El conflicto oculto dentro del estado fascista por el control de la política económica (2)

por Jehu

Al castellano: Non Lavoro

https://therealmovement.wordpress.com/2015/10/04/the-hidden-conflict-within-the-fascist-state-for-control-of-economic-policy-2/


Segunda parte: el colapso del consenso político keynesiano

Como dije en mi publicación anterior, el conflicto sobre el control de la política económica estatal se remonta a la Gran Depresión. Keynes estableció el marco de la política económica estatal para este conflicto al rastrear la causa de la Gran Depresión y hallarla en la mejora de la productividad del trabajo. Según Keynes en 1930, la depresión fue causada por la reducción de la necesidad de trabajo, efectuada por el capital, más rápido de lo que podría encontrar nuevos usos para el trabajo. Por supuesto, el capital solo tiene un uso para el trabajo: la producción de plusvalía, la producción de ganancias. Keynes estaba esencialmente confirmando la predicción de Marx de que la disminución de la necesidad de trabajo conduciría al colapso de la producción de mercancías.

Según la teoría laboral de Marx, el precio de una mercancía es solo una expresión del “tiempo de trabajo socialmente necesario” requerido para su producción. Esto implicaba que a medida que el trabajo requerido para la producción de mercancías caía, también caerían sus precios. Cuando se produjo la Gran Depresión, el problema señalado por Keynes, que la reducción del trabajo estaba superando el ritmo al que el capital podía encontrar nuevos usos para el trabajo, se expresó en la deflación, es decir, en la caída general de los precios.

El argumento de Marx de que los precios de las mercancías estaban vinculados a su valor trabajo conllevaba consecuencias mortales para el capitalismo. Puesto que los precios pagados por las mercancías eran la única forma en que los capitalistas podían recuperar su inversión, la caída en los precios implicaba una creciente presión sobre las ganancias. Si los capitalistas no pueden vender sus mercancías a precios que cubran su inversión y generen ganancias, la producción capitalista por la ganancia se detendría.

Los límites inherentes de las políticas keynesianas

Así, en 1933 Keynes llevó su atención a la manera en que podrían elevarse los precios. Argumentó que el gasto deficitario estatal era necesario para esto, porque solo el estado podía pedir prestado capital a la escala requerida durante una depresión. Sin embargo, en la depresión de la década de 1970, luego de la llamada “edad de oro” en la que se intentó la recomendación de Keynes, se hizo evidente un problema: los precios se salieron rápidamente de control. Durante la década de 1970, los precios de la depresión no cayeron; lo que hubo, en cambio, fue la “estanflación”, una condición en la que el crecimiento económico real se desacelera, mientras que los precios se disparan.

Keynes era consciente de este problema en potencia y escribió sobre él en su ensayo de 1933. Argumentó que una vez que los recursos que pudiesen usarse en el trabajo productivo estuvieran totalmente empleados, el gasto deficitario estatal no contribuiría al crecimiento:

“Si los recursos del país ya estuvieran totalmente empleados, estas compras adicionales se reflejarían principalmente en precios más altos y mayores importaciones”.

Ahora, ¿qué tiene esto que ver con el conflicto sobre la política económica estatal? Rozar el límite de la hiperinflación generó una enorme reacción política entre los capitalistas en contra de las políticas keynesianas, por razones que muchos en la izquierda aún hoy no reconocen. Existe un límite material inherente a la política de gestión económica keynesiana efectiva, y Washington alcanzó probablemente ese límite en la década de 1970.

El argumento de Keynes sugiere que la causa de la Gran Estanflación durante la depresión de la década de 1970 fuera el resultado de la aplicación de su solución en condiciones en las que no podía funcionar. Según lo escribió, si todos los recursos que pudiesen emplearse productivamente ya estuvieran empleados, un país no obtendría más crecimiento económico, sino que sufriría las enfermedades gemelas de la hiperinflación y un déficit comercial cada vez más profundo. Por ende, cuando fracasó la política keynesiana en la década de 1970, era de suponer que debía fracasar. ¡Keynes mismo predijo que fallaría!

Según Keynes, entonces, había un límite en la eficacia de su recomendación: si los recursos de un país que pudiesen ser empleados productivamente ya estaban completamente empleados, el gasto deficitario estatal solo conduciría a la inflación y a los déficits comerciales. Y casi en el momento justo, a partir de la década de 1970, EE. UU. comenzó a experimentar una hiperinflación al límite mientras su déficit comercial explotaba. Al parecer la estanflación de la década de 1970 implicaba que, por definición, los recursos que pudiesen emplearse productivamente estaban ya totalmente empleados.

Es importante señalar que Keynes nunca dijo que cuando su política llegara a sus límites, todos tendrían un empleo; y él nunca señaló o quiso decir que la pobreza sería eliminada. Simplemente dijo que si los recursos productivos estuvieran totalmente empleados, el gasto deficitario solo produciría inflación y déficits comerciales. Marx explicó por qué esto era así, cincuenta años antes. En el modo de producción capitalista, dijo Marx, toda la producción se lleva a cabo con el propósito de producir ganancias. Esto significaba que había una tendencia inherente a que la producción capitalista se detuviera mucho antes de que se erradicara el desempleo y la pobreza:

“No se producen demasiados medios de subsistencia en proporción a la población existente; por el contrario. Se producen demasiado pocos como para satisfacer decente y humanamente al grueso de la población.

No se producen demasiados medios de producción para ocupar a la parte de la población capaz de trabajar; por el contrario. En primer lugar, se produce una parte demasiado grande de la población que de hecho no es capaz de trabajar, que por sus circunstancias se ve reducida a la explotación del trabajo ajeno o a ejecutar trabajos que sólo pueden considerarse tales dentro de un modo miserable de producción. En segundo lugar no se producen suficientes medios de producción como para que toda la población capaz de trabajar pueda hacerlo bajo las condiciones más productivas, es decir como para que su tiempo absoluto de trabajo resulte abreviado por la masa y la eficacia de capital constante empleado durante el tiempo de trabajo.

Pero periódicamente se producen demasiados medios de trabajo y de subsistencia como para hacerlos actuar en calidad de medios de explotación de los obreros a determinada tasa de ganancia. Se producen demasiadas mercancías para poder realizar el valor y el plusvalor contenidos o encerrados en ellas, bajo las condiciones de distribución y consumo dadas por la producción capitalista y reconvertirlo en nuevo capital, es decir para llevar a cabo este proceso sin explosiones constantemente recurrentes.”

Según Marx, bajo el capitalismo, la producción de mercancías se lleva a cabo con el propósito de emplear estas mercancías como un medio adicional para la autoexpansión del capital. Por lo tanto, el problema no es que el capital produzca demasiada riqueza material, sino que demasiada riqueza destinada únicamente a ser utilizada como capital se produce para ser empleada como capital. Por ende, en última instancia, la solución racional al problema que Keynes identificó originalmente (que el capital estaba eliminando la necesidad de trabajo más rápido de lo que podría encontrar nuevos usos para el trabajo) no era el gasto deficitario. Era la reducción de las horas de trabajo, tal como el mismo Keynes lo argumentó en 1930.

¿Por qué los capitalistas se resisten a la reducción de las horas de trabajo?

Desde el punto de vista capitalista, la reducción de las horas de trabajo tiene dos defectos importantes: Primero, la ganancia producida por una empresa capitalista lo hace en función de la duración de la jornada laboral. Dejando a un lado los costos de materiales y máquinas, la trabajadora debe trabajar un tiempo definido para reproducir los salarios que le paga el capitalista a cambio de su fuerza de trabajo. El capitalista ya ha adelantado este costo y debe recuperarlo poniendo al trabajador a trabajar para producir mercancías que luego podrá vender. Más allá de esta duración (por mucho tiempo que sea), la producción capitalista se lleva a cabo por la ganancia. Esto significa que la jornada laboral de la trabajadora no finaliza una vez que ha reproducido el valor de su salario, sino que debe trabajar un tiempo adicional definido para producir las ganancias de la empresa.

Así, una reducción general de las horas de trabajo social no resuelve el problema de la sobreproducción capitalista para el capitalista; de hecho, solo intensifica el problema. Ahora, además de que la caída de los precios ejerza una presión sobre las ganancias, el límite legalmente obligatorio en la jornada laboral reduce aún más la duración del trabajo que el capitalista pueda imponer al trabajador a cambio de su salario. Esto necesariamente aumenta la presión sobre las ganancias capitalistas. Para el trabajador es lo contrario: una reducción general de las horas de trabajo le libera progresivamente del trabajo, y del temor constante al desempleo, a la vez que disminuye la competencia dentro de la clase trabajadora por la venta de la fuerza de trabajo — lo que lleva, al menos en teoría, a mejores condiciones para el conjunto de los trabajadores contra los capitalistas.

El segundo defecto de una reducción general de las horas de trabajo desde el punto de vista del capitalista es que tiene el efecto de acelerar la introducción de una mejor organización, maquinaria, ciencia y tecnología para reemplazar el empleo de trabajo en la producción, y así también el aumento en la escala de operación capitalista mediante quiebras y fusiones. Puesto que reducir las horas de trabajo agrega presión sobre las ganancias, los capitalistas intentan compensar esto con los métodos anteriores para aumentar la tasa de ganancia. Sin embargo, dado que los esfuerzos en este sentido solo refuerzan aquello que Keynes identificó originalmente como el problema de la Gran Depresión — que el capital reduce la necesidad de trabajo más rápido de lo que puede encontrar nuevos usos para el trabajo — es obvio que reducir nuevamente las horas de trabajo solo exacerba esta tendencia.

Banqueros al control: Keynes es derrocado

Con la llegada de la política económica keynesiana a su límite inherente y con la ausencia de la posibilidad de una alternativa efectiva para reducir las horas de trabajo en el horizonte, los fascistas optaron por la siguiente mejor opción: derrocar por completo la gestión económica estatal. A partir de 1979, Washington hundió su propia economía en una recesión profunda y prolongada al llevar su tasa de política monetaria a un nivel sin precedentes e inimaginable. Este evento ha sido llamado el “shock de Volcker” y fue el golpe final a la política económica keynesiana.

De acuerdo con Wikipedia:

“La junta de la Reserva Federal liderada por Volcker elevó la tasa de fondos federales, que había promediado 11.2% en 1979, a un pico de 20% en junio de 1981. La tasa preferencial aumentó a 21.5% en 1981 también. Así, la tasa de desempleo aumentó a más del 10%”

Si Keynes argumentó que el crédito debería ser abundante y barato, Volcker se aseguró de que fuera caro y escaso para poder sacar de la economía la inflación producida por las políticas keynesianas. Al mismo tiempo, Washington revisó su política económica fundamental en la forma de la Ley de pleno empleo y crecimiento equilibrado, que explícitamente hizo que el pleno empleo dependiera de la capacidad de la Reserva Federal para mantener una baja inflación. De acuerdo con Wikipedia:

“De acuerdo con la teoría keynesiana, la Ley establece medidas para que el gobierno cree empleos temporales para reducir el desempleo, como se intentó durante la Gran Depresión.

Contradictoriamente, la Ley también alentó al gobierno a desarrollar una política monetaria sólida, para minimizar la inflación y empujar hacia el pleno empleo mediante la gestión de la cantidad y la liquidez de la moneda en circulación”.

En otras palabras, aunque afirma que continuó con la fallida gestión económica keynesiana, Washington, de hecho, eliminó estas políticas por completo. Con el pretexto de defender la independencia del banco central y poner fin al dominio fiscal, Washington entregó la gestión de la economía al cartel financiero de la Reserva Federal. Friedman y los monetaristas habían ganado el debate sobre la base de la tonta promesa de que el crecimiento podría gestionarse por la simple y adecuado manejo de la oferta de dinero.

Los banqueros ahora tenían el control de la economía, pero la Gran Crisis Financiera de 2008 y el fracaso del control del banco central estaban todavía por suceder.

Pasaré a esto a continuación.