas de trabajo, los economistas soviéticos, a principios de la década de 1960, dirigieron sus escritos más a la duración óptima de la jornada laboral y a la programación del tiempo de trabajo”.

Según el programa original de reducción de horas laborales, la semana laboral debería haber sido de 5 a 10 horas más corta en 1968 de lo que realmente era. En cambio, los planificadores se afanaron en el intento de establecer la duración “óptima” de la jornada laboral, que, como era de esperar, era prácticamente la misma que las horas reales. Los economistas soviéticos propusieron una serie de teorías falsas sobre por qué una semana laboral de 8 horas y 5 días era la duración óptima para la producción.

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Abel G. Aganbegyan escribió un artículo en el que argumentó que la semana laboral de 8 horas y cinco días era el horario ideal para maximizar la producción:

“El profesor Abel G. Aganbegyan, uno de los economistas soviéticos de la nueva generación, argumenta a favor de la optimización de una jornada laboral de 8 horas únicamente por sus ventajas de productividad y bienestar. Sostiene que la producción adicional que se obtiene trabajando más de 8 horas diarias es muy pequeña, mientras que la reducción de la producción en jornadas laborales de 6 o 7 horas de duración es bastante sustancial. Por tanto, la reducción de la duración de la jornada laboral implicará inevitablemente sacrificar los ingresos reales por un mayor ocio. En 1966, otro economista soviético declaró que en el nivel actual no es conveniente buscar un acortamiento de la jornada laboral … en el futuro, la jornada laboral normal será de 6 a 8 horas y la reducción del tiempo de trabajo probablemente se producirá en forma de más feriados y vacaciones más largas “.

Se había producido un cambio general y sutil de énfasis en la forma en que los planificadores soviéticos evaluaban las horas de trabajo:

“Los economistas soviéticos empezaron a preocuparse por el costo en términos de la producción perdida de las nuevas reducciones en el tiempo de trabajo por persona. Sin duda, esta preocupación se reflejó en la decisión del liderazgo de dejar de lado la reducción programada del tiempo de trabajo y abandonar, al menos temporalmente, el objetivo de instituir la jornada laboral más corta del mundo. La preocupación de los economistas por la producción también se reflejó en el esfuerzo por elegir un programa que maximizara la producción para una duración determinada de la semana laboral. Este esfuerzo se basa en el análisis soviético de experimentos con la semana laboral de 5 días que se han realizado durante diez años”.

Las horas de trabajo se estaban eligiendo no para maximizar el tiempo libre de los productores sociales y como un camino hacia una sociedad plenamente comunista, como se había argumentado al menos anteriormente, sino para maximizar la producción del producto excedente por sobre las necesidades de los productores.

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Si Bronson tiene razón en su evaluación de 1968 de que se trataba de “el tácito abandono de una doctrina soviética de larga data, que preveía una jornada laboral y una semana laboral cada vez más cortas”, ese abandono puede explicar por qué la Unión Soviética colapsó dos décadas después.

Pasaré a esta idea en la última parte de esta serie.