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EL COMUNISMO ES LA COMUNIDAD HUMANA MATERIAL: AMADEO BORDIGA HOY

Loren Goldner

Al castellano: Non Lavoro

http://breaktheirhaughtypower.org/communism-is-the-material-human-community-amadeo-bordiga-today/


(Este artículo apareció originalmente en CRITIQUE 23, 1991.)

Durante muchas décadas, los marxistas revolucionarios han entendido las realidades sociales de la Unión Soviética, China y otras sociedades llamadas “socialistas”, como la negación del proyecto de Marx de la emancipación de la clase trabajadora y de la humanidad. Muchos teóricos, comenzando con Rosa Luxemburg en su «La Revolución Rusa» de 1918 , y seguidos por Mattick, Korsch, Bordiga, Trotsky, Schachtman o CLR James (por nombrar sólo algunos), han dedicado grandes energías a resolver la famosa “cuestión rusa”: el significado específico, para los marxistas, de la derrota de la revolución rusa y el éxito internacional del estalinismo. La diversidad de visiones desarrolladas en este debate parece confirmar, por sobre otras, la caracterización de un muy alejado del marxismo y la izquierda, Winston Churchill, para quien el sistema soviético era un “acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Los herederos contemporáneos de las teorías del “estado obrero degenerado”, el “socialismo de estado”, el “colectivismo burocrático”, el “capitalismo de estado” o la “sociedad de transición”, tienen todos sus análisis y explicaciones — muchas de ellas consoladoras — de la descentralización del bloque del Este después de 1989. Con un  optimismo moderado, característico de la tradición marxista, la mayoría de estas corrientes tendieron a asumir (como lo hizo este autor) que el principal contendiente inmediato por el poder de la moribunda burocracia estalinista sería la clase obrera revolucionaria, que lucharía por fin por el socialismo real. Pocos previeron — más particularmente, pero no únicamente, los trotskistas, para quienes el bloque del Este aparentemente descansaba sobre cimientos socialmente superiores a Occidente — que el principal contendiente por la sucesión post-estalinista no sería el marxismo revolucionario sino un neo-liberalismo ciegamente pro-occidental inspirado por von Hayek y Milton Friedman, y las corrientes derechistas autoritarias resurgentes de entreguerras (con ex-estalinistas prominentes en ambas corrientes). Menos aún previeron que la desaparición de los fundamentos sociales del estalinismo implicaría una profunda crisis del marxismo mismo.

El siguiente artículo está escrito como una modesta contribución a ese re-examen. Presenta, para su consideración, las poco conocidas visiones del marxista italiano Amadeo Bordiga (mejor recordado, cuando se le recuerda, como uno de los “ultraizquierdistas” denunciados por Lenin en «La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo»), sobre la naturaleza de la Unión Soviética y, en general, considera la tesis de que la  cuestión agraria, fundamental para Bordiga en la caracterización del capitalismo, es la clave actual y poco discutida de la historia, tanto de la socialdemocracia como del estalinismo, las dos deformaciones del marxismo que han dominado el siglo XX. Propone la tesis de que la propia socialdemocracia europea (y sobre todo la alemana), incluso cuando hablaba un lenguaje ostensiblemente marxista, era una distorsión estatista del proyecto marxista, y, más bien, una escuela para una etapa superior del capitalismo, el emergente estado de bienestar keynesiano. Sostiene que lo que está desapareciendo hoy es el largo desvío estatista en la emancipación de la clase trabajadora, que en realidad se trataba mucho más de una revolución burguesa que sustituyera la industrialización de las sociedades atrasadas que de socialismo o comunismo. Sostiene, finalmente, que cualquier mantenimiento de la visión tradicional teñida de rosa de la socialdemocracia histórica alemana antes del triunfo del “revisionismo”, debe conducir a un estancamiento total y a la ausencia de visión para el período contemporáneo. La historia, siempre por delante de la teoría, está limpiando los escombros del legado estatista de la socialdemocracia y el estalinismo. Hoy, la cuestión de cómo el proyecto marxista se entrelazó, desde la década de 1860 en adelante, con el proyecto estatista del absolutismo ilustrado y su versión de la Aufklaerung [N. del T.: La Ilustración],  es más urgente que nunca. Aún más urgente, por supuesto, es la cuestión de cómo puede liberarse de ello.

Los intentos de enfocarse en la centralidad de la cuestión agraria en la experiencia soviética no son, en sí mismos, nada nuevos. Figuras como Barrington Moore, dentro de la academia, desarrollaron dicho enfoque hace mucho tiempo (1). Pero el estado de ánimo de la década de 1960, cuando apareció el libro de Moore, todavía estaba muy centrado en el desarrollo industrial como esencia del capitalismo, y, puesto que Moore parecía hacerse eco de una versión más pálida de las teorías de Trotsky sobre la revolución permanente y el desarrollo combinado y desigual, su obra no tuvo un impacto particular en la discusión marxista. Adam Ulam, aún más alejado del marxismo, había escrito, en la Guerra Fría, que el contenido real del movimiento marxista era la cuestión agraria (2); su objetivo era desacreditar el “marxismo” (que equiparaba con la ideología soviética) mostrando que era un producto del subdesarrollo, no del capitalismo. Gerschenkron, históricamente mucho más rico que Ulam, también parecía ser una sombra de Trotsky. (3)

Sin duda, el libro más importante del siglo XX que influyera, en el medio revolucionario antiestalinista, en las opiniones marxistas sobre la cuestión agraria, es la «La Nueva Economía» de Preobrazhensky, que, cualesquiera sean sus defectos, es fundamental para comprender el destino de la oposición internacional de izquierda. (4) La noción de Preobrazhensky de “acumulación socialista” del campesinado, está a su vez muy en deuda con la «La acumulación del capital» de Rosa Luxemburg; Preobrazhensky postula que el “estado obrero” puede realizar consciente y humanamente lo que, históricamente, el estado capitalista había realizado ciega y sangrientamente: la transformación de los pequeños productores agrarios en trabajadores fabriles. (Quedó en Stalin realizar esta transformación consciente y sangrientamente).

Al margen de esta discusión, en lo que respecta a la mayor parte de la izquierda occidental, se encuentran las ideas de la fascinante persona de Amadeo Bordiga. Primer secretario general del PCI [Partido Comunista de Italia] y, con Gramsci, su fundador más importante, Bordiga fue el último revolucionario occidental que echó en cara a Stalin (en 1926) el ser el sepulturero de la revolución, y que vivió para contarlo. Fue expulsado del PCI ese mismo año y se llevó consigo a varios miles de “bordiguistas”. En 1928, la “Izquierda Comunista Italiana” (como se llamaban a sí mismos) votó a Trotsky como el “jefe de la oposición internacional de izquierda” y se produjo un largo intercambio entre Bordiga y Trotsky, que,  alrededor de 1931-32, terminó en un fracaso generalizado. Pero Bordiga es uno de los marxistas más originales, brillantes y completamente olvidados del siglo. (Su legado nunca pudo ser aceptado por el PCI de posguerra como lo fue el de Gramsci). Permaneció en Italia durante la guerra (una vez que hubo sido derrocado y calumniado por el Comintern, a la usanza habitual, Mussolini lo dejó en paz y siguió una carrera como ingeniero). Pero es, en cierto sentido, después de la Segunda Guerra Mundial cuando la obra de Bordiga, en lo que respecta al presente, se vuelve realmente interesante. Vivió prácticamente en la oscuridad hasta 1970, e incluso escribió un par de artículos sobre el resurgimiento de 1968. Su misión después de la guerra fue, en su opinión, rescatar las “lecciones teóricas” del auge revolucionario mundial del período 1917-1921. Sintió, como casi todos los revolucionarios antiestalinistas en 1945, que se requería un ajuste de cuentas con el ‘enigma ruso’, y escribió tres libros (nunca traducidos al inglés, pero sí al francés) sobre la revolución rusa y la economía soviética (5) También escribió una historia de la izquierda comunista italiana en tres volúmenes (un término que designa a su propia facción; la historia lamentablemente termina en 1921) y muchos pequeños folletos y tratados. (6) Gran parte de sus cosas son turgentes e ilegibles, pero valen la pena. Lo inusual y extrañamente contemporáneo de la visión de Bordiga era, simplemente, su teoría de que el capitalismo equivale a la revolución agraria. Probablemente desarrolló este punto de vista en el período anterior a 1914; algunos de sus primeros artículos tratan sobre las posiciones de los socialistas franceses e italianos sobre la cuestión agraria. No siempre es fácil seguir la trayectoria de Bordiga; creía en el ‘anonimato revolucionario’, aborrecía el culto a la personalidad, y a menudo no firmaba su obra escrita, incluidos sus libros. En 1967 se publicó una evaluación bordiguista de la revolución rusa bajo el título: «Al margen del 50 aniversario de octubre de 1917». (8) Se halla fuera del universo discursivo de las convencionales polémicas Stalin-Trotsky- (capitalista de estado) en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania. (Por ejemplo, Bordiga nunca usa el término “capitalismo de estado”, y rara vez usa el término “Unión Soviética” en reconocimiento de que los soviets fueron destruidos allí hace mucho tiempo). Para él, era simplemente el capitalismo ruso, nada notablemente distinto de cualquier otro. Bordiga tenía un refrescante deseo de querer “desrusificar” las preocupaciones del movimiento revolucionario internacional. Dijo que el movimiento obrero había sido sacudido por contrarrevoluciones antes en la historia (es decir, después de 1948 con Luis Napoleón) y que Rusia no tenía nada de especial. Por otro lado, su preocupación, de 25 años, por la economía rusa contradice a esa  sangre fría. (De mayor interés es el hecho de que, en 1945, había predicho un largo período de expansión capitalista y de reformismo obrero, que terminaría en la próxima crisis mundial, que comenzaría en 1975). El análisis de Bordiga sobre Rusia (desarrollado después de 1945) es el siguiente: Si bien su facción había apoyado totalmente a Trotsky en la lucha de facciones de los años 20, en gran parte por razones relacionadas con la política exterior soviética/Komintern, el análisis bordiguista se distanció de la estrategia de la superindustrialización de la Oposición de Izquierda, por razones “bujarinistas” en última instancia. Después de 1945, sintió que solamente algo en torno a la estrategia de Bujarin tenía alguna esperanza de preservar el carácter revolucionario internacional del régimen (que para Bordiga era más importante que la industrialización rusa), porque ello no destruiría al partido bolchevique. Bujarin dijo, en la lucha de facciones de 1924-28, que la implementación de la estrategia izquierdista de la  “superindustrialización” de Trotsky sólo podría ser llevada a cabo por la burocracia estatal más elefantina que jamás haya visto la historia. (10) Cuando Stalin robó el programa de la izquierda y lo puso en práctica, confirmó por completo a Bujarin, como lo reconoció, de manera indirecta, el propio Trotsky, después que la mayor parte de su facción en Rusia capituló ante Stalin. (11) Bordiga tomó quizás más en serio que incluso Trotsky la idea del carácter internacional de la revolución y del régimen soviético; para él, la idea del “socialismo en un solo país” era una abominación grotesca de todo lo que representaba el marxismo, y por supuesto, lo era. En su enfrentamiento final con Stalin en Moscú en 1926, Bordiga propuso que todos los Partidos Comunistas del mundo gobernaran conjuntamente la Unión Soviética, como demostración de la realidad supranacional del movimiento obrero. (12) Huelga decir que esta propuesta fue recibida con frialdad por Stalin y sus amigos.

Pero esto es solo el comienzo. Los escritos de Bordiga sobre el carácter capitalista de la economía soviética, en contraste con los producidos por los trotskistas, se centran en gran medida en el sector agrario. Quería mostrar cómo, en el  koljoz  y en el  sovjoz,  el uno una granja cooperativa y el otro una granja estatal de trabajo asalariado, existían relaciones sociales capitalistas. (13) Hizo hincapié en cuánto de la producción agraria dependía de las pequeñas parcelas de propiedad privada (escribía esto en 1950) y predijo con bastante precisión las tasas a las que la Unión Soviética comenzaría a importar trigo después que Rusia fuera un exportador tan grande desde la década de 1880, hasta 1914.

Las razones que llevaron a Bordiga a restar importancia al sector industrial y a enfatizar la agricultura, como dije, venían de preocupaciones teóricas y estratégicas anteriores a la revolución rusa. Nuevamente, para Bordiga, el capitalismo era ante todo la revolución agraria, la capitalización de la agricultura. Bordiga tenía una valoración de Bujarin diferente a la del típico oponente revolucionario del estalinismo, justamente por estas preocupaciones. Introdujo una distinción novedosa entre Lenin y Trotsky. La mayoría de las personas que distinguen entre Lenin y Trotsky son estalinistas y maoístas. Pero, Bordiga le da la vuelta totalmente a los estalinistas. Bordiga, utilizando una formulación de Lenin, llamó a la Revolución Rusa “una revolución dual” (14) en la que la toma política del poder por parte del proletariado hizo posible la realización de las tareas de la revolución burguesa, sobre todo la destrucción de las relaciones sociales precapitalistas en la agricultura. El gran prototipo de esta última fue sin duda agosto de 1789 en Francia. Los trotskistas siempre habían dicho que en abril de 1917 “Lenin se convirtió en trotskista” al aceptar las tesis de la revolución permanente. Pero Lenin, en realidad, había estado en desacuerdo con Trotsky en los matices, y esto se demostró en sus formulaciones de 1920-1922 sobre la naturaleza del nuevo régimen, sobre todo en sus notables discursos en el congreso del partido de 1921, en sus polémicas contra la Primera Oposición Obrera y su acusación de que el estado soviético era un “capitalismo de estado”. En respuesta, Lenin dijo que el capitalismo de estado sería un gran paso adelante de lo que realmente era Rusia, que era un capitalismo de pequeños productores con un partido político de clase trabajadora controlando el estado. (15) Para Bordiga, una vez que esta expresión política de la clase trabajadora fue destruida por el estalinismo,  todo lo que quedó fue un capitalismo de pequeños productores. El uso que hizo Lenin del término “estado obrero con deformaciones burocráticas”, a principios de los años 20, fue bastante diferente del uso que hizo Trotsky del mismo término en 1936. No es posible ni necesario aquí recapitular toda la evolución de quién dijo qué sobre esta cuestión. Lo que se esconde detrás de estos distintos juicios estratégicos y tácticos son dos concepciones opuestas del marxismo. Lo importante es que para Trotsky y los trotskistas, el carácter permanente de la revolución se congeló en “formas de propiedad” y luego se expresó en el crecimiento de las fuerzas productivas. Para Bordiga, el crecimiento de las fuerzas productivas no era más que una prueba del carácter burgués del fenómeno soviético. Puso a los estalinistas de cabeza al decir que el problema de Trotsky no era su “subestimación” del campesinado, sino su sobreestimación  de la posibilidad de que los campesinos, y la revolución agraria de los pequeños productores, pudieran tener algo que ver con una revolución proletaria.

En la concepción de Bordiga, Stalin, y más tarde Mao, Ho, etc. fueron “grandes revolucionarios románticos” en el sentido decimonónico, es decir,  revolucionarios burgueses. Sentía que los regímenes estalinistas que surgieron después de 1945 solo estaban extendiendo la revolución burguesa, es decir, la expropiación de la clase junker prusiana por parte del Ejército Rojo, a través de sus políticas agrarias y mediante el desarrollo de las fuerzas productivas. A las tesis del grupo ultraizquierdista francés «Socialismo o barbarie» que denunció al régimen, después de 1945, como capitalista de estado, Bordiga respondió con el artículo  «¡Avanti Barbati!» («¡Adelante bárbaros!») que aclamaba al lado revolucionario burgués del estalinismo como su único contenido real. (18) (Uno no tiene que estar de acuerdo con Bordiga para reconocer que este era un punto de vista más coherente que la estupidez del análisis de los trotskistas después de 1945, que veía a los estalinistas de Europa del Este, China o Indochina como temblorosos “reformistas”, ansiosos por venderse al imperialismo.)

La ventaja del marco teórico de Bordiga sobre el de Trotsky es sobre todo su crítica al supuesto, introducido de contrabando en el trotskismo y en la obra de quienes vienen del trotskismo, de que Stalin y el estalinismo representan un “centro” entre la derecha bujarinista y la izquierda trotskista. Uno sólo puede imaginarse cómo la victoria de la “derecha” bujarinista en el debate sobre la industrialización pudo haber hecho más daño al movimiento obrero internacional que el triunfo del “centro” estalinista. Sin embargo, cualquiera que desee trazar una línea acrítica de continuidad marxista a través de Trotsky después de 1924 acepta tácitamente este espectro de “izquierda a derecha” y sus consecuencias.

Trotsky escribió en 1936: “El socialismo ha demostrado su derecho a la victoria, no en las páginas de  Das Kapital , … sino en los lenguajes del acero, el hormigón y la electricidad”. (19) Extendiendo la teoría de la revolución permanente, desde la formación de los soviets (1905, 1917) a las formas de propiedad estatal y al desarrollo de las fuerzas productivas mismas (es decir, la prueba del carácter socialista deformado del régimen es su capacidad para desarrollar la industria en la “era de la decadencia imperialista”), Trotsky culminó lo que yo llamo el carácter de la “revolución burguesa sustituta” del marxismo de la Segunda y Tercera Internacional.

Los trotskistas de la posguerra (de los que Trotsky, por supuesto, no es responsable) vieron la industrialización de los regímenes estalinistas, durante el período en que el Tercer Mundo no mostraba signos de desarrollo en ninguna parte, como la prueba definitiva de su carácter socialista deformado. Frente a esta actitud, Bordiga dijo: “No se  construye el  comunismo”. La tarea del “desarrollo de las fuerzas productivas” no es tarea de los comunistas. También agregó: “Es exacto y correcto que las ‘bases del socialismo’ se están construyendo en la Unión Soviética”; para él, esta era la prueba precisamente del carácter burgués del régimen.

Un ejemplo importante de una corriente que rompió con el sesgo pro-estalinista del trotskismo sin examinar el legado de la lucha de facciones de la década de 1920, fue la tradición de Schachtman y su análisis “colectivista burocrático”. Su versión, de la década de 1940 al menos, ve un dinamismo conquistador-del-mundo en el estalinismo (20), rival del socialismo en la sucesión del capitalismo por una época, y que la historia más reciente ha demostrado que es falsa. Para la crítica de Schachtman, además, todo el énfasis se pone en la cuestión de la “democracia”, que para ellos es esencialmente todo. El socialismo se concibe efectivamente como “colectivismo democrático”, por lo que su ausencia, y la ausencia en la superficie de formas capitalistas, debe ser  “colectivismo burocrático. En otras palabras, todo el desacuerdo de esta tradición con el estalinismo, y luego con el trotskismo, giraba en torno al hecho de que lo que sucedió en Rusia después de 1917 o 1921 fue  antidemocrático. Por supuesto que eso era tremendamente importante, pero su influencia es la de aceptar tácitamente toda la “línea de continuidad” a través de Trotsky y  el Lenin de Trotsky, e ignorar la perspicacia de Bujarin y su predicción sobre el estado. En otras palabras, toda la perspectiva (la tradición Schachtmanista es profundamente ajena a la crítica marxista de la economía política) giraba en torno a la contraposición burocracia/democracia y, por lo tanto, como Trotsky, introducía de contrabando toda una noción de las “tareas” de la revolución burguesa que se habían deslizado en el marxismo de la Segunda y Tercera Internacional. A excepción de Bordiga, nadie en la izquierda revolucionaria antiestalinista citó el impulso por “desarrollar las fuerzas productivas” mismas como prueba de que la Unión Soviética no era alguna especie de estado obrero; con los trotskistas, por supuesto, tenemos la prueba definitiva, en el marco de las nacionalizaciones y de la planificación, de que lo es.

Pero Bordiga sumó todavía más. Como el ingeniero que era, Bordiga mostraba una especie de rigidez teórica que era a la vez exasperante y eficaz en permitirle ver las cosas de otra manera. Básicamente creía que el “programa comunista” había sido establecido, de una vez por todas, por Marx y Engels en 1847 en el Manifiesto, y había sido confirmado al año siguiente por la aparición de la corriente comunista en los movimientos obreros franceses y otros. Básicamente pensaba que Marx y Engels habían elaborado una metodología “invariable” y que los “innovadores” eran siempre, tarde o temprano, inteligentes filisteos burgueses en el camino hacia el bersteinismo o algo por el estilo. Pero esta conmovedora posición sobre los principios establecidos en 1848 lo llevó a conclusiones asombrosas con respecto a toda una dimensión de la tradición marxista que, una vez más, se ha perdido en gran medida. Bordiga creía que todo lo importante sobre la cuestión rusa se había dicho ya para la muerte de Marx en 1883 (21). A saber: la correspondencia de Marx con los populistas en la década de 1870, los dos metros cúbicos de notas sobre la agricultura rusa que dejó a su muerte (no terminó El Capital  porque en la última década de su vida quedó fascinado por la cuestión agraria en Rusia), y los diversos nuevos prefacios del Manifiesto y otros escritos del período 1878-1883 que reflejan su implicación con Rusia. (Incluso había ocultado el alcance de esto a Engels, quien se enfureció cuando leyó que el trabajo sobre la cuestión rusa había sido la verdadera razón de la falta de exhaustividad de El Capital). (22) Lo importante para Bordiga era el descubrimiento de Marx de la comuna rusa y la creencia que Marx tenía entre 1878 y 1881 de que, sobre la base de la comuna, Rusia podría literalmente saltarse la fase capitalista de la historia, e incluso podría hacerlo en ausencia de una revolución en Occidente, y que los campesinos,  antes de la capitalización de la agricultura, podrían ser fundamentales para el proceso. Marx escribió (en la famosa carta a Vera Zasulich) que “Si Rusia sigue el camino que tomó después de 1861, perderá la mayor oportunidad de saltarse todas las fatales alternativas del régimen capitalista que la historia ha ofrecido a un pueblo. Como todos los demás países, tendrá que someterse a las leyes inexorables de ese sistema”. (23) Cercano a su muerte, Marx había decidido que Rusia había perdido la oportunidad y así se lo dijo a los populistas rusos. Para Bordiga, la anterior cita era el legado marxista sobre la “cuestión rusa”, y “todo el sangriento proceso de acumulación capitalista” una profecía cumplida por Stalin. Todo este aspecto de la relación de Marx con Rusia se deslizó en gran medida en polvorientos archivos y notas al pie de página durante 80 o 90 años, aunque ha sido revivido en los últimos años por figuras como Jacques Camatte y Teodor Shanin. (24)

Difícilmente se puede retratar con honestidad a Bordiga sin mencionar su actitud hacia la democracia. Se definió a sí mismo, con orgullo, como “antidemocrático” y creía estar unido a Marx y Engels en esto. (Su relación con la cuestión agraria quedará clara.) La hostilidad de Bordiga hacia la democracia no tenía nada que ver con el gángsterismo estalinista. De hecho, ¡veía el fascismo y el estalinismo como la culminación de la democracia burguesa! (25) Para Bordiga, la democracia significaba, sobre todo, la manipulación de la sociedad como masa informe. A esto contrapuso la “dictadura del proletariado”, implementada por el partido comunista, fundado en 1847, en base a los principios y el programa enunciado en el manifiesto. A menudo se refirió al espíritu de la observación de Engels de que “en vísperas de la revolución todas las fuerzas de la reacción estarán contra nosotros bajo la bandera de la ‘pura democracia’”. (Como, de hecho, todas las facciones oponentes de los bolcheviques en 1921, desde los monárquicos hasta los anarquistas, pedían “soviets sin bolcheviques”.) Bordiga se opuso absolutamente a la idea de que el contenido revolucionario fuese el producto de un proceso democrático de opiniones pluralistas; cualesquiera que sean sus problemas, a la luz de la historia de los últimos 70 años, esta perspectiva tiene el mérito de subrayar el hecho de que el comunismo (como todas las formaciones sociales) trata por sobre todo del  contenido programático expresado a través de formas. Subraya el hecho de que para Marx, el comunismo no es un ideal a alcanzar sino un “movimiento real” nacido de la vieja sociedad con un conjunto de tareas programáticas. (26) En la atmósfera de la Nueva Izquierda de la década de 1960, en la que virtualmente se asumía que las “cuestiones económicas” habían sido obviadas por la “sociedad opulenta”, el debate giraba en torno a la casi exclusiva contraposición burocracia/democracia y a las “formas de organización” (27), dando lugar a un formalismo metodológico que de poco sirvió cuando, a partir de 1973, la crisis económica mundial cambió todas las reglas de la lucha. En otro contexto, Bordiga, cuando se le presionó para que identificase a la clase capitalista en su capitalismo ruso, dijo que existía en los intersticios de la economía rusa, como una clase en formación. Para él, la idea del “capitalismo de estado” no tenía sentido porque el estado solo podía ser un medio para los intereses de una clase; que “el estado” hiciera algo parecido a establecer un modo de producción era un abandono del marxismo. Para Bordiga, la Unión Soviética era una sociedad en transición al capitalismo.  (28)

Esta crítica del formalismo volvió a tener consecuencias políticas. Y se ligaba a la noción de Bordiga del papel del partido comunista. Bordiga se opuso resueltamente al giro a la derecha del Komintern en 1921; como secretario general del PCI, se negó a implementar la estrategia del “frente único” del III Congreso. En otras palabras, se negó a fusionar el PCI recién formado, y dominado por el “bordigismo”, con el ala izquierda del PSI [Partido Socialista Italiano], del que acababa de separarse. Bordiga tenía una visión del partido completamente diferente a la del Komintern, que se estaba adaptando al reflujo revolucionario anunciado, en 1921, por el acuerdo comercial anglo-ruso, Kronstadt, la implementación de la NEP [Nueva Política Económica], la proscripción de las facciones y la derrota de la Acción de marzo en Alemania. Para Bordiga, la estrategia de los PC de Europa occidental de luchar contra este reflujo, absorbiendo una masa de socialdemócratas de izquierda a través del “frente único”, fue una capitulación completa al período de reflujo contrarrevolucionario que él vio iniciarse. Este era el meollo de su crítica de la democracia. Porque era en nombre de “conquistar a las masas” que el Komintern parecía estar haciendo todo tipo de concesiones programáticas a los socialdemócratas de izquierda. Para Bordiga, el programa lo era todo, la noción de los números de la taquilla no era nada. El papel del partido en el período de reflujo era preservar el programa y continuar el trabajo posible de agitación y propaganda hasta el próximo cambio de marea, no diluirlo en pos de una popularidad efímera. Se puede discutir esta concepción, que puede conducir al mundo cerrado de la secta, como indiscutiblemente le pasó a los bordiguistas. Pero tiene el mérito de subrayar otra verdad a la que el ala trotskista de la oposición internacional de izquierda y sus herederos han estado ciegos: cuando los partidos de “masas” fuera de Rusia se tragaron el estalinismo por completo a mediados de la década de 1920, se habían sentado las bases para el giro de 1921. Es apenas necesario aceptar el punto de vista antidemocrático de Bordigia para ver esto: se perdió por completo y se descartó el papel de los soviets y los consejos obreros en Rusia, Alemania e Italia. Pero respecto a las consecuencias “sociológicas” del frente único de 1921 para el futuro de los PC occidentales — su “bolchevización” después de 1924 — Bordiga tenía razón y el  Comintern estaba equivocado. Porque históricamente, la base social de gran parte del estalinismo posterior a 1924 había entrado en los PC occidentales a través de la táctica del “frente único” de 1921. (29) Bordiga proporcionó una forma de ver la degeneración fundamental en el movimiento comunista mundial en 1921 (en lugar de en 1927 con la derrota de Trotsky) sin hundirse en meras llamadas vacías por “más democracia”. La perspectiva formal abstracta de la burocracia/democracia, con la que la tradición trotskista trata este período crucial en la historia del Komintern, se separó de cualquier contenido. Bordiga, a lo largo de su vida, se llamó leninista y nunca polemizó directamente contra Lenin, pero su apreciación totalmente distinta de la coyuntura de 1921, sus consecuencias para el Komintern y su oposición a Lenin y Trotsky en la cuestión del frente único ilumina un punto de inflexión que generalmente es oscurecido por los herederos del ala trotskista de la oposición internacional de izquierda de la década de 1920.

La idea de Bordiga de que el capitalismo es equivalente a la revolución agraria es la clave del siglo XX; es sin duda la clave de casi todo lo que la izquierda ha llamado “revolucionario” en el siglo XX, y es la clave para repensar la historia del marxismo y su enredo con las ideologías de la industrialización de las regiones atrasadas de la economía mundial.

Bordiga, obviamente, no proporciona la clave para la “desrusificación” de los “lentes” a través de los cuales el movimiento revolucionario internacional ve el mundo. Pero más desarrollado, su enfoque sobre la cuestión agraria sí lo hace. A mediados de la década de 1970, la “cuestión rusa” y sus implicaciones era el “paradigma” ineludible de las perspectivas políticas de la izquierda, en Europa y Estados Unidos, y sin embargo, 15 años después parece una historia muy antigua. Se trataba de un entorno político en el que el minucioso estudio de la historia mes a mes de la revolución rusa y el Komintern desde 1917 hasta 1928 parecía la clave del universo en su conjunto. Si alguien decía que creía que la Revolución Rusa había sido derrotada en 1919, 1921, 1923, 1927, 1936 o 1953, uno tenía una idea bastante clara de lo que esa persona pensaría sobre casi todas las demás cuestiones políticas del mundo: la naturaleza de la Unión Soviética, de China, la naturaleza de los PC mundiales, la naturaleza de la socialdemocracia, la naturaleza de los sindicatos, el Frente Único, el Frente Popular, los movimientos de liberación nacional, la estética y la filosofía, la relación de partido y clase, el significado de los soviets y los consejos obreros, y si Luxemburg o Bujarin tenían razón sobre el imperialismo.

El simple enumerar los principales acontecimientos de la historia mundial desde 1975 es ver cuán profundamente ha cambiado la forma en que vemos el mundo; sólo necesitamos evocar las realidades de la década de 1980, de la Gran Bretaña de Thatcher, la América de Reagan, la Francia de Mitterand, la Rusia de Gorbachov, la China de Deng, es decir, el maremoto “neoliberal” (en el sentido de von Hayek/von Mises de ese término) que sobrepasó al estatismo de la socialdemocracia, al estalinismo, al keynesianismo y al bonapartismo del Tercer Mundo. Un conocimiento profundo de la Revolución Rusa de 1917 a 1928, y la “visión de mundo” derivada de ella, pareciera ser una mala guía para la evolución de la China post-76, Rusia bajo Gorbachov, la aparición de las NIC [Normas Internacionales de Contabilidad], la guerra China/Vietnam/Camboya, el colapso de los PC de Europa occidental, la contención total del Partido Laborista británico, el Partido Demócrata estadounidense y el SPD [Partido Socialdemócrata] alemán por la derecha, la evolución de Mitterand al neoliberalismo, o la aparición de importantes corrientes “antiestatistas”, incluso en regímenes mercantilistas como México o India. Bien podría agregarse a esta lista al movimiento obrero en Polonia, con una fuerte dosis de nacionalismo clericalista, y al resurgimiento del fundamentalismo en el Islam, el judaísmo y el cristianismo, la desindustrialización, la alta tecnología y la gentrificación. Ninguno de estos eventos desacredita al marxismo, pero sí desacredita la inclinación prácticamente universal de la izquierda occidental, en la década de 1970, a ver la realidad a través de los lentes heredados de la Revolución Rusa y su destino.

Lo mejor de las fases heroicas de la socialdemocracia alemana y el bolchevismo ruso, no fue suficiente para servir de guía para esta nueva realidad, a pesar de que, a primera vista, un consecuente “tercer campista” nunca se había hecho ilusiones sobre las formaciones políticas estatistas en desaparición desde mediados de la década de 1970 en adelante. Sin embargo, un “tercer campista”, aceptando el “imperialismo” de Lenin y un nexo de otros pronósticos de los tres primeros congresos de la Comintern, compartía los supuestos estalinistas subterráneos sobre la incapacidad del mercado mundial capitalista para industrializar cualquier parte del Tercer Mundo, y se vio igualmente desajustado por el surgimiento de las NIC. (30) Pero hay un desajuste en un nivel más profundo, uno que golpea el corazón de la identidad revolucionaria derivada de la Segunda y Tercera  Internacional. Porque si uno “mapea” los partidos militantes de masas o los regímenes comunistas existentes en Europa entre 1920 y 1975, coinciden casi exactamente con un mapa de los estados despóticos ilustrados entre 1648 y 1789. Es decir: Francia, Alemania, Rusia, España, Portugal, Suecia (el más importante, el PC escandinavo; el único que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial como algo más que una secta). Los PC masivos se ausentan en Gran Bretaña, EE. UU., Holanda, Suiza (y en los “estados colonos” anglófonos como Australia, Nueva Zelanda, Canadá). La excepción aparente es el PCI. Pero Italia generó los prototipos del arte de gobernar absolutista ilustrado con sus importantes ciudades estado mercantilistas locales, y, regionalmente, las bases fuertes del PCI parecen correlacionarse con diferentes experiencias regionales durante la fase histórica del Antiguo Régimen. Finalmente, el PCI fue y es el más “socialdemócrata” de los grandes PC occidentales después de 1956; esa es, por supuesto, la razón por la que es el único que queda.

La conexión entre la presencia de un estado despótico ilustrado en 1648 y un PC de masas o un estado estalinista en 1945, es  la cuestión agraria. Estos estados, con Francia como prototipo, fueron creados para acelerar la  capitalización de la agricultura . Conscientemente o no, le estaban haciendo a sus campesinos algo similar a lo que el estado soviético le estaba haciendo a los campesinos rusos desde 1928 en adelante, y a lo que hicieron los regímenes capitalistas liberales en el siglo XIX. Los estados absolutistas ilustrados saquearon a los campesinos, mediante impuestos, como fuente de acumulación. Estos métodos, fueron una respuesta a las exitosas sociedades civiles que ya existían en los países “calvinistas”, cuyo éxito se basó en la anterior capitalización de la agricultura, sobre todo y ante todo, en Inglaterra. El capitalismo es ante todo la revolución agraria. Antes de que sea posible tener industria y ciudades y trabajadores urbanos, es necesario revolucionar la productividad agrícola para tener el excedente necesario para liberar fuerza de trabajo de la tierra. Donde esto no se había logrado en 1648 (el fin de la Guerra de los Treinta Años y, por lo tanto, de las guerras de religión), tenía que hacerse mediante el estatismo de arriba a abajo. Esto creó la tradición mercantil continental que, después de la Revolución Francesa, persistió en el siglo XX como un mercantilismo más maduro. Esto caracterizó al Segundo Imperio de Luis Napoleón (1852-1870) y, sobre todo, a la Prusia de Bismarck y a la Alemania dominada por Prusia. (32) Esta última, en particular, fue copiada en todo el mundo por todos los “desarrolladores tardíos” después de la unificación alemana en 1870, comenzando por Rusia.

Aquí, el marco teórico de Barrington Moore, (puesto ahora en perspectiva) entra en foco: la década de 1860 fue una coyuntura fundamental. Vio la Guerra Civil de Estados Unidos, la unificación de Alemania, la unificación de Italia, la emancipación de los siervos rusos y la Restauración Meiji en Japón. Se puede agregar, en buena medida, el desarrollo industrial del Segundo Imperio de Francia y la creación de la Tercera República, pero eso es  secundario. Pareciera ser que, si un país no fue “reorganizado internamente” en 1870, no tenía ninguna posibilidad de estar en el “círculo íntimo” de países significativamente industrializados en 1914. En segundo lugar, de los cinco países mencionados (dejando nuevamente a un lado a Francia) cuatro, para 1933, tenían estados mercantiles totalitarios/autoritarios. De los principales países, solo aquellos que participaron significativamente en la  primera economía capitalista del Atlántico Norte (Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos) escaparon a las soluciones mercantiles autoritarias en la década de 1930, y solo  la estadounidense, de las cinco que se reorganizaron en la década de  1860. (Ésta es una pista importante de la centralidad de la experiencia histórica preindustrial). ¿Por qué la década de 1860 fue un punto límite tan aparente? La respuesta parecía ser: la depresión mundial de 1873, y particularmente la depresión  agraria. (33) Cuando Estados Unidos, Canadá, Argentina, Australia y Rusia entraron en el mercado mundial de cereales como principales exportadores, esencialmente recrearon la contraposición de 1648 por completo: los estados continentales, reaccionando a la depresión agraria de 1873-1896, tuvieron todos que pasar al proteccionismo para preservar sus agriculturas nacionales. El caso más importante fue la alianza “Hierro y Centeno” alemana de industriales y Junkers de 1879, que dio fin a la subyugación del capitalismo y el liberalismo alemanes al Estado prusiano/alemán dominado por los Junker. Pero ocurrieron escenarios comparables en Francia, Iberia, Italia y en el imperio austrohúngaro. La aparición en el mercado agrícola mundial de Estados Unidos, Canadá, Argentina y Australia trazó una línea alrededor del núcleo del desarrollo capitalista avanzado existente durante más de un siglo. En 1890 era más barato enviar trigo desde Buenos Aires a Barcelona que enviarlo 100 millas por transporte terrestre. Los sectores agrícolas de los estados mercantilistas continentales se volvieron internacionalmente inviables. El impacto de esta situación en el desarrollo del movimiento obrero, no ha tenido la atención que merece.

La tradición revolucionaria consideraba que el socialismo/comunismo surgió esencialmente de la explosión del Tercer Estado tras la Revolución Francesa: en Babeuf, los Enragés y otros elementos radicales que aparecieron a la izquierda de los jacobinos; sobre todo, en la revolución de 1848 en Francia y el resto de Europa (incluidos los cartistas que alcanzaron su punto máximo en Inglaterra en 1848). La historia parece convincente: la línea de 1793-1794 a 1917-1921 pasa de Francia a Alemania y a Rusia, en las revoluciones francesas de 1830, 1848 y la Comuna, en el surgimiento del SPD hasta 1914; en la Rusia de 1905 y 1917; culminando en el fallido levantamiento revolucionario mundial de 1917-21 con situaciones casi revolucionarias en Alemania, Italia, Inglaterra, España, y con huelgas insurreccionales en casi todas las demás partes del mundo. Este último, es el punto máximo del “movimiento obrero clásico”. CLR James se ha referido a la necesidad de reconstituir el momento histórico de la ruptura del frente germano-ruso en 1917-1918; es decir, que en el fracaso de la revolución alemana y la derrota de la ola revolucionaria mundial, la revolución mundial tuvo su mejor momento hasta la fecha. Esta trayectoria, es el marco de la ortodoxia de Lenin-Trotsky. Si la revolución alemana hubiera salvado a Rusia del aislamiento, el siglo XX habría tomado un rumbo completamente diferente. Esa visión de la historia fue un “dispositivo heurístico” muy útil para evitar todos los escollos de la socialdemocracia, el estalinismo, el maoísmo y el tercermundismo. Vivir dentro de esa tradición, ya sea como trotskista, tercer campista o ultraizquierdista, es medir la historia desde la posición ventajosa de los soviets alemanes y rusos de 1917-1921. No es en absoluto un mal punto de referencia para el juicio histórico;  es ciertamente superior al estado de bienestar keynesiano, a los éxitos estalinistas en el primer Plan Quinquenal, o a las comunas agrarias de trabajo intensivo en China, como noción de sociedad socialista. Pero conduce a un callejón sin salida. Nos lleva a ver la historia como un estratega del Komintern en 1920, a retomar el punto donde terminaron las revoluciones de Europa central y oriental contra los Hohenzollems, Habsburgos y Romanovs. Sin embargo, un abismo histórico separa a esas revoluciones, y su carácter dual, del presente. (34) La doble naturaleza de la revolución de octubre, fue la de una revolución en la que las tareas históricas de la revolución burguesa se realizaron bajo la dirección de la clase obrera, después de lo cual el contenido político proletario fue completamente apagado por la contrarrevolución estalinista. Trazar la línea de la “continuidad” acríticamente a través de Lenin y Trotsky, como exactas extensiones de Marx a principios del siglo XX, para hacer de la Revolución Rusa la piedra de toque del siglo XX (“el punto de inflexión de la historia donde la historia no giró” , como alguien dijo) es “comprarse” toda una visión de la historia, previa a, y desde, 1917. Es sobre todo aceptar una mitología sobre la socialdemocracia alemana como una formación marxista revolucionaria anterior a cierta  fecha, ya sea 1890 o 1898 o 1914, cuando el SPD fue acaparado por el “revisionismo”. Si hay un solo mito en la base de la perspectiva informada por “lo mejor de la socialdemocracia alemana y el bolchevismo ruso”, y que se ha vuelto ahora problemático, es esa visión teñida de rosa del primer SPD. Es a través de esa visión que la izquierda internacional fue colonizada por los lentes de la Aufklaerung, que se originó en el servicio civil de los estados despóticos ilustrados.

Se puede ver este impasse en varios niveles. Comencemos por el materialismo “vulgar”, no marxista, que era el pan y la mantequilla del movimiento obrero clásico, originalmente centrado en el SPD, más tarde en el Partido Bolchevique, de la II, III y IV Internacional.

Como muchos se preguntaron tras descubrir los  Manuscritos de 1844 , los  Grundrisse , las “huellas digitales” hegelianas en El  Capital , las “Tesis sobre Feuerbach”, Lukacs, Korsch, etc., ¿cómo pudo el movimiento obrero clásico haber sido absorbido por el “marxismo vulgar”? ¿Por qué el materialismo pre-kantiano (es decir, el materialismo que, a diferencia del de Marx, no ha pasado por el diálogo con el idealismo alemán y con Feurbach) parece tan similar al materialismo del siglo XVIII de la Ilustración anglo-francesa, es decir, la ideología de la revolución burguesa? ¿Cómo se llega a una explicación marxista  de la hegemonía histórica del marxismo vulgar, puesto que el marxismo rechaza de plano el juicio psicológico/moralista de que “tenían las ideas equivocadas”? La respuesta no parecía ser tan complicada: si el materialismo del movimiento obrero clásico centrado en el SPD de 1860 a 1914, y extendido por la Revolución Rusa, era epistemológicamente poco distinto al materialismo revolucionario de carácter burgués, debe ser que el movimiento obrero clásico en Europa central y oriental fue una extensión de la revolución burguesa. Colocándonos en la posición de los admiradores del heroico primer SPD, es difícil pensar en otra explicación que tenga sentido. Después de todo, esto no está muy lejos de la teoría de Trotsky del desarrollo combinado y desigual: donde la burguesía es débil e incapaz de enfrentarse al  Antiguo Régimen, la tarea recae en la clase trabajadora. (El esfuerzo de Trotsky fue el de creer que la clase trabajadora estaba haciendo la revolución socialista.) Este “marxismo vulgar” proporcionó la “visión del mundo” expresada en los folletos populares del difunto Engels, y los escritos de Bebel, Kautsky, William Liebknecht, el pre-revisionista Bernstein y Plejanov — las grises eminencias de la Segunda Internacional, que educaron a Lenin y a los bolcheviques. Nunca debe olvidarse que Lenin no comenzó a ver a través de Kautsky y del “centro” de la ortodoxia del SPD hasta 1910-1912, y en 1914 no podía creer los informes de los periódicos en que el SPD había votado por los créditos de guerra. Así de cercano era a estas influencias. Escribió  «El Imperialismo» para explicar el colapso del SPD; Trotsky luego agregó la “ausencia de liderazgo revolucionario” para explicar la derrota en Europa Occidental después de la guerra. El retrato que hace Raya Dunayevskaya de Lenin corriendo a la biblioteca de Zurich en septiembre de 1914 para leer La «Lógica» de Hegel  (35) para comprender la debacle del SPD, puede o no ser apócrifa; sin embargo, el “difunto Lenin” no tuvo ningún impacto en el marxismo oficial después de 1917, ni siquiera en la Cuarta Internacional. Los puntos de vista filosóficos de Lukacs y Korsch fueron objeto de risa en el Comintern en 1923. En los entornos más intelectualmente astutos de la izquierda en los Estados Unidos de mediados de la década de 1960 (antes de la ola de traducciones del francés, alemán e italiano después de 1968), tal vez el texto en inglés más sofisticado disponible sobre la cuestión del trasfondo filosófico del marxismo era «Towards an Understanding of Karl Marx» de Sidney Hook. Esto no era culpa de nadie; esto simplemente refleja el hecho de que el impacto del descubrimiento de los primeros escritos de Marx, del alcance real de su deuda con Hegel, de la crítica del materialismo vulgar en las «Tesis sobre Feuerbach» y de obras como los «Grundrisse» en realidad, solo pasó por pequeños círculos de especialistas en los años cincuenta y sesenta. Pero tenía que haber una razón histórica  para eso; no era sólo una cuestión de qué se publicó, cuándo y dónde (los «Grundrisse», por ejemplo, la primera vez que se publicaron en Moscú, en 1941, fueron sólo 200 copias en alemán).

Pero la clave de este anacronismo ideológico en la historia marxista y de la clase trabajadora claramente no puede ser, como dijimos anteriormente, que “tenían las ideas equivocadas”. La respuesta tiene que estar en niveles más profundos de la historia de la acumulación y cómo eso moldeó la lucha de clases a nivel internacional. Una vez más, la tradición bordiguista desenterró perspectivas bastante marginales de los debates generales de las décadas de 1960 y 1970, perspectivas que creo que unen la cuestión agraria, la periodización de la acumulación capitalista, el papel histórico real de la socialdemocracia y el bolchevismo, y el vínculo histórico entre el absolutismo ilustrado del siglo XVII y los partidos comunistas de masas en el siglo XX.

La perspectiva más interesante que se ha desarrollado para iluminar estas cuestiones fue la de los “neobordiguistas”, corrientes francesas influenciadas por Bordiga, pero no servilmente; la mejor de ellas intentó sintetizar a Bordiga, quien era ajeno al significado histórico de los soviets, los consejos obreros y la democracia obrera, y que ponía todo en el partido, con la ultraizquierda alemana y holandesa que glorificaba los consejos obreros y explicaba todo lo que había salido mal después de 1917 en términos del “leninismo”.

Todas las corrientes francesas ponen en el centro de la escena un texto de Marx que, a la larga, puede ser más importante que todo el resto del material nuevo que empezó a salir a la luz en las décadas de 1950 y 1960: el llamado «Capítulo Sexto inédito» del volumen I de  «El Capital». (36) No se sabe por qué Marx lo eliminó de la versión original del volumen I. Pero es una «Fenomenología del espíritu» materialista. Diez páginas bastan para refutar las afirmaciones althusserianas de que Marx se olvidó de Hegel en su “período tardío”. Mas la afirmación de la continuidad con el método de Hegel es lo de menos; las categorías fundamentales elaboradas en el texto son: las distinciones entre plusvalía absoluta y relativa,  y lo que Marx llama las fases de acumulación “extensiva” e “intensiva”, correspondientes a la dominación “formal” y “real” del capital sobre el trabajo. Estas se presentan de una manera muy teórica; Marx no intenta aplicarlos a la historia en general. Pero la ultraizquierda francesa comenzó a periodizar la historia capitalista precisamente en torno a estas distinciones. Las fases “extensiva” e “intensiva” de la historia capitalista no son exclusivas de los marxistas; también han sido utilizadas, como recursos descriptivos, por  historiadores económicos burgueses. Una corriente resumió esta distinción, en su esencia,  como: “la fase que desustancia al trabajador  para dejar solo al  proletario”. (37) En esa frase está la condena de toda la escuela Gutman y la nueva historia del trabajo. La transición a la acumulación “intensiva” en el capítulo sexto, se presenta como la “reducción del trabajo a la forma capitalista más general del trabajo abstracto”, definición concisa del proceso del  trabajo en la producción en masa del mundo capitalista avanzado del siglo XX. La nueva historia del trabajo es una larga canción de nostalgia por la fase de dominación formal.

El «Capítulo Sexto inédito» arroja luz también sobre el “renacimiento de Hegel” en el marxismo, y de por qué el serio interés en el trasfondo hegeliano de Marx apareció por primera vez en Alemania en la década de 1920 (Lukacs, Korsch, la Escuela de Frankfurt) y solo se hubo afianzado en Francia para la década de 1950. De hecho, el marxismo vulgar se había convertido en una ideología de moda en Francia — en la intelectualidad — solo en las décadas de 1930 y 1940, es decir, durante el Frente Popular y la Resistencia. ¿Qué podría explicar esta brecha de 30 años entre Francia y Alemania? La respuesta obvia debía ser la gran superioridad de Alemania en el desarrollo industrial en la década de 1920, con la que Francia comenzó a rivalizar en la década de 1950. Pareciera haber cierta conexión entre el marxismo “hegelianizado” y las condiciones de lo que hemos llamado “acumulación intensiva” y “dominación real”. También es curioso que Italia tuviera una cultura marxista sofisticada y mucho más “germanizada” mucho antes que Francia. Esto también debe estar de alguna manera relacionado con el estatus de Italia como “recién llegado” político, en contraste con la participación de Francia en la primera economía capitalista del Atlántico Norte y la ola revolucionaria burguesa de 1770-1815. La tradición jacobina en Francia, expresada a través del racionalismo asociado a Comte, Saint-Simon y Guesde, el idealismo kantiano de Jaures, o incluso el racionalismo de la tradición anarquista (con su creencia en la ciencia anticlericalista) o finalmente el “positivismo laique et republican” de la Tercera República se mantuvo por debajo del nivel del pensamiento alemán post-kantiano. Italia fue “germanizada” en la década de 1890; Francia recién en las décadas de 1930 y 1940.

La tradición Lenin-Trotsky divide la historia del capitalismo en dos fases, separadas por la Primera Guerra Mundial, que inaugura la “época de la decadencia imperialista”. Las fuentes teóricas de esta teoría provienen de la discusión sobre el “capital monopolista” previo a la Primera Guerra Mundial: Hobson, Hilferding, Lenin. Fue popularizada durante una época por «El Imperialismo» de Lenin. En el apogeo de la Segunda Internacional, el capitalismo  tenía otro aspecto al del sistema descrito por Marx (es importante recordar que los volúmenes 2 y 3 estuvieron recién disponibles en las décadas de 1880 y 1890; la relación que la mayoría de los militantes socialistas tenía con la “economía marxista” proviene del volumen I y, para ser más realista, de panfletos populares como «Salario, precio y ganancia».) El capitalismo parecía estar pasando de una fase “competitiva”, o de “laissez-faire”, a una fase de cárteles, monopolios, imperialismo, dirección estatal, el surgimiento del capital financiero, las carreras armamentistas, el acaparamiento de tierras coloniales: todos los elementos a los que, cercano a 1910, Hilferding llamó “capitalismo organizado”. La Primera Guerra Mundial marcó el punto de inflexión. La Revolución Rusa demostró, en palabras de Lenin, que “la revolución proletaria acecha detrás de cada huelga”, y el período 1917-1921 casi parecía confirmarlo. Luego vino, después de una efímera estabilización, 1929, la depresión mundial, el fascismo, el estalinismo y la Segunda Guerra Mundial, seguidos a su vez por incesantes guerras de liberación nacional. ¿Quién, en 1950, podía negar que ésta era la “época de la decadencia imperialista”? Estos muy reales fenómenos cimentaron toda una visión del mundo, codificada por primera vez en los primeros años de la Comintern: la continuidad con el marxismo vulgar kautskyiano del período anterior a 1914, la caracterización del “capital monopolista” de la época, expresada con mucha habilidad por Bujarin, las teorías de Trotsky sobre la revolución permanente y el desarrollo desigual y combinado, y la caracterización de la época, por parte del Congreso, como la “decadencia imperialista”. Esta, al menos, fue una expresión condensada de esa herencia, ya que fue recapturada en los mejores intentos de finales de los 60 y principios de los 70 por volver a conectar con el potencial revolucionario del corredor germano-polaco-ruso de 1905 y 1917-1921. Esta periodización de la historia moderna permitía que uno viera el mundo “desde Moscú en 1920” y esto, nuevamente, hizo que el desenlace de la historia de la Revolución Rusa y del Komintern de 1917 a 1928 fuese tan central y aparentemente tan lleno de implicancias. En esa historia estaba la piedra filosofal, ya fuera trotskista, chachtmanista o ultraizquierdista. Este era el punto de vista de aquellos que, a mediados de la década de 1970, no tenían ilusiones con la socialdemocracia, el estalinismo o el bonapartismo del Tercer Mundo, es decir, quienes se opusieron a ellos desde el punto de vista de la democracia obrera revolucionaria de la variedad soviética/consejo obrero. En un nivel, esta parecía ser una explicación perfectamente coherente del mundo a mediados de la década de 1970. ¿No había tenido lugar la máxima expresión del movimiento obrero revolucionario en Alemania y Rusia? ¿No había sido todo desde entonces un desastre y una pesadilla burocrática? Bordiga anticipó esta actitud cuando escribió, en algún momento de la década de 1950, que “el hecho de que la evolución social en una zona (con lo cual se refería a Europa y Estados Unidos) haya pasado a la siguiente o la última fase no significa que lo que suceda en el resto del planeta no tenga ningún interés social”. Para esta cosmovisión, (compartida en ese período por el autor) lo que estaba sucediendo en el resto del planeta precisamente no era  socialmente interesante. ¿Quién podría proponer seriamente a China, Corea del Norte o Albania, o a los movimientos de liberación nacional y sus estados, como modelos para los trabajadores estadounidenses o europeos? Pero ese punto de vista, aunque correcto, no era el adecuado.

¿POR QUÉ NO?

Porque ignoraba dos realidades que ya estaban en marcha a mediados de la década de 1970: el doble movimiento de la industrialización y el desarrollo intensivo de la tecnología (la “alta tecnología”) en el sector avanzado del Tercer Mundo, que estaban a punto de derrumbarse en torno al movimiento obrero occidental, sobre el cual descansaba toda la perspectiva anterior. En 1970, en medio de la euforia estalinista, maoísta y del Tercer Mundo por las revoluciones campesinas-burocráticas, era correcto y revolucionario mirar a la clase trabajadora occidental como la única clase que realmente podía acabar con la sociedad de clases. Era necesario rechazar esa tontería tercermundista entonces, como es necesario rechazar sus restos (bastante debilitados) hoy. Pero lo que ha cambiado desde entonces es, por supuesto, que la desindustrialización en Occidente y la industrialización en el Tercer Mundo (dos caras de la misma moneda) han creado verdaderos movimientos obreros en el propio Tercer Mundo, siendo Corea del Sur el ejemplo importante más reciente. A mediados de los 70, el mundo se parecía mucho a lo que podría extrapolarse de la primera y heroica visión del Comintern esbozada anteriormente. Los países que eran el núcleo de la industria mundial en 1914 (Europa Occidental, Estados Unidos y Japón), seguían siendo el núcleo. En términos de la discusión anterior, si un país no había sido “reorganizado internamente” en la década de 1860, no estaría en el “club industrial” en 1914 y todavía no lo estaría alrededor de 1975. Además, el porcentaje de trabajadores fabriles en los condados industriales avanzados, que había alcanzado un máximo cercano al 45% en Alemania e Inglaterra alrededor de 1900-1914, todavía estaba cerca de esa cifra, en la zona capitalista avanzada en su conjunto, a principios de los 70. ¿Qué había cambiado en el ínterin? Claramente, el mundo capitalista avanzado había pasado de un colapso (muy aproximado) de su fuerza laboral, en 1900-1914, del 45% en la industria, el 45% en la agricultura, el 10% en los servicios administrativos, al 40-45% en la industria. , 5-10% en agricultura, y 40-45% en servicios de cuello blanco (sin mencionar la creación de un gran sector de armas que apenas había comenzado a existir alrededor del cambio de siglo). ¿Qué indicaba esto? Indicaba que la “historia” del desarrollo capitalista era la siguiente. En la fase del capitalismo “clásico” o “competitivo”, 1815-1914, el sistema ante todo había transformado a los campesinos en trabajadores, al menos en Inglaterra, Estados Unidos, Francia y Alemania. En el período posterior a 1914 (que en realidad comenzó alrededor de 1890) la nueva fase del capitalismo “organizado”, el capitalismo “monopolista”, la “época de la decadencia imperialista”, siguió  mermando las poblaciones rurales del mundo occidental (y América Latina, el Caribe, sur de Europa y África), pero ¿para lograr qué? En lugar de seguir expandiendo la fuerza laboral industrial, utilizó la productividad enormemente aumentada de un porcentaje estancado de la fuerza laboral para dar soporte a un “sector de servicios” de cuello blanco en constante crecimiento (y a la producción de armas). Pero, volviendo al tema básico, los partidos comunistas comienzan a erosionarse y a ser superados por partidos integrados de tipo socialdemócrata precisamente cuando la población agraria del país en cuestión se reduce a un trivial (5-10%) de la fuerza de trabajo. Esto es lo que ha sucedido, por ejemplo, en Francia y España en los últimos 15 años.

Esto es lo que no ha sucedido en Portugal, precisamente porque la agricultura de pequeños productores sigue siendo un porcentaje muy significativo de la población portuguesa activa. Este es el telón de fondo de la transformación del PCI. Es lo que pasó hace mucho tiempo en el norte de Europa y Estados Unidos. Es, finalmente, el estricto paralelismo con los problemas encontrados en Europa del Este y la Unión Soviética cuando se completa la fase “extensiva” de acumulación y es hora de pasar a la fase intensiva a la que llegó Occidente a través de la crisis de 1914- 1945. En resumen, desde el absolutismo ilustrado en el siglo XVII hasta los partidos comunistas en el siglo XX, la problemática es la de la fase extensiva de acumulación: la transformación de los campesinos en trabajadores. La consecuencia última de esto es que una sociedad solo es completamente capitalista cuando un porcentaje trivial de la fuerza de trabajo se emplea en la agricultura, es decir, que una sociedad solo es completamente capitalista cuando ha pasado de la fase extensiva/formal a la intensiva/real de acumulación. Esto significa, en resumen, que ni Europa ni los Estados Unidos en 1900 eran tan capitalistas como el movimiento socialista pensaba que eran, y que el movimiento obrero clásico, en su corriente principal, fue ante todo un movimiento para impulsar al capitalismo a su fase intensiva.

En suma, el capitalismo significa ante todo la revolución agraria.

La cuestión agraria ha tenido múltiples significados en la historia de la izquierda internacional. Ha surgido en conexión con las revoluciones campesinas que acompañaron a las revoluciones francesa y rusa; la capitalización de la agricultura en el sur de Estados Unidos a través de la Guerra Civil; la depresión agraria posterior a 1873; el vaciamiento de los campos europeos después de la Segunda Guerra Mundial. Sin duda, se trata de fenómenos muy distintos y que no deberían agruparse de forma arrogante. Pero centrémonos en la acumulación intensiva vinculada a la reducción de la mano de obra agraria al 5-10% de la población como definición de una sociedad “plenamente capitalista”. Una agricultura completamente capitalista es una agricultura mecanizada al estilo estadounidense. La “cuestión agraria” en este sentido, no se resolvió en Francia en 1789 sino en 1945-1973. La conexión entre la agricultura y la acumulación intensiva en la industria es la reducción del costo de los alimentos como porcentaje de la factura de consumo del trabajador, creando poder adquisitivo para los bienes de consumo duraderos (como el automóvil) en el centro de la producción en masa del siglo XX.

Resumamos y volvamos una vez más a Bordiga y los neobordiguistas. El marxismo vulgar fue una ideología de la intelectualidad de Europa Central y del Este vinculada al movimiento obrero en una batalla para completar la revolución burguesa (el marxismo de la Segunda y Tercera Internacional). Su paralelo con el materialismo burgués pre-kantiano, anterior a 1789 no es el resultado de un “error” (“tenían las ideas equivocadas”) sino una expresión precisa del contenido real del movimiento que lo desarrolló. Ese contenido tiene sentido, en última instancia, en el marco de una periodización de la historia capitalista que complementa la “época de decadencia imperialista” de Lenin/Trotsky con los conceptos de dominación extensiva/formal y acumulación intensiva/real. Toda la teoría de la Segunda Internacional de Lenin/Hilferding, del “capitalismo organizado” y el “capitalismo monopolista”, es entonces, una ocultación de la transición de lo extensivo a lo intensivo. La perspectiva “marxista oficial”, por lo tanto, es la perspectiva de una élite estatal naciente, dentro o fuera del poder, cuyo movimiento da como resultado otra forma de capitalismo (dominación real) y lo llama “socialismo”. Lo convincente de tal análisis, es que evita moralizar y ofrece una explicación “sociológica” para una “epistemología”. Una vez más, significa que este estrato social que tuvo una forma Aufklaerung de materialismo porque era un servicio civil proto-estatal en un régimen de desarrollo, y que su  economía, codificada en la teoría leninista del imperialismo, era también la economía de ese estrato. No es marxismo real, porque tiende a reemplazar los análisis de las relaciones y fuerzas de producción con análisis (en última instancia, duehringianos) de la “fuerza”. Desde Lenin y Bujarin pasando por Baren y Sweezy hasta Bettleheim y Amin hasta Pol Pot (reconociendo la tremenda discontinuidad y degeneración, pero también la continuidad), la teoría del “capital monopolista” es la teoría de los burócratas estatales. Es fundamentalmente anti-clase trabajadora. Considera que el reformismo de la clase trabajadora occidental es la expresión de las superganancias del imperialismo y oscurece la diferencia de intereses entre la élite burocrática estatal y las clases campesina y trabajadora de los países subdesarrollados donde tiene el poder.

Los neobordiguistas franceses, en concreto Camatte, demostraron que fue en Rusia sobre todo, donde el marxismo, en fases, se transformó de una teoría de la “comunidad humana material”,  un movimiento real  que “nace” del capitalismo maduro,  en algo que está “construído” en el protocapitalismo atrasado. Esto se ve en el contraste entre la “posición marxista” sobre la cuestión rusa desarrollada por Marx en 1878-1883 y la polémica bolchevique con la última fase del populismo en la década de 1890. Independientemente de lo que Marx haya considerado en su estudio de la comuna rusa como la posible base para un “salto” inmediato al comunismo, nunca habría escrito, como escribió Trotsky en 1936, que “el socialismo ahora enfrenta al capitalismo en toneladas de acero y hormigón”. Esto no quiere decir que no haya base para este discurso productivista en la obra de Marx; es simplemente decir que el abismo que separa a Marx de todo el marxismo de la segunda, tercera (y cuarta) internacional, es precisamente que él está más allá del materialismo “pre-kantiano” y mucho más allá de la economía del “capital monopolista”, ambos expresiones de   una visión de mundo del servicio público estatal. En la batalla entre Lenin y los populistas en la década de 1890, la batalla para introducir en Rusia este truncado “marxismo” de la segunda internacional, toda la dimensión anterior a 1883 del análisis marxista de la “cuestión rusa”, desenterrada por Bordiga, se perdió totalmente en un coro productivista. La afirmación lineal y mecanicista del “progreso”, que es el núcleo del pensamiento histórico de la Ilustración, y que el marxismo vulgar convirtió en una teoría de la historia “por etapas”, no tiene sentido para la comuna agraria rusa, como apunta  Marx. La Gemeinwesen  (comunidad humana material), telos del comunismo, es suprimida  por el productivismo. Una vez en el poder, los bolcheviques adoptaron el esquema de la reproducción y las categorías del volumen I de El Capital y los trasladaron a sus manuales de planificación económica sin darse cuenta de que se trataba de una descripción “ricardiana” del capitalismo que Marx deslegitima en el volumen III. Esto allanó el camino para la ideología “traga-acero” de los planificadores estalinistas después de 1928. Hay ya un mundo entre Marx y la Segunda Internacional, y más tarde, los bolcheviques, expresado en la “filosofía” y en la “economía”, y estas diferencias expresan distintas “epistemologías sociales” arraigadas en las perspectivas de dos clases diferentes, la clase trabajadora y la administración pública estatal. En este sentido, es significativo decir que lo mejor de la socialdemocracia alemana y el bolchevismo ruso están irremediablemente entrelazados con el Estado. Una renovación de la visión revolucionaria ya no puede identificarlos como herederos directos, sino como una desviación en la que el marxismo se fusiona con un discurso estatista ajeno a él.

Nosotros, en Occidente hoy, a diferencia de los revolucionarios de 1910, vivimos en un mundo totalmente capitalista. No hay ninguna capitalización de la agricultura que lograr, ninguna cuestión campesina para el movimiento obrero. Al mismo tiempo, en medio de una crisis económica mundial cada vez más profunda, de las proporciones de los años 30, todas las viejas visiones revolucionarias se han evaporado, y el sentido de cómo sería un mundo positivo más allá del capitalismo es menos claro que nunca. (La historia reciente proporciona muchos ejemplos de alternativas negativas). Sin embargo, cuando entendemos que gran parte de lo que se está derrumbando hoy es, en última instancia, el legado del estado absolutista ilustrado y sus extensiones modernas, podemos ver que muchas de las herramientas conceptuales en uso hasta el ahora reciente fueron herramientas para la culminación de la revolución burguesa, desarrolladas por movimientos finalmente encabezados por funcionarios estatales, reales o potenciales. Al liberar al marxismo de este legado estatista, por fin podemos comenzar a comprender el mundo desde la posición ventajosa del “movimiento real que se desarrolla ante nuestros ojos” (Manifiesto Comunista).


Bibliografía

Uno de los objetivos de este artículo era dar a conocer la persona y las ideas de Bordiga en el mundo angloparlante.

Desafortunadamente, muchas de las fuentes en las que se basa el artículo fueron publicadas solo en italiano o francés, por editoras de izquierda desconocidos, muchas de las cuales ya no existen. Son por lo tanto, junto a los escritos del propio Bordiga, prácticamente imposibles de obtener. Los lectores que deseen adquirir los escritos disponibles de Bordiga, en varios idiomas, pueden ponerse en contacto con el Partito Comunista Internazionale, Via Marnni 30, Schio, Italia.

Los escritos importantes de Bordiga son los siguientes. Strutture economica e sociale de la della Russia d’oggi  (Edizioni il programma comunista, 1976) es su obra principal sobre la economía rusa. Una gran parte se publicó en francés con el título  Russie et Revolution dans la theorie marxiste  (Ed. Spartacus, 1975). La  Storia delta sinistra comunista  (Ed. Il programma comunista), la historia de la facción de Bordiga desde 1912 hasta 1921, apareció en 3 volúmenes sucesivos a partir de 1964. Enunciados teóricos más breves pero fundamentales son  Proprieta e capitale  (Ed. Iskra, Florencia 1980) y  Mai la merce sfamera l’umomo: la question agraria e lateoria della rendita fondiaria secondo Marx (Ed. Iskra, 1979) Una colección francesa de algunos de los textos más breves de Bordiga, incluidos sus comentarios de los manuscritos de  1844 de Marx , fueron editados con un prefacio de Jacques Camatte en  Bordiga et la passion du communisme  (Ed. Spartacus, 1974).

Que yo sepa, no existe un estudio adecuado y exhaustivo de Bordiga. Dos obras que evitan los peores errores y calumnias previas son  Bordiga  de A. de Clementi (Turín, 1971) y una biografía de un intelectual del PCI, Franco Livorsi,  Amadeo Bordiga  (Roma, 1976). Una presentación de la visión de Bordiga sobre el fenómeno soviético es,  Amadeo Bordiga: capitalismo sovietico e comunismo  de Uhana Grilli (Milán, 1982). La mejor presentación general de Bordiga y sus teorías, que influyen en el presente artículo, se encuentran en  Bordiga et la revolution russe: Russie et needite du communisme  de Jacques Camatte en la revista  Invariance , Annee VII, Serie II, No. 4. Una apreciación crítica de la facción bordiguista es La Gauche Communiste d ‘Italie , publicado en 1981 por  Courant Communiste International. Una visión general “bordiguista” de la revolución rusa y sus secuelas es un número triple especial de Programme  communista,  Bilan d ‘une revolution (núms. 40-41-42, octubre de 1967 a junio de 1968), la revista teórica de una de las los entonces contendientes partidos bordiguistas. No he podido comprobar si las opiniones expresadas en este número fueron escritas o aprobadas por el propio Bordiga.

Otras dos obras de interés que se inspiran críticamente en Bordiga son Le mouvement communists  de Jean Barrot (Ed. Champ Libre, Nfis, 1972) y  Capital et Gemeinwesein: Le 6e chapitre inedit et l’oeuvre economique de Marx  de Jacques Camatte (Ed. Espartaco, París 1978).

Mucha información sobre Bordiga en su período de mayor influencia de masas se encuentra en la historia cuasi oficial del Partido Comunista Italiano por Paolo Spriano,  Storia del Partito comunista italiano, Vol I Da Bordiga a Gramci  (Turín 1967). Este trabajo, como el de Uvorsi, debe utilizarse con precaución.


Notas
  1. B. Moore,  Orígenes sociales de la dictadura y la democracia, (Boston 1966).
  2. A. Ulam, The Unfinished Revolution, (Nueva York, 1960).
  3. A. Gershenkron. El atraso económico en su perspectiva histórica(Boston, 1962).
  4. E. Preobrazhensky, The New Economics, Oxford 1965, cap. II.
  5. Cf. notas bibliográficas anteriores.
  6. Ibíd.
  7. La afirmación madura sobre el vínculo entre la cuestión agraria y el capitalismo se encuentra en A. Bordiga,  Mai la merce…, 1979.
  8. Cf. Bilan d’une revolution,  Programme communista, núms. 40-41-42, octubre de 1967-junio de 1968, citado en notas bibliográficas.
  9. La evolución de la predicción de Bordiga de una gran crisis mundial en 1975 se presenta en F. Livorst, op. cit. págs. 426-444.
  10. Para una discusión destilada de la crítica de Bujarin a Preobrazhensky, cf.  Bilan d’unerevolution, págs. 139-140. Contra los superindustrializadores de la izquierda, Bujarin dijo que la clase obrera estaría “obligada a construir un aparato administrativo colosal … El intento de reemplazar a todos los pequeños productores y pequeños campesinos por burócratas produce un aparato tan colosal que el gasto de mantenerlo es incomparablemente mayor que los gastos improductivos resultantes de las condiciones anárquicas de la pequeña producción: en suma, todo el aparato económico del estado proletario no sólo no facilita, sino que, de hecho dificulta el desarrollo de las fuerzas productivas. Conduce directamente a lo contrario de lo que se supone que debe hacer”. (ibídem)
  11. El aspecto “bujarinista” de la evaluación de Trotsky del giro a la “izquierda” estalinista después de 1928 se observa en  Bilan d ‘une revolution, op. cit., pág. 148.
  12. Esta intervención se realizó en el Sexto Pleno del Comité Ejecutivo Ampliado del Comintern en 1926. ibid. pags. 38.
  13. Sobre la naturaleza capitalista de los koljoses, cf. Bilan d ‘une revolution, págs. 172-179.
  14. La noción de Bordiga de la “revolución dual” se encuentra dispersa en sus escritos. Para un ejemplo cf. A. Bordiga,  Russie et revolution…p. 192 y ss.
  15. V.I. Lenin,  El impuesto en especie (El significado de la nueva política y sus condiciones)en las  obras completas, vol. 32, págs. 3 29-369, presenta el análisis de Lenin de la relación entre el capitalismo de pequeños productores y el capitalismo de Estado en 1921.
  16. Las formulaciones más líricas de Trotsky sobre el crecimiento de las fuerzas productivas en el “estado obrero” estalinista se encuentran en la sección inicial de  La revolución traicionada(1936).
  17. Ésta es la formulación de  Bilan d ‘une revolution, p. 95.
  18. Citado en Grilli, op. cit., pág. 282.
  19. Trotsky, The Revolution Betrayed, (Nueva York, 1972), p. 8.
  20. Cf Schachtman, Max. La revolución burocrática(Nueva York 1962), por la declaración más completa de este punto de vista.
  21. Cf Bordiga,  Russie et revolution dans la theorie marxiste, pp. 226-297, para una discusión de la evolución del pensamiento de Marx sobre la comuna rusa y la “oportunidad histórica” perdida de Rusia de saltarse la fase capitalista.
  22. Sobre la profunda implicación de Marx con el problema de la agricultura rusa en la última década de su vida, cf. el ensayo de Teodor Shanin  “Late Marx”en T.Shanin, ed. “Late Marx and the Russian Road”, Nueva York 1983. También J. Camatte, “Bordiga et la revolution russe …”, pp. 15-23.
  23. La carta de Marx de noviembre de 1877 se publica en alemán en Maximilien Rubel, ed. “Marx-Engels: Die russische Kommune”(1972), págs. 49-53. (nuestra traducción en el texto).
  24. Cf. nota 22.
  25. Los análisis del fascismo italiano en 1921-24 por la facción de Bordiga, sin duda escrito en parte por el propio Bordiga, están disponibles en  “Communisme et fascisme”, (Ed. Programme communists, 1970).
  26. Como dijo Marx en el Manifiesto, el comunismo no es un ideal por realizar; es por el contrario “nada más que el movimiento real que se desarrolla ante nuestros ojos”. Para una discusión del comunismo como el “movimiento real”, cf. Jean Barrot,  “Le mouvenent communiste”, (Ed. Champ Libre, 1972).
  27. Para una crítica del formalismo que surge de ver el problema del socialismo como un problema de “formas de organización”, cf. el ensayo de Jean Barrot  “Contribution a la critique de l’ideologie ultra-gauche (Leninisme et ultragauche), en su  Communisme et question russe(Ed. de la Tete de Feuilles, 1972), pp. 139-178.
  28. Esto está elaborado por L. Grilli, op. cit. pags. 38.
  29. Un paralelo en la propia Rusia fue la “leva de Lenin”, por la cual el partido se inundó de miembros maleables, inexpertos o simplemente arribistas fácilmente manipulables por los estalinistas contra los restos de la Vieja Guardia. Las contrapartes internacionales de esta transformación de la Internacional Comunista fueron figuras como Cachin en el PCF o Thaelman en el KPD.
  30. Sobre el surgimiento de los nuevos países industriales y su impacto en la ideología en todo el mundo, cf. Nigel Harris,  “El fin del tercer mundo”, (Londres 1986).
  31. Sobre la capitalización de la agricultura inglesa, cf. Robert Brenner,  “Los orígenes agrarios del capitalismo europeo”en TH Ashton y CHE Philpin,  “El debate de Brenner”, (Cambridge UP, 1985), págs. 213-327.
  32. Sobre la tradición mercantil y su impacto, cf. Roman Szporluk,  “Comunismo y nacionalismo: Karl Marx vs. Friedrich List”, (Oxford UP1988).
  33. Para una discusión del impacto posterior a 1873 de la depresión agraria, cf. Hans Rosenberg,  “Grosse Depression und Bismarckzeit”, Berlín 1967.
  34. El ultraizquierdista holandés Herman Gorter comprendió, confusa, pero correctamente, ya en 1921, la ausencia de una cuestión agraria para los trabajadores occidentales como la esencia de la diferencia entre la revolución rusa y cualquier posible revolución en Occidente, una diferencia minimizada por Lenin en  “El comunismo de izquierda, un trastorno infantil”. Cf. H. Gorter, Offener Brief an den Genossen Lenin, Berlín 1921.
  35. Raya Dunayevskaya, “Philosophy and Revolution”, (Nueva York 1975), cap. 3.
  36. El  “Sexto capítulo inédito”es el apéndice de la nueva traducción al inglés de El Capital, Vol I (Nueva York 1976), publicada por Penguin.
  37. Cf. el panfleto del grupo francés Négation,  “Lip y la contrarrevolución autogestionaria”(traducción al inglés de Black and Red, Detroit, 1975).
  38. Rita di Leo,  I operaie e il sistema sovetico(Bari 1970), cap. 1, proporciona una buena discusión sobre el uso soviético del volumen I de El Capital como un “manual” a partir del cual se desarrollaron las categorías del proceso de planificación.