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¿Qué era la izquierda? Una aclaración

A New Institute For Social Research

Al castellano: Non Lavoro

http://isr.press/What_Was_the_Left/index.html


“La izquierda” se ha convertido a esta altura en una forma vacía separada de su contenido, un “significante flotante” (tal como Laclau y Mouffe querían). No hay nada que impida que diversas personas con diversas intenciones la empleen a diestra y siniestra, razón por la cual luchar por el uso o el abandono del término, per se, es un tonto juego. Sin embargo, el término sí se refirió alguna vez a un contenido práctico específico, y es este contenido el que debe ser criticado y resistido, no importa el nombre que tenga.

Considerada en sus manifestaciones históricas determinadas (los sindicatos, los partidos socialdemócratas y estalinistas, los defensores de la política keynesiana y bienestarista, los movimientos por los “derechos” y por  reformas), la izquierda es, como decían los viejos ultras, “el ala izquierda del capital”. La izquierda ha asumido los presupuestos básicos del modo de producción capitalista como dados, es decir, la separación de los proletarios de los medios para su propia reproducción (sea que esos medios sean propiedad legal de una empresa privada o del Estado no importa un ápice para los proletarios), la existencia de “la economía”’ como una esfera separada de la actividad de vida, la separación de lo político de lo social, es decir, el estado de la sociedad civil, lo público de lo privado, el ciudadano de lo humano, la regulación del acceso a la reserva social por el criterio del tiempo de trabajo, la producción generalizada para el intercambio mediado por el dinero, equivalente universal abstracto, la venta de la fuerza de trabajo como mercancía.

La izquierda (al menos en su apogeo) se erigió en este estado de cosas como una especie de tribunus plebis, que promete a los trabajadores un “salario justo”, una mayor parte del producto de su trabajo. Como representante profesional de un momento de la relación capital (la mercancía fuerza de trabajo), la izquierda luchó, solicitó y regateó para que la fuerza de trabajo se vendiera a mejor precio, en condiciones más favorables, y asumió el papel de patrocinador político de los trabajadores-como-vendedores-de-la-mercancía-fuerza-de-trabajo (y, eventualmente, cuando el viejo movimiento obrero comenzó a llegar a su término histórico, trató de recomponer su base a partir de otros “grupos de intereses especiales”: las mujeres, la gente de color, etc.). Fue como mediador institucional de los polos de la relación capitalista que la izquierda, como un estrato de especialistas políticos, llegó al poder en diversos grados en diferentes momentos, y su interés particular, por ende, era facilitar la rápida acumulación de capital, pues sólo en períodos de auge y acumulación rentable hay una demanda suficientemente alta de fuerza de trabajo como para que los representantes izquierdistas puedan obtener concesiones de parte de los capitalistas (es decir, mejores condiciones, salarios más altos, aumento del consumo de la clase trabajadora, bienestar social). (Si el mercado laboral es flojo y hay un enorme ejército de reserva, como lo hay hoy y seguirá habiendo a medida que se expulse cada vez más trabajo vivo del proceso de producción, entonces los capitalistas no tienen para qué escuchar las demandas de los engreídos sindicatos y de los izquierdistas, simplemente pueden despedir a los trabajadores y contratar otros más desde la desesperada población excedente. Es por eso que hoy te encontrarás con izquierdistas exigiendo el inviable e indeseable absurdo del pleno empleo). Así, el imperativo estructural de la izquierda es estabilizar la acumulación de capital y evitar o suavizar sus crisis (incluidas las “crisis” con insurrecciones proletarias que los izquierdistas vienen “suavizando”, por todos los medios necesarios, desde la reconquista a la represión brutal, desde el SPD en 1919 al PCF/CGT en 1968). Los medios empleados en este esfuerzo están nacionalmente delimitados y son estatistas casi invariablemente, incluso cuando en general la izquierda solo ha tenido éxito en sus estrechos objetivos apenas puede alimentarse de la energía de los movimientos sociales de masas como un vampiro: la izquierda es su tumba, el lugar donde la revuelta proletaria es enterrada en elecciones y acuerdos.

Lo que estas luchas por los términos de venta, internas a la relación-capital, han logrado de hecho, históricamente, es acelerar la subsunción real de los procesos del trabajo bajo el capital — si la izquierda logra limitar legalmente la duración de la jornada laboral, ello bloquea la acumulación de plusvalía absoluta, y obliga al capitalista a intensificar el proceso de trabajo e introducir cambios tecnológicos y organizativos para aumentar la productividad, es decir, a pasar a la acumulación de plusvalía relativa, es decir, a la subsunción real. De manera similar, si la izquierda logra aumentar el precio de la fuerza de trabajo, esto aumenta la presión que la dinámica misma de acumulación ejerce sobre el capitalista para aumentar aún más la productividad, de modo que la fuerza de trabajo pueda ser expulsada del proceso de producción (los trabajadores pueden ser despedidos), y los precios de las mercancías de consumo caen, y con ellos el costo de la reproducción de la fuerza laboral.

Así, si se sostiene que es progresivo que el capital desarrolle las fuerzas de producción, y disminuya la cantidad de trabajo directo socialmente necesario para la reproducción de la especie, y simultáneamente erosione su propio fundamento, como sostenemos nosotros, al menos en un sentido matizado (reconociendo que este desarrollo se ha producido sólo a través de catástrofes y sufrimiento en masa), entonces la izquierda ciertamente ha sido históricamente progresista. Pero, cualesquiera que hayan sido las ilusiones que en algún momento tuvo sobre sí misma, el progreso que ha logrado es la plena realización de la modernidad capitalista — la derrota de los viejos regímenes feudales/aristocráticos, el triunfo de la democracia burguesa y la subsunción real del trabajo bajo el capital, y con ello una productividad material sin precedentes. Sin embargo, su tiempo se acabó. Con todo esto logrado ya desde hace mucho tiempo, y con el capital ahora en una crisis permanente de rentabilidad que intenta atenuar (entre otras cosas) contrayendo despiadadamente la reproducción social de la clase proletarizada, la izquierda (en el sentido histórico aquí elaborado) realmente no tiene otro propósito que contener y reconquistar el descontento proletario para así mantener su propio cadáver tambaleante junto al del capital, como su leal oposición.

En una situación como esta, la advertencia de Karl Marx resulta más cierta que nunca: “En lugar del lema conservador: “Un salario justo por una jornada de trabajo justa”, [el proletariado] deberá inscribir en su bandera esta consigna revolucionaria: “¡Abolición del sistema de trabajo asalariado!”. O si prefieres las palabras de Joseph Déjacque: “¿deben los trabajadores tener el producto de su trabajo? No dudo en decirlo: ¡No!, aunque sé que una multitud de trabajadores gritará. Miren, proletarios, griten, griten tanto como quieran, pero luego escúchenme: No, no es el producto de su trabajo a lo que se deben los trabajadores. Es a la satisfacción de sus necesidades, cualquiera que sea la naturaleza de esas necesidades”.

 

Ilustración: Alma Rosa Pacheco