Una profecía autocumplida: Colapso sistémico y simulación pandémica

Por Fabio Vighi

Al castellano: @aederean

https://thephilosophicalsalon.com/a-self-fulfilling-prophecy-systemic-collapse-and-pandemic-simulation/


Un año y medio después del arribo del virus, hay quienes pueden estar comenzado a preguntarse por qué las élites gobernantes, generalmente inescrupulosas, decidieron congelar la máquina lucrativa mundial frente a un patógeno que apunta casi exclusivamente a los improductivos (mayores de 80 años). ¿Por qué todo este fervor humanitario? ¿Cui bono? Sólo aquellos que no estén familiarizados con las maravillosas aventuras del capitalismo global pueden engañarse pensando que el sistema decidió cerrar por compasión. Seamos claros desde el principio: a los grandes depredadores del petróleo, las armas y las vacunas, la humanidad no podría importarles menos.

Sigue el dinero

Antes del Covid, la economía mundial estaba al borde de otro colapso colosal. Esta es una breve crónica de cómo la presión se fue acumulando:

Junio ​​de 2019 : En su Informe Económico Anual, el Banco de Pagos Internacionales (BPI), con sede en Suiza, el “Banco Central de todos los bancos centrales”, hace sonar las alarmas internacionales. El documento destaca el “sobrecalentamiento […] en el mercado de préstamos apalancados”, donde “los estándares crediticios se han estado deteriorando” y “las obligaciones de préstamos garantizados [collateralized loan obligations; CLO] han aumentado, lo que recuerda el fuerte aumento de las obligaciones de deuda garantizada [collateralized debt obligations; CDO] que amplificó la crisis subprime [en 2008]”. En pocas palabras, el vientre de la industria financiera está nuevamente lleno de basura.

9 de agosto de 2019 : El BPI publica un documento de trabajo en el que hace un llamado a “medidas de política monetaria no convencionales” para “aislar a la economía real de un mayor deterioro de las condiciones financieras”. El documento indica que, al ofrecer “crédito directo a la economía” durante una crisis, los préstamos del banco central “pueden reemplazar a los bancos comerciales en la concesión de préstamos a las empresas”.

15 de agosto de 2019: Blackrock Inc., el fondo de inversión más poderoso del mundo (que administra alrededor de U$ 7 billones [trillions] en fondos de acciones y bonos), publica un informe oficial titulado Lidiando con la próxima recesión. Esencialmente, el documento instruye a la Reserva Federal de EE. UU. a inyectar liquidez directamente en el sistema financiero para evitar “una desaceleración dramática”. Nuevamente, el mensaje es inequívoco: “Se necesita una respuesta sin precedentes cuando la política monetaria está agotada y la política fiscal por sí sola no es suficiente. Esa respuesta probablemente implicará ‘ir directo’ [‘going direct’]”: “encontrar formas de hacer que el dinero del banco central llegue directamente a manos de los gastadores del sector público y privado” mientras se evita la “hiperinflación”. Los ejemplos incluyen la República de Weimar en la década de 1920, así como Argentina y Zimbabue más recientemente”.

22-24 de agosto de 2019 : Los banqueros centrales del G7 se reúnen en Jackson Hole, Wyoming, para discutir el informe de BlackRock junto con las medidas urgentes para evitar el colapso inminente. En las proféticas palabras de James Bullard, presidente de la Reserva Federal de St Louis: “Tenemos que dejar de pensar simplemente que el próximo año las cosas van a ser normales”.

15 y 16 de septiembre de 2019 : La recesión se inaugura oficialmente con un aumento repentino en las tasas de recompra (del 2 % al 10,5 %). ‘Repo’ es la abreviatura de ‘acuerdo de recompra’, un contrato en el que los fondos de inversión prestan dinero contra activos colaterales (normalmente valores del Tesoro). En el momento del canje, los operadores financieros (los bancos) se comprometen a recomprar los activos a un precio superior, normalmente de un día para otro. En resumen, los repos son préstamos garantizados a corto plazo. Son la principal fuente de financiación para los comerciantes en la mayoría de los mercados, especialmente en la galaxia de derivados. La falta de liquidez en el mercado de repos puede tener un efecto dominó devastador en todos los principales sectores financieros.

17 de septiembre de 2019 : La Fed inicia el programa monetario de emergencia, inyectando cientos de miles de millones [billions] de dólares por semana en Wall Street, ejecutando de manera efectiva el plan de BlackRock de “ir directo”. (Como era de esperar, en marzo de 2020 la Fed contratará a BlackRock para administrar el paquete de rescate en respuesta a la ‘crisis de COVID-19’).

19 de septiembre de 2019 : Donald Trump firma la Orden Ejecutiva 13887, que establece un Grupo de Trabajo Nacional para la Vacuna contra la Influenza [National Influenza Vaccine Task Force] cuyo objetivo es desarrollar un “plan nacional de 5 años para promover el uso más ágil y escalable de tecnologías de fabricación de vacunas y para acelerar el desarrollo de vacunas que protegen contra muchos o todos los virus de la influenza”. Esto es para contrarrestar “una pandemia de influenza”, que, “a diferencia de la influenza estacional […] tiene el potencial de propagarse rápidamente por todo el mundo, infectar a un mayor número de personas y causar altas tasas de enfermedad y muerte en poblaciones que carecen de inmunidad previa”. Como adivinó alguien, la pandemia era inminente, mientras que en Europa también estaban en marcha los preparativos (ver aquí y aquí).

18 de octubre de 2019 : En Nueva York, se simula una pandemia zoonótica global durante el Evento 201, un ejercicio estratégico coordinado por el Centro de Bioseguridad Johns Hopkins y la Fundación Bill y Melinda Gates.

21-24 de enero de 2020 : La reunión anual del Foro Económico Mundial se lleva a cabo en Davos, Suiza, donde se discuten tanto la economía como las vacunas.

23 de enero de 2020 : China cierra Wuhan y otras ciudades de la provincia de Hubei.

11 de marzo de 2020 : El director general de la OMS califica al Covid-19 de pandemia. El resto es historia.

Unir los puntos es un ejercicio bastante simple. Si lo hacemos, podríamos ver surgir un esquema narrativo bien definido, cuyo breve resumen dice lo siguiente: los cierres y la suspensión global de las transacciones económicas tenían como objetivo 1) Permitir que la Reserva Federal inunde los mercados financieros en dificultades con dinero recién impreso mientras la hiperinflación se aplaza; y 2) Introducir programas de vacunación masiva y pasaportes sanitarios como pilares de un régimen neofeudal de acumulación capitalista. Como veremos, los dos objetivos se funden en uno.

En 2019, la economía mundial estuvo plagada de la misma enfermedad que había causado la crisis crediticia de 2008. Se sofocaba bajo una montaña insostenible de deuda. Muchas empresas públicas no podían generar suficientes ganancias para cubrir los pagos de intereses de sus propias deudas y solo se mantenían a flote tomando nuevos préstamos. Las ’empresas zombis’ (con una baja rentabilidad interanual, un volumen de negocios en descenso, márgenes reducidos, flujo de caja limitado y balance general muy apalancado) estaban aumentando en todas partes. El colapso del mercado de repos de septiembre de 2019 debe situarse dentro de este frágil contexto económico.

Cuando el aire está saturado de materiales inflamables, cualquier chispa puede provocar la explosión. Y en el mágico mundo de las finanzas, tout se tient: el aleteo de una mariposa en un sector determinado puede hacer que todo el castillo de naipes se derrumbe. En los mercados financieros impulsados ​​por préstamos baratos, cualquier aumento en las tasas de interés es potencialmente un cataclismo para los bancos, los fondos de cobertura, los fondos de pensiones y todo el mercado de bonos del gobierno, porque el costo de los préstamos aumenta y la liquidez se agota. Esto es lo que sucedió con el ‘repocalipsis’ de septiembre de 2019: las tasas de interés se dispararon al 10,5% en cuestión de horas, se desató el pánico que afectó a futuros, opciones, divisas y otros mercados donde los comerciantes apostaron endeudándose en repos. La única forma de desactivar el contagio era arrojar tanta liquidez como fuera necesario al sistema, como helicópteros que arrojan miles de galones de agua en un incendio forestal. Entre septiembre de 2019 y marzo de 2020, la Fed inyectó más de 9 billones [trillion] de dólares al sistema bancario, equivalente a más del 40% del PIB estadounidense.

Por lo tanto, la narrativa dominante debería revertirse: el mercado de valores no colapsó (en marzo de 2020) porque hubo que imponer confinamientos; más bien, hubo que imponer confinamientos porque los mercados financieros se estaban derrumbando. Con los confinamientos vino la suspensión de las transacciones comerciales, lo que drenó la demanda de crédito y detuvo el contagio. En otras palabras, la reestructuración de la arquitectura financiera a través de una política monetaria extraordinaria estaba supeditada a que se apagara el motor de la economía. Si la enorme masa de liquidez inyectada en el sector financiero hubiera llegado a las transacciones en tierra, se habría desatado un tsunami monetario de consecuencias catastróficas.

Como afirma la economista Ellen Brown, se trataba de “otro rescate”, pero esta vez “al amparo de un virus”. De manera similar, John Titus y Catherine Austin Fitts señalaron que la “varita mágica” del COVID-19 permitió a la Fed ejecutar el plan de BlackRock de “ir directo”, literalmente: llevó a cabo una compra sin precedentes de bonos del gobierno, mientras que, en una escala infinitesimalmente menor, también emitió ‘préstamos COVID’ respaldados por el gobierno a las empresas. En resumen, sólo un coma económico inducido proporcionaría a la Fed el espacio para desactivar la bomba de relojería en el sector financiero. Protegido por la histeria colectiva, el banco central de EE. UU. tapó los agujeros en el mercado de préstamos interbancarios, esquivando la hiperinflación y el ‘Consejo de Supervisión de Estabilidad Financiera’ [Financial Stability Oversight Council] (la agencia federal para monitorear el riesgo financiero, creada después del colapso de 2008), como se analiza aquí. Sin embargo, el plan de “ir directo” debe enmarcarse también como una medida desesperada, ya que solo puede prolongar la agonía de una economía global cada vez más rehén de la impresión de dinero y de la inflación artificial de los activos financieros.

En el centro de nuestra situación se halla un callejón sin salida estructural insuperable. La financiarización apalancada con deuda es la única línea de fuga del capitalismo contemporáneo, la inevitable ruta de escape hacia adelante para un modelo reproductivo que ha llegado a su límite histórico. Los capitales se dirigen a los mercados financieros porque la economía basada en el trabajo es cada vez menos rentable. ¿Cómo llegamos a esto?

La respuesta se puede resumir de la siguiente manera: 1. La misión de la economía de generar plusvalía es tanto el impulso por explotar la fuerza de trabajo como por expulsarla de la producción. Esto es lo que Marx llamó la “contradicción en movimiento” del capitalismo. [1] Si bien constituye la esencia de nuestro modo de producción, esta contradicción hoy resulta contraproducente, convirtiendo a la economía política en un modo de devastación permanente. 2. La razón de este cambio de destino es el  fracaso objetivo de la dialéctica capital-trabajo: la aceleración sin precedentes de la automatización tecnológica desde la década de 1980 hace que se expulse de la producción más fuerza de trabajo de la que se (re)absorbe. La contracción del volumen de los salarios implica que el poder adquisitivo de una parte creciente de la población mundial está cayendo, con el endeudamiento y la miseria como consecuencias inevitables. 3. A medida que se produce menos plusvalía, el capital busca rendimientos inmediatos en el sector financiero apalancado por deuda en lugar de en la economía real o invirtiendo en sectores socialmente constructivos como la educación, la investigación y los servicios públicos.

Se concluye que el cambio de paradigma en curso es la condición necesaria para la supervivencia (distópica) del capitalismo, que ya no puede reproducirse a sí mismo a través del trabajo asalariado masivo y la utopía consumista concomitante. La agenda pandémica fue dictada, en última instancia, por la implosión sistémica: la caída de la rentabilidad de un modo de producción que la automatización desenfrenada está volviendo obsoleto. Por esta razón inmanente, el capitalismo depende cada vez más de la deuda pública, los bajos salarios, la centralización de la riqueza y el poder, el estado de emergencia permanente y las acrobacias financieras.

Si “seguimos el dinero”, veremos que el bloqueo económico maliciosamente atribuido al virus ha logrado resultados nada desdeñables, no solo en términos de ingeniería social, sino también de depredación financiera. Destacaré rápidamente cuatro de ellos.

1) Como se anticipó, ha permitido a la Fed reorganizar el sector financiero imprimiendo un flujo continuo de miles de millones [billions] de dólares de la nada; 2) Ha acelerado la extinción de las pequeñas y medianas empresas, permitiendo que los grandes grupos monopolicen los flujos comerciales; 3) Ha deprimido aún más los salarios laborales y ha facilitado importantes ahorros de capital a través del ‘trabajo inteligente’ (que es particularmente inteligente para quienes lo implementan); 4) Ha permitido el crecimiento del comercio electrónico, la explosión de las grandes tecnologías y la proliferación del farmadólar, que también incluye a la muy menospreciada industria del plástico, que ahora produce millones de mascarillas y guantes nuevos cada semana, muchos de los cuales terminan en los océanos (para deleite de los devotos del ‘green new deal’). Solo en 2020, la riqueza de los aproximadamente 2200 multimillonarios del planeta creció en U$ 1,9 billones [trillion], un aumento sin precedentes históricos. Todo ello gracias a un patógeno tan letal que, según datos oficiales, solo sobrevive el 99,8% de los infectados (ver aquí y aquí ), la mayoría de ellos sin presentar ningún síntoma.

Hacer el capitalismo de otra manera

El tema económico de la novela policíaca del Covid debe ubicarse dentro del  contexto más amplio de la transformación social. Si rascamos la superficie de la narrativa oficial, comienza a tomar forma un escenario neofeudal. Masas de consumidores cada vez más improductivos están siendo reglamentados y descartados, simplemente porque el Sr. Global ya no sabe qué hacer con ellos. Junto con los subempleados y los excluidos, las clases medias empobrecidas son ahora un problema a manejar con el garrote de los confinamientos, los toques de queda, la vacunación masiva, la propaganda y la militarización de la sociedad, y no con la zanahoria del trabajo, el consumo, la democracia participativa, los derechos sociales (reemplazados en el imaginario colectivo por los derechos civiles de las minorías) y las ‘merecidas vacaciones’.

Por lo tanto, es delirante creer que el propósito de los confinamientos es terapéutico y humanitario. ¿Cuándo se ha preocupado el capital por la gente? La indiferencia y la misantropía son los rasgos típicos del capitalismo, cuya única pasión real es la ganancia y el poder que la acompaña. Hoy, el poder capitalista se puede resumir en los nombres de los tres mayores fondos de inversión del mundo: BlackRock, Vanguard y State Street Global Advisor. Estos gigantes, ubicados en el centro de una gran galaxia de entidades financieras, administran una masa de valor cercana a la mitad del PIB mundial y son accionistas principales de alrededor del 90% de las empresas que cotizan en bolsa. A su alrededor gravitan instituciones transnacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Foro Económico Mundial, la Comisión Trilateral y el Banco de Pagos Internacionales, cuya función es coordinar el consenso dentro de la constelación financiera. Podemos asumir con seguridad que todas las decisiones estratégicas clave (económicas, políticas y militares) están al menos fuertemente influenciadas por estas élites. ¿O queremos creer que el virus los ha tomado por sorpresa? Más bien, el SARS-CoV-2 — que, por admisión del CDC y la Comisión Europea nunca se ha aislado ni purificado — es el nombre de un arma especial de guerra psicológica que se desplegó en el momento de mayor necesidad.

¿Por qué deberíamos confiar en un mega cártel farmacéutico (la OMS) que no está a cargo de la ‘salud pública’, sino de comercializar productos privados en todo el mundo a las tarifas más rentables posibles? Los problemas de salud pública se derivan de las pésimas condiciones de trabajo, la mala nutrición, la contaminación del aire, el agua y los alimentos y, sobre todo, de la pobreza rampante; sin embargo, ninguno de estos ‘patógenos’ está en la lista de preocupaciones humanitarias de la OMS. Los inmensos conflictos de intereses entre los depredadores de la industria farmacéutica, las agencias médicas nacionales y supranacionales y los cínicos ejecutores políticos son ahora un secreto a voces. No es de extrañar que el día que se catalogó al COVID-19 como pandemia, el WEF [Foro Económico Mundial], junto con la OMS, lanzaran la Plataforma de Acción Covid, una coalición de “protección de la vida” dirigida por más de 1000 de las empresas privadas más poderosas del mundo.

A la camarilla que dirige la orquesta de la emergencia sanitaria lo único que le importa es alimentar la máquina lucrativa, y todo movimiento está planeado con ese fin, con el apoyo de un frente político y mediático motivado por el oportunismo. Si la industria militar necesita guerras, la industria farmacéutica necesita enfermedades. No es coincidencia que la ‘salud pública’ sea, por lejos, el sector más rentable de la economía mundial, hasta el punto de que las grandes farmacéuticas gastan aproximadamente tres veces más que las grandes petroleras y el doble que las grandes tecnológicas en lobby. La demanda potencialmente interminable de vacunas y brebajes genéticos experimentales ofrece a los cárteles farmacéuticos la expectativa de flujos de ganancias casi ilimitados, especialmente cuando están garantizados por programas de vacunación masiva subsidiados por dinero público (es decir, por más deuda, que caerá sobre nuestras cabezas).

¿Por qué se han prohibido o saboteado criminalmente todos los tratamientos del Covid? Como admite con franqueza la FDA , el uso de vacunas de emergencia solo es posible si “no hay alternativas adecuadas, aprobadas y disponibles”. Es un caso de verdad oculta a plena vista. Además, la actual religión de las vacunas está estrechamente ligada al auge del farma-dólar que, al alimentarse de las pandemias, pretende emular las glorias del ‘petro-dólar’, permitiendo que Estados Unidos siga ejerciendo la supremacía monetaria mundial. ¿Por qué toda la humanidad (¡incluidos los niños!) debería inyectar ‘vacunas’ experimentales con efectos adversos cada vez más preocupantes pero sistemáticamente minimizados, cuando más del 99% de los infectados, la gran mayoría asintomáticos, se recupera? La respuesta es obvia: porque las vacunas son el becerro de oro del tercer milenio, mientras que la humanidad es material de explotación de ‘última generación’ en modalidad de conejillo de indias.

Ante este contexto, la puesta en escena de la pantomima de emergencia se logra mediante una inédita manipulación de la opinión pública. Todo ‘debate público’ sobre la pandemia es descaradamente privatizado, o más bien monopolizado por la creencia religiosa en comités técnico-científicos financiados por las élites financieras. Toda ‘discusión libre’ está legitimada por la adhesión a protocolos pseudocientíficos cuidadosamente depurados del contexto socioeconómico: uno ‘sigue la ciencia’ mientras finge no saber que ‘la ciencia sigue al dinero’. La famosa declaración de Karl Popper de que la “ciencia real” solo es posible bajo la égida del capitalismo liberal en lo que él llamó “la sociedad abierta”, [2] ahora se está haciendo realidad en la ideología globalista que anima, entre otros, a la Open Society Foundation de George Soros. La combinación de “ciencia real” y “sociedad abierta e inclusiva” hace que la doctrina del Covid sea casi imposible de desafiar.

Para el COVID-19, entonces, podríamos imaginar la siguiente agenda. Se elabora una narración ficticia a partir de un riesgo epidémico presentado de forma que se promueva el miedo y la sumisión. Muy probablemente, un caso de reclasificación diagnóstica. Todo lo que se necesita es un virus de influenza epidemiológicamente ambiguo, sobre el cual construir una agresiva historia de contagio que se relacione con áreas geográficas donde el impacto de enfermedades respiratorias o vasculares en la población anciana e inmunodeprimida es alto, quizás con el agravante de una fuerte contaminación. No hace falta inventar demasiado, dado que las unidades de cuidados intensivos de los países ‘avanzados’ ya habían colapsado en los años anteriores a la llegada del Covid, con peaks de mortalidad por los que nadie había soñado con exhumar la cuarentena. En otras palabras, los sistemas de salud pública ya habían sido demolidos, y por ende, preparados para el escenario pandémico.

Pero esta vez hay método en la locura: se declara el estado de emergencia, que desencadena el pánico, provocando a su vez el atasco de hospitales y residencias (con alto riesgo de sepsis), la aplicación de nefastos protocolos y la suspensión de la asistencia médica. Et voilà, ¡el virus asesino se convierte en una profecía autocumplida! La propaganda, que hace estragos en los principales centros de poder financiero (especialmente Norteamérica y Europa), es fundamental para mantener el ‘estado de excepción’ (Carl Schmitt), que es inmediatamente aceptado como la única forma posible de racionalidad política y existencial. Poblaciones enteras expuestas al fuerte bombardeo mediático se rinden en la autodisciplina, adhiriéndose con grotesco entusiasmo a formas de ‘responsabilidad cívica’ en las que la coerción se transforma en altruismo.

Todo el guión de la pandemia — desde la ‘curva de contagios’ hasta las ‘muertes por covid’ — descansa en el test de PCR, que fue autorizado para la detección del SARS-CoV-2 por un estudio realizado en tiempo récord, por encargo de la OMS. Como muchos ya sabrán, la falta de fiabilidad diagnóstica de la prueba PCR fue denunciada por su propio inventor, el premio Nobel Kary Mullis (lamentablemente fallecido el 7 de agosto de 2019), y reiterada recientemente, entre otros, por 22 expertos de renombre internacional que exigieron su eliminación por sus claros defectos científicos. Obviamente, la solicitud cayó en saco roto.

El test de PCR es el motor tras la pandemia. Opera mediante los infames ‘umbrales de ciclo’: cuantos más ciclos realices, más falsos positivos (infecciones, muertes por covid) producirás, como lo admitió incluso el gurú Anthony Fauci imprudentemente, cuando afirmó que los hisopos no sirven para nada por encima de los 35 ciclos. Ahora bien, ¿por qué durante la pandemia se realizaron de forma rutinaria amplificaciones de 35 ciclos o más en laboratorios de todo el mundo? Incluso el New York Times — que ciertamente no es una guarida de peligrosos negacionistas del Covid — planteó esta pregunta clave el verano pasado. Gracias a la sensibilidad del hisopo, la pandemia se puede abrir y cerrar como un grifo, lo que permite que el régimen de salud ejerza un control total sobre el ‘monstruo numerológico’ de los casos y muertes de Covid, los instrumentos clave del terror cotidiano.

Todo este alarmismo continúa hoy, a pesar de la flexibilización de algunas medidas. Para entender por qué, debemos volver al tema económico. Como se ha señalado, los bancos centrales han creado varios billones [trillions] de efectivo recién impreso con unos pocos clics de mouse que se han inyectado en los sistemas financieros, donde han permanecido en gran parte. El objetivo de la fiesta de impresión era tapar las calamitosas brechas de liquidez. La mayor parte de este ‘dinero del árbol mágico’ todavía está congelado dentro del sistema bancario en la sombra, las bolsas de valores y diversos planes de moneda virtual que no están destinados a ser utilizados para el gasto y la inversión. Su función es únicamente proporcionar préstamos baratos para la especulación financiera. Esto es lo que Marx llamó ‘capital ficticio’, que continúa expandiéndose en un bucle orbital que ahora es completamente independiente de los ciclos económicos en terreno.

La conclusión es que no se puede permitir que todo este efectivo inunde la economía real, pues esta se sobrecalentaría y desencadenaría una hiperinflación. Y aquí es donde el virus sigue siendo útil. Si inicialmente sirvió para “aislar la economía real” (por citar nuevamente el documento del BPI), ahora supervisa su reapertura tentativa, caracterizada por la sumisión al dogma de la vacunación y por métodos cromáticos de regimentación masiva, a los que pronto podrían sumarse confinamientos climáticos. ¿Recuerdas cómo nos dijeron que solo las vacunas nos devolverían nuestra ‘libertad’? De manera demasiado predecible, ahora descubrimos que el camino hacia la libertad está plagado de ‘variantes’, es decir, iteraciones del virus. Su finalidad es incrementar el ‘conteo de casos’ y por tanto prolongar aquellos estados de emergencia que justifiquen la producción de dinero virtual por parte de los bancos centrales destinada a monetizar deuda y financiar déficits. En lugar de volver a las tasas de interés normales, las élites optan por normalizar la emergencia sanitaria alimentando el fantasma del contagio. Por lo tanto, la tan publicitada ‘reducción’ (reducción del estímulo monetario) puede esperar, al igual que el Pandexit.

En la UE, por ejemplo, el ‘programa de compra de emergencia pandémica’ del Banco Central Europeo de 1,85 billones [trillion] de euros, conocido como PEPP, está actualmente programado para continuar hasta marzo de 2022. Sin embargo, se ha insinuado que podría necesitar extenderse más allá de esa fecha. Mientras tanto, la variante Delta está causando estragos en la industria de viajes y turismo, con nuevas restricciones (incluida la cuarentena) que interrumpen la temporada de verano. Nuevamente, parecemos estar atrapados dentro de una profecía autocumplida (especialmente si, como el premio Nobel Luc Montagnier y muchos otros han insinuado, las variantes, por leves que sean, son consecuencia de las agresivas campañas masivas de vacunación). Sea como fuere, el punto fundamental es que el virus sigue siendo necesario para el senil capitalismo, cuya única posibilidad de supervivencia pasa por generar un cambio de paradigma del liberalismo al autoritarismo oligárquico.

Si bien su crimen está lejos de ser perfecto, a los orquestadores de este golpe global se les debe atribuir cierta brillantez sádica. Su juego de manos tuvo éxito, quizás incluso más allá de las expectativas. Sin embargo, cualquier poder que apunte a la totalización está destinado al fracaso, y esto se aplica también a los sumos sacerdotes de la religión del Covid y a los títeres institucionales que han movilizado para desplegar la operación psicológica de la emergencia sanitaria. Después de todo, el poder tiende a autoengañarse sobre su omnipotencia. Los que están sentados en la sala de control no se dan cuenta de hasta qué punto su dominio es incierto. Lo que no ven es que su autoridad depende de una “misión superior”, a la que permanecen parcialmente ciegos, a saber, la autorreproducción anónima de la matriz capitalista. El poder actual reside en la máquina lucrativa cuyo único propósito es continuar su temerario viaje, que podría conducir a la extinción prematura del Homo sapiens. Las élites que han engañado al mundo para que obedezca al Covid son la manifestación antropomórfica del autómata capitalista, cuya invisibilidad es tan astuta como la del propio virus. Y la novedad de nuestra era es que la ‘sociedad confinada’  es el modelo que mejor garantiza la reproductibilidad de la máquina capitalista, independientemente de su distópico destino.

 


[1]  Karl Marx, Grundrisse (Londres: Penguin, 1993), 706.

[2]  Karl Popper, The Open Society and its Enemies, 2 volúmenes (Princeton: Princeton UP, 2013).