Fracaso:
Comunización, la historia de una teoría del futuro

Jasper Bernes

Al castellano: Non Lavoro

https://jasperbernes.substack.com/p/failure


Parte 2
[de una serie iniciada aquí ]

10 de diciembre de 2020

La otra cosa que quería decir sobre la comunización ya la insinué en la anterior publicación, pero merece su propia exposición. La comunización sigue siendo relevante para nosotros no porque sea el pensamiento de la ola revolucionaria del 68, sino porque es el pensamiento que más ha intentado aceptar el fracaso del 68, y en particular de las teorías que propuso. Esto es difícil para los lectores estadounidenses, o al menos lo fue para mí, porque estamos acostumbrados a pensar en mayo del 68 y su complemento global como una especie de triunfo, ni una victoria ni una culminación, sino la apertura de una puerta al futuro, o al menos sexy y divertida, si es que un poco vergonzosa, como una película de Godard del período maoísta.

La tendencia de la comunización es interesante porque consideró el 68 desde un inicio como un fracaso, y uno que de hecho puso a prueba, y halló en extremo carente, a la teoría más avanzada de su época, la fase tardía de la Internacional Situacionista. Fue, como lo aprendieron participando y pensando en las consecuencias de su participación, “el clímax de una onda expansiva que se extinguió hacia el 72-74”. Pero ese conocimiento tuvo un precio, aparentemente, y la historia de la tendencia en los años 70 muestra a sus participantes luchando con el peso de un pesimismo aislante mientras el resto de la izquierda avanzaba distraída. No se veía a sí misma, o así aparece en los documentos que nos quedan, a la cabeza de un nuevo y glorioso movimiento, sino que se enfrenta a una serie de enigmas desconcertantes que sólo ahora se están resolviendo en teoría, mientras que los intentos de superarlos en la práctica son en mayor o menor medida nuestro nuevo repertorio táctico y horizonte estratégico. Esta es la razón por la que este pensamiento sigue vivo hoy, mientras que los demás vástagos de 1968 son ejercicios en gran parte estériles en diagramas de pizarra althusserianos. Cito aquí un largo pasaje de una reflexión sobre este período, compuesta a fines de la década de 1970, que ofrece el singular sabor de esta crítica:

La explosión no se produjo ni en los sectores más modernos del mundo industrializado ni en los con mayores dificultades, sino donde el auge de los veinte años anteriores se adaptó menos a las condiciones nacionales. Entre 1954 y 1974, la proporción de trabajadores asalariados en la población francesa pasó del 62% al 81% (este aumento afectó a los empleados, técnicos y mandos medios que integraban las nuevas clases medias). Fuimos testigos de la fusión de violentas demandas obreras y de aspiraciones estudiantiles antiautoritarias y antirrepresivas que pronto se extendieron a buena parte de las nuevas clases medias. El movimiento también fue anti-cultural en tanto que la cultura conformaba una caja de seguridad y era lo opuesto a la creatividad. Revivió así el rechazo del arte y la cultura que había aparecido alrededor de 1914-18.

Mayo del 68 fue más que una división entre los sindicatos y los partidos por un lado, y una gran cantidad de trabajadores por el otro. También fue una demanda por la existencia, que en la ausencia en la práctica de una ruptura social, aparecía más como expresión que como acción. La gente quería comunicarse, hablar, decir lo que no se podía hacer. El rechazo del pasado no logró darse un contenido y, por tanto, un presente. Las consignas: «Creo en la realidad de mis deseos», «Bajo los adoquines, la playa», hacían referencia a una posibilidad diferente, pero que, para ser posible, presuponía. . . una revolución. En su ausencia, esta exigencia solo podría convertirse en adaptación o locura. Los temas de mayo tomaron la forma de exhortaciones, reemplazando la culpa decimonónica por el imperativo del placer.

Efectivamente, aparte de una débil minoría, los trabajadores, la burguesía, la mayoría de los «manifestantes» y el Estado, en fin, todos, actuaron como si hubiera un «pacto implícito» que prohibía a todos ir demasiado lejos. Signo de su limitación: la gente no se atrevió, ni siquiera quiso hacer una revolución, ni siquiera iniciarla. Signo de fuerza: la gente rechazó el juego político de una pseudo-revolución, pues una real solo podía ser algo total. Incluso en la rue Gay-Lussac la violencia se mantuvo bastante alejada de la violencia de la clase trabajadora antes de 1914, o la que se vio en los Estados Unidos en los años treinta. Los enfrentamientos entre trabajadores y sindicatos fueron menos brutales que en el pasado, por ejemplo los de Renault en 1947.

En las fábricas de 1968 apenas se encontraba el ambiente festivo de 1936. La gente sentía que había sucedido algo que podía ir más lejos pero que evitaba hacerlo. La atmósfera de gravedad que reinaba iba acompañada de un resentimiento contra los sindicatos, chivo expiatorio conveniente, mientras que sólo podían mantener el control a través del comportamiento de las bases. La alegría estaba en otra parte, en las calles. Por eso, mayo del 68 no pudo reproducir ni conducir a un retorno revolucionario durante los años siguientes. El movimiento generó un reformismo que se alimentó de la neutralización de sus aspectos más virulentos. La historia no pasa el plato por segunda vez.

El conocimiento de este “pacto implícito”, el conocimiento del hecho de que 1968 no había sido traicionado por los sindicatos, ni derrotado por el Estado, ni debilitado por los reaccionarios, sino vaciado desde adentro, era un peso difícil de soportar, especialmente cuando todos los demás insistían en ver las cosas en alza, imaginándose llevados hacia el horizonte por el viento del este. Esto es lo que pueden ellos ver, y lo que otros no pueden, en las luchas de su tiempo:

Curiosamente, en un momento en que la gente hablaba tanto de gestión, se veía que los trabajadores se desvinculaban de toda la administración de la huelga. Abandonar el control de las fábricas a los sindicatos era un signo de debilidad, pero también del hecho de que eran conscientes de que el problema estaba en otra parte. Cinco años después, en 1973, en una gran huelga en Laval, los trabajadores simplemente abandonaron la fábrica durante tres semanas. Como la «despolitización» de la que tanto se ha hablado, esta pérdida de interés en la empresa, en el trabajo y en su reorganización, es ambivalente, y no puede interpretarse sino en relación con todo lo demás. El comunismo ciertamente estuvo presente en 1968, pero sólo en relieve, en negativo. En Nantes en 1968, y luego en SEAT en Barcelona (1971) o Quebec (1972), los huelguistas se apoderarían de distritos o ciudades, llegarían a tomarse las estaciones de radio, pero nada sacarían de ello: la auto-organización de los proletarios «es posible, pero a la vez, no tienen nada que organizar» (Théorie communiste, n° 4, 1981, p. 21)

En retrospectiva, sin embargo, parecen cuerdos mientras que los demás parecen locos, pues las preguntas que plantearon eran tan simples y prácticas que es asombroso que nadie más las hiciera. ¿Por qué, si el comunismo es simplemente la autoorganización de los trabajadores, los trabajadores no se apoderaron simplemente de lo que tenían a mano? ¿Por qué la indiferencia hacia los asuntos prácticos de la revolución?:

El panfleto Que faire?, del que se reeditaron y distribuyeron unos 100.000 ejemplares, recomendaba lo que debía hacer el movimiento para ir más allá, o incluso simplemente para continuar: tomar una serie de medidas sencillas que rompieran con la lógica capitalista para que la huelga pudiera mostrar su capacidad para hacer que la sociedad funcione de manera diferente; satisfacer las necesidades sociales (lo que atraería a los vacilantes y a la clase media que estaban preocupados por la violencia – producto de un punto muerto, una reacción impotente ante un callejón sin salida) mediante la provisión gratuita de transporte, atención médica, alimentos, a través de la gestión colectiva de los centros de distribución, mediante la huelga de pagos (de alquiler, impuestos, facturas); y demostrar que la burguesía y el estado son inútiles.

El comunismo solo estuvo presente en 1968 como una visión. Incluso los trabajadores hostiles a los sindicatos no dieron el siguiente paso, siendo los elementos revolucionarios entre ellos la excepción más que la regla. Una prueba adicional de debilidad fue la confusión que rodeó el mitin de Charléty a finales de mayo. Charléty fue un intento político de ir más allá, a través de una extensión del movimiento social a nivel del poder estatal. Charléty era donde se encontraban muchos de los izquierdistas, pero también la izquierda de los sindicatos (en particular la CFDT), y donde también vimos a una celebridad que la gente recientemente había querido hacer héroe nacional, el De Gaulle de la izquierda: Mendès-France. Charléty fue la cúspide de la conciencia y el realismo político que evidenciaba el «movimiento de mayo». Por un lado, el sueño: los consejos. Por otro, la realidad: un gobierno reformador verdadero, donde muchos se veían a sí mismos desempeñando el papel de Lenin ante este Mendès-Kerensky. Hoy podemos sonreír, pero si la solución de Mendès hubiera triunfado, muchos manifestantes la habrían apoyado. Un año después, dos jóvenes trabajadores que elaboraron un panfleto con La Vieille Taupe recordando el alcance revolucionario de mayo del 68, afirmaron: «No olvidaremos a Charléty». . . En 1981, la elección de un presidente socialista, Mitterand, realizaría finalmente las esperanzas de Charléty»

Nuevamente, están haciendo preguntas que otros simplemente no harían. También ocurre que, en mi opinión, los escritores involucrados con la tendencia a la comunización no habían desarrollado completamente su comprensión de este “pacto implícito”. Lo vieron, lo reconocieron, notaron algunas de sus implicaciones para la teoría, pero de ninguna manera habían elaborado esas implicaciones por completo, y mucho menos las habían convertido en un argumento convincente. De hecho, en mi opinión, solo ha sido en las décadas de 2000 y 2010 que ha surgido tal argumento, en el segundo período de la teoría de la comunización. Pero la razón para esta continuidad indica una continuidad en el mundo real, tanto en la historia como en la teoría. No hay solución en la teoría que no sea también una solución en la práctica, al menos na solución que importe. La comunización vuelve como una temática, no se va simplemente con los 70s, porque la problemática que esta corriente identifica en 1968 sigue reimponiéndose en cada lucha subsiguiente, invitando así a un intento de volver a formular una mejor respuesta.

En el documento que acabo de citar, “Recopilando nuestro pasado”, del colectivo La Banquise, que incluía a Dauve pero también ofrecía una crítica de los artículos que había escrito para Mouvement Communiste (los que conocemos como Declive y resurgimiento…) la problemática es expresada como una curiosa mezcla de aceptación y rechazo:

En la voluntad de ir a la huelga de masas había una negativa; en la forma de hacer esa huelga, y en particular de cederla a los sindicatos, sólo para rebelarse contra ellos al final, cuando la habían frustrado, había una aceptación.

Reconozco esta combinación de aceptación y rechazo en las luchas más importantes de los 50 años transcurridos desde entonces, y que trastocaron nuestras nociones de reforma, insurrección, movimiento social y revolución. Esta publicación no puede resumir la respuesta completa a esta problemática — eso será para otro día, o para un ensayo formal — y por supuesto, todavía hay mucho del 68 global que queda sin respuesta, mucho que solo se puede responder con la superación práctica de los impases que dicho momento deja.

Es intrigante para mí, sin embargo, y necesito saber un poco más sobre el enredo de estos grupos, que La Banquise cite a Theorie Communiste desde 1981, justo antes de que intenten explicar el misterio que presentó el 68. Esto es significativo porque TC, al desarrollar una articulación distinta que la de Gilles Dauve, es quien en mi opinión comienza a trabajar en una posible respuesta a este enigma, aunque la mayoría de los ensayos que mejor lo hacen son de la década de 2000 o posteriores.

Todos los problemas actuales de la aprehensión de la revolución, y que se encuentran en mayor o menor medida en todas las teorizaciones que se hacen, se derivan de que el proletariado ya no puede oponer al capital con lo que está dentro del modo de producción capitalista, o más bien, ya no puede hacer de la revolución el triunfo de lo existente. . . » (Théorie Communiste, n ° 4, 1981, p. 37)

Es una formulación gnómica, y Theorie Communiste no se volverá mucho más claro  a medida que la vayan mejorando. Pero si queremos pasar a la llanura abierta, tendremos que cruzar esos Alpes. Eso lo dejo para otra publicación.

[Continúa en la parte 3]