LOGÍSTICA, CONTRALOGÍSTICA Y PERSPECTIVA COMUNISTA

por Jasper Bernes

Al castellano: Miro Solo

https://endnotes.org.uk/issues/3/en/jasper-bernes-logistics-counterlogistics-and-the-communist-prospect

Container Photograph - Numerous Shipping Containers In Port by Chuyuss

¿Para qué sirve la teoría? ¿De qué sirve en la lucha contra el capital y el Estado? Para gran parte de la izquierda, y para la izquierda marxista en particular, la respuesta es obvia: la teoría nos dice qué hacer, o qué se ha de hacer, que es la fórmula extrañamente pasiva que con frecuencia se usa. La teoría es la pedagoga de la práctica. De ahí el vínculo esencial entre el camarada Lenin y su enemigo putativo, el renegado Kautsky, los pensadores maestros de la Tercera y la Segunda Internacionales: a pesar de sus históricos desacuerdos, ambos creían que sin el conocimiento científico especial dispensado por intelectuales y dedicados revolucionarios, la clase trabajadora estaba condenada a una conciencia degradada, incapaz de hacer la revolución o, al fin y al cabo, de hacerla con éxito. La tarea de la teoría, por tanto, sería convertir la conciencia proletaria en un arma, para volcarla hacia la acción correcta. Esta visión didáctica de la teoría se extiende a todo el espectro de la obra intelectual marxista del siglo XX, desde la programática bolchevique comparativamente cruda de Lenin y Trotsky hasta las sofisticadas variantes ofrecidas por Antonio Gramsci y Louis Althusser.

Sin embargo, existen otras teorías teóricas no didácticas. Podríamos, por ejemplo, mirar la muy temprana reflexión del propio Marx sobre tales  asuntos. No hay necesidad de hacer de maestro de la clase trabajadora, Marx le dice a su amigo Arnold Ruge: “No diremos, abandona tus luchas, pues son mera locura; te daremos las verdaderas consignas de campaña. Nos limitaremos en cambio a mostrarle al mundo simplemente por qué está luchando, y la conciencia es algo que tiene que adquirir, tanto si lo desea como si no”.[1] El giro final en esta formulación es crucial, pues implica que el conocimiento que brinda la teoría ya abunda en el mundo; la teoría simplemente refleja, sintetiza y quizás acelera la “auto-clarificación… de las luchas y deseos de una época”. La teoría es un momento en la autoeducación del proletariado, cuyo plan de estudios incluye tanto panfletos incendiarios y oratoria de cervecería como barricadas y luchas callejeras.

En este sentido, la teoría es más un mapa que un conjunto de indicaciones: un estudio del terreno en el que nos encontramos, una forma de orientarnos antes de cualquier curso de acción arriesgado. Pienso aquí en el ensayo de Fredric Jameson sobre la “lógica cultural del capitalismo tardío” y su llamamiento en pos de “mapas cognitivos” que puedan orientarnos dentro de los nuevos espacios del mundo postindustrial. Aunque Jameson debe por seguro contar como un exponente de la visión pedagógica de la teoría — es alguien que pide mapas cognitivos como una defensa del didacticismo en el arte — parte del atractivo de su ensayo es la forma en que su llamado a los mapas surge desde una desorientación vívidamente narrada, desde una fenomenología del desconcierto y el extravío. Al describir los intrincados  vacíos del hotel Bonaventure, Jameson sitúa al lector dentro de una alegoría espacial de las estructuras abstractas del capitalismo tardío y la “incapacidad de nuestras mentes … para mapear la gran red global de comunicación multinacional y descentrada en la que nos encontramos atrapados como sujetos individuales”[2]. La teoría es un mapa elaborado por los propios extraviados, que nos ofrece la dificultosa visión desde dentro en vez  de la claridad de visión desde un arriba olímpico.

Languideciendo a la sombra de su contraparte dominante, la teoría antididáctica ha seguido siendo, con frecuencia, una amarga inversión de los presupuestos intelectualistas de la visión leninista o gramciana. Mientras la visión didáctica nos dice que la revolución fracasa por falta de teoría, o por falta de una teoría correcta — que fracasa porque no se cultivó la conciencia correcta — la ultraizquierda comunista heredera de la visión antididáctica ofrece en cambio una teoría de la traición intelectual, una teoría de la teoría militante como la corrupción de la inteligencia orgánica de la clase obrera.[3] El papel de los teóricos sería, entonces, prevenir estas intervenciones corruptoras de los intelectuales, para permitir la autoorganización espontánea de la clase trabajadora. Como consecuencia, la ultraizquierda histórica, solidificada tras el fracaso de la ola revolucionaria de principios del siglo XX y la victoria de un marxismo claramente contrarrevolucionario, adopta una orientación reflexiva y contemplativa (si no fatalista) del despliegue de las luchas, ofreciendo como máximo un diagnóstico pero nunca una reflexión estratégica, no vaya a ser que se cometa el pecado cardinal de la “intervención”, de hacer de pedagogo de las masas. De esto resulta una conciencia perversamente infeliz, que a la vez sabe más y que, sin embargo, siente que dicho conocimiento es, en el mejor de los casos, inútil y, en el peor, dañino. Esta autoconciencia culpable afecta incluso a aquellas importantes teorías — como las de Gilles Dauvé y Théorie Communiste, por ejemplo — que emergen después de 1968 como críticas a la ultraizquierda histórica.

Pero si realmente creemos que la teoría surge como parte de la auto-clarificación de las luchas, entonces no hay razón para temer la intervención o el pensamiento estratégico. Cualquier perspectiva que los militantes e intelectuales puedan aportar a una lucha está ya representada en ella o, por el contrario, puede ser confrontada como uno de los muchos obstáculos e impases que encuentran los antagonistas en su autoeducación. El pensamiento estratégico no es externo a las luchas, sino nativo de ellas, y cada conjunto de victorias o fracasos abre nuevas perspectivas estratégicas — posibles futuros — que deben ser examinados y cuyos efectos en el presente pueden explicarse. Al describir estas perspectivas, la teoría inevitablemente toma partido entre ellas. No se trata de dar órdenes a las luchas, sino de ser ordenados por ellas.

TEORÍA DESDE EL terreno

El siguiente ensayo es un experimento de escritura teórica. Intenta hacer explícito el vínculo entre la teoría que se desarrolla en las páginas de las publicaciones comunistas y la teoría que se desarrolla en la conducción de las luchas, demostrando cómo es que las reflexiones sobre la reestructuración del capitalismo surgen como consecuencia de momentos particulares de lucha. De estos horizontes teóricos también surgen perspectivas estratégicas específicas, y en la medida en que se discuten en terreno y afectan lo que allí sucede, solo con mucho esfuerzo podemos evitarlas.

Siempre podemos (y quizás deberíamos) preguntarnos respecto de las teorías que nos encontramos: ¿Dónde estamos nosotros? ¿En respuesta a qué experiencia práctica ha surgido esta teoría? En lo que sigue, estamos, en su mayor parte, en el puerto de Oakland, California, bajo las sombras de ciclópeas grúas pórtico y portacontenedores, paseando ansiosamente con las otras 20.000 personas que han entrado en el puerto para bloquearlo, como parte de la llamada “Huelga General” convocada por Occupy Oakland el 2 de noviembre de 2011. Todos los participantes en el bloqueo ese día tenían seguramente un sentido intuitivo de la centralidad del puerto para la economía del norte de California, y es con esta orientación intuitiva que comienza la  teoría. Si se les pregunta, te dirán que una fracción considerable de lo que consumen se originó en el extranjero, se embarcó y pasó por puertos como el de Oakland con rumbo a su destino final. Como interfaz entre la producción y el consumo, entre EE.UU. y sus socios comerciales en el exterior, entre cientos de miles de trabajadores y las diversas formas de capital circulante que ellas implican, las silenciosas maquinarias del puerto se convirtieron rápidamente en un emblema de la compleja totalidad de la producción capitalista que éstas parecían tanto eclipsar como revelar.

En nuestros bloqueadores, entonces, surge, directamente de su encuentro con el espacio del puerto y su maquinaria, todo tipo de preguntas. ¿Cómo podríamos producir un mapa de las diversas empresas — de los flujos de capital y trabajo — directa o indirectamente afectadas por un bloqueo del puerto, o por un bloqueo de determinados terminales? ¿Quién está tras un traslado? ¿Tras dos traslados, o tres? Surgen, además, interrogantes sobre la relación entre la táctica del bloqueo y las demandas de quienes participaron. Aunque el bloqueo fuera organizado en colaboración con la sección local de ILWU (el sindicato de trabajadores portuarios), en solidaridad con los trabajadores amenazados en Longview, Washington, pocas de las personas que llegaron sabían algo sobre Longview. Estaban allí en respuesta al desalojo policial del campamento de Occupy Oakland y en solidaridad con lo que entendían que eran las principales demandas del movimiento Occupy. ¿Cómocaracterizar, entonces, la relación entre los bloqueadores, muchos de los cuales estaban desempleados o marginalmente empleados, y los trabajadores portuarios altamente organizados? ¿Quiénes se veían afectados por el bloqueo? ¿Cuál es la relación entre el bloqueo y la táctica de huelga? Una vez formuladas, estas preguntas vincularon el momento del bloqueo con movilizaciones afines: con los piqueteros de los levantamientos argentinos de finales de la década de los noventa y principios de la de los dos mil, trabajadores desempleados que, sin otra forma de procesar sus demandas de asistencia gubernamental, se lanzaron al bloqueo de carreteras en pequeñas bandas dispersas; con los piquets volants de las huelgas francesas de 2010 contra los cambios propuestos en la ley de pensiones, bandas de piqueteros dispersos que apoyaron los bloqueos de los trabajadores pero también participaron en sus propios bloqueos, independientemente de la huelga; con las recientes huelgas de trabajadores en las cadenas de suministro de IKEA y Wal-Mart; y con todas partes, en la etapa de tumulto político que sigue a la crisis de 2008, con una proliferación de los bloqueos y una disminución de las huelgas como tales (con la excepción del “BRICS” industrial, donde una formación obrera renegada ha iniciado una nueva ola de huelgas).

CAPITALISMO LOGÍSTICO E HIDRÁULICO

Estas no son preguntas que pertenezcan únicamente a la teoría formal. Fueron debatidas de inmediato por quienes participaron en el bloqueo y planearon un segundo bloqueo un mes después.[4] Algunos de estos debates invocaron el concepto de “globalización” para dar sentido a la creciente centralidad del puerto y el comercio internacional dentro del capitalismo, en un eco del movimiento alter-globalización de principios de la década de 2000. Pero siempre ha estado poco claro qué se supone que significa el término “globalización” como marcador de una nueva fase histórica. El capitalismo ha sido global desde el principio, emerge desde el interior de la matriz empapada de sangre de la expansión mercantil del período moderno temprano. Posteriormente, sus fábricas y molinos se alimentaron de flujos planetarios de materias primas, que ​​producen para un mercado igualmente internacional. La verdadera pregunta, entonces, es qué tipo de globalización tenemos hoy. ¿Cuál es la diferencia específica de la globalización actual? ¿Cuál es la relación precisa entre producción y circulación?

Las cadenas de suministro actuales se distinguen no solo por su extensión planetaria y su increíble velocidad, sino por su integración directa de la fabricación y del comercio minorista [retail], por su armonización de los ritmos de producción y consumo. Desde la década de 1980, los autores que escriben sobre negocios han promocionado el valor de los modelos de producción “ajustados” [lean manufacturing] y “flexibles”, en los que los proveedores mantienen la capacidad de expandir y contraer la producción, así como de cambiar los tipos de mercancías producidas, apoyándose en una red de subcontratistas, trabajadores temporales y estructuras organizativas mutables, adaptaciones que requieren un control preciso sobre el flujo de mercancías e información entre las unidades.[5]  Originalmente asociadas con el sistema de producción de Toyota y con los fabricantes japoneses en general, estas formas corporativas se identifican con frecuencia ahora con el sobrenombre Just In Time (JIT), que se refiere en su sentido específico a una forma de gestión de inventario y, en general, a una filosofía de producción en la que las empresas tienen como objetivo eliminar el inventario estático (ya sea producido internamente o recibido de proveedores). El JIT, derivado en parte de la cibernética japonesa y en parte de la angloamericana,  es una filosofía de producción circulacionista, orientada en torno a una noción de “flujo continuo” que ve todo lo que no está en movimiento como una forma de desperdicio, un lastre para las ganancias. El JIT tiene como objetivo someter toda la producción a la condición de circulación, empujando su velocidad como sea posible hacia la velocidad de la luz de la transmisión de información. Desde la perspectiva de nuestros bloqueadores, este énfasis en el flujo rápido y continuo de mercancías multiplica el poder del bloqueo. En ausencia de inventarios estáticos, un bloqueo de unos pocos días podría paralizar efectivamente a muchos fabricantes y minoristas.[6]

En los sistemas JIT, los fabricantes deben coordinar a los proveedores río arriba con los compradores río abajo, por lo que la velocidad por sí sola no es suficiente. El tiempo es crucial. Mediante una coordinación precisa, las empresas pueden invertir la tradicional relación comprador-vendedor en la que los bienes se producen primero y luego se venden a un consumidor. Al reponer los bienes en el momento exacto en que se venden, sin acumulación de stock en el camino, las empresas JIT realizan una extraña especie de viaje en el tiempo, haciendo que parezca que solo fabrican productos que ya se han vendido al consumidor final. A diferencia del antiguo modelo de “producción de empuje” [push production], en el que las fábricas generaban reservas masivas de bienes que los minoristas eliminarían del mercado con promociones y cupones, en el sistema de producción de “jale” [pull production] actual “los minoristas comparten información de los puntos de venta [POS, point-of-sale] con sus proveedores, quienes luego pueden reponer rápidamente los stocks de los minoristas”.[7]  Esto ha llevado a la integración funcional de proveedores y minoristas, en términos en los que a menudo los minoristas tienen la ventaja. Los compradores masivos como Wal-Mart reducen a sus proveedores a meros vasallos, controlando directamente el diseño y los precios de los productos y, al mismo tiempo, conservan la flexibilidad para terminar un contrato si es necesario. Obtienen los beneficios de la integración vertical sin la responsabilidad que proviene de la propiedad formal. Mientras que a principios de la década de 1980 algunos pensaban que el énfasis en la flexibilidad y el dinamismo cambiaría el equilibrio de poder de las grandes e inflexibles multinacionales a las pequeñas y ágiles empresas, la producción ajustada [lean manufacturing] solo ha significado un cambio de fase en lugar de un debilitamiento del poder de las empresas multinacionales. El nuevo arreglo presenta lo que Bennett Harrison ha llamado la “concentración sin centralización” de la autoridad corporativa.[8]

La producción ajustada, la flexibilidad, los sistemas de inventarios just-in-time, la producción “pull”: cada una de estas innovaciones ahora forma parte de la llamada “revolución logística”, y la correspondiente “industria logística”, que consiste en especialistas internos y externos en diseño y gestión de cadenas de suministro. Habilitados por las transformaciones técnicas de la industria naviera y del transporte, la contenerización en particular, así como las posibilidades que brinda la tecnología de la información y las comunicaciones, los trabajadores de logística ahora coordinan diferentes momentos productivos y flujos circulatorios a través de vastas distancias internacionales, asegurando que el dónde y cuándo de la mercancía obtenga  la precisión y velocidad de los datos. Confirmando la veracidad del frecuentemente citado pasaje de los Grundrisse de Marx sobre el desarrollo tendencial del mercado mundial, a través de la logística, el capital “busca simultáneamente una mayor extensión del mercado y una mayor aniquilación del espacio por el tiempo”.[9] Pero la logística es más que la extensión del mercado mundial en el espacio y la aceleración de los flujos mercantiles: es la potencia activa para coordinar y coreografear, es el poder de reunir y dividir los flujos; de acelerar y ralentizar; de cambiar el tipo de mercancía producida y su origen y punto de destino; y, finalmente, de recopilar y distribuir conocimientos sobre la producción, el movimiento y la venta de las mercancías a medida que fluyen por la red.

La logística es un término polivalente. Da su nombre a una industria por derecho propio, compuesta por empresas que manejan la administración de envío y recepción para otras corporaciones, así como también es una actividad que muchas empresas manejan internamente. Pero también se refiere, metonímicamente, a una transformación de la producción capitalista en su conjunto: la “revolución logística”. En este último sentido, la logística ordena la subordinación de la producción a las condiciones de circulación, el devenir hegemónico de aquellos aspectos del proceso productivo que involucran la circulación. En la imagen idealizada del mundo de la logística, la fabricación es simplemente un momento en un flujo continuo, heracliteano; la fábrica se disuelve en flujos planetarios, fragmentados en procesos componentes modulares que, separados por miles de millas, se combinan y recombinan de acuerdo con los caprichos cambiantes del capital. La logística tiene como objetivo transmutar todo el capital fijo en capital circulante, para imitar y adaptarse mejor a la forma más pura y líquida que adopta el capital: el dinero. Esto es imposible, por supuesto, ya que el proceso de valorización requiere desembolsos de capital fijo en algún punto a lo largo de los circuitos de reproducción y, por lo tanto, alguien en algún lugar tendrá que asumir el riesgo que conlleva invertir en plantas y maquinaria inmóviles. Pero la logística se trata de mitigar este riesgo, se trata de transformar un modo de producción en un modo de circulación, en el que las frecuencias y capacidades de canalización de los circuitos del capital son lo que importa. En esto, la revolución logística se ajusta a la concepción hidráulica del capitalismo esbozada por Deleuze y Guattari en la década de 1970,[10] En este relato, influenciado por la descripción de Fernand Braudel de los orígenes del capitalismo, y su revisión por la teoría de los sistemas-mundo, el capital no es más que el comandante de los flujos, rompiendo y uniendo varias corrientes para crear una vasta irrigación y drenaje del poder social. La logística convierte los sólidos en líquidos, o en su extremo, en campos eléctricos, tomando el movimiento de elementos discretos y tratándolos como si fueran petróleo en una tubería, fluyendo continuamente a presiones ajustables con precisión.[11]

EL VALOR DE USO DE LA LOGÍSTICA

Hasta ahora, nuestro proyecto de mapeo cognitivo ha situado con éxito a nuestros bloqueadores dentro de un vasto horizonte espacial, una red de flujos reticulados, en cuyo contexto incluso los gigantescos portacontenedores, incluso los miles de bloqueadores, son meras moscas. Pero el cuadro que hemos dado no tiene profundidad, no tiene historia; es, en otras palabras, una imagen, y podríamos preguntarnos si parte de la desorientación a la que responde el concepto de mapa cognitivo se ve agravada por el enfoque espacial (y visual). Quizás “mapa” funciona como metáfora más que cualquier otra cosa, refiriéndose a una elaboración de conceptos y categorías tanto en dimensiones espaciales como temporales. Un mapa, pero también una historia, un gráfico y un diagrama, porque una vez que adoptamos la vista desde algún lugar, la vista de alguien, nos colocamos entre un pasado y un futuro, en la vanguardia de una cadena de causas que necesitan tanto del mapeo como de la disposición espacial de la cadena de suministro, especialmente si queremos tener alguna idea de lo que podría suceder después.

En otras palabras, querremos saber por qué el capital recurrió a la logística. ¿Por qué el capital se reorganizó de esta manera? ¿En busca de qué ventajas y en respuesta a qué callejones sin salida? Una respuesta, insinuada anteriormente, es que la logística es un simple acelerador de los flujos de mercancías. La logística es un método para disminuir el tiempo de rotación del capital y, por lo tanto, para aumentar las ganancias totales. Los tiempos de rotación cortos y los ciclos de producción rápidos pueden producir ganancias totales muy altas, incluso con muy bajas las tasas de ganancia (por rotación) que encontraron los capitalistas en la década de 1970. La logística fue una solución, entonces, a “la larga recesión” que surgió en la década de 1970 y a la crisis general a la que dio lugar, cuando las oportunidades para obtener ganancias mediante la inversión en el aparato productivo (en nuevas plantas y maquinaria) comenzaron a desvanecerse. Como sabemos por numerosos relatos, un resultado fue que el capital fluyó hacia los activos financieros, bienes raíces y similares, amplificando la velocidad y el ancho de banda de la oferta monetaria y el mercado crediticio, y creando nuevas formas de capital financiero. Pero este bien documentado proceso de financiarización tuvo como contraparte oculta una inversión masiva de capital en la esfera complementaria de la circulación de mercancías (en lugar de dinero), aumentando el rendimiento del sistema de transporte y acelerando la velocidad del capital mercantil a través de una expansión en la forma de camiones cisterna, complejos portuarios, vías férreas, centros de distribución controlados robóticamente y de la tecnología digital y de red necesaria para gestionar el aumento del volumen y la complejidad del comercio. El contenedor de embarque y los futuros mercantiles eran, por tanto, innovaciones técnicas complementarias, que racionalizaban y sobrealimentaban diferentes segmentos del circuito total de reproducción. Las rotaciones cada vez más rápidas del crédito y las mercancías en todo el mundo son relevos que se habilitan mutuamente. Sin embargo, la inversión en estas áreas no se trata solo de velocidad bruta; también tiene como objetivo reducir los costos de circulación asociados y, por lo tanto, aumentar la carga total de los sistemas de transporte. Junto con las obvias economías de escala y la mecanización que ofrece la tecnología de contenedores, los sistemas de información integrados reducen enormemente los costos administrativos asociados con la circulación, liberando más dinero para la inversión directa en la producción.[12]

Pero estos desarrollos no pueden entenderse únicamente en términos de aumento y disminución cuantitativos: aumento de la velocidad y el volumen de los flujos de mercancías, disminución de los gastos generales. Aquí también hay un objetivo cualitativo importante, que la logística describe como “agilidad”, es decir, el poder de cambiar, lo más rápido posible, la velocidad, la ubicación, el origen y el destino de los productos, así como el tipo de producto, para hacer frente a las condiciones volátiles del mercado. Las corporaciones apuntan a “cadenas de suministro receptivas”, como dice el título del capítulo de un manual de logística popular, “de modo que [ellas] puedan responder en plazos más cortos tanto en términos de cambio de volumen como de variedad”.[13] En su papel interventivo, los expertos en logística podrían buscar identificar y remediar los cuellos de botella para mantener la agilidad. Pero como una cuestión de diseño preventivo, los especialistas se esforzarán por sincronizar y distribuir información en toda la cadena de suministro para que los proveedores puedan tomar las medidas adecuadas antes de que sea ​​necesaria la intervención. Esta distribución de la información se conoce como una “cadena de suministro virtual”, una cadena de representaciones simbólicas transmitidas que fluye en sentido opuesto al movimiento físico de las mercancías. Empresas completamente independientes pueden utilizar datos distribuidos de este tipo para coordinar sus actividades. El resultado, como señalan Bonacich y Wilson, es que “la competencia … se desplaza del nivel de la empresa al nivel de la cadena de suministro”.[14] Pero la transparencia de los datos no nivela el campo de juego en absoluto; por lo general, uno de los actores en la red de la cadena de suministro mantendrá el dominio, sin necesariamente colocarse en el centro de las operaciones; Wal-Mart, por ejemplo, ha insistido en que sus proveedores colocan etiquetas de identificación por radiofrecuencia (RFID) en pallets y contenedores, lo que le permite administrar su inventario de manera mucho más efectiva, a un costo considerable para los proveedores.[15]

Antes de considerar la razón final de la revolución logística, conviene hacer una breve nota histórica. Hasta la Segunda Guerra Mundial, el campo de la logística corporativa o empresarial no existía en absoluto. En cambio, la logística era un asunto puramente militar, que se refería a los métodos que usaban los ejércitos para abastecerse, moviendo suministros desde la retaguardia al frente, una iniciativa mundana pero fundamental que los historiadores militares desde Tucídides han reconocido como un determinante clave del éxito de las guerras expedicionarias. La logística empresarial, como campo distintivo, evolucionó en la década de 1950, basándose en las innovaciones en la logística militar y basándose en el intercambio de personal entre el ejército, la industria y la academia, tan característico del período de posguerra, intercambios supervisados ​​por los campos de la cibernética, la teoría de la información y la investigación de operaciones. La conexión entre la logística militar y corporativa siguió siendo íntima. Por ejemplo, aunque Malcolm McLean introdujo los contenedores de envío apilables en la década de 1950 y ya había logrado containerizar algunas líneas de transporte nacional, fue la solución basada en contenedores de su Sea-Land Service para la crisis logística de la Guerra de Vietnam la que generalizó la tecnología y demostró su eficacia para el comercio internacional.[16] Del mismo modo, la tecnología RFID fue desplegada por primera vez por el ejército estadounidense en Irak y Afganistán, momento en el que Wal-Mart comenzó a explorar su uso. Poco después, el Departamento de Defensa y Wal-Mart emitieron mandatos a sus proveedores más importantes, exigiéndoles que usen etiquetas RFID en su mercadería. El vínculo entre la logística corporativa y la logística militar es tan fuerte que muchos de los gerentes y ejecutivos de Wal-Mart, que establecen el estándar para la industria en su conjunto, provienen del ejército.[17]

La logística, podríamos decir, es la guerra por otros medios, la guerra por medio del comercio. Una guerra de cadenas de suministro que conquista nuevos territorios al impregnarlos de distribuciones capilares, asegurando que los productos fluyan con facilidad hasta los extremos más lejanos. Sin embargo, desde esta perspectiva marcial, sería útil distinguir entre una logística ofensiva y una defensiva. Las formas ofensivas que ya hemos descrito anteriormente: logística que busca saturar mercados, reducir costos y superar a los competidores, mantener el máximo rendimiento y la máxima variedad de productos. En este aspecto ofensivo, la logística enfatiza la flexibilidad, plasticidad, permutabilidad, dinamismo y morfogénesis. Pero encuentra su complemento en una serie de protocolos que son fundamentalmente defensivos, mitigando el riesgo de la cadena de suministro por bloqueos y terremotos, huelgas y escasez de proveedores. Si “agilidad” es la palabra clave de la logística ofensiva, la logística defensiva apunta a la “resiliencia” y enfatiza los valores de la elasticidad, homeostasis, estabilidad y longevidad. Pero la resiliencia es solo en apariencia un principio conservador; encuentra estabilidad no en la inflexibilidad sino en la constante adaptabilidad autoestabilizante.[18] En este sentido, las formas de logística defensiva y ofensiva son realmente imposibles de desenredar, ya que la agilidad de una empresa es la volatilidad de otra, y cuanto más flexible y dinámica se vuelve una empresa, más “exporta” la incertidumbre al sistema en su conjunto, exigiendo que las otras empresas se vuelvan más resilientes. En cualquier caso, podemos esperar que, en el contexto de la crisis económica y el inminente colapso ambiental, la logística se convierta cada vez más en la ciencia de la gestión de riesgos y la mitigación de crisis.

La logística es el arte de la guerra del capital, una serie de técnicas para la competencia intercapitalista e interestatal. Pero estas guerras, al mismo tiempo, siempre se libran a través de, y contra, los trabajadores. Una de las razones más importantes de la extensión, complicación y lubricación de estas cadenas de suministro planetarias es que permiten el arbitraje del mercado laboral. Las cadenas de suministro sofisticadas y permutables del mundo contemporáneo hacen posible que el capital busque los salarios más bajos en cualquier parte del mundo y que haga enfrentarse a los proletarios entre sí. La logística fue, por lo tanto, una de las armas clave en una ofensiva global contra los trabajadores que se prolongó durante décadas. Las cadenas de suministro planetarias habilitadas por la contenedorización rodearon efectivamente al trabajo, asediaron sus emplazamientos defensivos, como los sindicatos y, finalmente, en el transcurso de los años ochenta y noventa, los aplastaron por completo. A partir de ahí, con el trabajo en fuga, la logística ha permitido al capital neutralizar rápidamente y superar cualquier débil resistencia que monten los trabajadores. Aunque el capital debe lidiar con el problema de las inversiones perdidas en edificios, máquinas y otras infraestructuras inmobiliarias, las cadenas de suministro reconfigurables le permiten un poder sin precedentes para desviar y matar de hambre a las fuerzas laborales problemáticas. Al dividirlos en un “núcleo” compuesto por trabajadores permanentes (a menudo conservadores y leales) y una periferia de trabajadores eventuales, subcontratados y fragmentados, que pueden o no trabajar para la misma empresa, el capital ha dispersado la resistencia proletaria con bastante eficacia. Pero estas estructuras organizativas requieren sistemas de coordinación, comunicación y transporte, que abren al capital al peligro de la disrupción en el espacio de circulación, ya sea por los trabajadores encargados de la circulación de mercancías o por otros, como en el caso del bloqueo portuario, que eligen la circulación como su espacio de acción efectiva, por la sencilla razón de que el capital ya ha hecho esa elección también. La actuación de los participantes en el bloqueo portuario está, en este sentido, doblemente determinada por la reestructuración de capitales. Están allí no solo porque la reestructuración del capital los ha dejado sin trabajo o los ha colocado en trabajos en los que se ha proscrito la acción como trabajadores de acuerdo con las tácticas clásicas del movimiento obrero, sino también porque el capital mismo ha tomado cada vez más la esfera de la circulación como objeto de sus propias intervenciones. En este sentido, la teoría nos proporciona no solo el por qué de la reestructuración del capital, sino el por qué de un nuevo ciclo de luchas.

VISIBILIDAD Y PRAXIS

Debería ser obvio a estas alturas que la logística es el proyecto de mapeo cognitivo del propio capital. De ahí el protagonismo de la “visibilidad” entre las consignas de la industria logística. Gestionar una cadena de suministro significa hacerla transparente. Los flujos de mercancías en los que ubicamos a nuestros bloqueadores se duplican por los flujos de información, por una cadena significante que supervisa la cadena de mercancías, a veces sin ninguna intervención humana. Junto a los modelos predictivos de las finanzas, que apuntan a representar y controlar las caóticas fluctuaciones del sistema crediticio y del dinero, la logística también gestiona los complejos flujos del sistema mercantil a través de estructuras de representación. Podríamos imaginar, entonces, una logística contra la logística, una contra-logística que emplea el equipamiento conceptual y técnico de la industria para identificar y explotar los cuellos de botella, para dar a nuestros bloqueadores una idea de dónde se encuentran ellos dentro de los flujos de capital. Esta contralogística podría ser el propio arte de la guerra proletario que calce con el propio ars belli del capital. Imaginemos que nuestros bloqueadores supieran exactamente qué mercancías contienen los contenedores en determinados muelles o en determinados barcos; imagínense si pudieran conocer el origen y destino de estas mercancías y calcular los posibles efectos, funcionales y en dólares, de los retrasos o interrupciones en determinados flujos. La posesión de tal sistema contralogístico, que podría ser tan burdo como un inventario escrito, permitiría a los antagonistas enfocar su atención donde fuese más efectivo. Tomando, por ejemplo, la situación de las luchas por la ley de pensiones francesa de 2010, en las que se movieron bloqueos móviles en grupos de veinte a cien por las ciudades francesas, apoyando las líneas de piquete de los trabajadores en huelga pero también bloqueando sitios clave de forma independiente.[19] Este es un ejemplo de los horizontes estratégicos que se despliegan desde el interior de las luchas, incluso si la mayoría de las discusiones sobre dicha contralogística tendrán que realizarse teniendo en mente ocasiones particulares.

Pero más allá del valor práctico de la información contralogística, está lo que podríamos llamar su valor existencial: la forma en que, poder ver las propias acciones junto con las acciones de los demás, y poder ver también los efectos de dicha acción concertada, imbuye esas acciones con un significado que de otra manera no habrían tenido. El contagio de la Primavera Árabe, por ejemplo, surge en parte del efecto afirmativo dado por las imágenes que se transmitieron de lucha. Ser capaz de ver la propia acción frente a la violencia estatal reflejada e incluso agrandada por las acciones de otros puede ser profundamente estimulante. Este es otro de los valores de la teoría con respecto a la praxis: la capacidad de colocar las luchas una al lado de la otra, de hacer visibles las luchas entre sí y para ellas mismas.

Esta importancia de la visibilidad, o legibilidad, como él la llama, es esencial para una de las mejores discusiones sobre la reestructuración del trabajo en el capitalismo tardío, The Corrosion of Character de Richard Sennett. Sennett sugiere que la “débil identidad laboral” de los lugares de trabajo contemporáneos — que se distingue principalmente por la computarización, en su tratamiento — resulta de la total ilegibilidad de los procesos de trabajo para los propios trabajadores. Visitando una panadería que había estudiado décadas antes para su primer libro, The Hidden Injuries of Class, Sennett descubre que, en lugar de los procesos físicamente desafiantes de la panadería de la década de 1960, los trabajadores ahora usaban máquinas controladas por computadora que pueden producir cualquier tipo de pan de acuerdo con las condiciones cambiantes del mercado, simplemente presionando algunos botones. Como resultado, a diferencia de los panaderos en el pasado, los trabajadores no se identifican con su trabajo ni obtienen satisfacción de sus tareas, precisamente porque el funcionamiento de las máquinas les es fundamentalmente opaco. La diferencia entre ingresar valores en una hoja de cálculo y hornear pan es insignificante para ellos. El trabajo concreto se ha vuelto fundamentalmente abstracto, mezclando al mismo tiempo las distinciones entre trabajo material e inmaterial, manual y mental:

La cocción computarizada ha cambiado profundamente la danza de las  actividades físicas en el taller. Ahora los panaderos no hacen contacto físico con los materiales o las hogazas de pan, monitorean todo el proceso a través de íconos en pantalla que representan, por ejemplo, imágenes del color del pan derivadas de los datos sobre la temperatura y el tiempo de cocción de los hornos; pocos panaderos ven realmente las hogazas de pan que hacen. Sus pantallas de trabajo están organizadas a la manera familiar de Windows; en uno, aparecen los íconos de muchos más tipos de pan diferentes de los que se habían preparado en el pasado: panes rusos, italianos y franceses, todos posibles al tocar la pantalla. El pan se había convertido en una representación en la pantalla.

Como resultado de trabajar de esta manera, los panaderos ya no saben realmente cómo hornear pan. El pan automatizado no es una maravilla de la perfección tecnológica; las máquinas con frecuencia muestran errores respecto de las hogazas que crecen en el interior, por ejemplo, al no medir con precisión la fuerza de la levadura o el color real del pan. Los trabajadores pueden jugar con la pantalla para corregir un poco estos defectos; lo que no pueden hacer es arreglar las máquinas o, lo que es más importante, hornear pan por control manual cuando las máquinas fallan con demasiada frecuencia. Los trabajadores, dependientes del programa, no pueden tener conocimientos prácticos. El trabajo ya no es legible para ellos, en el sentido de comprender lo que están haciendo.[20]

Aquí hay una paradoja interesante, que Sennett describe muy bien en las páginas siguientes: cuanto más transparentes y “fáciles de usar” son los procesos computarizados, más opaco se vuelve el proceso total que controlan. Su conclusión debería perturbar cualquier concepción simplista de los poderes de la visibilidad o del “mapa cognitivo” como tal, un problema que Jameson reconoció desde el principio, afirmando que “la tecnología informativa es tanto la solución representacional como el problema representacional del mapeo cognitivo del sistema mundial”.[21] Los problemas para los trabajadores de Sennett, así como para nuestros bloqueadores, son tanto prácticos como epistemológicos, son cuestión del hacer y el saber juntos. A menos que las representaciones que dichos sistemas nos brinden amplíen nuestra capacidad de hacer y realizar, de efectuar cambios en el mundo, harán que ese mundo sea más, en lugar de menos, opaco, sin importar cuán ricamente descriptivos puedan ser. Y aunque la discusión de Sennett está orientada solo hacia el mundo del trabajo (e imbuida de la típica nostalgia de izquierda por el savoir-fairee [saber hacer] y por las identidades estables que implicaba el trabajo calificado) los problemas de la legibilidad les conciernen tanto a nuestros bloqueadores como a los estibadores del puerto. Para persistir más allá del momento inicial, las luchas deben reconocerse a sí mismas en los efectos que crean, deben ser capaces de trazar un mapa de esos efectos, no solo ubicándose dentro del espacio abstracto y concreto del capital tardío, sino dentro de una secuencia política que tiene pasado y futuro, que se abre a un horizonte de posibilidades. Todo esto requiere conocimientos, pero requiere conocimientos que se puedan practicar, que se puedan desarrollar.

Por tanto, nuestros bloqueadores se ven desposeídos del conocimiento utilizable por un sistema técnico en el que aparecen sólo como actores incidentales, como puntos de retransmisión e inserción que requieren como máximo una compresión estenográfica de su entorno inmediato en unos pocos kilobytes de información utilizable. Bernard Stiegler, que a pesar de su a menudo tedioso aparato teórico heideggeriano es uno de los mejores teóricos contemporáneos de la tecnología, describe este proceso como “proletarización cognitiva y afectiva”, donde los proletarios son desposeídos, como productores, del savoir faire y, como consumidores, del savoir vivre [saber vivir/convivir]. Esto es parte de una larga historia de aquello que Stiegler llama “gramatización”, en la que el conocimiento y la memoria se discretizan en gestos corporales reproducibles y combinatorios (fonemas, grafemas, pulsaciones de teclas, bits) y luego son exteriorizados mediante la inscripción en la materia.[22] La tecnología digital y de telecomunicaciones de la gramatización contemporánea es la etapa final de este proceso, de manera que nuestros recuerdos y facultades cognitivas existen ahora en la nube de datos, por así decirlo, como parte de una prótesis tecnológica distribuida sin la cual somos efectivamente incapaces de orientarnos o de funcionar. En este relato en gran parte persuasivo, que afortunadamente contradice las lecturas optimistas de la tecnología de la información como una socialización progresiva del “intelecto general”, se nos desposee no solo de los medios de producción sino también de los medios de pensamiento y sentimiento.

En muchos sentidos, Stiegler comparte mucho con la rica exploración de los conceptos de alienación, fetichismo y cosificación que siguió a la popularización del primer Marx en la década de 1960, por Herbert Marcuse, Guy Debord y otros. Podríamos, por esta razón, preguntarnos por el humanismo latente en Stiegler. Sennett, sin embargo, nos proporciona una advertencia importante contra la lectura de Stiegler en términos humanistas: mientras que cierto tipo de análisis marxista clásico podría esperar que sus panaderos quisieran reapropiarse del conocimiento del que habían sido desposeídos por las máquinas, pocos de ellos tienen tales deseos. Su vida real está en otra parte, y casi ninguno de ellos espera o desea dignidad y sentido  de sus trabajos como panaderos. La única persona, en la panadería de Sennett, que se ajusta al esquema esperado del trabajador enajenado, es el capataz, que ascendió de aprendiz de panadero a gerente, y que se toma el desperdicio y la pérdida de habilidad en la panadería como una afrenta personal, imaginando que si la panadería fuera una cooperativa, los trabajadores podrían estar más interesados ​​en saber cómo se hacen las cosas. Los otros trabajadores, sin embargo, tratan el trabajo no como el desempeño de una habilidad, sino como una serie de aplicaciones indiferentes de una capacidad abstracta para trabajar. Hornear significa poco más que “presionar botones en un programa de Windows diseñado por otros”.[23] El trabajo es ilegible para ellos y completamente ajeno a sus propias necesidades, pero no ajeno en el sentido clásico de que lo reconocen como una parte perdida o robada de sí mismos que esperan recuperar mediante la lucha. Ésta es una de las consecuencias más importantes de la reestructuración del proceso laboral presidida por la revolución logística: la precarización e irregularización del trabajo, la desagregación del proceso del  trabajo en partes componentes cada vez más ilegibles y geográficamente separadas, así como los increíbles poderes que el capital tiene ahora para  derrotar cualquier lucha por mejores condiciones, lo que significa que no solo es imposible para la mayoría de los proletarios visualizar su lugar dentro de este complejo sistema, sino que también les es imposible identificarse con ese lugar como fuente de dignidad y satisfacción, dado que su sentido en el sistema total sigue siendo esquivo. La mayoría de los trabajadores de hoy no pueden decir, como podían los trabajadores de antaño (y solían hacerlo):¡Somos nosotros los que construimos este mundo! ¡Somos nosotros a quienes pertenece este mundo! La reestructuración del modo de producción y la subordinación de la producción a las condiciones de circulación excluye, por tanto, el horizonte clásico del antagonismo proletario: la apropiación de los medios de producción para los fines de una sociedad dirigida por los trabajadores. Uno no puede imaginarse apoderándose de lo que no puede visualizar y donde siendo incierto cuál es el lugar de uno ahí.

LA TESIS DE LA RECONFIGURACIÓN

Las dificultades que encuentran los panaderos de Sennett (o nuestros bloqueadores) no son simplemente fallas del conocimiento, que puedan resolverse mediante la intervención pedagógica; por muy valioso que sea un mapa cognitivo de estos procesos, los problemas que enfrentamos para visualizar alguna autogestión de los medios productivos existentes se originan en las dificultades prácticas — en mi opinión, imposibilidades, prácticas — que tal perspectiva encontraría. La opacidad del sistema, en este sentido, surge de su intratabilidad, y no al revés. En un perspicaz artículo sobre la industria de la logística y la lucha contemporánea, Alberto Toscano (quien últimamente ha dedicado un esfuerzo considerable a criticar a los teóricos de la comunización) critica el “espacio-tiempo de gran parte del anticapitalismo actual” por depender de la “sustracción e interrupción, no del ataque y la expansión”.[24] Toscano propone, como alternativa, una logística anticapitalista que trata los diversos espacios e infraestructuras productivas del capitalismo tardío como “potencialmente reconfigurables” más que como objeto de “mera negación o sabotaje”. Sin duda, cualquier lucha que quiera vencer al capitalismo deberá considerar “qué uso se puede sacar de las trabajos muertos que abarrotan la corteza terrestre”, pero no hay razón para asumir desde el principio, como lo hace Toscano, que todos los medios existentes de producción deban tener algún uso más allá del capital, y que toda innovación tecnológica deba tener, casi categóricamente, una dimensión progresiva recuperable mediante un proceso de “negación determinada”. Como vimos antes, el valor de uso que produce la industria de la logística es un conjunto de protocolos y técnicas que permiten a las empresas buscar los salarios más bajos en cualquier parte del mundo y evadir los inconvenientes de la lucha de clases cuando surgen. En este sentido, a diferencia de otras tecnologías capitalistas, la logística se trata solo en parte de explotar las eficiencias de las máquinas para llevar los productos al mercado de manera más rápida y más barata, ya que el objetivo principal de las tecnologías más rápidas y baratas es compensar el costo prohibitivo de explotar fuerzas de trabajo en todo el mundo. El conjunto tecnológico que supervisa la logística es, por tanto, fundamentalmente diferente de otros conjuntos como la fábrica fordista; ahorra costos laborales al disminuir el salario, en lugar de aumentar la productividad del trabajo. Para decirlo en términos marxistas, es plusvalía absoluta disfrazada de plusvalía relativa. El valor de uso de la logística, para el capital, es la explotación en su forma más cruda y, por lo tanto, es realmente dudoso que la logística pueda conformar, como escribe Toscano, “el pharmakon del capitalismo, la causa de sus patologías (de la hipertrofia dañina del transporte de mercancías a la larga distancia hacia la expansión sin rumbo de la conurbación contemporánea), así como el dominio potencial de las soluciones anticapitalistas”.

Que los trabajadores se apoderen de las alturas dominantes que ofrece la logística, es decir, apoderarse del panel de control de la fábrica global, significaría para ellos administrar un sistema que les es constitutivamente hostil, a ellos y sus necesidades, significaría supervisar un sistema en el que las diferencias salariales extremas están integradas en la propia infraestructura. Sin esos diferenciales, la mayoría de las cadenas de suministro se volverían innecesarias y desperdiciadoras. Pero tal vez “reutilizar” signifique para Toscano en lugar de una especie de arreglo con la maquinaria de la logística tal como la encontramos, ¿ver qué otros propósitos se le puede dar, en lugar de imaginar una apropiación de sus alturas dominantes?. Cualquier proceso revolucionario se conformará con lo que encuentre disponible por necesidad, pero es precisamente la “convertibilidad” o “reconfigurabilidad” de estas tecnologías lo que parece cuestionable. El capital fijo del régimen de producción contemporáneo está diseñado para la extracción de la máxima plusvalía; cada componente está diseñado para su inserción en este sistema global; por lo tanto, la presencia de potenciales comunistas como características no intencionales — o “posibilidades”, como se les llama a veces — de la tecnología contemporánea necesita ser argumentada, no asumida como algo natural.[25] Gran parte de la maquinaria de la logística contemporánea tiene como objetivo agilizar la circulación de mercancías y no de valores de uso, para producir no las cosas que son necesarias o beneficiosas, sino las que son rentables: cajas de cereales empaquetadas individualmente, por ejemplo, cuyas complejas insignias las distinguen de las docenas de variedades de cereales casi idénticos (vendidos y consumidos en tamaños y tipos que reflejan ciertos arreglos sociales, como la familia nuclear). ¿En qué medida la tan cacareada flexibilidad del sistema logístico es realmente la flexibilidad de la variedad de productos, de las diferencias salariales y los desequilibrios comerciales? ¿Cuánto se volvería inútil una vez que se elimine la forma mercancía, una vez que se elimine la necesidad de comprar y vender? Además, el sistema logístico contemporáneo está diseñado para una balanza comercial internacional particular, con ciertos países como productores y otros como consumidores. Este es un hecho fundamentalmente enredado con los desequilibrios salariales mencionados anteriormente, lo que significa que la desigualdad del sistema global tiene que ver en parte con la distribución desigual de los medios productivos y de las infraestructuras de circulación: la concentración de la capacidad portuaria en la costa oeste de los Estados Unidos en vez de en la costa este, por ejemplo, debido a la ubicación de la fabricación en Asia. Reequilibrar la cantidad de bienes producidos localmente o a distancia, si tal cosa fuera parte de una ruptura con la producción capitalista, significaría una disposición de las infraestructuras completamente diferente y probablemente también de tipos de infraestructura diferentes (barcos más pequeños, por ejemplo).

También podríamos cuestionar la tesis de la reconfiguración desde la perspectiva de la escala. Dada la distribución desigual de los medios productivos y los capitales, sin mencionar la tendencia a la especialización geográfica, la concentración de ciertas ramas en ciertas áreas (textiles en Bangladesh, por ejemplo), el sistema no es escalable de ninguna manera, sino hacia arriba. No permite la división por continente, hemisferio, zona o nación. Debe gestionarse como una totalidad o no gestionarse en absoluto. Por lo tanto, casi todos los defensores de la tesis de la reconfiguración asumen en su sistema socialista o comunista una distribución de alto volumen e hiperglobal, incluso si la utilidad de tales distribuciones más allá de la producción con fines de lucro sigue sin estar clara. Otro problema, sin embargo, es que la administración a tal escala introduce una dimensión sublime al concepto de “planificación”; estas escalas y magnitudes están radicalmente más allá de las capacidades cognitivas humanas. El nivel de una “administración de las cosas” impersonal y el nivel de una “libre asociación de productores” no están tanto en contradicción como separados por un vasto abismo. Toscano deja dicho abismo marcado por una ominosa apelación al concepto de “alienación necesaria” de Herbert Marcuse como el desafortunado pero necesario concomitante del mantenimiento del sistema técnico. Otros partidarios de la tesis de la reconfiguración, cuando se les pregunta acerca de la ampliación de los deseos y necesidades emancipatorios de los antagonistas proletarios a una administración global, invariablemente despliegan el Deus Ex machina de las supercomputadoras. Se nos dice que las computadoras y los algoritmos determinarán cómo se distribuirán las mercancías; las computadoras se ampliarán a partir de las demandas de libertad e igualdad de los antagonistas proletarios y encontrarán una manera de distribuir el trabajo y los productos del trabajo de una manera satisfactoria para todos. Pero ¿cómo funcionaría una producción mediada algorítmicamente?, ¿por qué diferiría de la producción mediada por la competencia y el mecanismo de precios?, eso sigue siendo radicalmente poco claro, y no se ve, por cierto, ensombrecido por ningún argumento real. ¿Seguiría siendo el tiempo de trabajo el factor determinante del acceso a la riqueza social? ¿Se facilitaría la libre participación (en el trabajo) y el libre acceso (en caso necesario) en un sistema de este tipo? Si el objetivo es más bien una simple igualdad de los productores, igual salario por igual trabajo, ¿cómo se abordarían los desequilibrios de la productividad, de moral e iniciativa, que resultan del sostenimiento del requisito de que “el que no trabaja no come”? ¿Es esto lo que significa “alienación necesaria”?

Pero la no escalaridad (o escalaridad unidireccional) del sistema logístico introduce un problema mucho más grave. Incluso si la administración comunista global — por supercomputadora, o por niveles ascendentes de delegados y asambleas — fuera posible y deseable sobre la base del sistema técnico dado, una vez que consideramos el carácter histórico del comunismo, las cosas parecen mucho más dudosas. El comunismo no cae del cielo, sino que debe emerger de un proceso revolucionario, y dado el carácter todo o nada actual de la división internacional del trabajo — la concentración de la manufactura en unos pocos países, la concentración de la capacidad productiva para ciertas ramas esenciales de producción del capital en un puñado de fábricas, como se mencionó anteriormente —  cualquier intento de apoderarse de los medios de producción requeriría una captura  inmediatamente global. Necesitaríamos un proceso revolucionario tan rápidamente exitoso y extenso que todas las cadenas de suministro de larga distancia se operaran entre productores no capitalistas en cuestión de meses, en oposición al escenario mucho más probable de que una ruptura con el capital se concentre geográficamente al principio y necesariamente se extienda desde allí. En la mayoría de los casos, por lo tanto, la mantención de estos procesos distribuidos de producción y de cadenas de suministro significará el comercio con socios capitalistas, un encadenamiento a la producción con fines de lucro (necesario para la supervivencia, nos dirán los pragmáticos) cuyos resultados serán nada menos que desastrosos, como lo demuestra el estudio de los ejemplos ruso y español. En ambos casos, la necesidad de mantener una economía de exportación para comprar bienes cruciales en los mercados internacionales — armas en particular — significó que los cuadros revolucionarios y militantes tenían que usar la fuerza, directa e indirecta, para inducir a los trabajadores a alcanzar los objetivos de producción. El aumento de la productividad y el aumento de la capacidad productiva ahora se convirtió en el paso de transición en el camino a lograr el comunismo después, y en la España anarquista, tanto como en la Rusia bolchevique, los cuadros se pusieron a trabajar imitando el crecimiento dinámico de la acumulación capitalista mediante mecanismos políticos directos, en lugar de la fuerza indirecta del salario, aunque en ambos casos, las estructuras de incentivos económicos (tarifas a destajo, bonificaciones) se introdujeron finalmente por necesidad. Es difícil ver cómo algo que no fuera un nuevo proceso insurreccional — uno mitigado por el establecimiento de nuevas disciplinas y estructuras represivas — podría haber restaurado estos sistemas incluso a la “fase inferior del comunismo” basada en los billetes  laborales que Marx defiende en la “Crítica del Programa de Gotha ”, y qué  hablar de una sociedad basada en el libre acceso y el trabajo no obligatorio.

Las discusiones tradicionales sobre tales asuntos asumen que, mientras que los países subdesarrollados como Rusia y España no tenían más remedio que desarrollar primero su capacidad productiva, los proletarios de los países plenamente industrializados podían expropiar y autogestionar inmediatamente los medios de producción sin necesidad de un desarrollo forzoso. Esto podría haber sido cierto en el período inmediato de la posguerra, y hasta incluso la década de 1970, pero una vez que la desindustrialización comenzó en serio, la oportunidad se perdió oficialmente: la reestructuración y redistribución global de los medios productivos nos deja en una posición que probablemente sea tan mala, si no peor, que la de aquellas revoluciones de principios del siglo XX, donde un gran porcentaje de los medios de producción para bienes de consumo estaban a la mano, y uno podía ubicar, en la propia región, fábricas de calzado y textiles, y refinerías de acero. Una breve evaluación de los lugares de trabajo en nuestro entorno inmediato debería convencernos, a la mayoría, — en los Estados Unidos al menos, y sospecho que en la mayor parte de Europa — de la absoluta inviabilidad de la tesis de la reconfiguración. Los trabajos administrativos y de servicios en los que trabaja la mayoría de los proletarios hoy en día son insignificantes  excepto como puntos de intercalación dentro de vastos flujos planetarios: un megaminorista, una empresa de software, una cadena de café, un banco de inversión, una organización sin fines de lucro. La mayoría de estos trabajos pertenecen a valores de uso que la revolución convertiría en no usos. Para satisfacer sus propias necesidades y las necesidades de los demás, estos proletarios tendrían que dedicarse a la producción de alimentos y otras necesidades, la capacidad para lo cual no existe en la mayoría de los países. La idea de que aproximadamente el 15% de los trabajadores cuyas actividades aún serían útiles trabajarían en nombre de otros — como cuidadores de un futuro comunista — es políticamente inviable, incluso si el sistema pudiera producir lo suficiente de lo que la gente necesita y el comercio de insumos no produjera otro bloqueo. Añádase a esto el hecho de que el desarrollo de la propia logística y del sistema crediticio a su lado, multiplica en gran medida el poder del capital para disciplinar las zonas rebeldes mediante la retirada del crédito (fuga de capitales), el embargo y los términos punitivos de intercambio.

HORIZONTES Y PERSPECTIVAS

El todo es lo falso, en este caso, no tanto porque no pueda ser representado adecuadamente o porque cualquier intento de dicha representación viole sus contradicciones internas, sino porque todas estas representaciones globales desmienten el hecho de que el todo nunca puede ser poseído como tal. La totalidad del sistema logístico pertenece al capital. Es una mirada desde todas partes (o desde ninguna parte), una visión desde el espacio, que sólo el capital como proceso totalizador y distribuido puede habitar. Sólo el capital puede luchar contra nosotros en todos los lugares a la vez, porque el capital no es en ningún sentido una fuerza con la que luchamos, sino el territorio mismo en el que tiene lugar esa contienda. O más bien, es una fuerza, pero una fuerza de campo, algo que impregna más que se opone. A diferencia del capital, nosotros luchamos en lugares y momentos particulares: aquí, allá, ahora, luego. Ser partidista significa, necesariamente, aceptar la parcialidad de perspectiva y la parcialidad del combate que ofrecemos.

Las débiles tácticas del presente — el motín puntual, el bloqueo, la ocupación del espacio público — no son el producto estratégico de una conciencia antagonista que ha reconocido mal a su enemigo, o que no ha examinado adecuadamente las posibilidades que ofrecen las tecnologías actuales. Por el contrario, las tácticas de nuestros bloqueadores surgen de una conciencia que ya ha examinado las posibilidades que se ofrecen y ha comprendido, aunque sólo sea intuitivamente, cómo la reestructuración del capital ha excluido todo un repertorio estratégico. Las cadenas de suministro que unen a estos proletarios a la fábrica planetaria son cadenas radicales en el sentido de que van a la raíz y también deben ser arrancadas de raíz. La ausencia de oportunidades para la “reconfiguración” significará que en sus intentos de romper con el capitalismo, los proletarios deberán encontrar otras formas de satisfacer sus necesidades. Los problemas logísticos que encuentren tendrán que ver con reemplazar lo que fundamentalmente no está disponible, excepto a través del enlace a estas redes planetarias y las funestas consecuencias que traen. En otras palabras, la creación del comunismo requerirá un proceso masivo de desvinculación de la fábrica planetaria como cuestión de supervivencia. No tendremos la oportunidad de utilizar todos (o incluso muchos) de los medios técnicos que encontremos, ya que muchos de ellos quedarán efectivamente huérfanos por una ruptura con la producción capitalista. Pero ¿qué pasa entonces con la estrategia? Si la teoría es el horizonte que se abre desde las actuales condiciones de lucha, la estrategia es algo diferente, menos un horizonte que una perspectiva. La estrategia es un momento particular en el que la teoría se reabre a la práctica, sugiriendo no solo un curso de acción posible sino deseable. Si un horizonte nos coloca frente a un abanico de posibilidades, el momento estratégico llega cuando las luchas alcanzan una cierta cresta, una eminencia, desde la que se abre un conjunto más estrecho de opciones: una posibilidad. Las posibilidades son un término medio entre el lugar donde estamos y el horizonte lejano de la comunización.

¿Cuáles son nuestras posibilidades, entonces, en base al reciente ciclo de luchas? Ahora sabemos que la reestructuración de la relación capital-trabajo ha hecho de la intervención en la esfera de la circulación una táctica obvia y en muchos sentidos efectiva. El bloqueo, al parecer, podría asumir una importancia igual a la huelga en los próximos años, al igual que las ocupaciones del espacio público y las luchas por los entornos urbanos y rurales se reharán para convertirse en mejores conductos para los flujos de trabajo y capital, como las luchas recientes en Turquía y Brasil lo han demostrado. Nuestras posibilidades son tales que, en lugar de hacer propaganda de formas de acción en el lugar de trabajo, que es poco probable que tengan éxito o se generalicen, podríamos aceptar mejor nuestro nuevo horizonte estratégico y trabajar, en cambio, para difundir información sobre cómo podrían volverse más efectivas las intervenciones en esta esfera, cuáles son sus límites y cómo se pueden superar. Podríamos trabajar para difundir la idea de que la toma de la fábrica distribuida globalmente ya no es un horizonte significativo, y podríamos intentar trazar un mapa de las nuevas relaciones de producción de manera que se tenga en cuenta este hecho. Por ejemplo, podríamos intentar graficar los flujos y vínculos que nos rodean de manera que abarquen su fragilidad, así como las formas más efectivas en que podrían bloquearse como parte de la conducción de luchas particulares. Estos serían mapas semilocales, mapas que operan desde la perspectiva de una determinada zona o área. A partir de este tipo de conocimiento, también se podría desarrollar una comprensión funcional de la infraestructura del capital, de modo que luego se supiera qué tecnologías y medios productivos quedarían huérfanos por una desconexión parcial o total de los flujos planetarios, cuáles podrían ser alternativamente conservados o convertidos, y cómo serían las principales cuestiones prácticas y técnicas que enfrenta una situación revolucionaria. ¿Cómo asegurar que haya agua y que funcionen las alcantarillas? ¿Cómo evitar la fusión de los reactores nucleares? ¿Cómo es la producción local de alimentos? ¿Qué tipo de manufacturas ocurren cerca y qué tipo de cosas se pueden hacer con su maquinaria de producción? Este sería un proceso de inventario, de hacer un balance de las cosas que encontramos en nuestro entorno inmediato que no imagina el dominio desde el punto de vista de la totalidad global, se trata más bien un proceso de bricolaje desde el punto de vista de las fracciones partisanas que saben que tendrán que luchar desde lugares particulares, asediados, y ganar sus batallas sucesivamente en lugar de todas a la vez. Nada de esto significa establecer un plan para la conducción de las luchas, un programa de transición. Más bien, significa producir el conocimiento que ya ha exigido la experiencia de luchas pasadas y que las luchas futuras probablemente encontrarán útil.

 

 


NOTAS

[1] Karl Marx, ‘Carta a Arnold Ruge’, Septiembre de 1843 (MECW 3), 144.

[2] Fredric Jameson, ‘Postmodernism, or the Cultural Logic of Late Capitalism’, New Left Review 146 (Julio-Agosto 1984), 84.

[3] Ver la “Historia de la separación” en Endnotes 4 para una exposición completa de la temática de la traición dentro de la ultraizquierda.

[4] Para ver un ejemplo, consulte “Bloquear el puerto es solo el primero de muchos últimos complejos” (bayofrage.com), un texto que aborda muchas de las preguntas descritas anteriormente y que se distribuyó dentro de Occupy Oakland después del primer bloqueo y antes del segundo, el bloqueo en múltiples ciudades. En muchos aspectos, el ensayo aquí es una formalización y refinamiento de un proceso de discusión, reflexión y crítica iniciado por ese texto.

[5] La “producción ajustada” [Lean Manufacturing] comienza como una formalización de los principios detrás del sistema de producción de Toyota, visto durante la década de 1980 como una solución a las dolencias de las empresas manufactureras estadounidenses. Véase James P. Womack et al., The Machine That Changed the World (Rawson Associates 1990). El concepto de ‘flexibilidad’ surge de los debates a fines de la década de 1970 sobre la posibilidad de un sistema de fabricación alternativo basado en la ‘especialización flexible’ en lugar de en economías de escala fordistas, un sistema que se cree que está habilitado por máquinas de Control Numérico por Computadora (CNC) altamente ajustables. Michael J. Piore y Charles F. Sabel, The Second Industrial Divide: Possibilities For Prosperity (Basic Books 1984).

[6] End of the Line, del escritor de negocios Barry Lynn, está dedicado a demostrar la peligrosa fragilidad del sistema de producción distribuida de hoy, donde una ‘avería en cualquier lugar significa cada vez más una avería en todas partes, de la misma manera que una pequeña perturbación en la red eléctrica de Ohio hizo saltar el gran apagón estadounidense de agosto de 2003’. Barry C Lynn, End of the Line: The Rise and Coming Fall of the Global Corporation (Doubleday 2005), 3.

[7] Edna Bonacich y Jake B Wilson, Getting the Goods: Ports, Labor, and the Logistics Revolution (Cornell University Press 2008), 5.

[8] Bennett Harrison, Lean and Mean: The Changing Landscape of Corporate Power in the Age of Flexibility (Guilford Press 1997), 8-12.

[9] Marx, Grundrisse (MECW 28), 448 (traducción de Nicolaus)

[10] Gilles Deleuze y Felix Guattari, Anti-Oedipus: Capitalism and Schizophrenia (University of Minnesota Press 1983), 227-228.

[11] Braudel, en particular, trata al capitalismo como la intervención en un plano preexistente de transacciones de mercado por parte de actores poderosos que pueden suspender las reglas del juego limpio para su propio beneficio. El capital es, fundamentalmente, una manipulación de la circulación y los flujos de una economía de mercado. Fernand Braudel, The Wheels of Commerce, (University of California Press 1992), 22.

[12] En la teoría del valor marxista, la circulación se trata a menudo como una esfera “improductiva” separada de las actividades generadoras de valor de la esfera de producción. Debido a que no se puede agregar plusvalía a través de los ‘actos de compra o venta’, que involucran solo la ‘conversión del mismo valor de una forma a otra’, los costos asociados con estas actividades (contabilidad, inventario, venta al por menor, administración) son puros y simples faux frais [falsos costos], deducciones de la plusvalía total (Marx, Capital Vol. 2 (MECW 36), 133). Sin embargo, Marx sostiene que ciertas actividades asociadas con la circulación — el transporte, en particular — son generadoras de valor, por la persuasiva razón de que sería inconsistente tratar el transporte de carbón desde el fondo de la mina hasta la parte superior como productivo pero su transporte de la mina a una planta de energía como improductiva. La circulación, entonces, se refiere a dos procesos diferentes que son conceptualmente distintos pero que en la práctica casi siempre están entrelazados. Primero, hay una metamorfosis en la forma de la mercancía, cuando las mercancías se transforman en dinero y viceversa. Esto es “circulación” no en el espacio real sino en la fase-espacio ideal de la forma-mercancía. Como señala Marx, “los valores de las mercancías móviles, como el algodón o el arrabio, pueden permanecer en el mismo almacén mientras se someten a docenas de procesos de circulación, y los especuladores los compran y revenden”. Necesitamos distinguir este tipo de circulación propiamente improductiva — ‘donde es el título de propiedad de la cosa y no la cosa en sí’ lo que se mueve — de la circulación física del objeto en el espacio, que podría pensarse como una extensión de la actividades generadoras de valor de la esfera productiva (ibid., 153).

[13] Martin Christopher, Logistics and Supply Chain Management (FT Press 2011), 99.

[14] Bonacich and Wilson, Getting the Goods, 5.

[15] Erick C. Jones y Christopher A. Chung, RFID in Logistics (CRC Press 2010), 87.

[16] La historia de Malcolm McLean y Sea-Land se narra en Marc Levinson, The Box (Princeton 2010), 36-75, 171-178.

[17] El CEO de Walmart, Bill Simon, un ex oficial de la Marina, inició programas que reclutan gerentes y ejecutivos del ejército. Michael Bergdahl, What I Learned From Sam Walton (John Wiley 2004), 155. También ha establecido programas de “liderazgo” inspirados en las academias militares.

[18] Christopher, Logistics and Supply Chain Management, 189-210.

[19] Los bloqueos de los que hablo se diferencian de la barricada clásica en que son más ofensivos que defensivos. El propósito principal de las barricadas del siglo XIX fue que dispersaban las fuerzas del Estado para que pequeños grupos de soldados pudieran ser derrotados por la fuerza o confraternizados y convertidos. Pero la debilidad de la lucha de barricadas, como la describen los escritores desde Blanqui hasta Engels, era que los partisanos defendían territorios particulares (sus propios barrios) y no podían moverse según fuera necesario. Véase Louis-Auguste Blanqui, “Manual para una insurrección armada” (marxists.org) y Engels, “Introducción a “Las luchas de clases en Francia” de Karl Marx” (MECW 27), 517-519.

[20] Richard Sennett, The Corrosion of Character: The Personal Consequences of Work in the New Capitalism (W. W. Norton & Co. 2000), 68.

[21] Fredric Jameson, The Geopolitical Aesthetic: Cinema and Space in the World System, (Indiana University Press, 1995), 10.

[22] Bernard Stiegler, For a New Critique of Political Economy, (Polity, 2010), 40-44.

[23] Sennett, The Corrosion of Character, 70.

[24] Alberto Toscano, ‘Logistics and Opposition’, Mute 3, no. 2 (metamute.org).

[25] Las teorías marxistas de la tecnología en general divergen por dos caminos, cada uno de los cuales se remonta a las obras de Marx. El punto de vista dominante sostiene que las tecnologías capitalistas son fundamentalmente progresivas, primero porque reducen el tiempo de trabajo necesario y, por lo tanto, liberan potencialmente a los humanos de la necesidad de trabajar, y segundo porque la industrialización efectúa una ‘socialización’ fundamental de la producción, eliminando las jerarquías que alguna vez pertenecieron a determinados oficios (ver por ejemplo, Marx, Grundrisse [MECW 29], 90-92 [Nicolaus trans.]). En esta versión ortodoxa, el comunismo se halla  latente dentro del arreglo cooperativo socializado de la fábrica, cuyo sustrato técnico entra cada vez más en una contradicción productora de crisis con la naturaleza ineficiente y no planificada del mercado capitalista. Pero también hay una perspectiva marxista heterodoxa sobre la tecnología, de la que son  ejemplos autores como Raniero Panzieri y David Noble, y cuyas fuentes más claras se encuentran en el capítulo de El capital sobre la ‘Maquinaria y gran  industria‘, y en particular, la sección sobre la fábrica. Allí, Marx sugiere que, en el sistema fabril moderno, la dominación del trabajo por parte del capital “adquiere una realidad técnicamente tangible”. En la fábrica, ‘las descomunales fuerzas naturales y el trabajo masivo social que están incorporados en el sistema fundado en las máquinas … forman, con éste, el poder del patrón’ (Marx, Capital vol.1 [MECW 35], 420-430 [Fowkes trans.]). Pero si la maquinaria es una materialización de la dominación capitalista, una objetivación del “patrón”, entonces tenemos todas las razones para dudar de que podamos deshacer esa dominación sin negar el “aspecto técnicamente tangible de la maquinaria”. Si los trabajadores se apoderaran de la maquinaria de producción y se autogestionaran las fábricas, esto solo podría equivaler a otro modo de administrar la dominación sedimentada dentro de la maquinaria de producción. La perspectiva heterodoxa está obviamente en línea con las conclusiones de este artículo, pero queda mucho por hacer para desarrollar una teoría adecuada de la tecnología. No podemos simplemente invertir la explicación ortodoxa y progresista de la maquinaria que asume que cada avance de las fuerzas productivas constituye una ampliación de las posibilidades del comunismo y declarar, en oposición, que toda la tecnología es políticamente negativa o inherentemente capitalista. Más bien, tenemos que examinar las tecnologías desde una perspectiva técnica, desde la perspectiva comunista, y considerar qué posibilidades realmente permiten, dadas las trágicas circunstancias de su nacimiento.