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LIP Y LA CONTRARREVOLUCIÓN AUTOGESTIONARIA

NÉGATION

Al castellano: Non Lavoro


Négation, No. 3 — 1973

La siguiente es una traducción de «Lip et la contre-révolution auto-gestionnaire», publicado por primera vez en 1973 en la revista francesa Négation, y al parecer también como un folleto por separado. La traducción [al inglés] fue realizada por Peter Rachleff y Alan Wallach, y fue publicada como folleto por Black & Red en Detroit en 1975.

Négation fue el sucesor de un grupo comunista de consejos llamado Archinoir, formado en Grenoble en 1968, que produjo tres números de una revista del mismo nombre en 1969/70. Archinoir había colaborado con el grupo Informations et Correspondances Ouvrières [ICO]. Négation abandonó el ICO en septiembre de 1972. Produjo tres números de su revista antes de desaparecer.

 

Tabla de contenido

Introducción de Négation

Epílogo de los traductores

I. El movimiento obrero y su declinación

    1. La expropiación de los expropiadores
    2. Trabajo muerto
    3. Capital variable y los sindicatos
      a. La CGT y la desvalorización
      b. El CFDT y la autogestión

II. El caso LIP

    1. LIP, una fábrica durante la época de la dominación real del capital
    2. El movimiento obrero en LIP
    3. La cuestión sindical

III. Crisis y autogestión

    1. La comunidad de trabajadores y la comunidad humana
    2. La contrarrevolución autogestionada

 

INTRODUCCIÓN DE NÉGATION

Ha aparecido una cantidad impresionante de folletos y textos relacionados con el conflicto de Lip. En general, esta actividad teórica ha seguido a alguna actividad práctica o de agitación de sus autores en relación a este conflicto único, desde 1968.

Los escritores de este folleto no han participado en esta actividad. Apenas la lucha de los trabajadores de Lip asumió su forma, atractiva para otros, nos fue claro que esta lucha — en su contenido — no era la nuestra; así, la crítica que estábamos haciendo entonces seguía ocupada en sus aspectos inmediatos y no nos sentimos obligados a publicarla.

Con la evolución del conflicto, algunos de entre nosotros consideraron la realización de una breve publicación, que se concentraría en los límites intrínsecos de esta lucha obrera y la contrastaría con las formas de resistencia actualmente dominantes entre los trabajadores (el absentismo, el sabotaje, etc.).

Puesto que la colaboración con otros, iniciada por estos camaradas para esos fines,  resultó ser imposible, nos reunimos nuevamente para transformar su texto original, de modo tal que ello nos condujo a una progresiva reflexión. En efecto, se nos hizo cada vez más evidente que «Lip» representaba no solo una lucha en la que no reconocíamos ninguna de nuestras aspiraciones para una sociedad humana, sino que  se trataba simultáneamente de una expresión particular del movimiento capitalista contemporáneo y de una especie de anticipación de la conformación de nuestro enemigo: la contrarrevolución capitalista. No es sorpresa, entonces, que el texto resulte denso, pues fue necesario introducir la crítica del conflicto de Lip con un largo análisis del movimiento obrero y el movimiento capitalista, aunque necesariamente resumido. Y tampoco es sorpresa que fuese más allá de una simple crítica para embarcarse luego en un análisis de la contrarrevolución autogestionaria.

Este último punto se expondrá con precisión más adelante y se desarrollará a través de varios textos, y quizás mediante una publicación que se refiera específicamente a los movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios que están ahora teniendo lugar. 

 

EPÍLOGO DE LOS TRADUCTORES [1975]

Realizamos la traducción de este texto porque descubrimos que era uno de los análisis más estimulantes de cualquier tema que hubiésemos encontrado en mucho  tiempo. Aunque no concordábamos completamente con todos los aspectos del análisis, sentimos que habíamos obtenido muchísimo en su tratamiento. Con la esperanza de que usted también se beneficie de una confrontación con este folleto, lo hemos traducido. Lo alentamos a que discutan sus reacciones al respecto entre ustedes, y que nos lo comuniquen, tanto a nosotros (c / o Black & Red), como a los autores originales (Nicolas Will, 151 rue de Belleville, 75019 París, Francia). Nos gustaría expresar nuestro agradecimiento especial a Ron Rothbart y Fredy Perlman.

Para obtener más información y puntos de vista alternativos sobre la lucha de los Lips, podemos sugerir la siguiente (de ninguna manera exhaustiva) bibliografía:

«Lip: une brèche dans le mouvement ouvrier traditionalnel», Mise au point, No. 2.
«Lip revu et corrigé», La lanterne noire.
«Lip: La Organización de la Derrota», Internationalism, No. 5.
«Lip: c’est bien fini», Lutte de classe, marzo de 1974.

Peter Rachleff, Alan Wallach


 

Capítulo I

EL MOVIMIENTO OBRERO Y SU DECLIVE

  

  1. La expropiación de los expropiadores

El movimiento obrero apareció con los primeros desarrollos del capital. Fue el movimiento de los proletarios en lucha contra la dominación formal del capital sobre el trabajo, el primer modo histórico de dominación del capital.

Lo que caracteriza al funcionamiento de este modo es la extracción del plusvalor absoluto. El proceso del trabajo consiste principalmente en trabajo humano. El contenido de este trabajo, además, sigue siendo artesanal y calificado. En este primer período, el capital se contenta con lograr la separación entre los medios de producción y el productor, condición necesaria para la aparición del intercambio de fuerza de trabajo por salarios, y con la ampliación del proceso del trabajo al nivel de la manufactura.

El proletario es, por lo tanto, simultáneamente un «proletario» (alguien que está obligado a intercambiar su fuerza de trabajo por salarios porque no tiene reservas sociales) y un «obrero» (aquel que «obra» o cuyo valor de uso es cualitativamente importante para el proceso productivo).

De esto surge el contenido inicial del movimiento obrero: por un lado, lucha por la reducción del tiempo de trabajo, porque la extracción de la plusvalía absoluta implica el alargamiento de la jornada laboral, y la creación de órganos para defender el precio de la fuerza de trabajo (los sindicatos artesanales y luego industriales).

Por otro lado, la preservación del contenido precapitalista del proceso laboral determina en el proletario la conciencia del productor, que se ve reforzada por el hecho de que, ante él, el capitalista aparece como un parásito perezoso. Trabajando «como artesano», pero para la acumulación de capital y bajo la dirección de un capitalista, la lucha del proletario-productor busca además la reapropiación de los medios de producción, «la expropiación de los expropiadores».

Pero si el ataque de los productores a la propiedad de los medios de producción consitutía el corazón del movimiento obrero del siglo XIX, y si la cuestión del socialismo parecía así resumirse en la propiedad, era también porque esta propiedad, bajo la apariencia de la propiedad personal, parecía arbitraria y perjudicial para los trabajadores.

Dada la continuación del proceso del trabajo pre-capitalista, el acceso del capitalista a la propiedad no cambia nada en la producción misma, sino solo su escala. Pareciera  que el capitalista no hace nada por la producción, solo se contenta con vivir de ella, mientras que los trabajadores hacen todo.

Aparece éste, por lo tanto, todavía más como un simple portador de un título de propiedad. La función que no obstante ha adquirido, la organización de la venta de productos y la compra de materias primas y de fuerza de trabajo, sigue siendo relativamente simple, por lo que la apoderamiento de su participación por parte de la asociación de trabajadores parece no plantear ningún problema — ni técnico ni  económico.

En este período de prosperidad general del capital y relativa independencia de los capitales entre sí, la función de la gestión del capital — el control sobre su inserción en el proceso de circulación (tanto hacia arriba como hacia abajo en la producción misma), y el control igualmente necesario sobre su reproducción —  aparece menos como una función separada digna de compensación, que como un privilegio relacionado con la propiedad del capital y el producto. Incluso en el momento de la Carta de Amiens (1906), que establece que «el sindicato, hoy una organización de resistencia, mañana será la organización de la producción y distribución, la base de la reorganización social», la cuestión de la gestión del capital no había sido presentada como tal.

La propiedad personal de los medios de producción es arbitraria y perjudicial para los productores. En efecto, la débil unificación del proceso capitalista a nivel de la sociedad, le permite al propietario un gran margen de irresponsabilidad social. La empresa que posee todavía es pequeña y está situada en un mercado limitado. Si lo considera necesario o útil para él, puede cerrarla sin provocar mucho escándalo. Los otros capitalistas (aparte de los acreedores) verán su desaparición como favorable o indiferentemente, dependiendo de la división relativa de los mercados. Los trabajadores, igualmente aislados por la misma razón, no pueden poner en peligro a otros sectores con su respuesta. Además, la continuidad de la existencia de otros modos de producción dentro de la sociedad — y esta es una característica importante de la dominación meramente formal del capital — permite que al menos parte de los trabajadores despedidos sobrevivan de alguna otra manera, a menudo volviendo a la producción artesanal o la agricultura. Los otros aumentan el ejército de reserva que crece en las ciudades.

Estas tres características (la conciencia de ser un productor entre los trabajadores, debido al mantenimiento del proceso anterior del trabajo; la aparente arbitrariedad de la propiedad con la cuestión de la gestión no planteada; y finalmente, la irresponsabilidad social relacionada con la propiedad personal) explican por qué la forma práctica asumida por el movimiento obrero del siglo XIX fue la de las cooperativas de producción. Más allá de los sindicatos defensivos, y después del abandono de la utopía de un retorno a la propiedad individual a pequeña escala, una idea persiste. Es la idea — que luego será adoptada por los sindicatos (anarcosindicalismo) — de que los trabajadores pueden simultáneamente asociarse y ser los dueños de sus medios comunes de producción. Al igual que el propietario no productor, cumplirán entonces el rol de administrador, o de acuerdo con la conciencia de la época, venderán y dividirán entre ellos el «producto completo» de su trabajo (el eslogan de Proudhon para el Programa Socialdemócrata de Gotha).

Por otra parte, a diferencia del propietario capitalista, el productor-propietario colectivo (frente a un capital variable que sólo es él mismo) es también de este modo socialmente responsable para la continuidad y el buen funcionamiento de la empresa. «… [la] antítesis entre capital y trabajo se supera al interior [de las fábricas cooperativas], aunque al principio solo mediante la conversión de los trabajadores asociados en su propio capitalista, es decir, permitiéndoles utilizar los medios de producción para el empleo de su propio trabajo». [1]

  1. Trabajo muerto

La expansión y concentración capitalista a fines del siglo XIX, la guerra de 1914-1918 y el período revolucionario que le siguió, marcaron un importante punto de inflexión en la historia del movimiento obrero. Este período es, en efecto, el comienzo del doloroso paso hacia la dominación real del capital sobre el trabajo, que se completó solo después de dos guerras mundiales y la gran depresión de los años 30.

En esta segunda fase histórica del capital, el proceso de producción se vuelve específicamente capitalista. Se basa en la extracción de plusvalía relativa, por el constante aumento de la productividad debido a la perfección de la técnica, el desarrollo de las fuerzas productivas y su creciente socialización. La extracción de la plusvalía depende sobre todo de estos procesos, que reducen el precio de las mercancías para aumentar la plusvalía que contienen al disminuir el tiempo de trabajo necesario. La participación del trabajo humano en el proceso de producción ahora disminuye en comparación con el trabajo muerto; el «trabajador» desaparece y solo queda el «proletario». El valor de uso de la mercancía fuerza de trabajo pierde sus determinaciones particulares y depende completamente de la cantidad más o menos grande de trabajo excedente que se pueda producir. Esta es la época de la «organización científica del trabajo» y de la aparición del «Ouvrier specialize» («trabajador especializado»). El término «trabajador especializado» es simplemente un eufemismo para dar a entender que el «trabajo» de este trabajador ha sido despojado de toda cualidad. Su trabajo no requiere entrenamiento, ni aprendizaje. La fuerza de trabajo entonces se vuelve absolutamente intercambiable , lógicamente, puesto que lo único que cuenta es la capacidad de gastar tiempo de trabajo. Toda la habilidad está ahora en la máquina, y el «trabajador especializado» es un buen o mal trabajador, dependiendo de si se reporta o no a su puesto a tiempo.

La relación cada vez más abstracta del trabajador con el proceso del trabajo  hace desaparecer toda la «conciencia del productor». Esto se manifiesta claramente en el brote actual del absentismo, el sabotaje y la alta rotación. Ciertamente, estas formas de lucha no son nuevas, ni han reemplazado a las llamadas luchas «tradicionales» por los salarios. Pero, como muchos otros fenómenos, adquieren visiblemente su total significado en nuestra época al reflejar tanto el rol secundario del ser humano en el proceso laboral real, como su posición crucial para el capital. En efecto, el aumento de la composición orgánica del capital indica no solo la des-calificación del trabajo y la inter-cambiabilidad de los trabajadores, sino también la presión que esto ejerce sobre las ganancias. Esto impone una aceleración que reduce al hombre al nivel de una máquina suplementaria pero decisiva para el modo de producción capitalista. Desde el punto de vista del trabajador, estas formas de lucha son, por lo tanto, reacciones humanas elementales ante un modo de producción que puede sobrevivir solo negando continuamente a aquellos gracias a quienes vive. La diferencia clave con respecto a la época en que Pouget abogó por el sabotaje como una forma de presionar al jefe sin perder los salarios por la huelga, es que dichas  reacciones ya no pueden ser neutralizadas con un simple aumento salarial. Incluso se ha hecho necesario inventar un «enriquecimiento laboral» para tratar de conjurar el hecho irreversible de que, hoy, el proletariado ya no es la clase del trabajo.

Aunque solo sea por esta razón, la lucha del proletariado ya no puede ser la lucha del movimiento obrero, ni en sus objetivos ni en sus medios. Ya no se trata de que los proletarios asociados se conviertan en su propio capitalista, sino de destruir la propia forma capitalista, la empresa, junto con el trabajo asalariado y el mercado.

 

  1. El capital variable y los sindicatos

a) La CGT y la desvalorización

El período en que el Capital logra el dominio real sobre el trabajo y sobre la totalidad de las relaciones sociales, es también el período en que se hace evidente la naturaleza profundamente contradictoria del capital.

El aumento en la composición orgánica del capital, que hace posible un aumento inmediato en las ganancias de una empresa, conduce rápidamente a una disminución en la tasa de ganancia a escala social: el crecimiento de la masa de ganancias provocado por el crecimiento del capital invertido, está relacionado con el aumento relativo del capital constante, ya que es a través de su productividad superior que un capital logra absorber a sus competidores. En resumen, hoy el proceso de valorización [2] solo puede llevarse a cabo a través del proceso de desvalorización; el capitalista que no tiene más que valor de cambio, en el fondo se esfuerza sin cesar por disminuirlo.

Esta contradicción contiene otra: la ley del valor, las relaciones de producción, se oponen cada vez más al desarrollo de las fuerzas productivas, poniendo en marcha crisis cada vez más totales, como en la que estamos entrando hoy.

Como consecuencia de la creciente desvalorización, se pone en tela de juicio el sistema tradicional de la propiedad privada de los medios de producción, como se ve más claramente en las nacionalizaciones. Fundamentalmente, la nacionalización consiste en confiar un capital al Estado. Puesto que el Estado se satisface con menos ganancias, la participación de otros capitales en la división del plusvalor total aumenta, y así todo continúa «como si» el capital nacionalizado valiera menos, ya que gana menos plusvalía.

Pero las nacionalizaciones son solo un caso extremo de la socialización del capital que está involucrado en la desvalorización. En general, el capital de una empresa pierde su independencia cuando, para compensar la reducción de la tasa de ganancia al aumentar su masa, se hace necesario aumentar el tamaño de un capital individual hasta el punto de que la propiedad inmóvil, el capital financiero y el capital de la empresa pasan a manos diferentes. La creación de corporaciones mediante la venta de acciones es el primer acto de este proceso. Al capital acumulado por la propia empresa se agrega un capital de origen externo, que solo reclama intereses y, por lo tanto, no se inserta en la igualación de la tasa de ganancia. Este capital se vuelve rápidamente ficticio una vez que los ingresos se «capitalizan» sobre la base de una tasa de interés.

El próximo acto en el proceso de socialización del capital está aún más directamente relacionado con la desvalorización. Cuando las ganancias se han vuelto demasiado pequeñas y el atractivo, para los capitales de los accionistas, ya no es suficiente para la reproducción ampliada del capital, se hace necesario buscar crédito a largo plazo. En un nivel general, el capital mismo pretende superar sus contradicciones a través de su «transformación» en ficticio. [3]

Por lo tanto, la desvalorización significa que el capital financiero toma el control de toda la economía. El capital financiero, en sí mismo altamente concentrado, desempeña el papel de «capitalista general», de la misma manera que el Estado cuando se hace cargo directo de los sectores más desvalorizados, pero con aún más totalidad, ya que el crédito se convierte en el centro neurálgico de la producción en todos los sectores. El sistema bancario está además estrechamente relacionado con el Estado, que, en conformidad con su naturaleza, le proporciona apoyo y «control».

En el contexto del movimiento obrero, las cooperativas (empresas débiles en capital constante desde el principio, y cuya expansión se limita a su autofinanciamiento) se desmoronan exactamente como todas las empresas con composiciones orgánicas similares. Se crean grandes cantidades de cooperativas de trabajadores en períodos en los que, debido a una desorganización estructural o coyuntural del intercambio, es posible crear, en sectores semi-artesanales (por ejemplo, las imprentas), empresas con un capital constante muy limitado y un mano de obra calificada remunerada de manera decente. Estos períodos han sido: 1830-1848 y especialmente 1848-1850 [4]: luego los años 1919, 1936, 1945, en lo que respecta a Francia.

Algunas cooperativas de trabajadores de mediados del siglo XIX sobrevivieron durante un largo período, aunque no sin comprometer sus principios (por ejemplo, al emplear trabajadores asalariados que no eran miembros). Sin embargo, hoy en día,  no tienen herederos comparativamente durables, cuando la vida útil del 75% de esas empresas no supera los dos años. [5]

También era claro para Marx que un sistema de financiamiento por crédito era indispensable para el desarrollo de las cooperativas:

«Sin el sistema fabril que surge del modo de producción capitalista, no podría haber fábricas cooperativas. Tampoco podrían haberse desarrollado sin el sistema de crédito, que surge del mismo modo de producción. El sistema de crédito no es solo la principal base para la transformación gradual de las empresas privadas capitalistas en sociedades anónimas capitalistas, sino que ofrece igualmente los medios para la extensión gradual de las empresas cooperativas a una escala más o menos nacional». [6] Además, esta no era solo la perspectiva de Marx, sino la del movimiento obrero del siglo XIX en general. (A diferencia de Marx, este movimiento veía en esto el establecimiento del socialismo).

De hecho, la financiación de las cooperativas por el crédito, resultó ser imposible. El crédito derivado de la agrupación de sus ganancias no reinvertidas inmediatamente resultó ser bastante insuficiente, mientras que su inserción en el sistema crediticio general fue imposible debido a la falta de credibilidad capitalista.

Esta imposibilidad práctica, debida a la evolución del capitalismo en general, junto con la ruptura de la «conciencia del productor» entre los trabajadores en la mayoría de los sectores importantes, creó una crisis en el movimiento obrero. Sin embargo, se produjo un cambio, pero que fue realizado por los sindicatos que se convirtieron en federaciones que representan capital variable dentro del contexto del sistema nacional y que ya no se vieron impulsados ​​por un espíritu «revolucionario»  ni por el objetivo de crear asociaciones de productores-propietarios. El anarcosindicalismo murió, o casi, con el movimiento de las cooperativas. Los sindicatos, órganos de resistencia real al Capital durante el modo de extracción de plusvalía absoluta (alargamiento de la jornada laboral), se vieron integrados  como operaciones puramente capitalistas, con el paso generalizado a la plusvalía relativa.

La Primera Guerra Mundial, que cubrió una crisis capitalista, marcó una división entre el movimiento de los trabajadores y el movimiento sindical, del  cual creció, por un tiempo, la realidad y la idea de la «autonomía obrera». Los consejos obreros, que aparecieron en Alemania al final de la guerra, no solo fueron manifestaciones de esta autonomización, producidas por la necesidad de recrear una resistencia al ataque del Capital sobre las condiciones de vida de los trabajadores, sino que también son manifestaciones de una tendencia a que el proletariado se constituya como una clase distintiva, en un período en que la reproducción del capital estaba bloqueada.

El papel específico de los sindicatos, en su fase que podría llamarse socialdemócrata, se explica por el hecho de que la contradicción valorización / desvalorización, que se hizo omnipresente, se materializó en la fuerza de trabajo, cuyo precio negocia el sindicato mientras que al mismo tiempo lo controla. Así, además de su papel de administradores de la fuerza de trabajo [7], se convierten en promotores de reformas que confirman la desvalorización y aspiran al papel de administradores nacionales de todo el Capital en tiempos de crisis.

La contradicción no aparece como tal, aparentemente inexistente o resuelta, en las  fases en que la reproducción expandida del capital se lleva a cabo sin dificultades. Sin embargo, el sindicato se hace cargo virtualmente y «teóricamente» de esta contradicción, y elabora programas de reforma que se ajustan al punto de vista de la desvalorización del capital: un programa de nacionalizaciones de sectores con bajas tasas de ganancia y, especialmente, del sector crediticio. Pero estos programas de reformas solo adquieren todas sus implicaciones y parecen plausibles cuando el Capital, al entrar en una crisis, se ve obligado a reconocer sus contradicciones que luego se concentran visiblemente en la existencia del trabajo vivo. Luego tiende a ser inmediatamente práctico, para el sindicato, hacerse cargo de esta contradicción.

La CGT se formó a partir de estos «viejos» sindicatos de industrias nacidas durante el desarrollo y la concentración del capitalismo a fines del siglo XIX, lo que hacía del  sindicalismo en general, y del anarcosindicalismo mismo, modos limitados de organización.

Sin embargo, creada al comienzo de la fase de transición en Francia, entre los dos modos de subsunción del trabajo al capital, la CGT logró preservar, en su base, algunos rasgos notablemente anarcosindicalistas (cf. la Carta de Amiens) que abandonó rápidamente, una vez que logró su integración, al unirse a la causa durante la Primera Guerra Mundial.

En los años que siguieron a la guerra, la CGT se implantó sin problemas en el sector público en expansión (cuya expansión es inmediatamente contradictoria: simultáneamente un desvalorizador porque no produce ganancias y, como infraestructura, absolutamente indispensable para una sociedad que tiende a ser capitalizada); la CGT se implantó además en los sectores privados que estaban conectados con las antiguas grandes industrias (ferrocarriles, minas), cuya nacionalización ha exigido desde principios de la década de 1920.

La crisis de los años 30 y el frente popular de 1936, que fue su consecuencia, publicitó y difundió estas demandas, que encontraron su satisfacción en las oleadas de nacionalizaciones que siguieron a la Segunda Guerra Mundial: el capital lanzó su dominio real sobre la sociedad francesa.

En el período inmediatamente posterior a la guerra, la CGT se vio encargada de diversas responsabilidades estatales debido a la promoción de varios burócratas sindicales a puestos gubernamentales. Como confederación, se instaló al hacerse cargo de la contradicción capitalista resuelta por un tiempo durante la guerra, y luego,  de las nacionalizaciones. Debido a su nueva situación, la CGT, en realidad, habría de  exhibir la mayor dependencia del Estado, que estaba penetrando cada vez más profundamente en toda la maquinaria de la economía. Su relación feudal con el PCF, [8] iniciada durante las profundidades de la crisis y lograda definitivamente al final de la guerra, es la consecuencia y no la causa, como algunos argumentan, de este manejo de la contradicción que culminó en la realización de su programa.

La CGT se vuelve cada vez más incapaz de manipular reformas para el capital en el corazón de los movimientos sociales. La relegación del PCF a un papel de oposición una vez que se completa su tarea, lleva cada vez más a este sindicato a transferir las demandas de los trabajadores directamente al ámbito electoral, con la perspectiva de una reaparición del PC en la gestión del Estado.

El 30° Congreso de la CGT, en junio de 1955, expresó abiertamente esta situación: «La mayoría (abrumadora: 5.334 contra 17 en la minoría), siguiendo a M. Benoit Frachon, decide dejar a un lado el programa económico adoptado en 1953, que había implicado reformas estructurales y especialmente nuevas nacionalizaciones (un programa que también se encuentra en el «programa común» de la izquierda política), con el fin de reemplazarlo con un programa de acción que consiste exclusivamente en demandas». [9]

La CGT a menudo se limita, ritualmente, a denunciar los llamados «peligros» de la privatización de ciertos sectores como Regie Renault.

En períodos de crisis, la CGT debe incluso liquidar las luchas «más arduas», de los trabajadores, ya que esta es una condición de la credibilidad de la izquierda, y del PC en particular (sin considerar, por el momento, la cuestión de saber si esta credibilidad puede concretizarse hoy en la gestión del Estado; en otras palabras, si la contrarrevolución, de ahora en adelante, necesita este tipo de Izquierda. En cualquier caso, se verá más adelante que el frente popular, como apareció en la última crisis, ya no es la forma más apropiada de la contrarrevolución en Francia).

A partir de este momento, es la posición confederal de la CGT la que determina sus posiciones específicas en los conflictos y esto ocasionalmente conduce a divergencias entre la Confederación y esta o aquella sección de una empresa que participa en luchas que «van demasiado lejos».

 

b) La CFDT y la autogestión

Una vez que el programa de los sindicatos socialdemócratas se había realizado en el curso de la crisis de los años 30, la última guerra mundial y la reconstrucción, el proceso contradictorio del Capital continúa a un nivel superior y las pocas reformas de este tipo, que todavía eran posibles, ya no son suficientes para resolver la crisis en desarrollo. A partir de este momento, la importancia real del problema de la gestión, así como los mitos relacionados con este, resultan de la creciente desvalorización del capital.

La gestión de una empresa se convierte en un problema muy «técnico»: la caída general en la tasa de ganancia y la extrema interdependencia de los mercados prohíben el éxito del amateurismo (o la arbitrariedad de la propiedad).

El control de la fuerza de trabajo, en particular, adquiere una importancia crucial y, al mismo tiempo, la gestión de una empresa asume un alcance social, dependiendo de la medida en que (a diferencia de lo que sucedió en el siglo XIX) la unificación de la el proceso capitalista y la creciente interdependencia se vuelven tan estrechos que una ruptura en cualquier punto de la sociedad conduce rápidamente a consecuencias en casi todas partes. Por ejemplo, la bancarrota de Rolls Royce en Inglaterra inmediatamente provocó reacciones en Seattle, donde se fabricaba un avión que requería motores Rolls Royce. Del mismo modo, si una empresa despidiera a su personal, están amenazados los ingresos de una ciudad o una región. En resumen, las condiciones generales de Capital hoy son tales, que cada fracción del Capital requiere que todas las demás se comporten de manera responsable en relación con la totalidad del Capital. (Esta responsabilidad económica, tanto del lado del jefe como del sindicato, es la propia cívica [civisme] de la dominación real: ya no hay otra forma de participar en la sociedad, de ser ciudadano, que «hacerse cargo» de los problemas del Capital en su totalidad).

Sin embargo, la administración de la empresa escapa al emprendedor capitalista, al mismo tiempo que la propiedad del capital le escapa, una vez que se han establecido las sociedades anónimas y el uso generalizado del crédito bancario. Paralelamente a este despojo, la administración de la empresa pasa a una junta directiva que representa teóricamente a los accionistas, y es ejercida por «gerentes» o «tecnócratas» contratados que dependen de grupos bancarios que ya no son propietarios ficticios, sino simplemente los acreedores de la empresa, pero que, sin embargo, poseen el poder real sobre el producto y la reproducción del capital. En efecto, como el difunto Serge Mallet, teórico de la autogestión, escribió: «La toma de posesión de la gestión de las empresas por un estrato de técnicos independientes de los accionistas, se hace posible solo por la incapacidad de los consejos de administración para enfrentar, mediante la venta de acciones solamente, los costos de operación y las nuevas inversiones requeridas por la expansión». [10]

En este movimiento de Capital, «el capitalista» debe desaparecer, dando paso a los anónimos poderes del crédito, por un lado, y a los gerentes contratados, por el otro. «Por un lado, el mero propietario del capital, el capitalista del dinero, tiene que enfrentar al capitalista funcional, mientras que el capital dinerario mismo asume un carácter social con el avance del crédito, concentrándose en los bancos y prestado por ellos en lugar de su propietarios originales, y dado que, por otro lado, el simple administrador que no tiene ningún título sobre el capital, ya sea mediante préstamos o de otro modo, realiza todas las funciones reales pertenecientes al capitalista funcional como tal, solo el funcionario permanece y el capitalista desaparece del proceso de producción como superfluo». [11] Si, sin embargo, busca mantenerse, está cada vez más relegado a sectores en camino a una muerte lenta. La forma jurídica de la propiedad se convierte en un obstáculo al que el capital da vueltas por medio de reformas, pero no puede suprimirlo, porque la propiedad privada sigue siendo su presupuesto necesario, de la misma manera en que el desarrollo del capital ficticio choca con la ley del valor y busca «superarla» sin poder suprimirla, porque eso sería negarse a sí mismo.

Además, no solo la gestión de la empresa sino también la del capital financiero en sí tiende a aparecer como una simple función técnica de tipo social. «Estamos avanzando hacia una especie de divorcio entre la propiedad y el capital; el capital está cada vez más separado de la propiedad, mientras que se diluye, oculta o incluso se presenta como la propiedad de organismos colectivos en las estatizaciones, socializaciones y nacionalizaciones que pretenden ya no ser formas de gestión capitalista». [12] Mediante el juego de lo ficticio, el capital financiero pretende también que ya no es una forma de propiedad privada, sino más bien un regulador social independiente de las relaciones de producción que pretende superar.

Sin embargo, toda esta estructura descansa en el capital real, en la ley del valor y en la extracción de plusvalía. «La dinámica del proceso capitalista permanece intacta y en su forma más despiadada: pero esta relación económica es todo menos nueva». [13] Esta es la relación que engendra al proletariado. «El hecho de que el capitalista inversor pueda realizar su función de hacer que los trabajadores trabajen para él, o de emplear medios de producción como capital, solo como la personificación de los medios de producción frente a los trabajadores, se olvida en la contradicción entre la función del capital en el proceso de reproducción y la mera propiedad del capital por fuera del proceso de reproducción». [14]

Pero el movimiento sindical, conforme a su naturaleza como representante del capital variable, al reclamar la gestión nacional, reclama la gestión de cada empresa y se desvía cada vez más de la base proletaria en desarrollo. Al hacerlo, busca unirse al movimiento de los trabajadores, mientras que el movimiento de autogestión difiere fundamentalmente del movimiento de las cooperativas; sin embargo, el punto común es que, de la misma manera que el cuestionamiento de la propiedad del capital, desde el punto de vista de los trabajadores, había enmascarado anteriormente la cuestión proletaria de la destrucción del capital (que incluye aquel en la forma de empresa, independientemente de su propietario), del mismo modo  hoy plantea la cuestión de que la gestión del capital enmascara la cuestión de su destrucción (que incluye la forma de empresa, sin importar quién sea su administrador).

La historia de la CFDT [Confederación Francesa Democrática del Trabajo] arroja luz sobre esta renovación del movimiento sindical. A principios de los años 50, el capitalismo francés experimentó una transformación que fue solo la continuación y la plena realización de una tendencia manifestada antes de la guerra: las industrias básicas — el petróleo, los productos químicos y los petroquímicos (entre otros, pero especialmente estos) — se convirtieron gradualmente en la base del nuevo ciclo de acumulación. Se puede afirmar que la CFDT nació (en 1964) principalmente a partir de la implantación de la ex CFTC en estos nuevos «sectores clave» de la industria.

Para probar nuestro punto, es suficiente demostrar la creciente importancia del sindicato químico, cuyo secretario general, Edmond Maire, se convirtió en secretario general de la Confederación; también debemos tomar nota de la reciente promoción de J. Moreau, sucesor de Maire como secretario general del sindicato químico, a un puesto en el sector político dentro del comité ejecutivo.

Junto con la electrónica, las industrias básicas son los sectores en los que, en conformidad con su naturaleza, la automatización del proceso de producción es la más avanzada; allí se incorpora una pequeña porción del trabajo vivo, del cual los técnicos e investigadores constituyen un elemento esencial.

Además, estos son los sectores que experimentan más profundamente el divorcio entre la propiedad jurídica y el capital, debido a la imposibilidad de su autofinanciación.

Por lo tanto, los técnicos, ingenieros e investigadores se enfrentan directamente a la administración en el lugar de trabajo: ¿quién es el mejor administrador, quienes controlan el proceso de producción todos los días, o el hombre que es promovido arbitrariamente a la administración del negocio porque pertenece, directamente o no, al grupo bancario que en realidad es el dueño?

Aquí encontramos, transpuesta a los límites finales de la producción capitalista (la cuasi-automatización), la misma indignación profesional que confrontan las «calificaciones de los capitalistas” que marcaron su amanecer; pero su contenido es completamente diferente. Para entender la demanda cada vez mayor de (auto) gestión como demanda fundamental, primero de la franja «avanzada» del CFTC y luego del CFDT, la mejor idea es dejar que Serge Mallet, un pionero en el asunto, hable, ya que sus comentarios son suficientes en sí mismos:

«La especificidad de las condiciones de trabajo en la empresa (en lo que respecta a los sectores en cuestión), el vínculo establecido entre las demandas y la condición económica de la empresa, el hecho de que esta última en sí misma puede ser una poderosa unidad homogénea de producción incluso cuando sus diversos establecimientos están aislados geográficamente, obligan cada vez más al sindicato a organizarse sobre la base de la propia empresa, en otras palabras, no la fábrica o el laboratorio, sino la empresa, la unidad económica completa. Surge una nueva estructura organizativa en el movimiento sindical, que reemplazará progresivamente la estructura comercial y la estructura territorial, y se fusionará con la estructura industrial mediante la desburocratización». [15]

Desburocratizar, en la concepción de Mallet, significa adaptar el sindicalismo a la nueva realidad de la empresa, que hace que la estructura tradicional (representada en su mejor momento por la CGT) sea inútil, porque no funciona. Además, en este nivel de su análisis, está de acuerdo con la siguiente expresión periodística de la  gestión progresiva: «Al igual que debe estar seguro de los puntos de venta cuando fabrica para su mercado y de los productos que venderá allí (este es el papel de la publicidad), la empresa también debe estar segura de la oferta de mano de obra al negociar con los representantes de los trabajadores asalariados … Una de las razones por las cuales los sindicatos se han encontrado fuera de sintonía en los conflictos recientes es precisamente porque se han organizado en el nivel de la industria: es aquí donde negocian … Estamos presenciando una ‘atomización’ de los conflictos sociales: cada uno luchará por sí mismo, con sus armas y objetivos, y será necesario negociar mucho más a nivel de la empresa; pero los líderes de estas últimas se han acostumbrado al arbitraje de especialistas y sus organizaciones profesionales. Como esto ya no será posible, ellos mismos tendrán que ir a las negociaciones y, en consecuencia, deberán prepararse». [16]

Mallet continúa: «Estamos presenciando, junto con el frente político y tradicional mantenido por los partidos y el frente social mantenido por los sindicatos, la apertura de un tercer frente en la lucha perpetua del Capital y el Trabajo: se trata de una cuestión de un frente económico, mediante el cual el movimiento obrero impugna al sistema capitalista, no por elecciones ideológicas o demandas sociales, sino por las experiencias prácticas de la incapacidad de este sistema para asegurar el desarrollo armonioso e ininterrumpido de las fuerzas productivas. Por el mismo proceso, se cuestiona la distribución tradicional de roles entre el movimiento sindical y el movimiento político de la clase trabajadora, y los sindicatos, como organizaciones económicas, se ven obligados a politizarse en el verdadero sentido del término, en otras palabras, no para hacer un aburrido eco de los lemas electorales de este o aquel partido político, sino para intervenir de manera activa en la vida política del país con los medios y formas de acción que son específicos para ellos. . . El desarrollo de la sociedad moderna integra completamente los procesos políticos y económicos. Es imposible que una organización sindical seria no intervenga directamente como poder sindical en los problemas políticos, en la medida en que quiera desempeñar su papel de poder sindical de manera efectiva. . . La protección de las ventajas ya adquiridas hoy no exige la regulación del sistema económico existente, sino la organización de la totalidad económica en la que tendrán que vivir los trabajadores asalariados. Y las demandas económicas de carácter total están obviamente relacionadas con los problemas políticos en un estado moderno». [17]

Concluye: «La apatía [absentismo] del ciudadano, deplorada hoy por todas las buenas conciencias democráticas, se compensa con el desarrollo de un espíritu de responsabilidad dentro de las organizaciones socioeconómicas. Esta es probablemente la consecuencia más interesante y seria de la evolución del sindicalismo basado en la empresa. En efecto, estamos obligados a revisar fundamentalmente todos nuestros hábitos políticos y nuestras concepciones de las prácticas democráticas». [18]

Mallet solo expresa en términos sociológicos la absorción de la política y la democracia por parte del capital, y que las destruye como esferas particulares de actividad. Este movimiento tiene lugar a través de la conquista total del Estado por el capital y refleja el nivel de sus contradicciones:

El capitalismo se desarrolló sobre la base de la ley del valor en la ruin producción de mercancías, y representa el valor en movimiento. Mientras su dominación sea solo formal, reactiva la democracia poniendo en primer plano al productor «liberado» por la revolución burguesa. [19]

Una vez que está totalmente ligado al valor, el Capital entra en contradicción con la base de su existencia. Tiende a superarlo continuamente sin poder lograrlo. Tampoco puede realmente suprimir la democracia, por lo que se la traga.

Debido al desarrollo de esta contradicción, el capital en adelante tiende a conferir ciudadanía a través del acto productivo y del acto del trabajo en general (alguien que no puede vender su fuerza de trabajo no es un «hombre» según la lógica capitalista).

En el corazón de este movimiento, como sugiere Mallet, la empresa adquiere toda su omnipresencia al emanciparse simultáneamente de las formas jurídicas de propiedad y de su propio financiamiento. Esta «autonomización» a su vez le da a la empresa la capacidad de ejercer su propia planificación, su autoorganización en términos de la dinámica fundamental y única del sistema: la valorización del capital.

La intervención del Estado se vuelve proporcionalmente más importante a medida que funciona, cada vez más, mediante operaciones financieras, directas o indirectas.

La famosa «planificación democrática» elaborada por la CFTC desde 1959, expresa esta nueva etapa del desarrollo capitalista contemporáneo. Es democrática en la medida en que tiene en cuenta esta planificación «autónoma» de la empresa; esta «autonomía» desde entonces prohíbe cualquier planificación centralizada unilateral. A nivel del Estado, esta planificación consistiría especialmente en la organización del crédito por medio de su nacionalización completa: «si el Estado conectara los pocos grandes bancos privados de negocios con los cuatro bancos de crédito que posee, controlaría por completo la industria francesa sin recurrir al más mínimo cambio en la propiedad teórica de los medios industriales de producción. ¡Queda por ver quién controla al Estado, a quién sirve!» [20]

Este tipo de «control» sobre la industria, solo podría resultar de la sumisión del Estado a la única dinámica capitalista, la empresa, que se mueve en un contexto de desvalorización extrema.

Esto produciría el siguiente absurdo: la empresa, «emancipada» y organizando toda actividad en torno a sí misma y por sí misma, ¡no puede responder a la ley del valor! Como estos sectores de alta desvalorización (industrias básicas) son los sectores clave para la acumulación, difieren de sus homólogos anteriores a la guerra, que eran, o consistían, en los sectores de la infraestructura. Solo la existencia de industrias de transformación, con una tasa de ganancia suficiente, ha permitido que estos sectores clave se mantengan a través del sistema de igualación de las tasas de ganancia y la concesión del exceso de ganancias.

A tal nivel de contradicción entre las fuerzas de producción y las relaciones de producción, el estallido de una crisis general debido a la imposibilidad general de la reproducción expandida del capital debe llevar a la propia fuerza de trabajo a hacerse cargo de la contradicción, o en otras palabras, se hace cargo de sí misma. Esta autogestión es el resultado de la atomización del proletariado inscrita en la «autonomía» de la empresa, como la hemos definido anteriormente; esta es una manifestación de la necesidad de un tipo de control sobre los proletarios que ya no puede ser ejercido por su primer jefe, sino solo por ellos mismos.

Pero esta atomización no se detiene en las puertas de la empresa; la invasión social de la empresa se acompaña de la atomización del proletariado en toda la sociedad: la crisis, en la que el valor se vuelve decrépito, y con él la democracia política, traerá la promoción del productor al estatus de único ciudadano reconocible. La autogestión será necesariamente generalizada. (En la última parte de este texto, enfrentaremos varias modalidades concretas de la contrarrevolución autogestionaria en los países donde existe la posibilidad).

Por el momento, esto no reduce la existencia de los sindicatos a la nada; por el contrario, como ha demostrado Mallet, algunos de ellos han adquirido una importancia considerable en el corazón de la contrarrevolución. Sin embargo, esta misma importancia implica que, fuera de ellos, se están formando distintas organizaciones de trabajadores (incluidas algunas impulsadas y controladas por ellos). Ya durante la mini crisis italiana [21] de 1968-69, aparecieron comités de base y otros consejos de fábrica que asumieron y realizaron funciones que la estructura sindical ya no podía llevar a cabo.

Este modo de existencia del Capital ciertamente no es nuevo, ya que ha existido como tendencia desde que el Capital logró su dominio real sobre el proceso del trabajo en un sector dado, pero se realiza plenamente en los sectores donde este dominio está completo. Una vez que estos sectores han conformado la totalidad industrial (aunque solo sea en el nivel de la organización del mercado), la preparación de reformas generales se vuelve aún más necesaria para el Capital, de modo que estos sectores puedan coexistir (como en Francia e Italia) con sectores que se encuentran en el camino hacia la subsunción real y a los que tienden a conferir su modo de gestión durante el paso a la subsunción completa. Pero, recíprocamente, solo estos sectores «arcaicos», en la medida en que la porción de trabajo que se incorpora en ellos todavía es relativamente grande e implica un movimiento de fuerza de trabajo, pueden llevar a cabo estas reformas.

Que la fuerza laboral se haga cargo de sí misma ahora sea, en diversos grados, una necesidad inmediata, es porque la maduración de ciertos sectores es hoy sinónimo de crisis; la fuerza laboral solo puede intervenir a través del movimiento del valor cada vez más contradictorio.

Si la fortaleza de la CFDT en los sectores de desvalorización representa en última instancia una pequeña parte de su fortaleza total:

  1. a) su fundación, como sindicato, tiene su origen en esta dinámica contradictoria del movimiento social capitalista sobre el cual descansa su propia dinámica teórica y práctica.
  2. b) esta dinámica utiliza herramientas tales como los conflictos localizados y genuinamente sectoriales de pequeñas unidades productivas en regiones generalmente «desfavorecidas», donde la CFDT ha experimentado un rápido crecimiento. Estos conflictos suelen estar marcados por la oposición directa al derecho de propiedad (huelgas, secuestro de funcionarios, etc.). No son los laboratorios de la CFDT para experimentos de autogestión, sino que constituyen los puntos de partida locales del proceso de hacerse cargo de la crisis que aún está localizada.

Las divergencias entre la CFDT y la CGT sobre el tema del programa común de la izquierda, reflejan sus respectivas posiciones: la CFDT enfatiza las luchas sociales para llevar a cabo las reformas de la crisis, mientras que la CGT se somete a la política electoral. Estas divergencias se confirman plenamente en los conflictos actuales [marzo de 1974], en particular en Houillères en Lorena, donde se transforman en espectaculares oposiciones. La profundización de la crisis podría hacer que se cuestionen los acuerdos confederales que se establecieron gradualmente entre estos dos sindicatos durante los últimos años. Este es el momento para que la CFDT afirme y demuestre su liderazgo sindical en medio de la contrarrevolución en formación; además, a pesar de sus ruidosas declaraciones, la CGT ya ha adoptado algunas características significativas de los planes de la CFDT. [22]

 


Notas al pie

[1] Karl Marx, El Capital, Volumen III (Moscú: Editores de progreso, 1966), p. 440.

[2] La expansión rentable del capital.

[3] Empresa, nº 967, p. 56, da un ejemplo de esta transformación de un capital en ficticio, el de la  British Petroleum: en un momento (1972) cuando, para todas las grandes compañías petroleras, las necesidades de inversión aumentaron mientras las ganancias caían, la BP, para financiar instalaciones en el Mar del Norte, recurrió a un préstamo de un sindicato de bancos que se pagaría después de un retraso de 5 a 10 años con fondos provenientes de las ventas de petróleo de esta nueva fuente. El nuevo capital productivo de la BP puede funcionar en un nivel ampliado, mientras que su capital dinerario solo habrá alcanzado el tamaño correspondiente en cinco años como mínimo.

[4] cf. G. Lefrancais, Mémoires d’un révolutionnaire, París: Ed. La Tête de Feuilles.

[5] cf. Problèmes Economiques, No. 1.357, 30 de enero de 1974.

[6] El Capital, III, pág. 440.

[7] En los estados desarrollados, su papel como administradores de la fuerza de trabajo, que marca su integración como una maquinaria dentro de la sociedad capitalista, es particularmente claro en el establecimiento, en colaboración con los administradores del capital total, de contratos periódicos para el aumento del salario por ramas de producción.

[8] Partido Comunista Francés.

[9] G. LeFranc, Le syndicalisme en France, PUF

[10] Serge Mallet, La nouvelle classe ouvrière, París: Seuil, 1963.

[11] El Capital, III, pág. 388.

[12] Bordiga, Propriété et Capital, cap. 4)

[13] Bordiga, Propriété et Capital, cap. 4)

[14] Marx, El Capital, III, págs. 380-381.

[15] Serge Mallet, La nouvelle classe ouvrière, págs. 86-87.

[16] Informe de Jean Boissonat a la Comisión Europea, editor en jefe de L’Expansion, publicado en Problèmes Economiques, No. 1272, 17 de mayo de 1972.

[17] Serge Mallet, La nouvelle classe ouvrière, págs. 102-103.

[18] Serge Mallet, La nouvelle classe ouvrière, pág. 245.

[19] La democracia apareció junto con la ley del valor en el momento de la disolución de las comunidades primitivas. La democracia ateniense era el grupo de únicamente hombres libres, solamente ciudadanos reconocidos; los esclavos, que se convirtieron progresivamente en los principales productores, eran excluidos por definición del ser social.

[20] Serge Mallet, La nouvelle classe ouvrière, pág. 167.

[21] «Mini» en comparación con la crisis generalizada que se avecina.

[22] cf. especialmente la «gestión democrática» de la empresa, la planificación democrática, en la nueva perspectiva de la CGT presentada en el órgano oficial de la CGT: Le Peuple, No. 927, 16-31 de octubre de 1973.

 


  

Capítulo II

EL CASO LIP

«… Este socialismo no sería una cuestión de permitir que el trabajador salga de la fábrica con un par de zapatos colgados al hombro; y esto es así, no porque hubieran sido robados del jefe, sino porque esto representaría una distribución ridículamente lenta y torpe de zapatos para todos.»

Amadeo Bordiga, Propriété et Capital

Cuando los trabajadores despedidos se pagaron a sí mismos, vendiendo mercancías  producidas bajo su propia administración, su gesto fue espectacular y se hizo famoso. La lucha de los trabajadores de Lip dio un golpe contra el derecho a la propiedad privada de los medios de producción y tendió a la reapropiación del producto por parte de los productores. Parecía entonces volver a unirse con un movimiento que había tratado de transferir la gestión del aparato productivo social a las manos de la clase trabajadora. Sin embargo, esta perspectiva era la de un movimiento obrero producido por una época de la lucha de clases en que el capital solo dominaba formalmente el proceso del trabajo y a la sociedad.

Si la lucha de los trabajadores de Lip pudo inicialmente parecer una manifestación del movimiento obrero, fue porque había sido determinada, en el contexto de la empresa Lip, por las relaciones sociales entre el capital y los proletarios, que eran en gran medida idénticas a las que había producido el movimiento obrero. Pero el contexto, mucho más amplio, de la sociedad capitalista nacional e internacional,  también ha dado forma a la realidad de esta lucha: la propiedad personal de los medios de producción se ha convertido hoy en una barrera para la producción capitalista, que ya no necesita propietarios sino solo administradores. Además, la realidad de la lucha de los trabajadores de Lip no encaja con la tendencia a la reapropiación, sino mucho más con la tendencia hacia la gestión del capital por parte de los propios trabajadores: Lip se ha convertido en un bazar para la autogestión. Y más aún, esto ocurrió sin ninguna intención consciente de parte de los trabajadores de Lip, quienes meramente demandaban un jefe que pudiera garantizar su supervivencia. 

 

  1. Lip, una fábrica durante la época de la dominación real del capital

El conflicto de Lip ocurrió en un sector (la relojería) donde el Capital aún no ha logrado una dominación real. Más exactamente, la dominación real del Capital sobre la totalidad de la sociedad aún no ha establecido allí el proceso del trabajo  específicamente capitalista.

La subsunción formal precede históricamente a la subsunción real. Pero en ciertas ramas de la producción «esta última forma, la más desarrollada, puede constituir a su vez la base para la introducción de la primera». [23]

En la producción de relojes, la forma de producción capitalista correspondiente a la subsunción real del trabajo al Capital toma primero el control de la producción de componentes: esta producción se lleva a cabo mediante máquinas operadas por  «trabajadores especializados». El alto nivel de productividad en la producción de componentes ha permitido la introducción de la forma capitalista en la fabricación de relojes a través de la dominación formal del Capital sobre el proceso del trabajo: ensamblar relojes, dentro de una sola fábrica. (Antes del período de fabricación, el ensamblaje de relojes se realizaba en el marco de un modo de producción artesanal, por los artesanos relojeros de Jura y Franche-Comte, «la región relojera tradicional»). A medida que el modo de producción capitalista tomó el control del ensamblaje de relojes, su dominio fue inicialmente formal: los procesos técnicos en esta etapa diferían poco de lo que habían sido durante el modo de producción artesanal. El ensamblaje de relojes podría continuar incluso después de que los trabajadores hubieran sido expulsados ​​de la fábrica: esto muestra la importancia del trabajo humano en esta etapa de la producción. Esta fabricación se basaba en la mano de obra calificada de los trabajadores, y se debe ciertamente a que Lip sea la última fábrica de relojes que su cierre plantee un serio problema de empleo: los trabajadores de Lip «nunca pudieron encontrar otro trabajo que correspondiera a sus habilidades». [24]

Además, la producción en fábrica se basa en una división del trabajo apenas desarrollada: implica la producción de los materiales necesarios para la fabricación completa de un reloj (este es el famoso departamento de producción mecánica).

En esencia, el capital Lip, que opera en un nivel demasiado limitado, incorporaba  una cantidad de trabajo en su producto que excedía el promedio social. Los grandes fabricantes estadounidenses y japoneses producen en una escala de producción en masa: el tamaño de sus capitales les permite compensar la caída en la tasa de ganancia (engendrada por la altura de su composición orgánica) por la masa de ganancia y el exceso de ganancias, porque su mayor productividad hace que la igualación de las tasas de ganancia funcione a su favor. A partir de entonces, con el dominio real del Capital sobre la sociedad a escala nacional e internacional, una crisis de maduración tuvo que afectar al capital Lip, cuya forma de dominación del trabajo era arcaica, manifestándose en el marco de la producción manufacturera: Lip tendría que desaparecer como capital independiente y como manufacturera.

Había otro rasgo arcaico: la capital Lip era propiedad de una persona concreta, Fred Lip. Como propietario de su capital, trató de oponerse o al menos frenar la crisis de maduración que requeriría su despojo. Trató de racionalizar su producción al introducir un cierto grado de taylorismo en el ensamblaje de relojes y diversificar sus actividades creando un sector de máquinas y un sector de equipos militares. Estos intentos de volver a rentabilizar su producción fueron solo paliativos. No es (como se ha dicho) porque fue caprichoso y torpe que cometió errores de gestión: es porque la única administración consistente habría sido aceptar la integración de su capital en una organización más amplia y abandonar su producción manufacturera; estaba equivocado solo en querer arrastrar la independencia de su capital, y para lograr esto necesitaba encontrar paliativos que se han calificado como «errores en la gestión» (lo que sin duda muestra el carácter ambivalente del conflicto de Lip, una lucha rezagada en medio de una situación avanzada). Estos famosos errores de gestión se debieron solo a la acción defensiva del propietario frente a la amenaza de su despojo.

El ascenso del capital a la dominación real va acompañado de la disolución de la propiedad personal del capital. Es en gran parte debido a que la sociedad capitalista francesa está en proceso de llevar a cabo esta mutación que el caso Lip ha tenido tal eco en todos los niveles de la sociedad. En el curso del conflicto, algunos representantes del Capital y de los sindicatos hicieron una crítica de la propiedad personal, tras la cual y en defensa de la cual se pudieron haber cometido errores de gestión, errores cuyas consecuencias sociales destacaron estos representantes: «La ley actual es el todopoderoso protector de la propiedad privada de los medios de producción. Entre los patrones que no encuentran sus ganancias lo suficientemente altas y los trabajadores que corren el riesgo de ser arrojados a la calle, la ley actúa a favor de los primeros». [25]

«Los asalariados no deben sufrir los riesgos financieros del fracaso de una administración». [26]

«Los errores de gestión a menudo son pagados más tarde por aquellos que no los cometieron … Es intolerable llevar a una empresa a su fracaso, retirarse a tiempo y que pasen días tranquilos mientras cientos de trabajadores asalariados están amenazados por el desempleo». [27]

Para remediar esta insuficiencia, el gobierno aprobó una ley que garantiza los derechos de los asalariados en caso de quiebra, y las autoridades locales se mantuvieron ocupadas, en el momento del conflicto, con la situación de los comerciantes de Besançon que enfrentan la desaparición de 1.300 empleos y numerosos subcontratos.

Se sabe que Fred Lip no evitó la pérdida progresiva de control sobre su capital: Ebauches S.A. adquirió el 33% de las acciones en 1967, el 43% en 1970, la mayoría en 1973. Esta penetración gradual de Ebauches S.A. debería haber sido acompañada por la transformación de la producción de relojes de una sola fábrica que produce todos sus materiales y componentes, a una planta de ensamblaje provista de componentes de otras sucursales de Ebauches S.A., estableciendo así una mayor división del trabajo entre empresas.

Desde este punto de vista, habría sido necesario despedir el exceso de fuerza laboral: de 866 personas, el personal de relojería debería haber disminuido a 620. [28] El plan de Giraud retuvo el mismo número en el sector de relojería; pero previó la creación de un sector de producción de cajas, permitiendo la reducción del número de despidos a un nivel más aceptable para los trabajadores en huelga. Estaba equivocado en este asunto, como lo demostró el rechazo del acuerdo de Dijon.

Pero Giraud también fue repudiado por los jefes, y si los trabajadores hubieran aceptado su plan, tal vez no hubiera podido obtener la financiación necesaria. Los patrones lo reprocharon por hacer demasiadas concesiones a la fuerza laboral:

«M. Giraud está en el proceso de crearnos un monstruo», declaró un funcionario de alto rango, muy personalmente interesado en la solución del asunto Lip. [29]

«Solo una reorganización total puede devolver a Lip a la misma posición en términos de costos de producción y, por lo tanto, en sus posibilidades comerciales. Pero ya es seguro que esta limpieza a gran escala no tendrá lugar», afirmó un relojero de Besançon [30]

En vísperas del acuerdo de Dijon, la cautela de François Ceyrac fue clara: «Es necesario que el jefe de la empresa mantenga su libertad en el ámbito del empleo». [31]

El plan de Giraud sufrió otra deficiencia a los ojos de los jefes: buscó prescindir de Ebauches S.A. Pero este último es el mayor fabricante europeo de piezas de relojes separadas, por lo que su participación en Palente es la situación más rentable; además, era el principal acreedor de Lip.

Revisando cómo se incurrieron las deudas de Lip: 30 millones [32] a Ebauches S.A.; 15 millones a proveedores (correas de reloj, cajas); 10 millones en préstamos bancarios. [33] Por lo tanto, prescindir de Ebauches S.A. significaba pagar las deudas y, por ende, el plan Giraud necesitaba una financiación de al menos 40 a 50 millones de francos. Con tal desventaja financiera vinculada a un sector productivo en el que la fuerza laboral era demasiado numerosa, el proyecto estaba condenado al fracaso.

El plan de Interfinexa de noviembre de 1973 sufrió el mismo inconveniente financiero. Su financiación era de 40 millones porque también quería prescindir de Ebauches S.A. y hacer un llamamiento a la industria relojera francesa. [34] La Société Générale se negó a financiar este plan, y uno tendría que ser un Sr. Rocard [35] para pensar o decir que esta negativa fue motivada por razones políticas.

El plan Interfinexa-Bidegain-Neuchwander, que había sido adoptado por los patrones y que los trabajadores finalmente se vieron obligados a aceptar, por falta de otra posibilidad, exige préstamos de 10 millones en capital privado y 15 millones en ayuda estatal [36] a lo que debe agregarse un saldo de 2 millones de las ventas libres!

Este plan marca la reintegración de Ebauches S.A. como protagonista en el negocio,  y mejora la economía del financiamiento y la perspectiva de rentabilidad: el nuevo capital va a operar al doble de la escala del anterior; Neuchwander estipula que el objetivo es fabricar un millón de relojes al año, mientras que la producción solo ha sido de 500,000. [37] Esta es la solución a la crisis de maduración mediante la adhesión de la producción de relojes de Lip a la dominación real.

También es la solución, desde el punto de vista de los intereses del capital, para la contradicción en el núcleo de las demandas de los trabajadores de Lip: querían una buena administración del capital que los protegiera de los despidos, pero una buena administración no podía ser ninguna otra cosa que la adhesión del capital de Lip a la dominación real, y esto significaba el despido del exceso de fuerza laboral. El plan Neuchwander-Bidegain, efectivamente, «reconcilia» los dos polos de la contradicción al subordinar la reintegración más o menos completa de los trabajadores al funcionamiento exitoso de la nueva empresa.

La otra demanda, el no desmantelamiento, también se ha resuelto en términos de los intereses del capital. El sector de la máquinaria Ornans, ha sido independiente desde noviembre de 1973 y, en Palente, la relojería y el equipamiento militar han sido adquiridos por un holding empresarial, una estructura jurídica que pone en común el capital y las ganancias, y que no permite ninguna conexión técnica con el dominio de la producción.

Esta sección no puede terminar sin antes señalar que «la Sociedad Europea de Relojería y Desarrollo Mecánico» incluye principalmente a representantes del capital francés, como BSM, Rhône-Poulenc, Sommer, en su junta directiva, todos los cuales operan en la industria química y los sectores petroquímicos: hemos visto ya en el capítulo anterior la posición y la importancia que estos sectores adquieren en el marco de la dominación real del capital.

 

  1. El movimiento obrero en Lip

 

El objetivo socialista clásico es la abolición del trabajo asalariado. Solo la abolición del trabajo asalariado puede provocar la abolición del capitalismo. Pero al no haber podido abolir el trabajo asalariado, en el sentido en que los trabajadores vean lo absurdo y retrógrado en vender su fuerza de trabajo, el movimiento socialista, desde sus comienzos, ha apuntado a la abolición de la economía de mercado.

Amadeo Bordiga, Propriété et Capital

Sea lo que sea que se haya desarrollado más tarde, los orígenes del conflicto Lip fueron indudablemente proletarios, en el sentido en que la incapacidad de la empresa para llevar a cabo la reproducción capitalista implicaba que los trabajadores serían despedidos. Como se ha observado a menudo, las dificultades de la empresa de ninguna manera amenazaron la supervivencia de su propietario F. Lip. Por el contrario, los medios de existencia de los trabajadores eran los que estaban directamente amenazados y, lo que es más (como hemos dicho), los trabajadores no pudieron encontrar trabajos similares en otros lugares, en los que fuesen empleados de la misma manera. Para sobrevivir se vieron obligados a reaccionar. Pero ¿cómo? Veremos que el conflicto en desarrollo estuvo determinado por el aislamiento fundamental de los trabajadores, que puede ser visto desde dos puntos de vista, el capitalista y el proletario.

En primer lugar, desde el punto de vista proletario, la incapacidad de la empresa para llevar a cabo el ciclo de reproducción capitalista involucraba «al proletariado de Lip», pero no al resto de la sociedad, y es evidente que ese aislamiento es la verdadera razón para la derrota de los trabajadores de Lip en relación con sus objetivos y por su no radicalización. Es por esta razón también que, al intentar defender sus ingresos, se vieron comprometidos con el capitalismo. Pero no tenían otra opción y sería un error suponer que podrían haber elegido métodos más radicales. Actuaron en conformidad con su aislamiento real en relación a otros trabajadores en la lucha contra la pérdida de sus medios de vida. Para hacerlo, se vieron obligados (entre otras cosas) a reunir pequeñas reservas sociales (incautación de stock de relojes y piezas terminadas, fondos de solidaridad). Los medios ilegales que usaron, podrían llevarnos a creer que podría haberse hecho posible algún tipo de radicalización a medida que se desarrollara el conflicto, al menos si los sindicatos no lograban traicionar la radicalización en desarrollo. Pero eso sería darle a los sindicatos un poder que no poseían; como el contenido de los actos ilegales era la formación de una acumulación del stock, que solo podía convertirse en dinero, ello impidió una posterior radicalización, que implicaba, al menos potencialmente, la destrucción del capital y el trabajo asalariado. Así, los trabajadores volvieron a su aislamiento como trabajadores. Solo un movimiento arraigado en sectores que son específicamente capitalistas les habría permitido ir más allá de los límites intrínsecos de su lucha, y habría negado, por lo tanto, su carácter puramente proletario mientras le conducía un paso más allá. Evidentemente, este tipo de solidaridad habría sido lo opuesto a la solidaridad política de los defensores de la autogestión de toda estirpe, que no querían otra cosa que reforzar la fijación de los trabajadores de Lip en su propia y aislada empresa.

En ausencia de todo movimiento de solidaridad real, el carácter obrero de la lucha prevaleció por sobre su origen proletario a medida que se desarrollaba el conflicto. En su aislamiento, los trabajadores de Lip no pudieron ir más allá de las condiciones inmediatas que habían enfrentado desde el principio, y fue desde esta base estrecha que se lanzaron a la lucha. Adjuntos a su aislada fábrica, fortalecieron su conciencia de sí como productores e intentaron realizar esa conciencia en términos prácticos. Reanudaron la producción de relojes. Los «Lips» — y ese es el origen de su repugnante apodo popular — se convirtieron en un capitalista colectivo.

Lo que es notable y, al mismo tiempo, caracteriza a Lip en su punto más alto como movimiento obrerista, es que los trabajadores en lucha intentaron negar, en términos prácticos, las consecuencias del cierre de su fábrica (en otras palabras, la supresión del trabajo asalariado) pagándose sus salarios como acostumbraban concebirlos  antes del 12 de junio, fecha en que la compañía anunció que se suspenderían los salarios: «Nos hemos pagado los salarios habituales que la antigua administración en quiebra nos debía». [38]

Pero no se trataba solo de financiar la huelga produciendo y vendiendo relojes, así como los trabajadores de Cerisay vendían las blusas que habían hecho con sus propios recursos, o los trabajadores de Bouly (que fabricaban medias y collares en una fábrica de Fourmies), que decidieron explotar sus pasatiempos para recaudar un fondo solidario: «algunos tejían, hacían crochet, cosían, mientras que otros trabajaban en la madera y la herrería; los productos así obtenidos se ponían a la venta” [39], sino sobre todo era cuestión de asegurar sus salarios. No solo la suma de dinero, como lo entendían los trabajadores de Lip, era idéntica a su salario anterior, sino que, además, «cada trabajador o empleado recibía su sobre de pago regularmente con una contabilidad de las deducciones del seguro, la seguridad social, el fondo de pensiones. . . » [40]

El salario garantizado se llevó a cabo, al pie de la letra, en la forma de «pagos ilícitos» y esto estaba totalmente de acuerdo con la voluntad de los propios trabajadores. [41]

En efecto, había tres formas de ver la cantidad de dinero que obtendría cada trabajador: 1) una cantidad igual para todos; 2) el salario habitual menos un porcentaje; 3) el salario habitual con un fondo solidario al que todos podrían ofrecer lo que quisieran. La última de estas soluciones fue la elegida. [42]

Ciertamente, como dice B. en la entrevista citada anteriormente, el delegado sindical apoyó esta solución, pero sería un error creer que la adopción de esta medida hubiera sido el resultado de una votación de la asamblea general de trabajadores. Los entrevistados dieron prueba de esto: «Dado que teníamos algo de masa, ¿por qué debíamos aceptar el nivel más bajo …?» — «si el jefe nos daba 200.000 ¿por qué obtener solo 150.000?»

Sin duda, se podría haber previsto un nivel más alto para algunos, pero se les habría acusado de irresponsabilidad al malgastar el capital de la empresa y esto se habría opuesto al sentido general de la lucha. «Sin despidos» significaba mantener los salarios y nada más. «El pago habitual para todos los trabajadores, eso era realmente algo, y creo que sería bueno si se hiciera de esa manera; y el segundo (el pago habitual menos un porcentaje) también, y … estoy igual de bien feliz ahora obteniendo lo que me puedan dar». [43]

Además, el precio al que se venderían los relojes también es significativo; esto aparece en el catálogo de Lip publicado por la fábrica: «el precio de venta de los relojes incluye el precio de las piezas, el valor agregado, el impuesto, la depreciación y el reemplazo de maquinaria, el salario de los trabajadores e incluso las ganancias de los propietarios». [44] Pero, ¿cuál podría ser la razón objetiva para dicha elección?, los trabajadores no tenían ninguna intención de acumular capital; pero además, si hubieran podido vender todos los relojes, por ejemplo, al mismo precio, ¿qué modelo de precios usarían? No había otras razones para sus decisiones sobre el salario y el precio que su deseo de que todo continuara como antes: la preservación de sus salarios requería la preservación del capital de la empresa. «No a los despidos, no al desmantelamiento» significaba «salvaguardar la empresa» [45], o en otras palabras, el capital de la empresa. En el ciclo de reproducción capitalista, los diversos valores que conforman el capital total están relacionados entre sí por la necesidad de que el capital total atraviese el ciclo de reproducción.

A partir de ello, los trabajadores de Lip no podían asegurar su salario habitual vendiendo los relojes a cualquier precio — no es que les hubiera sido imposible financiar la lucha — porque eso habría destruido la relación entre el precio de los relojes y sus salarios normales; y haber destruido esa relación entre precio y salario habría destruido el ciclo de reproducción capitalista y conducido a la liquidación de la empresa; justo lo contrario de lo que querían los trabajadores.

Así como el precio de los relojes no podía ser determinado por fuera del ciclo de reproducción capitalista, tampoco podían pagarse los salarios de los trabajadores sin algún tipo de control efectivo sobre la forma en que los trabajadores pasaban su tiempo. En la fábrica de Ornans, los trabajadores se seguían registrando todos los días al comenzar el trabajo. En Palente, el control no era tan minucioso, pero aún  existía en las asambleas generales. «Ya sabes», decía un trabajador en Mutualité (12 de diciembre), «sería injusto si algunos recibieran un pago, pero solo se aparecieran en la planta el día del pago». Allí, en pocas palabras, está la conciencia del productor, el trabajador honesto que se expresa.

Al final, los trabajadores siguieron vistiendo sus camisas de trabajo mucho después de que se cerraron las fábricas, y exhibieron esas camisas de trabajo en las reuniones de apoyo celebradas en toda Francia. Quizás sea este pequeño detalle el que mejor revela la conciencia del productor, que caracterizó al conflicto de Lip como una lucha del movimiento obrero, y el atraso de este movimiento en relación con las formas dominantes de la resistencia proletaria actual, como el absentismo y el sabotaje.

Sin embargo, una empresa capitalista no puede ser revivida solo mediante la producción. El capital sigue existiendo solo cuando atraviesa su ciclo de reproducción de manera armoniosa. Ahorrar el salario, es decir, el capital de la empresa, iniciando la producción, no tiene sentido a menos que el resto del ciclo de reproducción esté funcionando. De ahí la necesidad de comercializar los relojes. [46]

Rápidamente surgió un mercado «ilícito» o «paralelo» que era simultáneamente un mercado de relojes, una feria formal de solidaridad y una especie de fraude. Para vender sus relojes, los «Lips» se vieron obligados a emplear técnicas modernas de comercialización, [47] que eludían al minorista (de ahí las protestas de los relojeros y joyeros) y que les permitieron aumentar su margen de beneficio. Los «Lips» vendían sus relojes en manifestaciones políticas, en las casas de sus amigos, tal como quien vende Tupperwear en reuniones sociales o de puerta en puerta. Además, este mercado de relojes era uno de los gastos improductivos, como en cualquier otra empresa capitalista. En particular, era necesario pagar los viajes de los trabajadores,  que se hacían con tanta frecuencia para vender relojes como para popularizar la lucha (popularización = opinión pública = publicidad). Si era cierto que los gastos de viaje no eran cubiertos por las ventas sino por las contribuciones dadas en solidaridad, [48] entonces el autogestionado Lip tenía otra carta de triunfo económica (además de sus métodos de comercialización), ya que los gastos de viaje no podían cargarse a el capital de la empresa.

Pero desafortunadamente para los «Lips», el mercado de buena voluntad de la izquierda alcanzó rápidamente su punto de saturación inherente. La estrechez del mercado de buena voluntad, de hecho, se ajustaba al carácter no rentable de la empresa Lip.

Este mercado paralelo, era al mismo tiempo un mercado ideológico. A cambio de los relojes vendidos, los trabajadores de Lip recibían todo tipo de aliento y consejos para continuar la lucha. [49] Las reuniones de apoyo y las manifestaciones políticas dieron a varias tendencias políticas la oportunidad de probar su autogestión o su  propaganda del control de los trabajadores. Este mercado ideológico fue la condición sine qua non de la lucha. Los trabajadores solo podían tomar el consejo como dinero en efectivo y mirar mientras poco a poco el espíritu de la lucha se enfocaba en la imagen de una empresa que ahora funcionaba sobre una nueva base: la autogestión. Como dijo un trabajador entrevistado:

«Hay algunas personas que fueron a Marsella, algunos que estaban en Lyon, en todas partes se les hizo sentir como si fueran hombres grandes. Regresaron con la cabeza llena de un millón de proyectos e ideas que venían de todas partes. Pensaron que sus ideas debían llevarse a cabo y, por lo tanto, se pelearon con los hombres que estaban bajo la presión de los sindicatos, la CGT o la CFDT, y que estaban completamente desmoralizados». [50]

Atribuir la falta de entusiasmo de los trabajadores de Besançon a la presión sindical sería enmascarar su verdadero carácter. La dura realidad con la que se encontraron los trabajadores al regresar a Besançon con el dinero de las ventas de relojes, fue que su dinero no podía convertirse en capital adicional. La segunda fase del ciclo (la conversión de mercancías en dinero) podría llevarse a cabo, en mayor o menor medida, pero era efectiva solo a la mitad, ya que la tercera fase del ciclo (la conversión de dinero en capital productivo) comprendía la conversión del dinero solo en capital variable y no en capital constante. Esta era la viva realidad de los «Lips» en Besançon, una realidad que los sindicatos solo reflejaron. Estos límites no resultaron de la falta de generalización de la autogestión, sino que, por el contrario, se originaron con el «absurda lógica» de la lucha: la autogestión de los trabajadores de una empresa en quiebra. Con la empresa en tal estado, los «Lips» no podían hacer nada más que caer en la misma rutina que su antiguo jefe. [51]

Los vendedores ambulantes no podían hacer otra cosa que irse una vez más a otros mercados saturados: «había compañeros como P., por ejemplo; un día regresó con nosotros desde París, al día siguiente se fue de nuevo a Lyon. Luego regresa de Lyon, se queda aquí un día, se pone nervioso, asqueado. Se va de nuevo a Marsella, regresa a la mañana siguiente. Y tiene que planificar además toda esta basura». [52]

Esto nos lleva al segundo aspecto del aislamiento de los trabajadores de Lip. Desde el punto de vista capitalista, la buena voluntad política o ideológica otorgada a Lip por el gobierno o el propietario, no excluye el abandono económico de la empresa. Durante varios años, Lip demostró su incapacidad para mantenerse dentro de la comunidad capitalista. Y para el capitalismo no hay solidaridad que cuente, excepto la ley de la ganancia. Para ser rentable una vez más, fue necesario que Lip realizara una reestructuración exhaustiva.

La prueba de esto se encuentra en la suma (alrededor de dos millones de francos) que, debido a su respeto por la continuidad del ciclo de reproducción, los «Lips» se vieron obligados a renunciar a los nuevos propietarios, además de al stock  restante. Esto es lo que habían acumulado en siete meses de trabajo. Si reconocemos que esta suma cubre solo los salarios de un mes (para 900 trabajadores), y si comparamos esta cantidad con los 15 millones que se les deben a los proveedores, entonces vemos hasta qué punto la composición orgánica del capital de Lip había disminuido y cuán poco rentable era.

Por seguro, los «Lips», como capitalistas colectivos, aguantaron más que su antiguo jefe. Esto resultó de las diferencias entre ellos y el antiguo jefe, y del carácter excepcional de la situación que habían creado. No tenían ninguna razón para hacerse cargo de todo el ciclo de «su» capital. Los «Lips» podrían haber aprovechado el hecho de que solo una fracción del capital pasó por un ciclo rápido (capital circulante, es decir, salarios, materias primas, partes). Sin embargo, negaron el problema básico: la rotación del capital total. Nunca se vieron obligados a renovar el capital constante ni pagaron ninguna de las deudas contraídas por la antigua administración. Además, renovaron el stock de piezas solo en la medida en que pudieron hacerlo. Todo esto se sumó a la ventaja que tenían sobre la administración anterior, que ya mencionamos anteriormente. Lejos de demostrar la superioridad de su gestión, los «Lips» demostraron, en cambio, la imposibilidad de gestionar con éxito el capital de Lip sobre la antigua base.

 

  1. La cuestión del sindicato

Mucho se ha dicho sobre el papel de los sindicatos en el negocio de Lip: los desacuerdos entre la CGT y la CFDT, la relación entre la CFDT y los comités de acción no sindical que se formaron. Mientras que la CFDT se hizo inmediatamente cargo de la lucha, promoviendo en gran medida los comités de acción y advirtiendo contra los actos ilegales, la CGT se quejó por su habitual demanda de «el derecho al empleo», afirmó que, como de costumbre, estaba siendo realista, y al final fue expulsada de la escena por las fuerzas convergentes. Las actividades sindicales parecían estar dedicadas a unir el movimiento de los trabajadores con el movimiento sindical, y podrían haberle devuelto un poco de brillo al antiguo «sindicalismo revolucionario».

De hecho, bajo la superficie de sus respectivas declaraciones, la disensión entre la CGT y la CFDT sobre Lip no fue el resultado de una elección real entre los modos de acción que cada una habría tomado, sino de una restricción resultante de las diferencias pendientes que habían existido generalmente entre ellas y que se reflejaron fielmente en las particularidades de la situación de Lip. En el caso de Lip, simplemente fuimos testigos de la expresión más clara de las diferencias entre la CGT y la CFDT, que salieron a la fuerza a la vista pública en mayo del 68 y que eran  más o menos las mismas después de algunas huelgas (en particular, la de Joint Français). Las pretensiones administrativas de la CFDT se concretaron claramente en el caso Lip por su preparación y publicación de planes, en contraste con el silencio deliberado de la CGT sobre el tema. A riesgo de ser completamente desacreditada  entre los trabajadores, la CGT se vio obligada a terminar en la cola mientras criticaba discretamente, más o menos de manera constante en este caso, el «aventurerismo» de la CFDT.

El retorno momentáneo de la unidad sindical durante las negociaciones de Dijon, donde los sindicatos aceptaron los despidos como cuestión de principios, coincidió con un renovado divorcio, también completamente provisional, entre el movimiento obrero y los sindicatos, puesto que los hechos volvieron a plantear la cuestión fundamental, para los trabajadores (que la tomaron como proletarios), del despido del exceso de fuerza laboral. Para la CFDT, no era más que una cuestión secundaria.

Sintiendo la venida del rechazo de las bases, y dado que la CFDT no podría existir sin el apoyo de esas bases, la CFDT se vio obligada a cambiar rápidamente, y una vez más adoptó, en la reunión del 12 de octubre, la posición del Comité de Acción contra todos los despidos y no sometió a votación el contenido del compromiso de Dijon (despidos con garantía de reempleo), que había defendido solo el día anterior. Este tipo de cambio rápido, sin duda, fue posible gracias a la posición «cercana a las bases» de la CFDT.

La creación de un Comité de Acción en Lip pudo haber sido una sorpresa en un comienzo, en parte porque en Francia, en los últimos años, ninguna huelga, ni aún  la más prolongada y duramente combatida, había implicado el nacimiento de una organización de trabajadores por separado, salvo por algunos comités de huelga efímeros; pero sobre todo porque, aparentemente, la CFDT estuvo por completo  involucrada en la lucha.

Hemos visto que dada su naturaleza, la CFDT llegó a apoyar la creación de tales comités tan pronto como la fuerza laboral se hizo cargo de sí misma. Lip es un ejemplo concreto de este fenómeno en un contexto aislado. [53] Al hacerse cargo de sí mismo, el capital variable de Lip, y en vista de la reconquista total del capitalismo, requería una organización que al mismo tiempo emanara de la CFDT y que, sin embargo, poseyera cierta autonomía de ésta, ya que el contenido de este tipo de actividad se halla temporalmente más allá de los límites de la negociación del precio de la fuerza de trabajo, que es la tarea fundamental de los sindicatos. En ciertos momentos, esta relativa autonomía podría transformarse en virtual oposición; y esto resultaría de su propia naturaleza, como ocurrió durante el breve período de tiempo entre el acuerdo de Dijon y la reunión de la asamblea general consultiva. Pero el movimiento hacia la autonomía no era una expresión real de que el Comité de Acción haya trascendido al sindicato; y con respecto al contenido de la acción — salvar la empresa — no podría haber ruptura. El sindicato siempre tuvo en sus manos la clave del problema. Para demostrar esto, es suficiente notar la aceptación final y unánime del plan Neuchwander-Bidegain (ver más arriba) que concretó la derrota final y total del origen proletario del conflicto ante su contenido capitalista; esta derrota era  inherente a los comienzos del conflicto, como hemos visto; y como era irreversible, las únicas preguntas pendientes eran: cuándo y cómo ocurriría. Así, el problema de los despidos, esencial en el rechazo del acuerdo de Dijon, pareció desaparecer repentinamente en la aceptación de los acuerdos de Dole. La única reserva adjunta por Bidegain y los sindicatos en la elaboración de un nuevo plan a este nivel, de ninguna manera explica la aparente reversión repentina. Su reserva era, por el contrario, el resultado natural de la relación social de las fuerzas que se establecieron al comienzo de la reconstitución del ciclo capitalista.

La creación del Comité de Acción de Lip, y la práctica sobre la cual se fundó, sin duda refleja el fin del movimiento de los trabajadores como una fuerza histórica progresiva. En efecto, en la lucha, los trabajadores despedidos solo podían liberarse del alcance de los sindicatos de dos maneras: de forma reaccionaria (con la tendencia a volver a la producción y distribución a pequeña escala vía los mercados), o sobre una base comunista revolucionaria (con la destrucción del valor, del trabajo asalariado, la empresa misma y el mercado). Estos fueron, en resumen, los escenarios propuestos por la ultra-izquierda consejista, que solo podrían conducir al desastre. [54] «Hacemos, vendemos, nos pagan — es posible», cantó el Comité de Acción de Lip junto a los confundidos seguidores de ultraizquierda y maoístas que ayudaron con una gran cantidad de publicidad. Pero no, no era posible. El desarrollo y la socialización de las fuerzas productivas por el capitalismo prohíben cualquier retorno a un modo de producción e intercambio mercantil de tan bajo nivel, a menos que, en crisis limitadas o generales (con otros desarrollos), se use como un medio para ocultar la imposibilidad de continuar el ciclo de reproducción capitalista. En ese caso, el fin del movimiento obrero tiene como contenido inmediato el legado de este desarrollo: la reconversión de su teoría y práctica en la potencial contrarrevolución.

Esto debería sorprender solo a aquellos que no han tenido en cuenta el movimiento histórico, o el vínculo directo, entre revolución y contrarrevolución.

 


Notas al pie

[23] Marx, Un chapitre inédit du Capital, París: Ed. 18/10, 197 1, pág. 201

[24] Lip, Boletín de información, publicado por el Comité de Publicidad de los Trabajadores de Lip, p. 9.

[25] cf. «Syndicalisme-Hebdo» (CFDT), citado por Le Monde, 9 de agosto de 1973.

[26] Ceyrac, citado por Le Monde, 21 de septiembre de 1973.

[27] L’Expansion, septiembre de 1973, pág. 100

[28] cf. Documento 3, plan Ebauches S.A. del 8 de junio de 1973, en Lip 73, París: Seuil.

[29] Le Monde, 22 de septiembre de 1973.

[30] Le Monde, 22 de septiembre de 1973.

[31] Le Monde, 7 de octubre de 1973.

[32] Todas las cifras en francos, 5 f = $ 1. [Nota de pie de página de 1975]

[33] Le Monde, 14 de agosto de 1973.

[34] Le Monde, 14 de agosto de 1973.

[35] Líder del Partido Socialista.

[36] Le Monde, 2 de febrero de 1974.

[37] Citado en Le Figaro, 7 de febrero de 1974.

[38] Boletín de Información de Lip, publicado por el Comité de Publicidad de los Trabajadores de Lip

[39] Declaración de AFP, 8 de octubre de 1973.

[40] Le Monde, 4 de agosto de 1973.

[41] Véase Jean Lopez, entrevista de Lip, 18 rue Favart, 75002 París, noviembre de 1973, págs. 27-31.

[42] Jean Lopez, entrevista de Lip, 18 rue Favart, 75002 París, noviembre de 1973, pág. 30.

[43] Jean Lopez, entrevista de Lip, 18 rue Favart, 75002 París, noviembre de 1973, pág. 31.

[44] Boletín de Información de Lip, publicado por el Comité de Publicidad de los Trabajadores de Lip, p. 11.

[45] Boletín de Información de Lip, publicado por el Comité de Publicidad de los Trabajadores de Lip, p. 9.

[46] El dinero para el «pago de los trabajadores» venía solo de la venta de relojes producidos después de que los trabajadores comenzaran la producción. Aquí hay un ejemplo de la idea Proudhonista del derecho del productor a su producto. De manera general, se puede observar que a medida que la situación se desarrolló, la reacción inicial de los trabajadores en defensa de sus salarios condujo a una mezcla de tácticas arcaicas de la clase obrera y técnicas modernas de gestión: por lo tanto, la reanudación de la producción para alcanzar el objetivo superficial (el objetivo profundo es la defensa de los salarios) de demostrar la importancia de la actividad productiva de los trabajadores en contraste con la superfluidad del jefe que es realmente una característica del trabajador. La venta de los relojes producidos (que también era motivada por el deseo de defender el salario) también demostró la capacidad de los trabajadores para administrar las cosas. Además, en virtud de estas tendencias de autogestión apoyadas por la CFDT, los relojes y los salarios se invertían con un precio y una forma capitalista (para consternación de algunos situacionistas).

[47] Entre el 20 de junio y el 16 de noviembre, los trabajadores vendieron 82,000 relojes, realizando un total de más de 10 millones de francos (cifras proporcionadas por Ch. Piaget, citado por Le Figaro, 16 de noviembre de 1973. En la conferencia de prensa del 24 de agosto de la CFDT — «Lip es viable» — se hizo hincapié en que el «comité de ventas» estaba listo para proporcionar información precisa sobre los modelos «ruiseñor» y «caballo de guerra» y varias mejoras estéticas a realizar en ellos. Además, la CFDT declaró que «la experiencia de ventas directas a individuos y comités de fábrica merece un análisis serio».

[48] ​​cf. Charles Piaget, Le Figaro, 16 de noviembre de 1973.

[49] La publicidad presentada por la izquierda, la nueva izquierda, los sindicatos y otros, para preparar a los trabajadores ante la visita de los trabajadores de Lip implicaba un eslogan simple que ya había demostrado su valía: «los trabajadores de Lip están luchando por todos los trabajadores»  (y por lo tanto, debes apoyarlos y, sobre todo, financiarlos), lo que equivale al «Conduzco para usted» que ponen los camioneros para convencerte de ser paciente con su pesada carga. Así ocurre en una sociedad en la que todas las actividades cooperan en la reproducción del capital, donde todos tienen su trabajo que hacer, no por placer, se puede estar seguro de eso, sino porque cualquier interrupción dañaría el interés general: la lógica implacable de la situación con la que todo «hombre» de buena voluntad debe estar de acuerdo.

[50] Entrevista de Lip, 18 rue Favart, 75002 París, noviembre de 1973.

[51] De hecho, parece que la conversión de dinero en medios de producción (materiales) podría haberse previsto: véase Le Monde del 2 de agosto de 1973: «según los responsables del departamento de producción … será posible comprar materias primas: estamos estudiando varias propuestas que se nos han hecho». Este tipo de lógica gerencial estuvo detrás también del intento «Lip» de iniciar el ciclo de reproducción completo: ver Le Monde del 13 de julio de 1973: «el colectivo de trabajadores agregó: hemos establecido un plan para el año, con una renovación de la producción de relojes y una renovación de la actividad en otros sectores». La evacuación de la fábrica de Palente del 14 de agosto [1973] ciertamente puso fin a su proyecto. Pero la incapacidad de los trabajadores  de hacerse cargo del ciclo de reproducción capitalista no se debió principalmente a la oposición política de la burguesía, sino más bien a la naturaleza no rentable de la empresa. Además se sabe que el 12 de julio de 1973, Charbonnel, uno de los ministros del gobierno, sugirió que Lip se convirtiera en una cooperativa. Entre los argumentos que presentó la CFDT en oposición a esta idea se encontraban algunos que vinculaban la inevitabilidad de la hostilidad política de los patrones con su oposición a una empresa dirigida por los trabajadores (ver Le Monde, 21 de agosto de 1973). El hecho de que la cooperativa no funcionara se debió, en primer lugar, a su incapacidad para mostrar ganancias. De hecho, la CFDT entendió muy bien la situación, y su delegado, Roland Vittot, en su respuesta a Charbonnel, enfatizó que los sindicatos estaban rechazando la sugerencia de los ministros pues preveían «una disminución en el empleo» no debida a los errores de gestión cometidos por los antiguos directores, sino porque Lip, inevitablemente, tendría que convertirse en una línea de montaje para sobrevivir.

[52] Entrevista de Lip, 18 rue Favart, 75002 París, noviembre de 1973.

[53] Debemos tener en cuenta, aunque sea de pasada, el papel desempeñado por «Cahiers de Mai», que relevó, en su mayor parte, al boletín Lip Unité (Lip Unido). Desde hace varios años, este grupo aparece cada vez que los trabajadores muestran un poco de autonomía con respecto a los sindicatos. La flexibilidad organizativa de «Cahiers de Mai» le permite ser un complemento ideal, de hecho un paliativo, para la práctica del sindicato, al que están vinculados de inmediato por su apego exclusivo a una fábrica (en comparación con el grupo político «clásico»). En 1972 en Pennaroya, por ejemplo, en ausencia del sindicato, organizaron de principio a fin la huelga de trabajadores inmigrantes. Una vez que terminó el conflicto, ayudaron a organizar un sindicato local en la fábrica. La aparente ambigüedad de los «Cahiers de Mai» en su crítica a los sindicatos (que los lleva a encargarse de las jerarquías «divisivas»), al mismo tiempo, evoca a la función del grupo de estimular la unidad entre una base atomizada y también evoca su origen en mayo de 1968. Mayo del 68 es  frecuentemente elogiado por sus dimensiones antiburocráticas y antiautoritarias. De vez en cuando se han señalado los límites de esta vista unidimensional. Queda por demostrar que en este nivel el movimiento también anticipó ciertas características contrarrevolucionarias de nuestra época que corresponden a la crisis de la madurez del capitalismo francés que, en cierta medida, reveló el mayo de 1968.

[54] Incluso en el mismo momento en que era evidente que estaban disfrutando de una publicidad sin precedentes utilizando técnicas prestadas del modernismo dominante (véase, en particular, la republicación en rústica de las obras completas de Chaulieu, alias Cardan, alias Castoriadis, etc. )

 


 

 

Capítulo III

CRISIS Y AUTOGESTIÓN

Este es el camino a seguir: primero, motivar a los trabajadores más de lo que lo están  ahora. Es decir, no permitir que pasen nueve horas de trabajo sin una reunión para que cada trabajador comprenda lo que está sucediendo en la empresa en su conjunto, a dónde va, por qué trabajamos, qué significa para la sociedad. Entonces será necesario que la sociedad responda a las aspiraciones de los trabajadores … Puede haber algunos tipos que asuman responsabilidades, puede haber responsabilidades que se rotan; cuando uno asume responsabilidades, sucede algo; entonces uno aprende a aceptar muchas otras cosas; si uno entiende por qué, entonces puede muy bien aceptar muchas otras cosas.

Charles Piaget, Entrevista con Lip

  

  1. La comunidad de los trabajadores y la comunidad humanaAparte de la autogestión, con respecto a Lip, se ha hablado mucho sobre el calor humano, el redescubrimiento de la alegría de vivir, etc., no solo en las grandes reuniones y marchas solidarias (ya hemos visto lo que representan), pero también dentro de la propia empresa. Estas ideas aparecen una y otra vez en las entrevistas con los «Lips»;  podemos finalmente conocernos a nosotros mismos; todos podían  expresarse. . . Incluso muchos de los que reconocieron los límites de la lucha se dejaron llevar por la atmósfera de carnaval al principio; creían que se mantendría algo de esa atmósfera y que la forma de la lucha de los «Lips» tenía una «dinámica» propia, independiente de su contenido limitado.

De hecho, el carácter arcaico del proceso productivo de la Compañía de Relojes Lip no solo no impidió que los trabajadores quisieran salvaguardar su empresa por cualquier medio posible, sino que también les permitió formar un grupo homogéneo que enfrentara al enemigo personificado: el jefe. Cuando el jefe quebró y desapareció debido al carácter poco competitivo de su capital, los trabajadores se encontraron con sus herramientas, y su proceso de producción, negados e inertes. Que ellos mismos iniciaran el proceso de producción solo podría sostenerse por un entusiasmo que afirmara un nuevo sentido de comunidad.

Cualquier tipo de ruptura dentro de una comunidad conduce, tarde o temprano, a la formación de una nueva comunidad, lo que en sus inicios provoca entusiasmo. Para los trabajadores de la Compañía de Relojes Lip, sin embargo, la ruptura con su comunidad anterior fue profunda, no solo porque, como proletarios, se vieron privados de los medios de subsistencia (el cual fue el origen del hallazgo de su nuevo sentido de comunidad), sino especialmente porque podrían una vez más hacer uso de los objetos y movimientos de los que habían sido privados; la reformación de la comunidad Lip como capitalista colectivo, sobre la base de la desaparición de la restricción «exterior» de los jefes, los directores, etc., debe haber inducido de repente un tremendo sentimiento de entusiasmo.

En primer lugar, podemos comparar directamente este tipo de fraternización con la fraternización que marcó la formación de las cooperativas de trabajadores en el siglo XIX y, más recientemente, con las numerosas comunidades de trabajo que surgieron en Francia al final de la última guerra. En realidad, incluso a este nivel simple, existen diferencias fundamentales, pero antes de abordarlas es necesario comprender los puntos de similitud y su origen.

Las comunidades de trabajo que surgieron de la guerra se desarrollaron en áreas donde la destrucción de las fuerzas productivas había sido grande, y en aquellos sectores de la producción donde al principio había poco capital constante. En general, el renacimiento de tales comunidades, en una forma aproximada a las cooperativas de trabajadores, fue posible gracias al rejuvenecimiento del capital operativo durante la guerra, junto con el carácter generalmente arcaico del capitalismo francés en su conjunto. Al proclamar la igualdad de los salarios y la igualdad en la gestión, las pocas personas involucradas en estas nuevas unidades productivas evidentemente creían, con sinceridad, que estaban fundando empresas socialistas a la manera del movimiento obrero del siglo XIX. Un buen ejemplo de esto lo proporciona la comunidad de trabajo Boimondau (fabricantes de las cajas de relojes Dauphine) en Valence, Drôme.

Esta comunidad fue fundada por socialistas cristianos, anarcosindicalistas y otros militantes socialistas conocidos de la Resistencia en Vercours (la región de Drôme y Ardéche fue testigo de una tremenda destrucción de hombres y materiales gracias a esta importante célula de la Resistencia). Involucraba una fábrica de relojes en torno a la cual se construyó una ciudad que albergaba a este colectivo mini-capitalista y su familia. El conjunto de viviendas de fábrica recibió el nombre evocador de Ciudad Reloj [La Cité Horlogère]. Las asambleas generales se celebraban regularmente para tomar decisiones colectivas sobre todo, desde el funcionamiento de la empresa hasta el tiempo libre; por ejemplo, se hizo un intento de establecer la «libertad sexual» por decreto.

Del mismo modo, en el nuevo Lip había una tendencia a crear una vida comunitaria organizada en torno a la empresa: reuniones, sándwiches, pequeños festivales, al parecer, casi a diario.

Pero ahí termina la comparación, porque si, en Boimondau, había una igualdad real de salarios desde el principio, en Lip hemos visto que la preservación de una jerarquía salarial era una necesidad imperiosa en la creación del capitalista colectivo: en Boimondau el marco de la re-acumulación general del capitalismo francés permitió a la comunidad de trabajadores tomar forma con relativa «pureza». Sin embargo, la imposibilidad de la reproducción capitalista en Lip podía permitir que el colectivo existiera solo como una comunidad de trabajadores «bastardos». [55] Boimondau fue un producto de la destrucción de las fuerzas de producción. Lip fue creado por su desarrollo contradictorio. En Lip no nació una nueva empresa. Más bien, lo viejo fue salvado por una especie de modernización.

Rocard declara en vano, para justificar este tipo de gestión, que varios cientos de comunidades de trabajo fueron creadas justo después de la guerra: [56] algunos sociólogos han exhumado en vano el experimento de Boimondau. [57] Sin embargo, hoy en día, la idea de que la mercancía fuerza de trabajo tome el control de su propia situación tiene un significado completamente diferente.

Por las mismas razones, apareció otra diferencia fundamental: además de las organizaciones externas y los grupos de militantes, los trabajadores de Lip se unieron a numerosos afuerinos de la sección Palente de Besançon y de otras partes de Francia.

Esta concentración en Palente tuvo dos orígenes complementarios: para la sociedad francesa, siendo capitalista, la supervivencia de Lip, como hemos visto, era un imperativo vital para la ciudad y la región circundante. Además, esta comunidad material solo podría desarrollarse en contradicción con sus propias bases; ya no podía organizar, en su forma habitual, la totalidad de los seres humanos que pretendía incluir en sí misma (p. ej., comunas hippies, etc.). Los que no formaban parte de las «comunidades marginales» estaban sujetos al movimiento contradictorio involucrado en la descomposición de las relaciones sociales: de ahí el crecimiento de la «delincuencia». La inestabilidad de la comunidad material del capitalismo, [58] origen profundo de su carácter intolerable, hace que todo tipo de crisis sea atractivo, incluso si se desarrolla sobre la base reaccionaria del trabajo asalariado y la apropiación del producto por el propio productor para la venta en el mercado, como fue el caso de Lip.

Las violentas batallas que siguieron a la ocupación de la fábrica por la CRS [guardia nacional] pueden considerarse como una especie de efusión proletaria, no como una expresión de solidaridad en defensa de la fábrica misma (los arrestados dijeron que vinieron «a ver» o «para disfrutar»), sino como la expresión violenta de un deseo de participar en una ruptura cuando la ocasión se presentase. [59] No fue casualidad que muchos de los condenados tuvieran antecedentes delincuenciales. Además, tales eventos han ocurrido con mayor o menor regularidad por varios años, siempre que hayan existido las condiciones para un disturbio o para la menor perturbación. Ese es el origen y el contenido, aparentemente inexplicable, de la violencia que se distingue por su sello «camorrero» — de ahí su profundidad y su limitación.

En efecto, a diferencia de los trabajadores de Lip, la masa de proletarios que gastan su fuerza de trabajo en procesos de producción específicamente capitalistas son tan intercambiables que la existencia y la vida de esta o aquella empresa no les preocupa. Por lo tanto, como víctimas anónimas de la creciente composición orgánica del capital, se encuentran desempleadas (para los jóvenes, a menudo esto significa que no tienen la posibilidad de ingresar al proceso productivo global), y no sienten obligación alguna de organizarse contra un antagonista específico. [60] El enemigo que los ha victimizado no es ningún capitalista en particular, sino la sociedad capitalista en su conjunto, la cual perciben más o menos confusamente.

Sin una crisis generalizada, el rechazo de la fuerza de trabajo no es más que una de las necesidades de la reproducción para el capitalismo global. Estos proletarios forman un ejército de reserva industrial necesario para la expansión general del capitalismo, pues ejercen una presión que mantiene bajos los salarios; sin embargo, la diferencia fundamental entre el ejército de desempleados del siglo XIX y el actual,  es que este último puede reunirse en las metrópolis capitalistas más desarrolladas,  como comunidades relativamente estables de desempleados de por vida, limitadas en tamaño solo en la medida en que se han desarrollado las fuerzas productivas con respecto a las relaciones de producción. Así, en los últimos veinte años, en los Estados Unidos se han desarrollado guetos de proletarios negros que pueden manifestar, con sus levantamientos, como en 1965, su necesidad de una comunidad humana; pero estas revueltas alcanzaron inmediatamente su límite y fueron controladas por la imposibilidad, en ese período de expansión general, de atacar el corazón del capitalismo: las relaciones de producción.

Sin embargo, en ausencia de una crisis general, la debilidad de aquellos incluidos temporalmente y de aquellos excluidos permanentemente, se convierte en una fuerza potencialmente revolucionaria cuando la crisis abarca a toda la sociedad, es decir, cuando el movimiento de desvalorización termina prevaleciendo sobre el movimiento de valorización, y el modo de producción capitalista se ve obligado a revelar su ruina.

Ya que la crisis general tiene su origen en la naturaleza del capitalismo, que consiste en la acumulación por parte de empresas autónomas, el proletariado puede formarse como una clase solo al superar la empresa (y ya no como grupos dentro de la empresa) para crear un modo de producción unificado, liberado del desvío entre producción y consumo creado por el valor de cambio, y que revela su absurdo durante una crisis.

La masa proletaria, indiferenciada por su trabajo, que incorpora de manera banal a esta «clase dentro de la sociedad burguesa que al mismo tiempo no es una clase de la sociedad burguesa» en la crisis, se ve obligada a romper el último eslabón y ya no puede reproducirse a sí misma como una categoría del Capital. Esta clase-en-sí  tiende a organizarse como un partido histórico que afirma su futuro en la comunidad humana; esta clase no tiene «futuro» salvo en su propia supresión. La formación de la comunidad humana es el resultado del desarrollo de las fuerzas productivas por parte de la comunidad del Capital y es la única superación históricamente posible de la comunidad del Capital. Al integrar este desarrollo mediante el cual transforma radicalmente el trabajo, la comunidad humana destruye de manera positiva la ideología del trabajo, que el capitalismo había convertido en algo negativo: el tiempo de trabajo finalmente desaparece como la única medida de la riqueza social en beneficio del «tiempo libre».

De hecho, el comunismo lleva consigo el final de la división del tiempo de trabajo / tiempo libre al fusionar toda actividad en actividad necesaria para la producción y reproducción de la humanidad; la fusión resultante, en consecuencia, no se llevaría a cabo sobre la base del trabajo de hombres alienados en productores-ciudadanos, como fue el caso en la comunidad de trabajadores. Así, la producción cronometrada de productores de tiempo que era la Compañía de Relojes Lip es doblemente negada en la buena compañía del dinero.

Pero si la organización del proletariado como clase-para-sí que se dirige hacia la construcción de la comunidad humana tiende a ser tanto un producto del desarrollo global del capitalismo como un producto de la incapacidad del capital para reproducirse, el resultado no es automático o inevitable.


 

“Reconstruyamos la EMPRESA mediante la autogestión y no la destruyamos …”.

Serge Mallet, La nouvelle classe ouvrière

“El socialismo reside completamente en la negación revolucionaria de la EMPRESA capitalista, no en la concesión de la empresa a los trabajadores de la fábrica”.

Amadeo Bordiga, Propriété et Capital

 

  1. La contrarrevolución autogestionada

En la sociedad capitalista, la revolución y la contrarrevolución forman un par vinculado, aunque radicalmente antagónico entre sí. Ambas se unen en el movimiento contradictorio que es indispensable para la reproducción capitalista y que, al mismo tiempo, restringe esa reproducción. La crisis, que es simultáneamente la explosión de la contradicción y el comienzo de su resolución, implica el surgimiento continuo de la revolución y la contrarrevolución.

Ambas son impulsadas ​​por el movimiento dominante de la desvalorización: la contrarrevolución, porque esta importante desvalorización es necesaria para una revalorización posterior; la revolución porque tal período de desvalorización transmite su decrepitud.

En consecuencia, si bien la revolución debe interrumpir cualquier revalorización posterior, la contrarrevolución debe primero asumir la desvalorización con la esperanza de racionalizar las contradicciones. Sin embargo, dada la profundidad de las contradicciones actuales, la contrarrevolución solo puede desarrollar una perspectiva para una resolución capitalista: la destrucción masiva de las fuerzas productivas.

Este desarrollo implica, entonces, que el movimiento revolucionario podría ser inhibido y que las revueltas esporádicas podrían no alcanzar sus objetivos y ser aplastadas (consideremos la represión de las revueltas en las naciones capitalistas poco desarrolladas o subdesarrolladas que ya han sufrido los primeros golpes violentos de la crisis: Grecia, India , Etiopía, Bolivia, etc.).

En un nivel más inmediato de actividad y conciencia proletaria, la revolución y la contrarrevolución reflejan la imposibilidad de reproducir la comunidad capitalista que, a escala global, ha desorganizado la vida de los proletarios desorientados. La disolución de la forma de conciencia correspondiente a las condiciones materiales en un estado de autodestrucción implica la formación de una nueva conciencia que refleja nuevas condiciones.

Para el proletariado en un capitalismo plagado de crisis, la disolución de una conciencia vinculada por la ideología a un Capital auto-valorizante se traduce inmediatamente en la elevada conciencia de ser una clase sin reservas, que posee solo su fuerza de trabajo.

Obligado a tomar medidas para reproducir sus medios de existencia perdidos — o para reproducir un nivel de vida mucho más bajo causado por la brutal caída de los salarios reales — el proletariado ve en la situación que enfrenta la posibilidad de dos tipos de respuesta:

1) una tendencia espontánea a personificar el movimiento histórico de las fuerzas productivas, que da señales de la jubilación del modo de producción capitalista y exige una organización comunal sobre una base humana;

2) una tendencia a ubicar el origen de todos estos males en fenómenos capitalistas secundarios que ocultan las raíces de la contradicción y obstaculizan el movimiento histórico. [61]

Nace un anticapitalismo superficial que se alimenta de diversas ideologías y que la anterior disolución de la conciencia ayuda a desarrollar. Estas ideologías comparten un deseo común de resolverle la crisis al proletariado economizando la revolución proletaria y presentando una mezcla de medidas reaccionarias y reformistas. Reflejan una tendencia hacia la reforma comunitaria sobre la base de la persistencia del capitalismo.

Así, las respuestas fascistas y democráticas (el frente popular) a la crisis de 1929-1930 implicaron un aferramiento sin precedentes al principio del trabajo asalariado,  justo en el momento en que el trabajo asalariado estaba en el proceso de autodestrucción. Esto fue posible gracias a la destrucción del movimiento revolucionario.

Si el proletariado es la clase de la conciencia, el colapso de su comunidad alienada no resultará ni implicará automáticamente el surgimiento de un nuevo modo de producción. A diferencia de las clases revolucionarias anteriores, el proletariado no está respaldado por la irresistible fuerza del valor, al que debe destruir. Para llevar a cabo su trabajo no tiene nada más que su humanidad.

De ahí la importancia de la teoría revolucionaria en el movimiento comunista. «La clase de la conciencia» no significa que «la revolución ocurra primero en la cabeza»,  como pretenden varios académicos y otros modernistas. Solo refleja la tendencia del capitalismo a suprimir toda forma de actividad social, y de existencia social, a una porción creciente de sus esclavos. La «importancia de la teoría» no significa que el proletariado deba ser forzado a tomar conciencia, como lo han intentado hacer todo tipo de pedagogos militantes (por ejemplo, decirles a los trabajadores de Lip que pueden o que deben trascender su práctica). [62] Simplemente, la teoría comunista, inherente al movimiento contradictorio del capital, tenderá a producirse en una escala más espontánea y más amplia que en la actualidad, al nivel de las medidas revolucionarias prácticas adoptadas.

Hoy, a medida que la figura tradicional del empresario capitalista tiende a desaparecer por completo, la profundidad de la crisis es señalada por el hecho de que, en algunos países, la autogestión se está convirtiendo en una fuerza contrarrevolucionaria plausible. Sin duda, se trata de solo uno de los componentes de la contrarrevolución y probablemente coexistirá o se opondrá a otras formas, pero es posible delinear la función práctica de la autogestión ya evidente en el carácter y el contenido inherente de la crisis. Si la profundidad de la crisis determina la medida en que la fuerza laboral se hace cargo de sí misma, entonces la autogestión (es decir, la reorganización de la crisis de la sociedad capitalista) solo puede desarrollarse en los países industrializados donde la composición orgánica del capital no es muy alta, especialmente Francia e Italia. La crisis es, por definición, la falta de ganancias. En estos países, la proporción de capital variable sigue siendo lo suficientemente grande como para que durante un período inicial sea posible luchar contra la desaparición de las ganancias reduciendo radicalmente el valor de la fuerza laboral. Sin duda, esto también se haría en países con una composición orgánica de capital muy alta, pero con la diferencia de que el papel del trabajo vivo es relativamente pequeño en esos países, no requerirían un tipo de organización social especialmente adaptado a este  objetivo. Como hemos visto, en estos países — especialmente en los EE. UU. — la lógica del exceso de ganancias ya está incluida en las ganancias mismas.

La autogestión es una forma de hacer que la fuerza de trabajo controle la contradicción entre la valorización y la desvalorización, pues toda la sociedad se organizaría para reducir el valor de esa mercancía viva, el trabajo. Se trata de que la población se haga cargo de las actividades anteriormente dirigidas por el Capital y que, en consecuencia, aumentan los gastos del mantenimiento de la fuerza laboral. Ya podemos ver parcialmente el contenido de este tipo de autogestión en diversas redes paralelas de supervivencia formadas en los últimos años (escuelas paralelas, guarderías no oficiales, clínicas, cooperativas de alimentos, etc.). Es significativo que, con el comienzo de la crisis, los medios de comunicación hayan comenzado a publicitar algunos de estos experimentos (por ejemplo, la presentación favorable de «clínicas gratuitas» en el programa de televisión del 31 de marzo de 1974).

Al nivel de la empresa, la autogestión se desarrolla primero en los sectores donde la baja tasa de ganancia no se puede compensar aumentando la productividad a través de un aumento en la composición técnica del capital, ya que la crisis es, precisamente, una falta de capital necesario para tales inversiones. Sin embargo, se puede obtener un aumento en la productividad al someter aún más, a la fuerza laboral, al proceso de producción: al eliminar varias formas de resistencia proletaria al dominio real del capital (absentismo, sabotaje) es posible aumentar la intensidad y la velocidad del proceso del trabajo. Varios intentos de «enriquecimiento del trabajo» y especialmente la organización de grupos de trabajo autónomos (Donelly, General Food, Volvo …) caen en esta tendencia, ya que resultan de las dificultades del capitalismo con la valorización desde finales de los años sesenta; sin embargo, siguen siendo experimentos muy limitados en la medida en que el capitalismo aún no los ha reproducido a escala global.

La profundización de la crisis, al plantear la cuestión de la autogestión, generalizará y ampliará los experimentos, a los que se deberá dar un marco adecuado. [63] Desde esta perspectiva, se obtendrán nuevas ganancias con el aumento de la productividad y la disminución de los costos improductivos, ya que la autogestión, como su nombre lo indica, consiste en conferir parte de las tareas de gestión del capital a la propia fuerza de trabajo.

Por lo tanto, dentro de la empresa, la función inherente de la autogestión no es reducir el valor de la fuerza laboral, sino ser el marco adecuado, la forma en que la fuerza laboral se militariza y se adapta a este tipo de racionalización de la producción.

En este desarrollo hipotético, esa es la victoria, aunque sea momentáneamente, de la contrarrevolución, la autogestión une a los trabajadores a la empresa; mantiene el vínculo que es esencial para el tejido social y, al mismo tiempo, lleva a cabo un movimiento que trasciende a la empresa — un movimiento que transforma a la sociedad en una comunidad de la pobreza. La autogestión concentrada será la respuesta contrarrevolucionaria a la posible trascendencia de la empresa, por parte de trabajadores intercambiables a los que la autogestión se les adhiere y a quienes ensambla en el estado nacional popular. En efecto, si la autogestión tiene como terreno predilecto a los países industrializados con una baja composición orgánica de capital, esto no es solo el resultado de la estructura productiva de estos países, sino que también está determinado por el nivel de la economía mundial. Las áreas con una composición orgánica de capital mucho más alta siempre tienen más dificultades para encontrar las ganancias necesarias para la reproducción del capital, pero su composición orgánica más alta les permite gestionar a su favor la transferencia de valor, en el curso del intercambio con áreas menos desarrolladas. (intercambio desigual). Este aumento del valor constituye el exceso de ganancias que son cada vez más necesarias para ellos y que se derivan del hecho de que la mercancía vendida contiene menos trabajo que aquella por la que se intercambia. Pero para que esta transferencia funcione, es necesario que cada país con una alta composición orgánica aumente constantemente su área, lo que explica por qué los países más desarrollados siempre se ven obligados al intercambio libre (por ejemplo, EE.UU. y el Mercado Común agrícola)

A medida que aumenta la necesidad del exceso de ganancias en una situación de crisis, los países con una alta composición orgánica de capital tratarán de forzar a otros países a entrar en su zona de intercambio. Pero en una situación de crisis mundial, estos otros países estarán menos dispuestos que nunca a tolerar esta fuga de valor y tratarán de defenderse organizando su autarquía. La autogestión desempeñará un papel en la organización de esta autarquía y en la militarización general de la población contra los países sobre-desarrollados, que entonces se definirán como el enemigo. (Este antagonismo ya puede verse surgir hoy entre Francia y los EE. UU.)

La autogestión bien podría convertirse en un mecanismo de guerra para aquellos países en una posición económica débil, un mecanismo de la tercera guerra mundial que tal conflicto de intereses puede provocar.

Así, el tipo de militarización del trabajo y de organización por vecindario que la autogestión representa en su base, se extendería naturalmente a la militarización, pura y simple, del ciudadano-productor. La autogestión existe solo con respecto a la totalidad y a la organización de arriba a abajo de todas las categorías capitalistas.

La justificación para dicho «estado autogestionado» sería el anti-imperialismo al que exacerbaría. La extrema izquierda capitalista será llamada a desempeñar un papel central en este mecanismo de guerra, como lo demuestra la movilización patriótica en el conflicto de Lip y su apoyo a un campo contra el otro en la última guerra árabe-israelí. Es significativo que en un partido como el Partido Socialista Francés, que se presenta como un partido gubernamental, una fracción — el CERES — pueda formarse sobre la base de la autogestión y de un violento anti-imperialismo-estadounidense. No es menos significativo que el propio Partido Comunista Francés crea que «la forma en que se plantea hoy la cuestión de la autogestión ha evolucionado positivamente» y que «los comunistas son insuperables en el campo de la autogestión». [64] Finalmente, debemos notar la más pura facción gaullista que está en desacuerdo con el «imperialismo estadounidense» — el «frente progresista» coincide totalmente con las organizaciones de izquierda en toda la gama de sus programas (sin mencionar a los realistas de la NAF que se han proclamado partidarios de la autogestión).

La autogestión parece estar en camino de convertirse en la nueva forma de la Unión Sagrada.

Sin embargo, la autarquía de los países autogestionados amenaza con fortalecer ciertas contradicciones. Si es cierto que estos países tienen en promedio una baja composición orgánica de capital, aún así hemos visto que también tienen empresas altamente desarrolladas que no pueden tener ningún interés en la autarquía. Y se encuentran también con la hostilidad de otras ramas de la empresa, menos desarrolladas, que no pueden sobrevivir a la disminución de las ganancias estando en el centro de la crisis, lo cual es sinónimo con la liquidación de los sectores económicos más pequeños. Por lo tanto, surge un conflicto de intereses sobre la forma en que se divide la plusvalía, y las empresas y sectores menos desarrollados intentan establecer mecanismos para trasladar la caída del valor a sectores con una composición orgánica de capital más alta.

Este intercambio desigual refleja el desarrollo desigual de diferentes regiones que, con el surgimiento de la crisis, provoca un aumento de la violencia regionalista y su corolario, las tesis sobre la «neo-colonización del interior».

En un nivel más agudo, estos antagonismos podrían conducir a una guerra civil capitalista, que llevaría a cabo una parte de la destrucción de las fuerzas productivas,  destrucción necesaria para el Capital.

La autogestión también podría desarrollarse como una forma política o más bien administrativa de gestión de los antagonismos internos. Si decimos «administrativa» es porque estos conflictos de interés insolubles serían una de las razones para una organización autoritaria de la sociedad. Si hoy la contrarrevolución en estos países implica una participación sin precedentes de los esclavos asalariados del capital en el mantenimiento de su esclavitud, la integridad de todas las categorías esenciales del modo de producción capitalista requiere una fuerza superior (el Estado metamorfoseado pero muy real) que una todas las partes separadas y asegure la cohesión de una sociedad caótica: cualquier otra idea de autogestión (como parte de la ficción burguesa de libertad e igualdad) no es más que una utopía reaccionaria, un sueño que el capitalismo, incluso «autogestionado», está obligado a explotar. [65]

Del mismo modo que el programa socialdemócrata, elaborado durante el festival de la reproducción capitalista (antes de 1914), fue solo una utopía reaccionaria que finalmente se concretó en el Frente Popular y, sobre todo, en el nazismo, los imperativos de la crisis solo pueden ser reducidos por los esquemas de ultraizquierda a recetas para salvar el capitalismo.

Si la autonomía del proletariado revolucionario fuese a ser indudablemente afirmada cuando constituya una clase-para-sí, la contrarrevolución también implica una cierta autonomía del «proletariado» como clase que mantiene el capitalismo. Además, con respecto a todos los comités y otros órganos de base que surgen en el fragor de la crisis, será absolutamente necesario evaluar constantemente el contenido de su actividad, y así mismo el contenido del movimiento del que forman parte sin ser desviados por las formas que podrían tomar prestadas.

 


Notas al pie

[55] La acumulación de capital en Boimondeau marcó el final del experimento de autogestión. Poco a poco, se restableció la jerarquía salarial; uno, o más bien dos propietarios surgieron de la comunidad. La empresa estableció nuevas escalas salariales sobre nuevas bases. Estos bajos salarios fueron artífices de una de las dos empresas que emplearon convictos al salir de prisión. La mayoría de los empleados vivían fuera de Ciudad Reloj [La Cité Horlogère], que no tenía nada de comunal  excepto su nombre (muchos trabajadores fueron despedidos después de mayo del 68 por haberse declarado en huelga). La empresa siguió viviendo en agonía y tras muchos altibajos fue finalmente  liquidada, y vendida, en 1970. (La información sobre la empresa, aquí dada muy brevemente, fue proporcionada por un viejo trabajador de Boimondeau que presenció el final del período de autogestión comunitaria y de un compañero que trabajó allí poco después del año 68)

[56] Le Monde, 29 de enero de 1974. En cuanto a los diversos brotes de esta comunidad de trabajadores, solo unos pocos sobrevivieron por más de unos pocos meses o años, pues la mayoría fueron una respuesta inmediata y paliativa a la desorganización del capitalismo de posguerra y a la ausencia momentánea de inversores capitalistas (que también aparecieron, de alguna manera, en la «comunidad Lip»).

[57] G. Friedman en Le Monde, 22 de marzo de 1974.

[58] La tendencia del capitalismo a formar comunidades materiales después de 1945, encarnada en el Estado del Bienestar en los Estados Unidos, no es lo mismo que la desaparición de los antagonismos internos, ni que la creación de una comunidad real de hombres, incluso alienados. Por el contrario, que el capitalismo se ve obligado a fundar tales comunidades en sus metrópolis es el resultado del desarrollo ineludible de sus contradicciones (evadidas de antemano por la adopción de teorías keynesianas) y tiene como contenido la fragmentación extrema de la sociedad en individuos atomizados. Del mismo modo que dar un valor a las mercancías (valorización) incluye la destrucción del valor, así el Bienestar, por su naturaleza, contiene la contradicción personificada del capital, el proletario vivo. «La burguesía deja caer al proletariado tan bajo, que debe alimentarlo en lugar de ser alimentada por él» (Manifiesto Comunista, 1848). De hecho, pasada la burguesía de 1848, el capital, como relación social, colisiona con el proletariado y es incapaz de crear una comunidad armoniosa. Hablar de una «comunidad material» es reconocer la imposibilidad de que los proletarios «capitalizados» (durante el ciclo de posguerra de reproducción ampliada) se formen en una clase distintiva; tal situación convierte a la militancia revolucionaria «tradicional» en un desastre, se transforma en simple crimen organizado. Pero la crisis de la reproducción capitalista provocará la destrucción de la comunidad material y al mismo tiempo acelerará la reorganización de la contrarrevolución en un grado equivalente al grado de desorganización social: la autogestión siempre que sea posible; otra razón para especificar precisamente el tipo de organización ahora en desarrollo.

[59] Para Révolution Internationale (en el número 5, Nueva Serie, BP 219 75827 Paris Cedex 17), la confrontación con la CRS marcó una unificación de clase y el paso de la lucha económica a la política, porque los trabajadores habían ido más allá del marco de la fábrica. Sin embargo, ir más allá del marco de la fábrica en sí mismo no es suficiente para determinar al proletariado (o una fracción de él) como una clase-para-sí, a menos que ocurra sobre una base virtualmente revolucionaria (¿fue para defender al capitalista colectivo de Lip que se formaría la clase?!). De hecho, la existencia de la empresa no podía continuar en ninguna parte; la formación del proletariado sólo implica ir más allá de la dinámica del capitalismo: la reproducción del capital. Pero, por el contrario, los trabajadores de Lip fueron constantemente más allá de los límites de su localidad al hacer viajes aquí y allá sin ir más allá de su empresa, cuya preservación era el contenido de su lucha. La manera de ver las cosas de R.I. resulta de su concepción fundamentalmente política de la revolución comunista, con su correspondiente perspectiva partidista.

[60] Véase, por ejemplo, Le Monde, 2 de abril de 1974: «Les loulous de l’Abbaye» y «Dificultades de empleo para los jóvenes en el sur».

[61] En realidad, es probable que esta doble tendencia se manifieste en la forma de antagonismos y fracciones proletarias que personifican primero una, y luego la otra, como la que surgió en Alemania en 1919-21 y que solo fue reforzada por el desarrollo del capitalismo contemporáneo. (Ver Négation No. 2, Intervention Communiste No. 2, y Bulletin Communiste de mayo de 1973. H. Simon, BP 287, 13605 Aix-en-Provence.)

[62] El texto «Critique du conflit Lip et tentative de dépassement» [Una crítica del conflicto Lip y un intento de trascenderlo], (P. Laurent, 32, rue Pelleport, 75620 París) es un ejemplo de esa concepción programática de la teoría comunista: en parte explica a los trabajadores lo que se supone que deben hacer y no hacer. El desvío [détournement] de «Lip Unité» (de origen desconocido, pero reproducido por Quatre Millions de Jeunes Travailleurs, BP 8806, 75261 Paris Cedex 06) sustituye, pura y simplemente, a los trabajadores de Lip para hacer que digan lo que deberían haber hecho si … ¿si qué? Esta forma de trabajo tiende a ocultar las concepciones programáticas de lo dicho anteriormente. En general, el método del  desvío [détournement] expresa la imposibilidad de cualquier tipo de afirmación revolucionaria (incluso potencial) de un movimiento. No es por accidente que este método fuera establecido como «práctica subversiva» por los situacionistas en un período en que el proletariado estaba totalmente bajo el dominio del Capital.

[63] La crisis de la década de 1930, cuando no se hablaba de autogestión, vio en las fábricas de calzado alemanas la supresión del trabajo en la línea de ensamblaje que acababa de aparecer. Esta «des-racionalización» — una nueva racionalización adaptada a la crisis — fue entonces un vano intento de compensar el desempleo. (Ver Carl Steuerman [seudónimo de Otto Rühle], La crise mondiale, París: Gallimard, 1932, p. 50.)

[64] L’Humanité, 15 de febrero de 1974.

[65] Está claro que la fuerza laboral, en este nivel, no puede ser al mismo tiempo agente y objeto del  Capital; además, el papel de agente sería asumido naturalmente en el Estado autogestionado por una coalición proveniente de la franja más «progresista» de los gerentes económicos y políticos (Bidegain, Neuschwander, J. Delors, Edgar Faure, por ejemplo), los burócratas de la izquierda y de la nueva izquierda, incluidos sus homólogos sindicalistas, sin mencionar una fracción de la clase trabajadora proveniente de la base a través de varios comités y consejos (Monique Piton y otros miembros del Comité de Acción de Lip recibieron una audiencia de E. Faure — sin duda cuidando al hombrecito).