¿Píldora roja o azul? Variantes, inflación y demolición controlada de la sociedad
Por Fabio Vighi
Al castellano: @aederean
Como era de esperar, Santa nos trajo otra Navidad Covid, repleta de los habituales regalos: mascarillas, cuarentenas, distanciamiento social, inoculaciones coercitivas, pasaportes de vacunas, alarmismo mediático sin parar y confinamientos. Dos años después, después de miles de millones de inyecciones con vacunas experimentales múltiples y diversificadas, la poderosa pandemia todavía está con nosotros. Esta vez, sin embargo, viene con el bono de una inflación galopante, que al devaluar el dinero empuja a más y más personas al endeudamiento y la pobreza. Y para colmo de males, los ‘expertos’ advierten ahora sobre la “desigualdad inflacionaria”. Como dirían mis hijas (vía Homero Simpson): ¿¡duh!?
Quizás, mientras esperamos a saber qué debemos hacer para ‘salvar la Pascua’, sea el momento de tomar la píldora roja y enfrentar la realidad : desde principios de 2020, un virus macroeconómico disfrazado de virus pandémico se ha apoderado de nuestras vidas, provocando una depresión generalizada y condenando a poblaciones enteras a formas a menudo extremas de discriminación legalizada.
Inyecciones monetarias y otras inoculaciones
La función profunda de una ‘emergencia sanitaria’ legitimada por programas perpetuos de inoculaciones obligatorias de vacunas solo puede captarse si se sitúa en el relevante contexto macro, a saber, la crisis terminal de nuestro modo de producción. La secuencia causal a tener en cuenta es: implosión económica – simulación pandémica – ofensiva autoritaria. De llegar a concretarse, este cambio de paradigma culminaría en un modelo totalitario de capitalismo implosivo, quizás aún mal disfrazado de democracia pero legitimado por la gestión despótica de emergencias globales grotescamente desproporcionadas para cualquier amenaza real. Como lo demuestran las campañas de adoctrinamiento de la ‘vacuna Covid’, con el consiguiente chivo expiatorio ‘antivacunas’, el potencial totalitario de la propaganda masiva es prácticamente ilimitado. Por primera vez en la historia, la culpa de un tratamiento que no funciona (al menos no de la manera que nos prometieron) ha recaído en quienes no lo utilizan.
Sin embargo, debemos ser conscientes de que la violencia ideológica de hoy surge como reacción a un inminente colapso socioeconómico cuya magnitud nunca antes se había experimentado. El primer impacto fue la crisis crediticia de 2007 y la recesión mundial posterior. En ese momento, el rescate del sector financiero desembocó en la crisis de la deuda europea (2010-11), que convirtió al Quantitative Easing [QE, flexibilización cuantitativa] (programas de compra de activos financieros del banco central) en la madre de todas las políticas monetarias. Desde 2008, la distorsión regular del banco central a través de las inyecciones de QE ha generado un régimen ultrafinancializado de acumulación capitalista supeditado a la creación de burbujas de activos cuya volatilidad resurgió a mediados de septiembre de 2019 con la trampa de liquidez en el mercado de préstamos repo (recompra) de Wall Street. Esto, a su vez, despejó el camino para el virus y la lógica perversa del ‘capitalismo pandémico’, que permitió que el 1% superior aumentara su riqueza a una velocidad récord, mientras que las clases medias están desapareciendo.
Como lo detallaron recientemente Pam y Russ Martens, el 17 de septiembre de 2019, la Reserva Federal inició un programa extraordinario de préstamos repo a sus denominados ‘operadores principales’ en Wall Street (incluidos JP Morgan, Goldman Sachs, Barclays, BNP Paribas, Nomura, Deutsche Bank, Bank of America, Citibank, etc.) — eran préstamos de un día para otro, así como préstamos a 14 días e incluso a más largo plazo. El 2 de julio de 2020 (la última fecha actualmente disponible en la base de datos de la Fed), el valor acumulado de estos préstamos, cuya garantía consistía principalmente en bonos del Tesoro de EE. UU. y valores respaldados por hipotecas, ascendía a U$ 11,23 billones [trillion]. Dada la fragmentada forma en que la Fed publica sus datos, es imposible establecer exactamente qué préstamos están o estaban pendientes y por cuánto. Sin embargo, lo que importa es su asombroso tamaño, que confirma que las casas comerciales de Wall Street estaban al borde de un colapso catastrófico antes de la llegada del virus. El 28 de julio de 2021, cuando la Fed anunció la creación de un ‘Standing Repo Facility’, que consistía en un crédito de respaldo de U$ 500 mil millones [billions] cada semana para los 24 operadores principales de la Fed y contrapartes adicionales, se produjo una prueba más de la fragilidad persistente del mercado de préstamos.
Como argumenté en un artículo reciente, los contraataques al colapso inminente se planearon con meses de anticipación. Los documentos oficiales indican que nuestros señores financieros sabían muy bien que la expansión artificial de la oferta monetaria posterior a 2008 se estaba volviendo inmanejable, sobre todo porque iba acompañada de una contracción económica mundial que, en 2019, había llevado al límite de la recesión a Alemania, Italia y Japón, mientras Gran Bretaña, China y otras economías farfullaban siniestramente. Por lo tanto, es razonable suponer que, en lugar de arriesgarse a un colapso repentino y catastrófico, las élites optaron por controlar el accidente mientras, por así decirlo, se adelantaban a llamar a la ambulancia. Como hemos visto, cuando el mercado de repos de Wall Street se congeló a mediados de septiembre de 2019, la Fed rápidamente recetó una dosis más alta de la misma medicina, es decir, una expansión sin precedentes del estímulo monetario en los préstamos de repos. Pero esta vez, crucialmente, al amparo de la pandemia, rehuyó. Si avanzamos rápidamente hasta enero de 2022, se aplica la misma lógica: la ‘emergencia del Covid’ continúa funcionando como una enorme mantita de Linus para una economía global que se hunde bajo montañas de déficits insostenibles y deudas inservibles.
Es importante tener claridad sobre la magnitud de la expansión monetaria bajo consideración. En agosto de 2019, un informe oficial emitido por BlackRock (el todopoderoso fondo de inversión ya conocido como la “cuarta rama del gobierno”) le mostró a la Reserva Federal la salida de la próxima “recesión dramática”, instando al Banco Central de EE. UU. a implementar una política monetaria “sin precedentes” mediante la cual grandes cantidades de dinero creadas de la nada serían entregadas “directamente en manos de los gastadores públicos y privados”. Este plan de “ir directo”, que según BlackRock tenía que hacerse “permanente”, se inauguró, rápidamente, un mes después, en respuesta a la crisis del mercado de repos. Desde entonces, y especialmente tras la llegada del virus, el balance de la Fed ha crecido casi 5 billones [trillion] de dólares, una expansión absolutamente extraordinaria incluso si se compara con los rescates QE iniciados a finales de 2008. Y para hacernos una idea de la dimensión global de esta expansión, hay que sumar los billones creados por otros bancos centrales de todo el mundo, así como los programas de estímulo fiscal como el ‘dinero helicóptero’.
Como explica John Titus, lo que importa no es simplemente el carácter cuantitativo sino especialmente el cualitativo de la maniobra monetaria de la Reserva Federal. En toda la historia de la Fed (fundada en 1913), nunca ha habido una correlación directa entre la creación de reservas del banco central y la oferta monetaria en el circuito bancario minorista. Sin embargo, desde septiembre de 2019, las nuevas reservas creadas por la Fed comenzaron a replicarse dólar por dólar como depósitos dentro de los 4.336 bancos comerciales estadounidenses existentes. En otras palabras, la expansión del balance de la Fed llegó a corresponder directamente con la oferta monetaria general en la economía: exactamente la medicina monetaria ordenada por BlackRock, que se convirtió en asunto de fuerza mayor unos meses después gracias a una ‘emergencia sanitaria mundial’ que aún sigue operando como seguro de vida para los mercados financieros. En última instancia, la medida en que se superponen la estrategia de “ir directo” y el programa masivo de préstamos repo de refinanciación, es de poca importancia. Lo que debe enfatizarse es que el castillo de naipes financiero estaba al borde del colapso ya en 2019, y que el virus llegó en el momento adecuado para permitir y justificar el diluvio monetario con su respectivo cambio de paradigma.
Independientemente de la píldora que decidamos tomar, hay tres consecuencias sociales inmediatas e irreversibles en este proceso de centralización monetaria orquestado por el banco central más poderoso del mundo en connivencia con el administrador de activos más poderoso del mundo: 1) inflación, 2) más deuda, y 3) un modelo totalitario de capitalismo de emergencia.
Virólogos de Wall Street
¿Cómo es nuestro entorno macroeconómico? Sus características básicas se resumen a continuación:
– Deuda global de U$ 300 billones [trillion], creciendo exponencialmente
– Déficit en rápido aumento en la mayoría de las economías avanzadas y en desarrollo
– Burbujas colosales en los mercados de acciones, bonos (deuda) y bienes raíces
– Burbuja astronómica en el mercado de derivados
– Inflación creciente con potencial de hiperinflación.
Dentro de este explosivo contexto, el virus y las variantes operan como cínicas tapaderas cuyo objetivo es agilizar la gestión autoritaria de la trayectoria implosiva del capitalismo contemporáneo, que no puede ser contenida solo a través de la política económica. La fabricación implacable de la ‘emergencia pandémica’ es tanto una estrategia defensiva contra el colapso como un ataque agresivo a lo que queda de la ‘sociedad del trabajo’, ya que permite que las élites utilicen la inflación como un medio para el empobrecimiento y la dominación.
Me parece que el objetivo general es la demolición controlada de la economía productiva y su infraestructura liberal-democrática, que entre otras cosas permite desviar más capital de la economía real y canalizarlo hacia los mercados financieros. Mientras el sector especulativo se consagra como centro absoluto de la producción de valor (con nuevos máximos históricos de los índices S&P 500, Nasdaq y Dow Jones a finales de 2021), la sociedad basada en el trabajo acaba endeudada y empobrecida. La desproporción entre la euforia del sector financiero y la caída libre de la economía real sugiere que conducir el curso de la depresión por una ‘crisis sanitaria’ grotescamente exagerada es mucho más conveniente para las élites que tener que dar cuenta de una caída socioeconómica de proporciones bíblicas.
En resumen, el dominio global del virus en los últimos dos años nos dice que el capitalismo está listo para hacer “lo que sea necesario” (como dijo Mario Draghi en 2012) para posponer su redde rationem. Por tanto, es delirante pensar que los gobiernos, las autoridades sanitarias y los medios de comunicación actúan de forma independiente. Más bien, quien habla a través de ellos es siempre el poder económico-financiero, eso mismo que quieren que creamos que solo existe para los teóricos de la conspiración; como si de repente se hubiera extinguido como los dinosaurios, o mutado en filantropía.
Si queremos saber cómo nacen las ‘variantes asesinas’, deberíamos preguntarle a los mercados. Los mejores virólogos operan en Wall Street. Son aquellos operadores que, un mes antes de la aparición de Omicron, ya sabían que el show de terror del Covid se volvería a transmitir, dado el precio de las acciones en la llamada canasta Stay-at-Home. Incluso más descaradamente que sus predecesores, Omicron no tiene nada de pandémico. De hecho, como afirma Geert Vanden Bossche, al funcionar como una “vacuna viva atenuada”, lo más probable es que constituya una “oportunidad única para comenzar a desarrollar la inmunidad colectiva”, una oportunidad natural que probablemente se verá frustrada por otra campaña de vacunación masiva. En cualquier caso, la grotesca discrepancia entre el impacto de la variante y las medidas represivas asumidas en su nombre solo puede explicarse en términos económicos: Omicron es otro instrumento de apalancamiento financiero.
Con esto quiero decir que su función inmediata es controlar el pico inflacionario en el corto plazo, ya que la renovación de las campañas de miedo minan el gasto y el consumo, impidiendo que la enorme masa monetaria inyectada en el sector financiero circule como demanda real en la economía. Esto permite que los bancos centrales continúen persiguiendo el objetivo ahora metafísico de imprimir dinero con sus proverbiales bazucas, cuyo propósito es sostener mercados financieros repletos de activos tóxicos (desde MBS hasta derivados complejos), empresas zombis y monstruosas tenencias de deuda pública. Dicho de otra manera, los bancos centrales inundan el sistema financiero con dinero digital para evitar aumentos sustanciales en las tasas de interés. Esto se debe a que el mero pensamiento de seriamente subir las tasas detonaría varias bombas de relojería en estos mercados, donde todo gira en torno a la disponibilidad de efectivo barato.
En condiciones de capitalismo mínimamente funcional, la inflación se combate precisamente elevando el costo del dinero. Pero en un contexto frágil e hiperendeudado esto no puede suceder, porque los mercados mantenidos en una perpetua excitación por el dinero fácil sufrirían consecuencias devastadoras. Un aumento en las tasas de interés desencadenaría reacciones en cadena dentro de un sistema global impulsado más por la especulación apalancada que por el PIB. Por un lado, entonces, la impresora de dinero debe permanecer encendida para inflar los mercados financieros; por otro lado, la inflación de precios resultante en el mundo real debe ser ‘manejada con cuidado’ para evitar el caos social.
Recapitulemos: las variantes de tipo Omicron son, en esencia, medidas deflacionarias diseñadas para perpetuar las políticas monetarias laxas de los bancos centrales y evitar aumentos de las tasas de interés, lo que destruiría los balances de la mayoría de las empresas financieras al tiempo que comprometería las deudas públicas y su financiación. La deuda del gobierno y el capital monetario especulativo están, por supuesto, estrechamente entrelazados. Una devaluación dramática de la superestructura financiera socavaría la capacidad del Estado para financiar sus operaciones. Esto es particularmente evidente en países como Italia y Grecia, que han adoptado rápidamente las medidas más draconianas con respecto a Omicron para pedir más apoyo monetario: desde la extensión de las ayudas estatales y PEPP (el Programa de Compra de Emergencia Pandémica del BCE), a la revisión del Pacto Europeo de Estabilidad y Crecimiento.
Pero dado que no hay comidas gratis en el capitalismo, esta loca huida de la deuda necesariamente implica más pobreza y regimentación para (casi) todos, con el endeudamiento de las clases medias hasta los dientes en un intento desesperado por conservar su estatus. Es en este sentido que se despliegan las variantes para gestionar un cambio de época hacia lo que cada vez se parece más a un tipo neofeudal de capitalismo senescente, regido por el señoreaje monetario, cuya longevidad bien puede superar cualquier expectativa optimista de transformación radical.
Inflación: vicios privados y virtudes públicas
He argumentado que el último episodio de la saga del Covid se origina en un intento concertado de contener la inflación, que ahora es tan real que incluso el presidente Powell, jefe de la Fed, se vio obligado recientemente a negar su propio cuento mitológico de su carácter transitorio. En los EE. UU., la inflación ha subido ahora un 6,8 % anual, la más alta desde 1982. Y si sumamos los precios de la vivienda, fácilmente llegamos a los dos dígitos. ¿La solución? En la actualidad, una variante deflacionaria (también desplegada, por supuesto, como arma de distracción masiva) con la adición de trucos baratos como calcular el IPC (inflación de precios al consumidor) en datos de 2019-2020 , para mantenerlo artificialmente bajo.
El aumento actual de la inflación está en máximos históricos no solo en EE. UU., sino también en Gran Bretaña (+5,1 % en noviembre), y es el más rápido en la historia del euro. Esto último está causando dolores de cabeza a la jefa del BCE, Christine Lagarde, quien a mediados de diciembre decidió no subir las tasas mientras interrumpía el PEPP (con la promesa de restablecerlo si la ‘pandemia’ continuaba mordiendo) solo para acelerar el QE tradicional. Esencialmente, es otro caso más de plus ça change, plus c’est la même chose [Cuanto más cambian las cosas, más siguen igual].En la medida en que los bancos centrales se entrampen con respecto a la política monetaria, la gestión controlada de la inflación parecería ser un impulsor esencial de la narrativa de la pandemia, ya que es funcional para el debilitamiento gradual y la toma de control de la economía real. La depreciación de la moneda parece ser una característica, no un error, de la banca central. ¿Recuerdas el eslogan del Foro Económico Mundial? ¡No tendrás nada y serás feliz! En resumen, no está sucediendo por accidente, sino por diseño.
En otras palabras, la inflación es útil para gestionar la transición autoritaria hacia una sociedad global de dos niveles en la que muy pocos controlan la oferta monetaria mientras que la mayoría está subyugada por la pobreza, el control y el miedo. Esta es, en pocas palabras, la trayectoria criminal del capitalismo contemporáneo. Y la inflación es útil además contra la deuda pública, ya que la masa de liquidez inflacionaria arrojada a los mercados suprime tanto las tasas de interés como los rendimientos de los bonos. Si la reducción de la Fed se hiciera realidad, los bonos podrían subir rápidamente. Sin embargo, repitamos el punto clave: una reducción significativa sería catastrófica para casi todas las clases de activos y, por lo tanto, sería de corta duración. Por eso hoy nos venden un encogimiento falso, pues el balance de la Fed de hecho ha aumentado desde que Jerome Powell anunció que retiraría la ayuda para la pandemia en noviembre de 2021. Esto demuestra que la única forma viable de avanzar para las élites consiste en pretender luchar contra la inflación en público y seguir alimentándola en privado.
Después de dos años de incesantes ataques a nuestra inteligencia, incluso los campeones más fieles de la narrativa oficial deberían tener el coraje de admitirlo: COVID-19 es el nombre de la respuesta coordinada a una implosión sistémica cada vez más inmanejable. La prolongación surrealista de la pandemia nos dice que hay sociedades enteras rehenes de la reproducción de valor ficticio en el sector financiero, donde, al parecer, el cielo es el límite. Pero el costo de los mercados perpetuamente alcistas son las interminables variantes, los programas de vacunación trimestrales, ola tras ola de terror mediático y toda una panoplia de kafkianas regulaciones de emergencia destinadas a 1) mantener la impresora de dinero en funcionamiento mientras se deprime la economía real; 2) acostumbrarnos al sometimiento frente a la supuesta fuerza mayor; y 3) distraernos de lo que sucede en el Olimpo financiero, donde se juega el verdadero juego que decide nuestros destinos.
Como todas las guerras, la ‘guerra contra el Covid’ justifica la impresión de dinero y las tasas bajas, lo que a su vez provoca inflación. Pero esta lógica, hoy, sólo puede resolverse en la centralización del flujo monetario. En términos capitalistas, no hay otra salida. Esto se debe a que la presión inflacionaria actual, que implica la devaluación del dinero y la erosión del poder adquisitivo, no es una simple consecuencia de la crisis de la cadena de suministro, como nos han dicho. Más bien, es el resultado inevitable de la sobreoferta de dinero ficticio, que ahora está cayendo al suelo con la fuerza destructiva de una avalancha.
Pero además de su función deflacionaria, las variantes también juegan un papel ideológicamente agresivo: crean el humus ideal para un mayor endurecimiento social. Si todo sale según lo previsto, la mayor parte de la humanidad podría verse pronto reducida a la esclavitud monetaria, que nuestros benefactores introducirán como única solución a una Gran Devaluación que ya no podrán camuflar. Por eso deben entrenarnos para vivir con miedo, obligándonos a interiorizar la nueva normalidad como condición de total precariedad, zozobra y caos. En la fase actual, no debe haber discusión de causas económicas.
Manejar lo inmanejable
Seamos claros en el panorama general: la economía nunca podrá volver a los niveles de crecimiento necesarios para la reproducción social, a menos que esta reproducción se reduzca a términos mínimos mediante el desmantelamiento controlado de la sociedad del trabajo. Durante años hemos alimentado una economía falsa arraigada en el gasto público respaldado por la compra de activos del banco central y las bajas tasas de interés. Esto no tiene nada que ver con el crecimiento real. Por lo tanto, debemos olvidar el pasado: la belle époque del capitalismo socialdemócrata ha terminado definitivamente. En un contexto liberal, ya no puede haber suficiente crecimiento real para la reproducción capitalista de nuestro mundo. Esto es por una razón inmanente y objetiva, que se aclara solo si observamos la evolución histórica de nuestro modo de producción: desde la década de 1970, el trabajo generador de valor ha sido gradualmente aplastado por el propio capital mediante su santa alianza con la ciencia y la tecnología, dictada por la competencia — una disfunción autoinfligida que los funcionarios del ‘capitalismo de emergencia’ se niegan obstinadamente a enfrentar.
Debido a lo que Keynes ya había denominado la era del ‘desempleo tecnológico’ (que incluye el subempleo y todo tipo de dumping salarial), el capital, con una composición orgánica cada vez más alta, es incapaz de extraer suficiente plusvalía (tanto relativa como absoluta) del trabajo asalariado, por lo que se lanza de cabeza al mágico mundo de las finanzas, donde el dinero mismo se pone a trabajar. Como es bien sabido, Marx había anticipado esta condición con su teoría de la ‘tendencia decreciente de la tasa de ganancia’, expuesta en el tercer volumen de El Capital. Sin embargo, no pudo prever los efectos implosivos del aumento exponencial de la automatización, que hoy se manifiestan en la adicción patológica de economías, estados y por lo tanto sociedades enteras a montañas de dinero ficticio destinado a la ruinosa devaluación. Es probable que el colapso financiero ocurra como un colapso del mercado de deuda (el motor de todo el sistema), lo que provocaría un aumento incontrolable de las tasas de interés, así como la evaporación del dólar y otras monedas fiduciarias en todo el mundo.
Por el momento, este resultado se pospone por medios autoritarios. Como hemos visto, la aceleración del control monetario desde septiembre de 2019 fue posible gracias al congelamiento de la economía real a través de la simulación pandémica. Hipnotizando a las masas con dosis implacables de virusfobia y sometiéndolas al arresto domiciliario a la espera del suero milagroso (que, como era de prever, resultó ser milagroso principalmente para las grandes farmacéuticas), nuestros gobernantes políticos, dirigidos por los élites financieras, permitieron a los bancos centrales reabastecer el sector financiero mientras manejaban el monstruo inflacionario.
Tras los fracasos de las políticas neokeynesianas (gasto público) y neoliberales (austeridad y desregulación del mercado), ahora hemos llegado a la fase del ‘capitalismo pandémico’, a la que pronto seguirán otros intentos tiránicos de manejar lo inmanejable. En términos capitalistas, la arrogancia financiera es la consecuencia inevitable de la incapacidad cada vez mayor del capital para crear nueva plusvalía, un síntoma de una consecuencia tan traumática que hacemos cualquier cosa para evitar enfrentarla. Pero la prolongación del estado de alarma no nos salvará del crac, que probablemente nos golpee como un accidente controlado desde arriba. Las élites saben que un sobrecalentamiento hiperinflacionario repentino de la economía conduciría a olas incontenibles de malestar social. Pero también saben que pueden buscar manejar la recesión económica a través de las narrativas de la emergencia y la esclavización gradual de las multitudes aterrorizadas.
Por ende, debemos prepararnos. Por ejemplo, construyendo redes y comunidades autónomas que no dependan de un modelo de reproducción social en desintegración y, por lo tanto, cada vez más violento. La política, como la vemos todos los días, ahora está completamente subyugada al dogma económico y, por lo tanto, privada de cualquier impulso emancipador. La izquierda política ha optado por tomar la píldora azul y, como resume Franco Berardi (Bifo), solo puede ofrecer perspectivas falsas: “No hay salida política al apocalipsis. Durante treinta años la izquierda ha sido el principal instrumento político de la ofensiva ultracapitalista, y quien deposita sus esperanzas en la izquierda es un imbécil que merece ser traicionado, ya que traicionar es la única actividad que la izquierda es capaz de realizar con competencia.”
Si queremos proteger lo que queda de nuestra independencia crítica y dignidad humana, y especialmente la esperanza en un futuro mejor para nuestros hijos, debemos liberarnos, al menos mentalmente, de este sometimiento encadenador a una pseudo-pandemia apoyada por un tipo de cientificismo del que las corporaciones son dueñas, y que ahora ha sido elevado a religión global. Este es el primer y fundamental paso hacia la emancipación del estancamiento actual. Al mismo tiempo, debemos rehabilitar la crítica política del capitalismo concebida como una Weltanschauung, es decir, una cosmovisión encarnada en la relación dialéctica entre dinero y trabajo dirigida a la creación de plusvalía, mercancías y ganancias. Nos guste o no, en la era de la automatización tecnológica acelerada este mundo es un hombre muerto caminando, que sólo puede mantenerse vivo volviéndose totalitario. Si queremos evitar el tsunami de barbarie social que se avecina, necesitaremos, en algún momento cercano, redefinir la relación entre trabajo, comunidad y riqueza social más allá de su significado capitalista. Para hacer esto, necesitaremos tomar una tercera píldora, que sin embargo solo estará disponible después de que organicemos una resistencia popular significativa contra la tiranía socioeconómica legitimada por el ‘capitalismo de emergencia’.