El papel fundamental del oro en el análisis de la teoría laboral (Parte 3)

por Jehu

Al castellano: Non Lavoro

https://therealmovement.wordpress.com/2013/06/24/the-critical-role-of-gold-in-labor-theory-analysis-part-3/


5. ¿El marxismo después de la muerte del dinero?

Piénsalo de esta manera: si Marx estaba equivocado sobre el dinero, es solo otro tipo muerto cuya importancia está muy sobrevalorada. Las cosas siguen siendo como antes. Sin embargo, si Marx tenía razón, todo el sistema de producción de mercancías ya no existe y el estado fascista dirige toda la economía como si fuera la planta de una fábrica.

Cuando Nixon cerró la ventana del oro en 1971 y separó al dólar de un estándar definido de precios, las consecuencias de este acto no fueron tan simples y directas como se supone comúnmente. Es cierto que existe el peligro de que la hiperinflación, las crisis financieras y las crisis monetarias estén siempre al acecho, pero estos problemas menores, secundarios, no deberían preocuparnos en absoluto, ya que son meros síntomas de una crisis mucho más profunda.

El acto de Nixon no simplemente cortó la conexión entre el dólar y el oro, sino que también cortó la conexión entre los precios — denominados en dólares — y los valores — expresados en una cantidad definida de dinero-mercancía. Una serie de consecuencias resultan inmediatamente una vez que la moneda se separa de una mercancía que pueda servir como medida del valor y estándar de precios; estas consecuencias afectan profundamente no solo al dinero en sí, sino a todas las categorías que Marx analizó inicialmente en El Capital. Además, es precisamente la expansión del capital lo que socava al dinero y todas las categorías que sirven como premisas del propio capital. Pasaré ahora a describir algunas de estas implicaciones.

a. El desprendimiento del intercambio y las relaciones de intercambio de la producción y las relaciones de producción:

Como observa Engels en Del socialismo utópico al socialismo científico, durante toda la época capitalista periódicamente estallan crisis cuando el modo de producción se rebela contra el modo de cambio. Sin embargo, con el fin de Bretton Woods en 1971, no pareciera que estemos simplemente lidiando con la erupción periódica de este tipo de rebelión: debemos lidiar con el hecho de que el modo de producción no está simplemente en rebelión contra cierta manifestación particular del modo de intercambio, sino que, aparentemente, lo ha derrocado por completo.

En la teoría laboral, se asume que las relaciones de intercambio están determinadas por las relaciones de producción. Así, al deshacerse del dinero-mercancía, parecería que la sociedad se hubiese visto obligada a deshacerse de la relación entre la producción y el intercambio. Desafortunadamente, muchos escritores marxistas se centran restringidamente en cómo se separó el dinero de una mercancía estándar, mientras pasan por alto el hecho de que esto también significaba que la producción de mercancías se separaba del intercambio.

Puesto que en la teoría laboral las relaciones de producción determinan las relaciones de intercambio, la abolición del dinero-mercancía sugiere que las propias relaciones de producción ya no son compatibles con ningún tipo de intercambio de mercancías. La abolición del dinero-mercancía implica que las propias relaciones de intercambio se volvieron obsoletas, un residuo anacrónico de modos de producción anteriores que no sirven a ningún propósito material para la sociedad actual. Es decir, dentro del mercado mundial en su conjunto, la producción es ahora reconocida por la sociedad como social, aunque este reconocimiento sea totalmente inconsciente.

El problema del análisis, sin embargo, es que el reconocimiento de que la totalidad del acto de la producción es ahora directamente social y sólo puede gestionarse como tal, aparece, al principio, sólo en la forma de un reconocimiento ciego de que el dinero-mercancía ya no puede servir como dinero. Este es el significado de la observación de Ben Bernanke y otros monetaristas respecto a que el dinero se volvió masivamente no-neutral en la Gran Depresión de la década de 1930.

Dado que en la teoría laboral la conversión del valor de la mercancía en dinero-mercancía es el objetivo consciente de la producción, la imposibilidad de esta conversión en un determinado momento del desarrollo de las fuerzas productivas aparece siempre como un defecto del dinero-mercancía mismo, y no como lo que es: la incompatibilidad de las fuerzas productivas con las relaciones de intercambio existentes. Sin embargo, con la abolición del dinero-mercancía mismo, aunque la fuente sea de hecho las fuerzas productivas mismas, que se han vuelto plenamente sociales, el síntoma de esto sigue siendo, por un lado, la incapacidad de las mercancías para convertirse en dinero y, por otro, la incapacidad del dinero para convertirse en capital.

La afirmación de que las mercancías no pueden convertirse en dinero y que el dinero no puede convertirse en capital es, por supuesto, innecesariamente oscura. En términos sencillos, estoy hablando de sobreacumulación (o sobreproducción) de capital. Pero esta sobreacumulación claramente ya no es un estallido temporal o periódico de crisis capitalista como piensan la mayoría de los académicos marxistas. La administración de Nixon prescindió del dinero-mercancía porque el dinero mismo ya no puede servir como medio para la circulación de mercancías. La crisis que finalmente desbanca al dinero-mercancía como medio de intercambio no es una crisis periódica o relativa, sino una crisis absoluta de la que el capital no puede salir.

b. Dinero no-mercancía y producción de mercancías:

El fiat envilecido sugiere que el intercambio, tal como se define en la teoría laboral, ya no ocurre. Según Marx, el valor de las mercancías solo puede manifestarse en sus valores de cambio siempre que se intercambien. Es obvio que, dado que la moneda fiduciaria envilecida no tiene ningún valor, no puede manifestar el valor de las mercancías cuando se intercambian; más bien, la moneda fiduciaria manifiesta el valor de todas las mercancías como cero. El hecho de que la moneda fiduciaria siempre exprese el valor de las mercancías como cero significa, por supuesto, que los valores de las mercancías ya no se expresan en absoluto en el intercambio. Esto tiene todavía más implicaciones para esta categoría de la economía política.

En la teoría laboral, toda mercancía tiene dos aspectos: su valor de uso particular y su valor. Según Marx, el valor de uso de un objeto está “limitado por las propiedades físicas de la mercancía, no tiene existencia aparte de esa mercancía”. Pero estas mercancías también son “los depósitos materiales del valor de cambio”. Sin embargo, debe quedar claro que el valor de cambio no es un atributo necesario de un objeto útil. Es, por supuesto, un atributo necesario de una mercancía, pero no de un objeto útil en sí mismo, a menos que este objeto útil tome la forma de una mercancía.

En esta línea, Marx da dos ejemplos significativos de condiciones donde los valores de uso no toman la forma de mercancías: en las comunidades primitivas y dentro de las fábricas capitalistas. De la última forma, Marx dice esto:

“… en cada fábrica el trabajo se divide de acuerdo con un sistema, pero esta división no se produce cuando los operarios intercambian mutuamente sus productos individuales”.

Así, incluso en una sociedad muy avanzada con una sofisticada división del trabajo, el producto del trabajo puede no asumir la forma de mercancía. Marx es muy específico sobre las condiciones bajo las cuales la producción de riqueza material tomará la forma de producción de mercancías. Sólo en el caso de que el trabajo se realice de forma independiente y por cuenta privada de los individuos, el producto del trabajo se convertirá en mercancía y el valor del producto del trabajo se expresará o manifestará como valor de cambio. El argumento que Marx plantea aquí es fundamental para comprender el fiat envilecido, ya que esencialmente está afirmando que la expansión de las relaciones capitalistas socava progresivamente la producción de mercancías.

Marx no solo define la mercancía, también define las condiciones bajo las cuales la producción de objetos útiles puede tomar la forma de mercancías. Esas condiciones se declaran explícitamente como objetos útiles resultantes de diferentes tipos de trabajo que se llevan a cabo de forma independiente y por cuenta de particulares. A menos que existan estas condiciones, los objetos útiles no se convertirán en mercancías. Si no pueden convertirse en mercancías, sus valores no se manifestarán ni se expresarán como valores de cambio. Es precisamente este problema el que obliga a la sociedad a deshacerse del dinero-mercancía.

El argumento de Marx sugiere que las condiciones bajo las cuales los objetos útiles no pueden tomar la forma de mercancías ya estaban presentes en el modo de producción capitalista desde sus inicios, con el surgimiento de la producción social. Y este hecho constituye una paradoja crítica del modo de producción: es una forma de producción de mercancías donde la producción de mercancías es abolida progresivamente. Esta abolición progresiva se ve ante todo en el monstruoso crecimiento del sistema crediticio con su conexión cada vez más tenue con el dinero-mercancía. Cuando la conexión cada vez más tenue entre el sistema crediticio y el dinero-mercancía se rompe por completo en 1971, esto no puede dejar de sugerir que la producción de mercancías llegó a su fin.

c. El carácter fetichista de la mercancía, el dinero no-mercancía y el trabajo asalariado:

Existe otra cuestión planteada por el fiat envilecido al carácter fetichista de la mercancía y su relación con éste. Marx sostiene que la dificultad para analizar la forma mercancía surge del hecho de que en ella el carácter social del trabajo les aparece a los individuos como un carácter objetivo estampado en el producto de ese trabajo. Además, sostiene que la producción y el intercambio de mercancías “es una relación social definida entre los hombres, que asume, a sus ojos, la forma fantástica de una relación entre las cosas”.

La función que juega el dinero-mercancía en hacer visible el carácter social del trabajo privado, una función que sólo se manifiesta en el acto del intercambio, se vuelve progresivamente superflua una vez que surge la comunidad de productores directamente sociales. Así, con un fiat envilecido emitido por el estado, el carácter social del trabajo ya no necesita una manifestación o expresión objetiva, porque todo el trabajo es ya directamente social como en el sistema fabril. Esto sugeriría que el dinero, como se define en la teoría laboral, y las relaciones de intercambio en cualquier forma son totalmente superfluas en la actualidad.

A pesar de lo anterior, parecería que esta ilusión fetichista es tan poderosa que sigue adjunta a los productos del trabajo incluso después de que el trabajo mismo haya perdido el carácter de actividad privada realizada por los individuos. ¿Qué explica la persistencia del fetichismo de la mercancía? Incluso en el caso de que ahora todo el trabajo sea directamente social y no se realice ningún trabajo por cuenta de individuos privados, la fuerza de trabajo se sigue vendiendo como una mercancía. Las relaciones monetarias continúan porque, aunque el trabajo es ahora directamente social, los medios de trabajo siguen siendo monopolio del capitalista, es decir, del estado fascista.

Sin embargo, y a pesar de la existencia de estas relaciones monetarias, el dinero no-mercancía puede utilizarse porque la compraventa de fuerza de trabajo es una mera formalidad. Los trabajadores deben vender su fuerza de trabajo para acceder a esos medios siempre que esos medios sigan siendo propiedad del estado fascista. Es decir, las relaciones monetarias continúan existiendo porque solo sobre esta base los medios de producción completamente sociales pueden seguir siendo propiedad privada efectiva del estado fascista, cuya moneda se emplea para pagar los salarios. El estado fascista puede, sobre la base de estas relaciones monetarias, gestionar el proceso social de producción para sus propios fines como capitalista social.

d. Gestión estatal de la producción:

El argumento que Marx establece inicialmente en el capítulo 1 de El Capital, incluso antes de haber desarrollado su argumento sobre las mercancías y el dinero, sugiere que la producción de mercancías era en sí inherentemente incompatible con el sistema fabril capitalista. Esto sólo puede llevar a la conclusión de que la moneda fue envilecida en 1971 porque las relaciones de producción dentro del mercado mundial en su conjunto ya no eran compatibles con el dinero-mercancía. Es decir, las relaciones de producción de hoy no son diferentes a las que se hallan en cualquier fábrica capitalista.

Marx dice de este tipo de relaciones:

“La interconexión entre los diversos trabajos [de los trabajadores] los enfrenta, en el ámbito de las ideas, como un plan elaborado por el capitalista, y, en la práctica, como su autoridad, como la poderosa voluntad de un ser exterior a ellos, que somete su actividad a su propósito”.

El argumento aquí se plantea en términos patriarcales, como el de una masa de trabajadores frente a la voluntad singular del propietario-capitalista individual. Sin embargo, en este ejemplo, el capitalista es solo una personificación de una función que en diferentes períodos del desarrollo capitalista es desempeñada por varios individuos en formas cada vez más socializadas, como observaron tanto Marx como Engels en muchas ocasiones. Esta socialización creciente de las funciones de gestión condujo en última instancia, y tuvo que conducir, a que el Estado asumiera esa función y a la reducción de toda la clase capitalista a una masa de superfluos especuladores.

El curso de este desarrollo era de hecho tan obvio que Engels pudo predecirlo con confianza en la década de 1880 en el que luego sirvió como el libro de texto popular esencial de la teoría laboral, Del socialismo utópico al socialismo científico, donde escribió:

“En los trusts, la libertad de competencia se convierte en todo lo contrario: en monopolio; y la producción sin ningún plan definido de la sociedad capitalista capitula ante la producción planeada y organizada de la sociedad socialista a punto de sobrevenir. Claro está que, por el momento, esto todavía beneficia a los capitalistas. Pero, en este caso, la explotación es tan palpable, que tiene forzosamente que derrumbarse. Ningún pueblo tolerará una producción dirigida por los trusts, con una explotación tan descarada de la comunidad por un pequeño grupo de traficantes de dividendos.

De un modo u otro, con o sin trusts, el representante oficial de la sociedad capitalista, el Estado, tendrá que asumir en última instancia la dirección de la producción. Esta necesidad de conversión en propiedad del Estado empieza manifestándose en las grandes empresas para el intercambio y las comunicaciones: la oficina de correos, los telégrafos, los ferrocarriles.

A la par que las crisis revelan la incapacidad de la burguesía para seguir rigiendo las fuerzas productivas modernas, la transformación de las grandes empresas de producción y distribución en sociedades anónimas, trusts y en propiedad del Estado, muestra cuán innecesaria es la burguesía para tal fin. Todas las funciones sociales del capitalista no tienen más función social que la de embolsarse dividendos, arrancar cupones y apostar en la Bolsa de Valores, donde los diferentes capitalistas se despojan mutuamente de sus capitales. Al principio, el modo de producción capitalista expulsa a los trabajadores. Ahora, expulsa a los capitalistas y los reduce, como redujo a los trabajadores, a las filas de la población excedentaria, aunque no inmediatamente a las del ejército industrial de reserva.

Pero la transformación, ya sea en sociedades anónimas y trusts, o en propiedad del Estado, no elimina la naturaleza capitalista de las fuerzas productivas. En las sociedades anónimas y los trusts, esto es obvio. Y el Estado moderno, de nuevo, es sólo la organización que asume la sociedad burguesa para apoyar las condiciones externas del modo de producción capitalista contra las usurpaciones tanto de los trabajadores como de los capitalistas individuales. El Estado moderno, no importa cuál sea su forma, es esencialmente una máquina capitalista: es el Estado de los capitalistas, la personificación ideal del capital nacional total. Cuanto más avanza hacia la toma de control de las fuerzas productivas, más se convierte en el capitalista nacional, más ciudadanos explota. Los trabajadores siguen siendo asalariados, proletarios. La relación capitalista no se acaba. Es, más bien, llevada a un punto crítico. Pero, llevada a un punto crítico, se cae. La propiedad estatal de las fuerzas productivas no es la solución del conflicto, pero en él se esconden las condiciones técnicas que forman los elementos de esa solución”.

Lo que los académicos marxistas ignoran, porque es inconveniente para su argumento, es que no se está empleando como dinero en la economía cualquier moneda envilecida y sin valor, sino el fiat que el estado fascista posee y crea en su totalidad y que constituye la propiedad del estado. Este fiat no es una medida objetiva de los valores de las mercancías como la descrita por Marx, sino un objeto completamente artificial diseñado para lograr los objetivos del estado capitalista, el representante ideal de los intereses de la clase capitalista. Los académicos marxistas aún tienen que explicar por qué, aunque en la teoría de Marx el dinero juega solo un papel pasivo en el funcionamiento del modo de producción capitalista, todos los días vemos que el dinero se utiliza como una herramienta política económica, una herramienta cuyo empleo no está determinado por el funcionamiento del modo de producción, sino que determina su operación.

Existe una enorme desconexión entre lo que observamos con nuestros propios ojos y la descripción del dinero tal como se define en las obras de Marx, que va mucho más allá del tonto debate sobre si el dinero es una mercancía en la teoría laboral. En lugar de darse cuenta de que lo que pasa por dinero en esta economía no es realmente dinero, no se comporta como dinero y no llega a existir como lo hace el dinero, los académicos marxistas simplones asumen que Marx estaba equivocado. Es decir, parten del supuesto de que los mismos métodos que emplean en su análisis son fatalmente defectuosos y, por tanto, incapaces de analizar el modo de producción capitalista.