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Capital ficticio para principiantes: imperialismo, “antiimperialismo” y la continua relevancia de Rosa Luxemburg
Loren Goldner
Al castellano: Non Lavoro
26 de agosto de 2007
En febrero de este año, el mercado de valores chino, que durante mucho tiempo se sospechaba que estaba en una fase de burbuja descontrolada, finalmente se desploma. En los días siguientes, el temblor se sintió en los mercados de valores de todo el mundo. China ha llegado ya en los últimos meses a su fase del “lustrabotas” de la especulación bursátil (antes del colapso de 1929, un importante inversionista estadounidense decidió salirse del mercado de valores, justo después que un limpiabotas le diera consejos sobre las acciones), y después de la (no tan bienvenida) corrección, el mercado chino reanudó su carrera alcista hasta nuevas alturas, seguida del socorro de los inversionistas en todas partes.
Con la más leve perspectiva histórica, podemos ver que la conmoción mundial provocada por semejante contratiempo en un mercado todavía relativamente pequeño (lo que los entendidos llaman “capitalización total del mercado”) es algo bastante nuevo, impensable hace solo unos años. El mercado de valores de China puede tener tal impacto porque se sabe que cualquier pausa, y qué decir una recesión en el auge económico del país (con un promedio de crecimiento del PIB superior al 10% durante años y años, mientras que Gran Bretaña en su apogeo del siglo XIX se consideraba bastante impresionante en un 3 o 4%) podría poner fin a la euforia financiera mundial contemporánea. Cada vez más personas con información privilegiada y expertos hablan abiertamente del “cuándo”, no “si es que”, de una recesión global, o incluso (para algunos) de un cataclismo.
Con un poco más de perspectiva histórica, podemos recordar el mito del gigante económico japonés de finales de la década de 1980, cuando el Palacio Imperial de Tokio tuvo un precio levemente superior al de todas las propiedades inmobiliarias de California. Y recordamos que el gigante chocó contra un muro en 1990, en un colapso del mercado de valores y el sector inmobiliario que duró unos 16 años. No parece imposible que rememoremos el colapso del actual monstruo chino más o menos de la misma manera, pero las consecuencias serán de mayor alcance.
Sin embargo, estas son observaciones relativamente superficiales, casi periodísticas, sobre fenómenos que surgen de los problemas reales del funcionamiento real de la economía mundial, o más precisamente, esto no funciona para gran parte de la humanidad.
De hecho, lo que estamos viendo hoy es solo la culminación de un proceso en marcha desde finales de la década de 1950, (el proverbial “de un rasguño al peligro de gangrena”), por el cual una masa cada vez mayor de dólares nómadas, que no corresponde a ninguna riqueza real de la economía mundial, son arrojados como una papa caliente por los bancos centrales siempre contando con que el “tonto mayor” los retenga cuando finalmente se desinflen. Los bancos centrales de Asia (China, Japón, Corea del Sur y Taiwán) poseen actualmente más de 2 billones de dólares de estos dólares nómadas, y se espera que China por sí sola tenga 2 billones de dólares en algún momento de 2008.
Podemos llamar a estos dólares, que representan deudas incobrables que surgen en primer lugar, o en su totalidad, desde cinco décadas de déficit crónico de la balanza de pagos estadounidense, “capital ficticio”, un concepto que, cuando se desempaqueta, lleva directamente al corazón de cincuenta años de historia capitalista. ya a la iluminación de nuestro precario presente.
A continuación se pretende mostrar que, lejos de ser un concepto “económico” remoto, el capital ficticio nos lleva directamente a las cuestiones políticas centrales de hoy y, sobre todo, a las cuestiones que enfrenta la izquierda internacional.
Hace unos noventa años, V.I. Lenin escribió un libro, Imperialismo (1916), que pretendía explicar los orígenes de la Primera Guerra Mundial y la abyecta capitulación de los partidos socialistas en 1914 (con algunas nobles excepciones) al apoyo “social patriota” de su propia burguesía en esa guerra. Lenin retrató una economía mundial de “capital monopolista” y carteles gigantes que luchan por el control del planeta. Pero la recompensa política del análisis de Lenin (aparte de su cuestionable economía) fue múltiple: argumentó que las potencias imperialistas (es decir, Europa y Estados Unidos, y más tarde el recién llegado Japón) estaban “exportando capital” (una idea prestada del británico Fabian Hobson) que no se podía invertir de forma rentable en el corazón capitalista, y que las “super-ganancias” de esta exportación de capital ayudaban a sobornar a una “aristocracia del trabajo” en las clases trabajadoras de occidente, explicando la acomodación en cada país de esta “aristocracia” a su respectiva burguesía nacional.
El librito de Lenin probablemente habría pasado al olvido si un año más tarde no hubiera dirigido la Revolución Rusa y no hubiera ayudado a fundar la Tercera Internacional (Comunista) en la que las tesis de Lenin, después de su muerte en 1924, fueron consagradas por escrito, con repercusiones que se extendieron a través del impacto internacional del estalinismo, durante décadas.
Lenin ya había tenido choques, y generalmente poco felices, con una revolucionaria contemporánea, Rosa Luxemburg. En su obra La acumulación de capital (1913), una obra mucho más basada en la problemática de Marx que el panfleto de Lenin, Luxemburg argumenta que el imperialismo expresaba la presencia continua de lo que Marx había llamado “acumulación primitiva”, un cierto incremento del “saqueo” que el capitalismo requería para compensar un desequilibrio interno e internamente generado por su dinámica. Las implicaciones del análisis de Luxemburg eran, que los bienes y la maquinaria que el capitalismo estaba exportando a los campesinos y pequeños productores en la zona central y en el floreciente mundo colonial, eran de hecho intercambiados por un enorme incremento de riqueza no remunerada (cf. sus inolvidables descripciones del saqueo de los agricultores norteamericanos, de miembros de tribus africanas, de campesinos egipcios y chinos), un saqueo que se extendió a la propia clase trabajadora del capitalismo mediante los impuestos para pagar la carrera armamentista anterior a 1914, lo que llevó los salarios reales por debajo del nivel requerido para que la clase trabajadora se reprodujera. Lejos de constituir una aristocracia, la clase obrera dentro del capitalismo estaba, para Luxemburg, cada vez más sujeta a una forma complementaria de la acumulación primitiva que el sistema imponía a los pequeños productores del mundo no capitalista. Estos aspectos complementarios, internos y externos, del “saqueo” de hecho anticiparon el fascismo que surgió en Alemania, y en otros lugares, dos décadas después.
Tengo pequeñas diferencias con Luxemburg (como se mostrará más adelante) pero su planteamiento del problema nos lleva mucho más lejos que el de Lenin en la comprensión del mundo actual.
Este debate de hace 90 años es importante porque, a pesar de los clichés posmodernos de figuras como Hardt y Negri, o por ejemplo, de las protestas del marxismo ortodoxo mucho más riguroso de la escuela en torno a Paolo Giussani en Italia, el imperialismo todavía está muy presente. Si bien para algunos podría parecer que estamos abalanzánonos por una puerta abierta, la seria amnesia teórica y el retroceso de la izquierda internacional en las últimas tres décadas nos obligan a esbozar rápidamente algo de la historia reciente. Irak, por supuesto, habla por sí mismo. Así que comencemos señalando la presencia militar estadounidense, abierta y encubierta, en 110 países; su contrainsurgencia, en gran parte exitosa en América Latina y el Caribe en la década de 1980 (Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Honduras, la invasión de Granada, asesores militares para la acción militar del gobierno mexicano contra el EZLN y su intento de derrocar a Chávez en 2002). Podemos incluir las diversas “revoluciones” respaldadas abierta o encubiertamente por Estados Unidos en Serbia, Georgia y Ucrania (la embajada de Estados Unidos en Kiev tiene 750 empleados) Todo esto está conectado a una estrategia geopolítica dirigida a controlar las fronteras de Rusia y China, un remake clásico del “gran juego” del siglo XIX. Estados Unidos respaldó la extensión de la OTAN para incluir a la mayoría de los estados del antiguo Pacto de Varsovia, recreando el cordón sanitario de la década de 1920 (este último tenía como objetivo contener la Revolución Bolchevique) a las puertas de Rusia. Estados Unidos (perdón, quiero decir la OTAN) intervino en las guerras en la ex Yugoslavia y humilló militarmente a Serbia. Más recientemente, EE. UU. le está asegurando a todos que sus propuestos sistemas antimisiles en Polonia y la República Checa no representan amenaza alguna para Rusia.
Estados Unidos, oficial y extraoficialmente, está “muy preocupado” por la nueva presencia de China en África y en otras partes del Tercer Mundo, particularmente en lo que respecta al petróleo. ¿Una gran rivalidad entre potencias por materias primas en África, Asia y América Latina? ¿No hemos estado aquí antes?
En el este de Asia, EE. UU. mantiene 35.000 soldados en Corea del Sur, bases importantes en (y una estrecha alianza con) Japón, flotas navales listas para defender Taiwán, todas con el objetivo de contener lo que la CIA identificó abiertamente como el principal futuro rival de EE. UU.: China. Cuando China mostró recientemente al mundo la eficacia de sus nuevos misiles antisatélites, Estados Unidos, con cientos de ojivas nucleares dirigidas a China, gruñó por la hipocresía de las afirmaciones de China de estar buscando un “surgimiento pacífico”.
¿Y debería molestarme en mencionar el Medio Oriente? Apoyo hasta la empuñadura para Israel, ayudando a fomentar la (¡cuán efímera!) “Revolución del cedro” anti-siria en el Líbano, estrechos vínculos con Turquía, socio de la OTAN, como contrapeso a Irán. Estados Unidos tiene más material militar en el pequeño estado del Golfo de Qatar que en cualquier otro país del mundo excepto Alemania.
Hasta ahora me he limitado al nivel meramente militar y contrainsurgente, y tampoco he considerado los imperialismos menores de Europa y Japón. Pero no olvidemos las más de 200 multinacionales, la mayoría de ellas estadounidenses, que todavía constituyen la mejor parte (y una parte cada vez mayor) de la producción mundial.
A esto podemos agregar el peso de Estados Unidos a través de instituciones “internacionales” como la ONU, el FMI y el Banco Mundial, estos dos últimos imponen programas de “ajuste estructural” en 100 países en desarrollo, produciendo más de 60 estados fallidos o casi fallidos; podemos agregar el “hecho” de que la relación de ingresos de Occidente con respecto al mundo en desarrollo ha aumentado considerablemente en los últimos 30 años, a pesar del importante desarrollo en países como China, Brasil y más recientemente en la India durante ese tiempo. No es ningún secreto que la extralimitación militar descrita anteriormente es la extensión del siglo XXI de las proverbiales cañoneras de épocas anteriores para hacer cumplir las órdenes del FMI y del Banco Mundial. El capital, salvo en la fantasía del “mercado libre”, nunca existe sin un Estado y sin el “cuerpo especial de hombres armados” que, cuando es necesario, cobran deudas para el Estado.
Algunos escépticos han preguntado qué significa el imperialismo cuando un país como China, con un ingreso per cápita promedio de U$ 1200 al año, ha prestado algo que se acerca rápidamente a los U$ 2 billones a la “superpotencia solitaria”, y esto nos lleva de regreso a Lenin y Rosa Luxemburg.
El excelente libro de Michael Hudson, Super-Imperialismo (1972; nueva edición 2002) anticipa y responde a esa pregunta. Hudson muestra que el imperialismo estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial no ha seguido, de hecho, el modelo de Lenin (que siempre fue defectuoso), sino que ha perfeccionado la estrategia de “administrar el imperio mediante la bancarrota”. Los U$ 1-2 billones en el Banco de China consisten en pequeños trozos de papel verde que se intercambian por bienes chinos reales producidos por la explotación de trabajadores chinos, trozos de papel que luego se vuelven a prestar al “consumidor estadounidense” para que pueda comprar esos bienes. Ese dinero nunca será seriamente reembolsado, particularmente si los legisladores estadounidenses se salen con la suya y los chinos revalúan su moneda al nivel deseado de 4 renminbi = U$ 1, reduciendo a la mitad el valor de esas reservas para ellos mismos. Los japoneses, que vieron sus arcas de dólares reducidas en su valor por la disolución del antiguo sistema de Bretton Woods por Nixon en 1971, pueden decirle un par de cosas a los chinos (y los chinos conocen los riesgos muy bien y los han discutido públicamente)
Por tanto, habiendo prescindido del tipo de fenómenos militares, geopolíticos y de actualidad que cualquier izquierdista vulgar podría señalar, entremos en las cuestiones económicas “profundas”.
Los escépticos contemporáneos y los amnésicos deliberados arrojan La acumulación de capital de Rosa Luxemburg al mismo cubo de basura histórico que el Imperialismo de Lenin. Cualesquiera que sean sus defectos menores (que se discutirán momentáneamente), tenía toda la razón sobre la permanencia de la acumulación primitiva — de lo que se trata gran parte del imperialismo — en el capitalismo. La acumulación primitiva significa acumulación que viola la “ley del valor” capitalista, es decir, el no intercambio de equivalentes, comenzando con el vaciamiento del campo inglés en la historia moderna temprana (siglos XVI al XIX) mediante lo que hoy se llamaría “reformas económicas”.
(NOTA: La “ley del valor” fue parte de la ruptura cualitativa de Marx con la economía política clásica de Smith y Ricardo. Los tres enfatizaron la centralidad del tiempo social requerido para producir una mercancía, aunque la comprensión de Marx era bastante diferente. Los tres concordaban en rechazar la estafa y los sobreprecios arbitrarios como una explicación de la ganancia, pero contra la incapacidad de Smith y Ricardo para explicar la ganancia capitalista de otra manera, Marx demostró que provenía del tiempo que el trabajador tenía que trabajar cada día por sobre el valor de su trabajo. Las teorías posteriores del “capitalismo monopolista”, la más famosa es la de Lenin, también arrojaron por la ventana la ley del valor y el tiempo de trabajo socialmente necesario como un fenómeno de la época de Marx y que el capitalismo ya había trascendido en la suya.)
Gran parte de la “economía” marxista (un oxímoron para la crítica marxista de la economía política, una tarea que tiene un “objeto de estudio” diferente a cualquier “economía”) de la década de 1970, e incluso algunos autores hoy, se centran en las fórmulas matemáticas en la primera parte del volumen III de El Capital para describir adecuadamente la causa raíz de la crisis capitalista. Y por importantes que sean estos capítulos sobre la tasa de ganancia, lo hacen bajo el gran supuesto de que los procesos concretos de la reproducción social a los que se refieren se están de hecho reproduciendo. (La reproducción social, en pocas palabras, significa reemplazar, si no expandir, maquinaria, materiales e infraestructura usados, por un lado, y permitir que la población trabajadora de hoy cree una generación futura de personas capaces de trabajar con su tecnología contemporánea).
Luxemburg, en Anti-Crítica, su refutación a los críticos de su obra maestra de 1913 (y en esto la sigo al 100%) argumentó que el problema aquí no es una cuestión de matemáticas, sino de un análisis concreto de procesos reales. Cuando el capital occidental absorbe la fuerza de trabajo del Tercer Mundo, cuyos costos de reproducción no pagó, en la división mundial del trabajo, ya sea en Indonesia o en Los Ángeles, eso es acumulación primitiva. Cuando el capital saquea el medio ambiente natural y no paga los costos de reemplazo por ese daño, eso es acumulación primitiva. Cuando el capital hace que las plantas del capital y la infraestructura se derrumben (la historia de gran parte de las economías de EE. UU. y el Reino Unido desde la década de 1960), eso es acumulación primitiva. Cuando el capital paga a los trabajadores salarios no reproductivos (salarios demasiado bajos para producir una nueva generación de trabajadores), eso también es acumulación primitiva. Lenin nunca discutió estas cosas (si mal no recuerdo, nunca mencionó la reproducción social), pero Rosa Luxemburg escribió un libro completo al respecto. A los críticos que quieren descartar estas “viejas” ideas con un complaciente gesto con la mano, solo puedo decirles que ellos pierden.
(NOTA: Algunos en otros sitios han objetado mi uso del término “acumulación primitiva” para el capitalismo contemporáneo, insistiendo en que para Marx el término significaba solo la separación inicial de los productores de los medios de producción. Sólo quiero decir que si “acumulación primitiva” está demaciado específicamente ligado a esa separación inicial en los siglos XVI-XVII, entonces tenemos que desarrollar otro término para describir las formas de saqueo capitalista (en contraste con la ganancia generado por la explotación “normal”). Sumado a Luxemburg, tomo también el término del uso del teórico de oposición de izquierda soviético Preobrazhensky (en La Nueva Economía) en su argumento por la “acumulación primitiva socialista” en la década de 1920: organizar un declive administrado del campesinado ruso mediante la venta de bienes industriales caros y la compra de bienes agrícolas, barato. (No nos distraigamos con el resultado infeliz de esa estrategia). Diré nuevamente que cuando el capital interactúa con la naturaleza y los pequeños productores fuera de la relación trabajo-salario, y cuando empuja los salarios y el gasto de capital por debajo de los costos reproductivos dentro de esa relación, está violando el “intercambio de equivalentes” que Marx vio como el marco “heurístico” para separar las ganancias y la acumulación capitalistas de la estafa, el monopolio, la venta de bienes por encima de su valor y otras explicaciones equivocadas de la ganancia. Y si no queremos llamar a eso “acumulación primitiva” por NO-REPRODUCCIÓN, está bien, pero primero admitamos que tales fenómenos existen y (desde la década de 1970) son cada vez más importantes, y además indispensables para el sistema.)
El problema es que la izquierda internacional contemporánea ha heredado de los años justo anteriores y posteriores a la Primera Guerra Mundial un marco teórico, que ahora es principalmente un “estado de ánimo” muy problemático, en el que la visión equivocada de Lenin, vulgarizada por décadas de distorsiones adicionales del estalinismo, el maoísmo, el tercermundismo y ahora por el “alterglobalismo”, han eclipsado en gran medida, si no totalmente, a la de Luxemburg, particularmente en su descripción de la clase trabajadora del sector capitalista avanzado (en mi opinión, todavía la principal fuerza capaz de superar positivamente al capitalismo) como un factor despreciable entre las fuerzas internacionales para un cambio positivo.
La teoría del imperialismo de Lenin, y su descendencia bastarda, alcanzó la cúspide de su influencia en las décadas de 1960 y 1970, cuando diversas luchas de liberación nacional (Argelia, Indochina, Angola, Mozambique) y la Revolución Cubana constituyeron una constelación “tricontinental” que parecía estar cumpliendo la predicción de que el “socialismo” era el único camino a seguir para el mundo subdesarrollado. Este fermento había despegado de la conferencia de Bandung (Indonesia) de 1955 de las naciones “no alineadas” (no alineadas en la Guerra Fría), con el prestigio de figuras anticoloniales tempranas como Nkrumah (Ghana), Sukarno (Indonesia), Nehru (India) y Nasser (Egipto). Desafortunadamente, los regímenes burocráticos de desarrollo que triunfaron en los países “tricontinentales” no eran socialistas, y la clase trabajadora occidental, que podría haber quitado el peso del imperialismo de su camino, estuvo ausente en la cita. La cosmovisión tercermundista “trincontinental” estaba en ruinas cerca de 1978-79, cuando Camboya, Vietnam, China y la Unión Soviética, que en varias ocasiones habían reclamado la tarea “antiimperialista”, estuvieron a punto de ir a la guerra … entre ellos. Lo que siguió con fuerza a esta debacle fue el triunfo de las últimas tres décadas del “consenso de Washington” neoliberal en el que el desarrollo centrado en el estado basado en el viejo modelo se proclamó inviable. Durante la marea alta del “consenso de Washington”, el mundo ha sido testigo de un asalto a la clase trabajadora occidental y al viejo bloque “antiimperialista”.
He invocado el buen nombre de Rosa Luxemburg como el marco teórico más cercano a mi interpretación de Marx principalmente por su enfoque, dentro y fuera del sistema capitalista puro (cf. más adelante) sobre la problemática de la reproducción y la no-reproducción. Pero, como se indicó anteriormente, mi marco difiere un poco del de ella, y aquí se impone una aclaración. Como se verá, su marco tiene todo que ver con los fenómenos del imperialismo y el “antiimperialismo” en la era posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Repasemos algunos de los que considero que son conceptos básicos, y que no siempre son evidentes. De esta manera podemos pasar de la historia contemporánea a la teoría abstracta y viceversa, y ver el presente de una manera nueva. Pero hacerlo requiere un examen de algunas ideas básicas de Karl Marx.
El volumen I y la mayor parte del volumen II de El Capital de Marx son una fenomenología de un sistema capitalista cerrado en el que solo hay capitalistas y trabajadores asalariados, y la mayor parte de la atención se centra en la empresa única. Cuando, en la última sección del volumen II, Marx se desplaza hacia el “capital social total” y la reproducción ampliada, se está moviendo más allá de ese modelo heurístico. (NOTA: “Reproducción ampliada” se refiere a la acumulación capitalista normal, en la que una parte del excedente anual se reinvierte en nuevos equipos y nueva fuerza de trabajo, en contraste con la “reproducción simple” heurística asumida para la mayoría de los volúmenes I y II, en el que tal expansión está puesta artificialmente entre paréntesis).
Esa demarcación de la interacción del “sistema puro” (capitalistas y trabajadores asalariados) con, por un lado, la vasta población moderna de consumidores improductivos que viven de la plusvalía y no la producen, es decir, el F.I.R.E ([N. del T.: Finance-Insurance-Real Estate, en inglés] finanzas-seguros-bienes raíces), funcionarios estatales, estratos gerenciales, el sector militar, el sector policial / penitenciario y con, por otro lado, la naturaleza y los pequeños productores (que hoy se encuentran principalmente en el Tercer Mundo) es fundamental para la claridad. Ninguna de estas últimas poblaciones está presente en los volúmenes I y II, excepto por algunos apartados interesantes y los importantes capítulos en medio del volumen II que lidian con los seguros, la contabilidad y otros “faux frais” (costos falsos) de producción. El capital es un circuito (con reproducción simple en los volúmenes I y II, es decir, en un supuesto abstracto de “crecimiento cero”) y es una espiral en reproducción expandida; y una mercancía, ya sea del Departamento I (lo que Marx designó como la producción de máquinas) o II (bienes de consumo) (un tanque o un misil guiado no pertenecen a ningún departamento, sino que son un gasto de la clase capitalista) que no completa el circuito, es decir, que no se consume productivamente en el Departamento I (nuevos medios de producción) o el Departamento II (nueva fuerza de trabajo) deja de ser capital. Estas definiciones, que han sido extraídas de las teorías dominantes de la “economía” y que reciben sorprendentemente poca atención incluso de algunos autodenominados marxistas, nos permiten reconceptualizar la economía mundial contemporánea y hacer distinciones claras entre la riqueza real y los costos que son simplemente costos para mantener el status quo.
(NOTA AL PIE: En el volumen III, Marx presenta aquellas facciones de la clase capitalista que obtienen sus ingresos de los mercados financieros y de las rentas, pero las masas de personas de hoy que están fuera del “sistema puro” en el corazón capitalista, como los empleados de FIRE , funcionarios estatales o estratos gerenciales corporativos, están en su mayor parte implícitos en todo el El Capital. Eso difícilmente significa que, hoy, sean menos importantes).
Rosa Luxemburg también tuvo el gran mérito de resaltar al capitalismo como un modo de producción de transición entre el feudalismo europeo y el socialismo. Esto puede parecer una obviedad, pero es mucho más que eso. En su estudio del ascenso y caída de la economía política clásica, desde los fisiócratas hasta la escuela ricardiana, señala que solo un socialista (es decir, Marx) podría resolver el problema de la fuente de las ganancias y de la reproducción ampliada. A saber: el capitalismo debe ser visto como un modo de producción transitorio y necesariamente incompleto, que vive en parte de los modos precapitalistas que saqueó y continúa saqueando, y cuya crisis total solo es visible para alguien que ve “más allá”. El capitalismo es, por tanto, un sistema en el que ningún punto de vista práctico, ni el de un capitalista individual, ni del capital social total, o finalmente, ni de la fuerza de trabajo como mercancía (la clase en sí) puede ser “concretamente universal”, que sea capaz de actuar prácticamente sobre problemas reales. Todos los puntos de vista sobre el capital “dentro” del sistema, incluidas las luchas de “clases en sí” de grupos individuales de trabajadores, son puntos de vista de “negación de la negación”, y solo la perspectiva que mira antes y más allá del capitalismo puede ser un “autosubsistente positivo” con un programa universal (de clase para sí). Desde los piratas italianos del siglo XI hasta la mano de obra esclava en la República Dominicana o Brasil en la actualidad, el capitalismo nunca ha dejado de “saquear” la fuerza de trabajo y los recursos “fuera” del sistema cerrado (vol. I y II) de intercambio de equivalentes. Así, la presencia continua del saqueo inicial, por parte del capital, de las fuentes de riqueza no capitalistas, para Luxemburg apunta también a la posibilidad de su fin barbárico (de lo cual el fascismo de entreguerras fue más que un anticipo), de no ser suplantado positivamente por la revolución proletaria.
Luego, y esto es fundamental, el capital no les aparece a los capitalistas como un “valor autoexpansible” o una “relación social de producción” (los términos fundamentales de Marx no tienen ningún significado práctico o incluso existen para los puntos de vista de la “negación de la negación” dentro del sistema); les aparece como títulos de riqueza, vale decir, ganancias, intereses y renta de la tierra, cuyo valor se determina en el curso de un ciclo económico, y no por los finos argumentos de los capítulos iniciales del volumen III, sino como una capitalización del flujo de caja futuro anticipado. Marx, por supuesto, sólo introduce tales títulos de riqueza — acciones, bonos, arrendamientos — después de presentar primero el sistema heurístico puro, poniéndolo en movimiento en los capítulos finales del volumen II (reproducción ampliada), y luego discutiendo la determinación del precio y la tasa de ganancia en las secciones iniciales del volumen III. El capital como lo conocen los capitalistas, hasta e incluyendo todos los nuevos “productos financieros” de los últimos 25 años, como los derivados y los fondos de cobertura, son “gravámenes” sobre el flujo de caja total que representa, en última instancia, la plusvalía total producida en el “sistema puro” Y complementado por el SAQUEO (intercambio no reproductivo) fuera y eventualmente dentro del sistema. Sabemos muy bien que durante largos períodos de un ciclo capitalista, estos “gravámenes” pueden apartarse ampliamente de las determinaciones del precio / valor que, en última instancia, regulan el flujo de efectivo del que se valen, hasta que se desinflan en la crisis periódica.
Pero la fuente de esa ganancia total / plusvalía total es una cuestión empírica, que no debe resolverse recurriendo a diferentes enfoques sobre la “transformación del valor en precios” (un debate importante pero exagerado entre los académicos marxistas) o a posibles fallas en el esquema de reproducción del volumen II. ¿Se reproducen o no la planta de capital (medios de producción, infraestructura) y la fuerza de trabajo? Esta pregunta nos lleva inmediatamente desde el ámbito de la teoría pura (por fundamental que sea) al funcionamiento histórico concreto del sistema.
La relación entre el valor de la miríada de títulos capitalistas y la riqueza y la plusvalía y el saqueo del que se valen no es, por supuesto, arbitraria.
Volvamos al sistema puro, solo capitalistas y trabajadores, sin bancos, sin otros “títulos de riqueza” que distorsionen. Imaginemos además que el mundo entero es capitalista y que todo se intercambia por su valor. En un mundo así, con una productividad creciente en el tiempo, una masa de capital cada vez mayor se pone en movimiento por una cantidad total menor de trabajo vivo, la explotación del cual (para Marx) es la fuente de todas las ganancias. La tasa de ganancia, por lo tanto, (con muchos altibajos en el camino) capaz de sostener todos esos títulos disminuye, y a menos que se complemente adecuadamente con lo que he llamado “saqueo”, disminuye históricamente.
Pero, como señala Luxemburg en su Anti-Crítica, la caída de la tasa de ganancia no impulsa a los capitalistas a “entregar las llaves de la fábrica a la clase trabajadora”. Su marco le permitió ver cómo el capitalismo podría finalmente destruir la sociedad —la barbarie, en sus palabras, o la “destrucción mutua de las clases contendientes”, como lo expresó el Manifiesto Comunista en 1847 — al verse obligada a recurrir cada vez más a la acumulación primitiva y a la no-reproducción, una profecía que vemos materializarse ante nuestros ojos hoy.
El capital, para Marx (y aquí abrimos una dimensión no discutida por Luxemburg) a través de la búsqueda de ganancias efectuada por una miríada de capitalistas individuales, finalmente se destruye a sí mismo, se convierte en una barrera para sí mismo, al empujar las fuerzas productivas a un punto donde el tiempo socialmente necesario para la reproducción, basado en el valor reproductivo de la fuerza de trabajo, ya no puede servir como el “numerario”, el denominador común, para el funcionamiento diario del sistema. El capital requiere que exista trabajo vivo y que el valor de la fuerza de trabajo sea el numerario, y simultáneamente, a través de la innovación, éste expulsa el trabajo vivo del proceso de producción y socava al numerario. Esa es la contradicción fundamental del modelo puro.
Por supuesto, el modelo puro de capitalismo nunca ha existido y nunca existirá. Como sabemos, los títulos de riqueza (ganancias, intereses, renta de la tierra), los bancos centrales que regulan los mercados de tales títulos y un estado que imponga tales títulos preexistieron al triunfo total del capitalismo, es decir, a la transformación de los medios de producción y la fuerza de trabajo en mercancías como fuente dominante de riqueza.
Una vez que agregamos títulos de riqueza al modelo puro, como hace Marx en las secciones media y final del volumen III de El Capital, vemos un cuadro diferente. Es precisamente por estos títulos y por la capacidad del capitalismo para saquear a las poblaciones no capitalistas y la naturaleza que NO vemos, durante largos ciclos, una caída mecánica en la tasa de ganancia capitalista. Dichos títulos tienden a corresponder al valor subyacente, o caen por debajo de él, principalmente al final de un ciclo (a través de la deflación) y al comienzo del siguiente. La crisis deflacionaria actúa como una forma de “planificación retroactiva” que reequilibra los títulos de riqueza de los capitalistas con la tasa subyacente de ganancia generada dentro del sistema puro. Esto era obvio en el siglo XIX, cuando ocurría una crisis de este tipo cada diez años aproximadamente (1808-1819-1827-1837-1846-1857-1866-1873, etc. ) Es menos obvio en el período desde 1914 cuando el estado ha intentado preservar mucho más activamente las valoraciones capitalistas contra la desvalorización mediante técnicas generalmente asociadas con el “keynesianismo”. Por supuesto, en 2007 estamos en medio de probablemente la burbuja crediticia ficticia más grande de la historia del capitalismo. Lo que hemos estado viviendo, particularmente desde principios de la década de 1970, ha sido una enorme operación piramidal crediticia, administrada por los bancos centrales del mundo, con el objetivo de PRESERVAR el valor en papel de los títulos de riqueza existentes, y una transferencia significativa de los salarios de la clase trabajadora y capital no invertido en planta o infraestructura para ayudar a apuntalar esos títulos. Este último fenómeno es lo que yo llamo la “autocanibalización” del sistema, cuando el mecanismo de “acumulación primitiva” se vuelve hacia adentro, es decir, la no-reproducción, referida antes.
Luxemburg, por supuesto, no vivió para ver las versiones estadounidenses o alemanas posteriores a 1933 de la producción militar cuasi permanente, financiada por los impuestos de la clase trabajadora, y menos aún el sistema de Bretton Woods posterior a 1944, en el que los mercados financieros estadounidenses y el estado de EE. UU. adquirió la capacidad de aprovechar la riqueza de todas las partes del mundo capitalista (hasta hace poco, menos Rusia y China) a través del señoreaje de dólares (esto último se refiere al “almuerzo gratis” adquirido a través del “mantenimiento del imperio mediante la bancarrota” de EE. UU.). Y, obviamente, el crédito ha aumentado mil veces su importancia desde la época de Luxemburg, como una forma de prolongar temporalmente los ciclos económicos, sin cambiar nada de las contradicciones fundamentales del sistema.
La etapa final implícita de este proceso es, una vez más, la autocanibalización del sistema, siempre y cuando se agoten las fuentes de saqueo fuera del “sistema cerrado”. Aún no hemos visto esto de forma dramática en el caso de la era de la hegemonía mundial de Estados Unidos. Pero la historia proporciona el ejemplo del período nazi en Alemania, cuando Hjalmar Schacht, el ministro de finanzas de Hitler, levantó una enorme pirámide de deuda para financiar el rearme alemán en el período 1933-1938, mientras mantenía los salarios reales al 50% de los niveles de 1929. La diferencia entre Alemania entonces y los Estados Unidos de hoy es que Alemania había sido despojada de la mayoría de sus fuentes externas de saqueo después de su derrota en 1918 y, por lo tanto, tuvo que apoderarse militarmente de algunas nuevas después de 1938.
Algo similar podría suceder en el sistema centrado en EE. UU. si EE. UU. pierde su capacidad de utilizar la riqueza en todo el mundo con la acumulación denominada en dólares, y uno puede, sin exagerar, ver la política exterior estadounidense hoy como una extensión mundial de la dinámica subyacente en la expansión alemana bajo Hitler, menos la total implosión interna de la sociedad estadounidense — por ahora.
Por tanto, yo “corregiría” a Luxemburg en la medida en que las relaciones externas del “sistema puro” no se refieren tanto a la venta de un producto excedente según el modelo de venta de bienes industriales a agricultores o campesinos independientes (aunque eso, por supuesto, también tiene lugar) como la más importante circulación de una creciente burbuja ficticia (capital ficticio) a través de préstamos internacionales a cambio de cualquier botín que se pueda adquirir de la fuerza de trabajo de los pequeños productores, o de la naturaleza. Sostengo que, en un inicio, esta burbuja ficticia se genera legalmente DENTRO del sistema puro y se analiza en los capítulos intermedios del volumen III. Esta es la razón NECESARIA, generada internamente, de que el sistema requiere una acumulación primitiva permanente.
Veamos por qué es así.
Volviendo al sistema cerrado, al que le hemos sumado títulos capitalistas de riqueza, capitalizaciones de un flujo de caja anticipado. Estos títulos, por supuesto, van de la mano con un mercado de capitales, un banco central y un estado que los hace cumplir y, en última instancia, una deuda estatal (nuevamente, todos fenómenos del volumen III)
Debido a que el capitalismo es un sistema anárquico (un sistema “heteronómico” en el sentido de Kant), una perspectiva práctica sobre el capital social total que podría mantener estas capitalizaciones (más inmediatamente, acciones) rigurosamente alineadas con el valor subyacente (costo reproductivo actual) de los activos de cuyo flujo de caja dependen es una quimera. Los aumentos en la productividad laboral, particularmente aquellos que se propagan rápidamente por todo el sistema, como la construcción de canales y ferrocarriles en el siglo XIX, o las innovaciones aéreas, marítimas y de comunicaciones de las últimas décadas, no se registran inmediatamente en el valor capitalizado de todos los activos. Con el tiempo, tales innovaciones crean, más bien, un incremento ficticio “f” de capitalizaciones sobrevaloradas (títulos de flujo de efectivo) que deben ser depuradas periódicamente en un colapso deflacionario, como vimos en el frenesí de las punto com de la década de 1990 y el colapso de las punto com de 2000. Las acciones del banco central en la regulación de los mercados crediticios apuntan a preservar al menos algunos de los títulos de riqueza capitalizados de la devalorización (deflación) exigida por el aumento de la productividad laboral. Los mercados crediticios, el banco central y la deuda estatal están diseñados para “gestionar” la creciente disparidad entre los títulos totales de riqueza — la burbuja ficticia — y el valor de su sistema puro durante el mayor tiempo posible, aunque la ideología oficial rara vez o nunca declararía el problema tan descaradamente.
Yo diría, por tanto, que esta bola de aire caliente, generada internamente, del “sistema puro”, el CAPITAL FICTICIO (ficticio en relación con el valor reproductivo real actual de los activos), más que bienes reales, es lo que se “exporta” a cambio del saqueo. Siempre que el saqueo suficiente compense la brecha ficticia, la acumulación puede continuar. Este es mi (menor) desacuerdo con Luxemburg.
La burbuja ficticia en el mundo contemporáneo es, en primer lugar, el enorme “saldo” de dólares (3-4 billones de dólares, según las estimaciones conservadoras actuales), la deuda externa neta de EE. UU. (11-12 billones de dólares en el exterior, menos 8 billones de dólares en activos estadounidenses en el extranjero), mantenidos principalmente en bancos centrales. Todo, desde el punto de vista capitalista, debe hacerse para evitar su deflación. El gobierno de Estados Unidos está ocupado depreciándolo, “administrando el imperio mediante la bancarrota”, y sus tenedores extranjeros se inquietan por la erosión de sus propiedades. Pero devuelven el dinero al gobierno de los EE. UU. y a los mercados financieros de EE. UU., lo que hace posible más crédito interno de EE. UU., más consumo y más importaciones de los acreedores de EE. UU., porque el colapso del dólar también sería su colapso, y aún no ven alternativa.
Si lo anterior es correcto, ello constituye una visión alternativa del imperialismo a la de Lenin (todavía hoy sostenida por una miríada de trotskistas, para empezar). El tema político para la izquierda, tal como yo lo veo, no es tanto el imperialismo, que doy como un hecho, sino la ideología del “antiimperialismo”, en la que un ambiente difuso de “Porto Alegre” / Foro Social Mundial enlista hoy a fuerzas “progresistas” tales como Hugo Chávez, Hezbollah, Hamas, los mulás iraníes, los talibanes, la “resistencia” iraquí, y quizás mañana, Kim jong-il; ayer incluía a Saddam Hussein. Los acontecimientos posteriores a 1945 y, en particular, posteriores a 1973 han ido desdibujando las líneas de la vieja hoja de ruta “antiimperialista”.
Vemos que la hegemonía mundial de Estados Unidos se desintegra más rápido de lo que en general imaginamos posible (casi recordando la velocidad del colapso del bloque soviético). De esta desintegración, ¿qué surgirá? ¿Revolución proletaria? Yo espero que sí. Pero lo que también podría surgir, como cuando Estados Unidos surgió en 1945 por sobre las ruinas del imperio británico, es un nuevo centro de acumulación mundial. Mi candidato predilecto para ese nuevo centro es Asia Oriental.
Supongamos, en algún escenario aún por concretar, que China y Japón (que, a pesar de la retórica, tienen lazos económicos cada vez más estrechos), junto con los tigres (por ejemplo, Corea, Taiwán) y los ‘gansos voladores’ (Malasia, Tailandia, etc. ) logran constituir un bloque económico, una moneda asiática. Dadas las realidades geopolíticas, es difícil imaginar que esto suceda sin algún equivalente de la Segunda Guerra Mundial, en cuyo resultado Estados Unidos, Rusia e India estarán en juego. Si esta reorganización se convirtiera en la base de una nueva fase de expansión capitalista, comparable a la expansión centrada en Estados Unidos de 1945-1975, ¿sería de alguna manera más “progresiva” que la fase dominada por Estados Unidos? No lo creo.
La pregunta, entonces, es cómo situar las diversas fuerzas mundiales en juego mientras Estados Unidos declina.
Chávez, el último héroe “antiimperialista”, hizo recientemente una gira mundial que incluyó estados … progresistas … como Bielorrusia, Rusia, Irán y China. América Latina está en auge en este momento debido a las exportaciones a China. Partes de África están reviviendo por la misma razón. En la actualidad, esto se remonta al “consumidor endeudado de EE.UU.”, y un colapso del imperio del dólar detendría la música … por un tiempo. Pero como dijo no hace mucho un ministro japonés, cansado de las crecientes reservas de dólares en el Banco de Japón: “dennos 15 años y no necesitaremos a Estados Unidos”. Con el dólar cayendo día a día en las bolsas mundiales, ¿cuánto tiempo más tardarán los chinos, los coreanos, los japoneses, los jeques petroleros de Oriente Medio, los rusos, los venezolanos, y el cartel de Medellin — todos principales tenedores de dólares — querrán retener un activo que se deprecia? Y si de esta debacle surge un nuevo polo de acumulación capitalista, que incluya o no a las “viejas” potencias imperialistas (por ejemplo, Japón y Rusia), ¿será “progresista”?
No lo creo.
Ésa, para mí, es la pregunta que hoy tienen que responder los teóricos, que todavía trabajan desde el modelo leninista del “antiimperialismo”. ¿Cuánto tiempo más podrá la izquierda internacional ofrecer “apoyo crítico” o “apoyo militar” a los talibanes antes de que se encuentre, como tantas veces en el pasado, con la partera ideológica de una nueva constelación reaccionaria?