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El capital ficticio y la transición fuera del capitalismo

Loren Goldner

Al castellano: Non Lavoro

http://breaktheirhaughtypower.org/fictitious-capital-and-the-transition-out-of-capitalism/


26 de agosto de 2005

 Lo que viene a continuación es un “experimento mental” que pretende ver el capital ficticio en su relación con el fin del capitalismo. Si nos dedicamos a seguir el concepto de capital ficticio tan lejos como nos sea posible, y hacemos visibles las increíbles distorsiones que ha fomentado en aquello que se ha denominado “desarrollo económico” a escala mundial, podremos entonces hacer notar la naturaleza de las luchas contemporáneas y explicar por qué no hay más de estas luchas.  Podremos también abordar las razones por las que una “sociedad más allá del capitalismo” parece ser una posibilidad tan remota en la actualidad.

En el análisis del capital ficticio, jamás debemos olvidar que éste se subordina y se deriva del capital en general. Es importante no fomentar la ilusión de que la lucha es contra el “capital ficticio”, para así luego dejar de examinar el capital “real”. Y al mismo tiempo, es indispensable esclarecer la dimensión ficticia de la economía contemporánea, aunque solo sea conceptualmente. Muchas personas hoy, incluidas las de la izquierda radical, consideran que el capitalismo contemporáneo funciona de forma normal, más o menos como siempre lo ha hecho. No podría yo estar más en desacuerdo. Tal vez, como lo afirman las ideologías contemporáneas, el capitalismo se haya “reinventado” o se esté “reinventando”, como lo ha hecho ya varias veces en el pasado. Pero sea como fuere, el período posterior a 1973 representa una de las fases más extrañas, si no la más extraña, de la historia del capitalismo.

¿Qué es, entonces, el capital ficticio?

El capital ficticio es, en una primera aproximación, papeles que representan riqueza (en la forma de ganancias, intereses y renta del suelo) excedente de la plusvalía total disponible, más el botín disponible de la acumulación primitiva.

Hay 33 billones[1] de dólares en deuda pendiente (federal, estatal, local, corporativa, personal) en la economía estadounidense, tres veces el PIB. (Nadie sabe cuánto de ello está inmovilizado en fondos de cobertura y derivados internacionales). El estado (incluidos los niveles federal, estatal y local) consume el 40% del PIB. La deuda neta de Estados Unidos en el exterior es de U$3 billones (U$11 billones en manos de extranjeros menos U$8 billones en activos estadounidenses en el exterior). Esa cantidad está creciendo a razón de U$500 mil millones al año a las tasas actuales. Los extranjeros tienen un porcentaje cada vez mayor de la deuda del gobierno de Estados Unidos; los cuatro principales bancos centrales asiáticos (Japón, China, Corea del Sur, Taiwán) poseen por sí solos más de 1 billón de dólares. Es la deuda del gobierno federal la que posibilita las acciones reflacionarias del Banco de la Reserva Federal. Si la noción de “capitalismo de arbitraje financiero” de Doug Noland es correcta, se reemplaza la vieja conceptualización del rol del sistema bancario y la capacidad (aparente) de la Reserva Federal para expandir y contraer la disponibilidad de crédito a través de él;  crecientes cantidades de crédito “virtual” están siendo creadas por “finanzas titulizadas” independientes de los bancos. También hay que considerar las entidades vinculadas al gobierno (Freddie Mac, Fannie Mae), que respaldaron la reflación de hipotecas de los últimos 4 años, lo que condujo a una burbuja inmobiliaria increíble. Toda esta estructura depende de: 1) una baja inflación en los EE. UU., ya que una mayor inflación ahuyentaría a los prestamistas extranjeros; 2) la voluntad de los “consumidores” estadounidenses de endeudarse cada vez más (con el servicio de deudas capturando ahora el 14% de los ingresos, en comparación con el 11% de hace unos años); 3) la voluntad y la capacidad de los extranjeros para seguir  con el re-préstamo, a los EE. UU., de los déficits de la balanza de pagos de los EE. UU.

Y pasemos a otro nivel por completo: la extensión del trabajo improductivo y el consumo improductivo en la economía de los Estados Unidos. Marx define la deuda estatal como ficticia; define el trabajo realizado para obtener ingresos (en oposición a capital) como improductivo. Muchos marxistas estarían de acuerdo en que el gasto militar realizado es trabajo improductivo para los ingresos del estado,  incluso si produce una ganancia para un capitalista individual. Se puede extender ese paradigma mucho más, creo,  en términos de otros bienes y servicios comandados por los ingresos estatales y/o el capital ficticio de la deuda estatal. Para ser consumida productivamente, la plusvalía, que es concretamente medios de producción (Dpto. I) o medios de consumo (Dpto. II) debe REGRESAR a C [capital constante] o V [capital variable] para una mayor reproducción ampliada; según ese criterio, parecería que el consumo improductivo en EE. UU. ha de ser enorme.

Ahora, quizás el punto más controvertido: ¿qué significan las ganancias corporativas declaradas individuales en tal situación? ¿Corresponden realmente a una cantidad proporcional de plusvalía? La cantidad de ganancias por intereses y renta del suelo en relación con las ganancias por fabricación crece cada año. Incluso en las ganancias de la “fabricación”, ¿qué significa esto cuando empresas como General Electric (GE) y General Motors (GM) obtienen ahora más ganancias de sus departamentos financieros que de la producción? Y si una cantidad significativa de esa producción (con GE, una cantidad muy significativa) es para el consumo de los capitalistas (improductivos) (es decir, militares), ¿qué significa el D’ [dinero] expandido que regresa a cada corporación como ganancia? ¿A qué corresponde en términos de C y V en su forma material que debe consumirse productivamente en una mayor expansión para que continúe el circuito de capital?

Conocemos las tendencias compensatorias que deben subsidiar en parte la circulación de tanto capital ficticio y tanto consumo capitalista: acumulación primitiva (impago de equivalentes) de bienes importados de las partes menos avanzadas del mundo, de fuerza de trabajo contratada de economías de pequeños productores del Tercer Mundo; presionar la fuerza de trabajo por debajo de su valor reproductivo; usar capital fijo pasado su tiempo de reemplazo; saqueo de la naturaleza (no reposición de recursos) o destrucción del medio ambiente en su conjunto.

Todo esto suma a un panorama bastante sombrío, que parece nada más que una gran quiebra subsanada por acreedores extranjeros, quienes a su vez estarían en bancarrota por la contracción de la pirámide de deuda que sostiene toda la operación. Esto es mucho más grande que la mayor quiebra española del siglo XVI en términos de su impacto actual y potencial en la economía mundial.

Cuando Marx escribía El Capital, las tendencias descritas anteriormente eran mucho menos prominentes. El capital ficticio era prácticamente destruido con cada crisis decenal; la cantidad de consumo improductivo en las economías que estudió no era nada comparada con la que ha llegado a ser (aunque ya estaba sorprendentemente extendida). Creo que su aparato conceptual sigue siendo perfectamente contemporáneo para clasificar qué es qué.

Panorama histórico

Repasemos brevemente cómo se llegó a este estado de cosas.

En 1890-1914, el capitalismo se iba aproximando a la crisis del sistema mundo  dominado por los británicos. Si bien el “estándar de la libra esterlina” nunca se acercó a los niveles de endeudamiento internacional estadounidense hasta la “Guerra de los Treinta Años” de 1914-1945 y sus secuelas, bajo el impacto de la competencia estadounidense y alemana la industria británica ya no pudo respaldar su rol financiero. La crisis única prolongada de 1914-1945 debe entenderse como una “depresión sustituta” (marcada por una depresión real desde 1929 hasta aproximadamente 1938) en la que se llevaron a cabo los clásicos procedimientos de quiebra sobre la hegemonía mundial del capital británico.

Alemania y Estados Unidos lucharon por el botín; Estados Unidos ganó.

Pero “por debajo” de la transformación financiera y geopolítica de ese período — que sigue siendo la base de los arreglos mundiales actuales — se estaba produciendo una transformación más fundamental, a saber, el paso del capitalismo mundial desde su fase de “dominación formal”, con una preponderancia del plusvalor absoluto, basado en la extensión de la jornada laboral, a su fase de “dominación real”, basada en la intensificación tecnológica del proceso laboral. Esto se acompañó de una revolución en la productividad agrícola y los costos de transporte, que redujo el costo de los alimentos en el consumo promedio del trabajador del 50% (a mediados del siglo XIX) a una proporción mucho menor, abriendo así el camino a los “bienes de consumo masivo duraderos” que entraron en funcionamiento en la década de 1920, simbolizados primordialmente por el automóvil.

Este complejo de producción y consumo “automóvil-petróleo-acero-caucho” fue el corazón del boom capitalista mundial de 1945 a 1975. Más allá del proceso inmediato de producción, la economía centrada en el automóvil tuvo un enorme impacto en el desarrollo de las ciudades, los suburbios (y en última instancia exurbios), y por lo tanto de los bienes raíces, la construcción (incluyendo las carreteras), y de todos los sectores que alimentan la construcción, sin mencionar el impacto ambiental. En países como los Estados Unidos, el transporte público masivo fue destruido en interés de esta economía. El tiempo necesario de viaje hacia y desde el trabajo aumentó significativamente. La cultura urbana de la clase trabajadora y la vida pública se vieron debilitadas por la huida a los suburbios.

El capital ficticio jugó un papel importante en la fase de auge de 1945-1975, aunque todavía pequeño en comparación con el papel que ha desempeñado desde entonces. La deuda del gobierno estadounidense que salió de la Segunda Guerra Mundial fue de 250.000 millones de dólares, aproximadamente el 110% del PIB, en dólares, de 1945. (Hoy se estima conservadoramente en U$ 11 billones, o tres veces el PIB). Los acuerdos de posguerra que establecieron el FMI, el Banco Mundial, el GATT [Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio] (predecesor de la OMC [Organización Mundial del Comercio]) y el Plan Marshall (cf. Superimperialismo de Michael Hudson, 2a ed. 2002) no puede ocuparnos aquí. Pero el desmantelamiento de los imperios británico y francés y la subordinación de Europa y Japón a la hegemonía estadounidense crearon la “economía de escala” global necesaria para acomodar las nuevas fuerzas productivas que se habían ido acumulando durante el período 1890-1945, preparando el escenario para el boom más largo de la historia capitalista, basado en un nuevo estándar de valor que expresa el aumento de la productividad social media del trabajo. Sin embargo, los costos de reconstrucción de la Segunda Guerra Mundial en Europa y Asia, y el papel de Estados Unidos en proporcionar la liquidez necesaria tanto para la reconstrucción como para el posterior impresionante desarrollo de Japón, Alemania, Francia e Italia, quitaron en gran medida de vista el problema del capital ficticio hasta que el sistema comenzó a fallar después de 1958 y se encaminó a una crisis real después de 1968 (el cierre de los mercados de divisas en marzo de 1968), oficializándose en 1970 (quiebra de Penn Central y crisis de liquidez), 1971 (Estados Unidos destruye Bretton Woods) y 1973 (colapso final de los tipos de cambio fijos y aparición de una crisis del petróleo directamente relacionada con el estándar del dólar).

Interludio teórico

¿Dónde se origina el capital ficticio? No se discute en el modelo “capitalista puro” de los volúmenes I y II de El Capital de Marx, centrados en su mayor parte en la empresa única y el “proceso inmediato de producción”, lo que Marx (al final del volumen II) llama el modo “abstracto” de presentación. Se introduce en un breve capítulo en las secciones intermedias del volumen III, y en referencias dispersas al carácter ficticio de la deuda estatal, etc.

El capital ficticio está ausente también de los debates académicos bizantinos, basados ​​en la primera sección del volumen III, sobre el llamado “problema de la transformación” (de valores en precios) y la tasa de ganancia, un debate que se abstrae completamente de la problemática expuesta anteriormente, y específicamente de la repetida advertencia de Marx de que:

La acumulación requiere la transformación de una parte del producto excedente en capital. Pero no podemos, excepto por un milagro, transformar en capital nada que no sean los artículos que puedan emplearse en el proceso de trabajo (es decir, los medios de producción), y otros artículos que sean adecuados para el sustento del trabajador (es decir, los medios de subsistencia).

(El Capital, vol. I, 1976, pág.727)

Esto significa que las ganancias derivadas de sectores como el de los bienes de lujo y el de la producción militar, cuando se llega a la tasa general de ganancia y, por lo tanto, a la plusvalía total disponible para la reproducción ampliada, deben tratarse de manera diferente a las ganancias de la producción de tornos y pan. No pueden continuar el ciclo como C y V expandidos y, por lo tanto, son una deducción neta de la ganancia total disponible para la clase capitalista, para nuevas inversiones. Representan objetos de consumo de la clase CAPITALISTA; son ingresos [revenue].

En la práctica capitalista real, los medios de producción y otros activos que generan ingresos [income] no se valoran en términos de sus costos históricos o en términos de su costo de reposición actual; se valoran como CAPITALIZACIÓN de un flujo de ingresos esperado en función del activo. La capitalización significa que en un entorno general en el que la tasa de ganancia es del 5%, un activo que produce una ganancia anual de $5 tendrá un “valor” de $100. “Debajo” de esa superficie, la distribución de la tasa de ganancia promedio, sumándole o restándole las ganancias mayores o menores que van a las empresas individuales que están por encima o por debajo de la productividad social promedio del trabajo, hace su trabajo y, en última instancia, resulta en crisis y recomposición. Pero la clase capitalista, el banco central y el estado capitalista hacen todo lo que está a su alcance para preservar esos valores capitalizados —ficticios — el mayor tiempo posible, incluso al precio de destruir la economía “real”. La plusvalía real disponible para la clase capitalista en su conjunto para entonces sostener esos valores capitalizados, proviene no solo del proceso inmediato de producción, sino también, una vez más, de la no-reposición: el saqueo de la naturaleza, la acumulación primitiva de poblaciones de pequeños productores y a veces la no-reproducción de C y V.

Es posible, por ende, refinar la definición de capital ficticio ofrecida inicialmente; no se trata simplemente de reclamaciones en papel (acciones, bonos, ingresos por la venta y alquiler de terrenos y bienes inmuebles) que exceden la plusvalía total; es el “valor actual” capitalizado de los activos totales que producen  ingresos que exceden su valor, definido como el tiempo de trabajo socialmente necesario para REproducirlos hoy. La tendencia fundamental del capitalismo, a través del aumento de la productividad del trabajo, es a abaratar todas las mercancías, incluida la mercancía universal, la fuerza de trabajo (la fuente de todo valor), mientras que al mismo tiempo, la clase capitalista, el banco central y el estado capitalista se movilizan para preservar las capitalizaciones existentes, al menos para la clase en su conjunto (sacrificando periódicamente los capitales más débiles) hasta que se vean superados por la próxima crisis.

Llegamos ahora al meollo del asunto: ¿se ha agotado el capitalismo como modo de producción capaz de expandir la reproducción material de la humanidad? ¿Se ha convertido el capital, en la formulación de Marx, en un obstáculo para sí mismo?

En la era del capital ficticio, donde es el impulso por preservar los valores capitalizados existentes lo que domina la producción, más que la expansión de la producción que (como en todos los ciclos anteriores a 1973) produjo a lo largo del tiempo valores ficticios capitalizados que exceden a los costos sociales actuales de reproducción, (valores capitalizados que luego, en la crisis, colapsaron hasta niveles que reflejan los costos reales, permitiendo que se inicie un nuevo ciclo), el ciclo clásico de auge-crisis-recomposición y nuevo despegue está profundamente distorsionado. En lugar de una quiebra al estilo de 1929, el capitalismo desde 1973 ha sufrido una “depresión oculta”, con un desgaste gradual de la reproducción material bajo el peso de la masa de capital ficticio administrada.

La pregunta fundamental es: ¿expresa esta realidad posterior a 1973 el “hecho” de que el tiempo de reproducción socialmente necesario a escala global ya no puede servir como el “numerario”, el estándar universal del intercambio? ¿Se puede seguir ampliando la reproducción global en forma de valor? ¿O la sociedad global se ha vuelto demasiado productiva para ser contenida en ella? Desde 1973, el capital  parece estar tratando de recomponer la relación entre plusvalía, capital variable y constante en las bases de una nueva expansión, pero su principal resultado, en la escala global de reproducción social, parece ser una destrucción a mayor escala que la expansión.

La respuesta a las preguntas anteriores es inseparable (siguiendo las Tesis sobre Feuerbach, es decir, que la actividad es objetiva) de la capacidad del proletariado para reemplazar la forma-valor y fundar un nuevo modo de producción. Siempre existe la posibilidad de la “destrucción mutua de las clases contendientes” a medida que un modo de producción se agota (como indica Marx en el Manifiesto Comunista).

Mi hipótesis es que desde la aparición de una corriente comunista en la clase trabajadora (1848), todas las crisis “clásicas” del período anterior a 1914 (las crisis decenales de 1846, 1857, luego la “gran depresión” de 1873-1896) han sido, dentro del “núcleo” del sistema (la producción más avanzada y la clase obrera más avanzada) un ensayo general para el fin del capitalismo, en el que el proletariado “se vio obligado a hacer” (Marx) lo necesario para disolver su estatus como fuerza de trabajo mercantilizada: de ahí la aparición de una corriente comunista, siempre minoritaria (1848, 1871, 1905, 1917-1921, en menor medida en 1968-1976). No es exagerado decir que desde 1848 todo desarrollo importante del capitalismo (y no es menos cierto para el período posterior a 1973) debe entenderse en el marco del exorcismo del “espectro del comunismo”. (También es importante notar que tres de los cuatro mayores levantamientos históricos del proletariado ocurrieron mientras un boom iba en alza: la formación en la década de 1860 de la Primera Internacional en el período previo a la guerra franco-prusiana, la Comuna y la depresión de 1873; la formación de la Tercera Internacional que surgió de la ola de huelgas mundiales que precedió a la Primera Guerra Mundial y que continuó en 1917-1921, es decir, al comienzo de la “crisis de los treinta años”; finalmente, el auge mundial de 1968-1977 mientras el auge posterior a la Segunda Guerra Mundial estaba en su punto máximo. En contrapunto a esto está la formación de la Segunda Internacional después de 1889, en medio de la “gran depresión” o “gran deflación” de 1873-1896, como a veces se la llama.

El capital sólo puede entenderse en relación con su inseparable contraparte histórica, el proletariado, y el proletariado es históricamente importante, no como “capital variable” pasivo en el balance del capitalismo, sino como una ACTIVIDAD que tiende a constituir la “clase para sí” apuntando más allá del modo de producción capitalista. “La clase obrera es revolucionaria o no es nada” (Marx).

La recuperación de cada crisis capitalista, una vez más, implica una vasta “recomposición”: el capital ficticio es aniquilado por la quiebra, el capital fijo se desvaloriza (a menudo por debajo de su costo de reproducción) y el nuevo “numerario”, o patrón de valor, desata mercancías abaratadas por la nueva productividad laboral generalizada. La “factura de consumo” de la clase trabajadora (V) podría contraerse en términos de valor (como un porcentaje del producto total), pero ser mayor en términos materiales debido a un abaratamiento general de los bienes de consumo. La acumulación puede reanudarse con una tasa de ganancia adecuada.

Desde 1973, el capitalismo mundial, sin recurrir a una depresión en toda regla o una Tercera Guerra Mundial, ha estado luchando por establecer un nuevo estándar de valor que supere al ya exhausto asociado con el boom de la posguerra. Para hacerlo, debe reequilibrar los activos totales existentes sobre la riqueza (ganancias, intereses, renta del suelo) con la plusvalía existente en una nueva tasa de ganancia aceptable, al mismo tiempo que expande la reproducción de la sociedad global. Sin embargo, debido a la preservación del capital ficticio contra la desvalorización, y a expensas de la producción material, no ha logrado encontrar este nuevo equilibrio.

Por supuesto, con la apertura del bloque soviético, China y partes del Tercer Mundo a través de la “globalización”, ha aumentado el volumen total de producción; ha abaratado las mercancías; ha innovado nuevas tecnologías y aumentado la productividad del trabajo (aunque más lentamente que en el boom de la posguerra). Por la incesante demanda de “reformas” (palabra orwelliana por excelencia de nuestro tiempo) y “flexibilización” de las economías ricas y más “mercantilistas” de Europa y Asia Oriental, puede lograr prolongar este proceso. Pero no ha pasado por la “limpieza de las cubiertas”: la deflación a gran escala de valorizaciones ficticias en armonía con una tasa de ganancia prevaleciente en la producción de mercancías que pueden “regresar” como C y V expandidos. Por el contrario, la devastación que ha causado y está causando en América Latina, África, Europa del Este, Rusia, Ucrania, Asia Central y la China rural, sin mencionar la austeridad en Estados Unidos y Europa, ha obligado a la población activa mundial y al excedente relativo de población a soportar la peor parte de la crisis. La potencia mundial estadounidense de hoy se opone tanto a una nueva fase “saludable” de expansión capitalista global (suponiendo que sea posible) como lo hizo la potencia mundial británica en 1900.

El capitalismo mundial después de 1973

Este proceso es fundamental para comprender el período posterior a 1973. Creo que se puede “escribir la historia” de la era posterior a 1973 en torno a los esfuerzos por apuntalar la creciente masa de “dólares nómadas” o de “aire caliente” que derribaron a Bretton Woods y posponer (¡durante más de treinta años!) el inevitable colapso deflacionario. Más específicamente: la reflación estadounidense de 1975 (bajo Ford y continuada por Carter) llevó al mundo a la casi explosión inflacionaria de 1979-1980 (oro a $ 850 la onza, petróleo a niveles récord después de la revolución iraní, una huida mundial amenazada del dólar). Esto fue seguido por la súper austeridad de Reagan-Volcker: las tasas de interés estadounidenses alcanzaron el 20%, lo que llevó a una recuperación masiva del dólar, esta última posible gracias a préstamos extranjeros igualmente masivos a los EE. UU., particularmente en la adquisición japonesa de letras del Tesoro.
Este “desvanecimiento” de la economía inflacionaria de los setenta, que provocó en 1981-1982 la recesión más profunda de todo el período posterior a 1945 hasta la fecha, desencadenó el auge de la bolsa de valores de 1982-2000.

Yo sostengo que el auge del mercado de valores estadounidense de los años 80 y 90 fue una continuación de la estrategia reflacionaria que en realidad comenzó con el inicio de la crisis de 1968-1973, una estrategia que aún no ha concluido su curso (que actualmente se manifiesta en el auge del refinanciamiento hipotecario), y que constituye de hecho el más grande “esquema Ponzi” de la historia. Este auge del papel ha tenido lugar, no con una expansión global real como en 1945-1975 (como sea que se haya calificado por algunas de las caídas mencionadas anteriormente), sino con una DESTRUCCIÓN a gran escala mundial: la desindustrialización y los recortes en los EE. UU., el desempleo masivo en Europa occidental, el retroceso absoluto en América Latina, África, gran parte de Asia, Europa del Este y del antiguo bloque soviético (tanto en Rusia como en Ucrania y más aún en Asia Central), y más recientemente para los 900 millones de campesinos y trabajadores chinos excluidos del “milagro chino”. El “balance” social de este boom del papel se encuentra en varios fenómenos de decadencia que van desde la destrucción del mundo obrero en muchos países (incluso China ha tenido una pérdida neta de 22 millones de puestos de trabajo industriales), la expansión del parasitario sector F.I.R.E. ([finance-insurance-real estate] finanzas-seguros-bienes raíces) (más recientemente en el absurdo boom inmobiliario mundial, centrado una vez más en los EE. UU.), la destrucción del medio ambiente (sobre todo el calentamiento global), el creciente papel de la delincuencia internacional (por ejemplo, el tráfico de drogas), las económicamente prevenibles epidemias en curso, la desintegración de 60 casos de canasta económica en “estados fallidos” y el fundamentalismo (cristiano, musulmán, judío, hindú). Habiendo derribado muchas de las “grandes murallas” económicas de China, esta circulación de dólares ficticios se manifiesta hoy en la creciente presión sobre Japón y Alemania (en particular) para “financiarizar” el modelo angloamericano, con el mismo efecto de destripar la economía “real”, especialmente en lo que respecta a los trabajadores. La inestabilidad de esta “dolarización” y “financiarización” de la economía mundial ha sido evidente en la deflación japonesa (1990-presente), la recesión de Estados Unidos y el colapso inmobiliario (1991), la crisis mexicana (1994), la crisis de Asia (1997- 1998), el default ruso y el colapso de LTCM (1998), la crisis de Brasil (1999), el colapso de las punto com en Estados Unidos (marzo de 2000), la crisis argentina (2001) y la caída del 35% del promedio industrial Dow Jones de marzo 2000 a septiembre de 2002. En total, aproximadamente 3 billones de dólares en papel se destruyeron en el período 2000-2002. Desde entonces, la aceleración del “capitalismo de arbitraje financiero” (el término es de Doug Noland, ampliando las ideas de Hyman Minsky), con el boom del refinanciamiento hipotecario, ha preservado al “consumidor estadounidense” como el “comprador de último recurso” en la economía mundial. (Como dijo un bromista recientemente: “Finalmente he entendido la economía del lado de la oferta. Otros países suministran los bienes y luego ofrecen el dinero para comprarlos”).

También debe mencionarse que esta circulación de capital ficticio ha dado lugar a nuevas fuerzas productivas a medida que las empresas compiten en mercados cada vez más ajustados, expresando la fuerza de atracción de la desvalorización. En pocas palabras, a escala mundial, un porcentaje menor de trabajadores productivos en la fuerza laboral total está produciendo un volumen mayor de bienes; bienes que han sido abaratados por la innovación tecnológica. Como se señaló anteriormente, esto es parte del patrón clásico de crisis y recomposición capitalista. Pero igualmente hay que destacar que, a diferencia del período 1945-1975, donde la expansión de las fuerzas productivas impulsaba la creación de capital ficticio (a pequeña escala en comparación al presente), hoy es la necesidad de circulación de capital ficticio lo que está impulsando el desarrollo de la producción. Los déficits totales del estado estadounidense  desde la independencia hasta 1980 llegó a U$1 billón; desde 1980, ese total ha aumentado a U$4 billones. (Ese total no incluye las sumas del “fuera de balance” transferidas mediante la contabilidad interna del sistema de Seguridad Social para suavizar el déficit federal informado). (También es interesante que la deuda del gobierno de los EE. UU. posterior a 1980 sea casi exactamente igual al endeudamiento neto de U$3 billones de los EE. UU. La deuda del gobierno de los EE. UU. es el “tótem” del sistema mundial. Esta diferencia con el carácter histórico de las expansiones capitalistas anteriores importará terriblemente cuando llegue la fase de “deflación de la deuda”, y el capital (sin mencionar a los trabajadores endeudados y otros “consumidores”) tenga que pagar enormes deudas (a costo histórico) con los muy deprimidos precios y salarios actuales que expresan los costos actuales de reproducción (y en realidad muy por debajo de esta última).

Lo que se ha presentado hasta ahora es básicamente un análisis meramente “económico”, como crítica a la economía política. Pero para comprender el peso del capital ficticio en el contexto actual, es necesario mirar más allá de lo meramente económico, hacia la lucha de clases. A pesar de los colosales esfuerzos de la ideología por negar o trivializar el antagonismo social, hoy todo está marcado por la lucha de clases, tanto la lucha de clases unilateral librada durante 30 años por la clase capitalista, como más aún la potencial amenaza del resurgimiento a la luz de una lucha bilateral, como ha comenzado ya a suceder (Argentina 2001, Bolivia 2005, el fermento en curso de la clase obrear en China, el regreso de las huelgas salvajes en Italia, Alemania y Gran Bretaña).

El movimiento obrero clásico desde aproximadamente 1840 a 1945 fue fundamental para empujar al capital a la fase de “dominación real”, sobre todo en la lucha centenaria por la jornada de 8 horas. Tuvo su mejor momento en el período 1917-1921, en las revoluciones rusa y alemana, en las ocupaciones de fábricas italianas, una situación prerrevolucionaria en Gran Bretaña (enero de 1919) y grandes oleadas de huelgas en Francia, España y los Estados Unidos. Pero el resurgimiento radical de 1917-1921 fracasó porque el capitalismo todavía tenía un gran mundo colonial y subdesarrollado, apenas bajo la dominación formal del capital, hacia el cual expandirse, así como un potencial significativo para la recomposición (bienes de consumo masivo abaratados) y la acumulación primitiva dentro del sector avanzado en sí (el 50% de la población estadounidense y francesa, por ejemplo, todavía vivía en áreas rurales y pequeñas ciudades en 1918). La “Guerra de los Treinta Años” de 1914-1945 y sus secuelas inmediatas, a través del New Deal/Estado de bienestar keynesiano (EE.UU., Gran Bretaña), la socialdemocracia (norte de Europa), el estalinismo y luego el bonapartismo del Tercer Mundo que surgió de la descolonización hicieron que el movimiento obrero clásico, expresado de manera más sucinta en el ala lassalleana dominante de la socialdemocracia alemana, se hiciera parte de la sociedad oficial. A partir de entonces, de una manera mucho más visible que en el período anterior a 1945, el progreso en la lucha de clases provino del movimiento obrero no oficial, más notablemente la creciente ola de huelgas salvajes (sobre todo en los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia) en el período 1955-1973. Una mera enumeración de los puntos altos de la polarización social y la lucha a escala mundial captura el clima del fin del boom de la posguerra:

  • Estados Unidos 1968-1970, la más grande ola de huelgas (y en gran parte huelgas salvajes) desde 1946; revuelta negra; revuelta juvenil; debacle de Vietnam
  • Reino Unido 1972, ola de huelga de piquetes móviles [flying-picket strikes]
  • Canadá 1972 (huelga general de Quebec)
  • Francia 1968 (huelga general de mayo a junio)
  • Alemania 1969 (huelgas de septiembre)
  • Italia 1969-1973 (“el mayo rastrero”) [il maggio strisciante]
  • España 1976 (ola de huelgas al final del régimen de Franco)
  • Portugal 1974-1975 huelgas masivas, ocupaciones de fábricas, fin del fascismo
  • Polonia 1968; 1970 (movimiento estudiantil, levantamiento de los astilleros de Gdansk-Gdynya)
  • Checoslovaquia 1968 (algunos consejos de trabajadores aparecen bajo Dubcek)
  • Chile 1973 (situación de poder proto-dual bajo Allende)
  • Argentina 1973 (huelga general)
  • Uruguay 1973 (huelga general)
  • Brasil 1968 (ola de huelgas contra la dictadura militar)
  • México 1968 (movimiento estudiantil y baño de sangre, octubre de 1968)
  • China 1966-1969 (la independencia de la clase trabajadora emerge en la “Revolución Cultural”)

Planteado de forma más dinámica: el capitalismo mundial en 1973-1975 se enfrentó a una oleada general “hacia la izquierda” expresada en este fermento, y más dramáticamente al surgimiento de la clase trabajadora en España, Portugal y el “cono sur” (Argentina, Uruguay, Chile), el avance “eurocomunista” en la Europa occidental, las victorias de “liberación nacional” en Mozambique, Angola y Guinea Bissau (que contribuyeron a la radicalización de la situación en Sudáfrica), un golpe “marxista-leninista” en Etiopía y las victorias estalinistas en Vietnam , Camboya y Laos. A esto se le podría agregar la efímera (1975-1977) convergencia del Tercer Mundo en las Naciones Unidas demandando alimentos, petróleo y alivio de la deuda.

Los autores franceses Tizon y Lonchampt no se equivocan mucho al decir que “en torno a 1976, la máxima prioridad política de todos los gobiernos europeos era detener el estallido de la revolución proletaria”.

Sin embargo, el capitalismo mundial logró apagar cada uno de estos incendios. Pero la glaciación posterior a 1973 debe entenderse precisamente como una respuesta a ese momento, para así poder ver mejor su profundidad y sus límites.

Estos acontecimientos sociales y políticos son inseparables del desmoronamiento económico de esos años. Como tras 1917-1921, el capitalismo mundial sobrevivió a los resurgimientos de finales de los sesenta y principios de los setenta porque tenía más espacio para la expansión. Una vez que hubo desarrollado su método general de financiarización ficticia, centrado en los EE. UU. y, en menor medida, en el Reino Unido, se abrió camino hacia el bloque soviético, China y los regímenes semiautárquicos protegidos del Tercer Mundo para implementar su compra apalancada planetaria. El período que se inicia en 1973 debe entenderse como una contrarrevolución extendida contra los movimientos de las décadas de 1960 y 1970. El fabricante de automóviles italiano FIAT, que estuvo plagado de una creciente actividad de huelgas salvajes durante la década de 1970, gastó miles de millones para racionalizar sus fábricas de Turín y descentralizar la producción “casera” en Italia, lo cual puede verse como el paradigma de cómo respondió el capital a la crisis a nivel mundial.

La contrarrevolución ha adoptado muchas formas: el desmantelamiento de las viejas “fortalezas de trabajadores” (grandes concentraciones de obreros), los yuppies, la gentrificación, la expulsión inmobiliaria de los trabajadores y los pobres de las capitales del mundo y muchas otras ciudades importantes, el desquiciado  desarrollo del sector F.I.R.E., la proliferación de las eufemísticamente llamadas “clases creativas” en el crecimiento de los medios, el NAFTA y todas las zonas de libre comercio, (equivalentes a fusiones corporativas que resultan en recortes y despidos), el crecimiento a escala mundial de la disparidad de ingresos a dimensiones desconocidas desde la década de 1920, el aumento de la brecha entre países “desarrollados” y “subdesarrollados”, el just-in-time, el kanban, los comités QWL [Quality of Work Life], la cooperación entre los trabajadores y la administración, la reducción de las redes de seguridad social, la flexibilización, los interminables llamados a la “reforma laboral”, la desregulación, la estupidización  de la educación y la cultura, los mercados perfectos = democracia perfecta, la vigilancia a través de Internet y, más recientemente, la legislación “antiterrorista”.

Es instructivo observar las luchas de los últimos años en todo el mundo, en oposición al período de finales de la década de 1960 y principios de la de 1970. En contraste con el esbozo del período anterior, aquí es necesario incluir algunos movimientos “interclasistas” vagamente definidos (por ejemplo, el antiglobalización) y el movimiento contra la guerra de Irak, aparte de las huelgas.

Después de las luchas aisladas y perdidas contra el cierre de plantas y contra la desindustrialización en los EE. UU., Gran Bretaña, Francia, Bélgica y España a fines de los años setenta y ochenta, vemos lo siguiente:

  • Los disturbios de Los Ángeles en los Estados Unidos (1992), los disturbios de Seattle (1999), el movimiento contra la globalización, el movimiento contra la guerra (2003)
  • Movilización en el Reino Unido contra la guerra de Irak (2003); algunas huelgas salvajes
  • Movimiento antiglobalización: Seattle, Quebec, Praga, Goteborg, Génova
  • Movimientos de ONG contra el trabajo infantil; anti-logo; talleres clandestinos
  • Francia: movimiento contra la guerra; huelgas de empleados públicos de abril a mayo de 2003
  • Alemania: huelgas salvajes, movilización contra Hartz IV
  • Dinamarca: huelga general, 1998
  • Italia: los trabajadores se niegan a enviar material de guerra de Irak (2003), huelgas salvajes, lucha por las pensiones, por la educación
  • Noruega: huelgas de los trabajadores petroleros
  • Australia: huelga de estibadores, 1998
  • México: Zapatistas
  • Colombia: guerra civil
  • Venezuela: movimientos de masas pro y anti-Chávez
  • Perú: huelga general, 2004
  • Argentina: insurgencia de diciembre de 2001
  • Brasil: movimiento sin tierra, huelgas de funcionarios públicos
  • Bolivia: insurgencias de 2003, 2005
  • Ecuador: huelgas generales, 1999, 2005
  • Argelia: guerra civil, década de 1990
  • Nigeria: luchas regionales por el petróleo
  • Costa de Marfil: disturbios contra el gobierno, amenaza de guerra civil
  • Lucha palestina; (Fundamentalismo islámico)
  • Israel: huelgas generales contra la austeridad
  • Uzbekistán: disturbios, 2005
  • Kirguistán: disturbios. 2005
  • Tayikistán: movimiento fundamentalista
  • Georgia: toma de posesión liberal respaldada por Estados Unidos
  • Serbia: movimiento liberal respaldado por Estados Unidos
  • Ucrania: “revolución naranja”, 2005
  • China: disturbios, huelgas
  • Indonesia: derrocamiento de Suharto (1998)
  • Corea: huelga general, 1997
  • Taiwán: algunas acciones laborales
  • Nepal: insurgencia guerrillera maoísta

Además, fundamentalismo islámico y algo de terrorismo, movimientos populistas de derecha (algunos, como en Austria, Suiza, Francia y Bélgica con una base significativa en la clase trabajadora) deben también considerarse luchas en contra de la globalización (luchas que no tienen nada en común con una perspectiva de izquierda radical). Una cosa sobresale en contraste con el período anterior: los problemas sociales como la crisis de las pensiones, la globalización, el medio ambiente, la inmigración y la movilización antiinmigrante, la actividad criminal internacional (por ejemplo, las bandas de narcotraficantes mexicanas activas en los EE. UU.), han incidido en la clase trabajadora tanto o más que los problemas del período anterior. Áreas comerciales supranacionales (UE, NAFTA, CAFTA). En América del Norte y Europa occidental, la mayoría de las luchas de la clase trabajadora de los últimos 25 años han sido defensivas, ya sea en la producción, o en la reproducción, en la batalla por la creación de un estado “ágil y eficiente” (recortes de beneficios sociales, en bienestar, beneficios por desempleo, atención médica, pensiones y jubilaciones, controles ambientales, legislación de salud y seguridad, o en la destrucción de la educación).

Programa: la negación determinada de lo existente o el futuro en el presente

La mayor parte de la discusión del programa sobre la izquierda radical (en todas sus variantes marxistas, libertarias y anarquistas) se centra en la importante cuestión de las formas de gobierno de la clase trabajadora: consejos de trabajadores, soviets o un partido o partidos políticos. A esto hay que añadir, por supuesto, el programa transicional trotskista, un programa a elevar en el capitalismo en camino a la revolución, entendido como soviets más el partido de vanguardia. Pocas o ninguna de estas discusiones miran la reproducción material (o no reproducción) de la sociedad bajo el capitalismo, o después del capitalismo. Lo siguiente, entonces, puede entenderse primordialmente como el “contenido” material de las formas que se han discutido hasta la saciedad en los últimos 40 años.

Propongo utilizar el siguiente dispositivo “heurístico” para explorar el capital ficticio en la economía mundial: imaginemos la producción mundial desde el punto de vista de un soviet mundial después de la revolución obrera mundial exitosa.

Creo que la principal razón para el eclipse del tipo de luchas que fueron dominantes en las décadas de 1960 y 1970 y la relativa ausencia de tales luchas en la actualidad es la globalización de lo que está en juego. No existe un reformismo significativo a nivel de la sociedad en su conjunto (en contraste con las luchas locales y defensivas específicas que puedan obtener victorias temporales). Por eso la palabra “reforma” es ahora el lema de la reacción. Si, como decía Marx en 1844 “en Francia, basta con querer ser algo para querer ser todo”, hoy para ser algo hay que convertirse en todo.

Lo que viene a continuación, ofrece nada más que lo básico de un programa para la reproducción material ampliada de la sociedad; no comienza a discutir la igualmente, si no más, fundamental transformación de la vida, el “desarrollo de los poderes humanos como objetivo” que sería la esencia de una sociedad realmente comunista.

Lo que antiguamente se “imaginaba” como revolución de la clase trabajadora era una huelga general o huelga de masas, ocupación de las fábricas, establecimiento de consejos y soviets obreros, derrocamiento político de la clase capitalista y, en adelante, una gestión democrática directa de la producción socializada. Esta “imaginación” se basaba en las experiencias de las revoluciones rusa, alemana, española y húngara y fue revitalizada por la huelga francesa de mayo-junio de 1968.

 

Creo que este modelo ha perdido contacto con la realidad contemporánea porque el desarrollo tecnológico intensivo en capital, los recortes de personal y la subcontratación han reducido el “proceso inmediato de producción” a una parte relativamente pequeña de la fuerza de trabajo total (y qué decir, de la población total), e incluso los trabajadores de la producción que permanecen están a menudo involucrados en la fabricación de cosas (por ejemplo, armamentos) que no tendrían lugar en una sociedad más allá del capitalismo. Serían abolidos más lugares de trabajo contemporáneos por una revolución exitosa que los que quedarían bajo el “control de los trabajadores”.

A escala mundial, el número total de trabajadores de la producción, como porcentaje de la población capitalista (trabajadores asalariados y capitalistas), se ha reducido incluso a medida que ha crecido la “producción” global total.

Como dije, se trata de un dispositivo heurístico, pero quizás útil.

La primera tarea de este soviet sería organizar la transición global de salida de la producción de valor (en el sentido del valor de Marx). Presumiblemente, la revolución mundial habrá tenido lugar cuando la relación de C (capital constante) a V (capital variable), la composición orgánica del capital, ya sea muy alta, lo que significa que el valor ya está obsoleto. Pero, ¿cuál es la base del valor? Es el costo social de reproducir la fuerza de trabajo productiva existente en los dos departamentos, I y II. La revolución aceleraría el desarrollo de las fuerzas productivas a escala global para verdaderamente liberar la producción y la reproducción de la forma-valor.

Lo que necesitamos es una comprensión básica de los recursos totales disponibles a escala mundial, en términos de la fuerza de trabajo existente y los medios de producción, para llevar a cabo dicha transición. El costo de reproducir la sociedad mundial en los términos actuales es la “base” de una medida de “capital ficticio”.

Aquí está el programa mínimo de “los primeros 100 días”:

  1. Abolición del patrón dólar, etc., y una “deflación organizada” de la economía mundial
  2. Abolición de todo trabajo socialmente innecesario y nocivo

III. Reentrenamiento de la fuerza de trabajo liberada por II.

  1. Expansión global para elevar la población mundial a un nivel de vida mundial aceptable.
  2. Acortamiento de la jornada laboral
  3. Transición de la economía del automóvil / acero / petróleo; desmantelamiento de la expansión urbana/suburbana/exurbana producida por las necesidades de esa economía;
Observaciones finales provisionales

Aquí hay más puntos programáticos, que ofrecen más detalles dentro del marco anterior, para este soviet mundial victorioso, muy provisional. Equivalen a los procedimientos de quiebra para el sistema capitalista del “Capítulo 11”.

Al abolir el capital ficticio, imponemos “estándares de contabilidad global” o
“contabilidad de los recursos mundiales” para hacer un “inventario” de los medios de producción y la fuerza de trabajo existentes totales en términos de valores de uso (el objetivo es llevar toda la producción más allá de la necesidad de intercambio, de modo que la “medición” social no se produce ni en el precio ni en el tiempo de trabajo, sino estrictamente en términos del valor de uso de los bienes y servicios reales producidos).

1) Implementación de un programa de exportación de tecnología para igualar al alza al Tercer Mundo.

2) Creación de un umbral mínimo de renta mundial.

3) Desmantelamiento del complejo petrolero-automotor-siderúrgico, pasando a transporte masivo y trenes.

4) Abolir el hinchado sector de las fuerzas armadas; policía; burocracia estatal; burocracia empresarial; cárceles; F.I.R.E. (finanzas-seguros-bienes raíces); guardias de seguridad; servicios de inteligencia.

5) Tomar la fuerza de trabajo liberada por todo esto para comenzar a capacitarse y reeducarse en torno a necesidades reales.

6) Programas de choque en torno a la energía: energía de fusión nuclear, solar, eólica, etc.

7) Aplicación del principio de “más es menos” en la mayor medida posible. (Ejemplos: los teléfonos satelitales reemplazan la tecnología de telefonía fija en el Tercer Mundo, los CD baratos reemplazan a los costosos sistemas estéreo, etc.)

8) Un programa agrario mundial concertado destinado a utilizar los recursos alimentarios de los Estados Unidos, Canadá, Europa y el desarrollo de la agricultura del Tercer Mundo.

9) Integración de la producción industrial y agrícola, y desintegración de la concentración megalopolitana de la población. Esto implica la abolición de los suburbios y exurbios, y la transformación radical de las ciudades. Las implicaciones de esto para el consumo de energía son profundas.

10) Automatización de todos los trabajos penosos que se puedan automatizar.

11) Generalización del acceso a las computadoras y la educación para la plena
participación de la clase trabajadora en la planificación global y regional.

12) Atención médica y dental gratuita.

13) Integración de la educación con la producción.

14) El cambio de la I + D actualmente relacionada con el sector improductivo hacia un uso productivo

15) El gran aumento en la productividad del trabajo libera tantos bienes básicos como sea posible, liberando así a todos los trabajadores (por ejemplo, cajeros, etc.) involucrados en la recaudación de dinero y su contabilidad.

16) Acortamiento global de la semana laboral.

17) Centralización de todo lo que debe ser centralizado (por ejemplo, el uso de los recursos mundiales) y descentralización de todo lo que pueda ser descentralizado (por ejemplo, el control del proceso laboral dentro del marco general)

18) Medidas para lidiar con la atmósfera, sobre todo la eliminación progresiva del uso de combustibles fósiles.

En conclusión, nuevamente, la utilidad de un programa tan básico, gran parte del cual puede ser implementado rápidamente por el poder de la clase trabajadora, es que hace un corte en las apariencias que causan las profundas distorsiones del desarrollo ficticio desde al menos la Segunda Guerra Mundial. Hace un corte en los debates sobre las “formas de organización” (partido, clase, consejos, soviets). No queremos soviets y consejos de trabajadores en finanzas, seguros, bienes raíces y muchos de los otros sectores mencionados que existen solo porque el sistema es capitalista; queremos abolir esos sectores.


[1] [N. del T.] He escogido traducir las cantidades numéricas en su versión no literal. En inglés dice “33 trillones”. Un trillón en inglés es la expresión en escala numérica corta de 1012, cuya expresión castellana correcta es “un billón” (un millón de millones) en la escala numérica larga. Así también, un billón en inglés sería en castellano “mil millones”, etc. En este caso 33 trillones en inglés corresponde a la cifra 33.000.000.000.000, es decir, en castellano, 33 billones. Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Escalas_num%C3%A9ricas_larga_y_corta