El colectivo Endnotes presenta el argumento económico para la comunización. Se vienen risas.
por Jehu
Al castellano: Non Lavoro
En 2010, el colectivo Endnotes intentó (y fracasó, mal) evaluar las implicaciones del colapso financiero de 2008 para la viabilidad a largo plazo del capitalismo. La desvalorización masiva del capital experimentada por la sociedad en esa crisis, ¿daría paso a una nueva era dorada del empleo asalariado, similar a la que experimentamos después de la Segunda Guerra Mundial — aproximadamente entre 1945-1971?
La pregunta sigue siendo importante porque la tendencia de la comunización (de la que Endnotes se dice parte) sostiene que ya no es posible imaginar una transición al comunismo sobre la base de una victoria previa de la clase obrera como clase obrera. Que los proletarios no pueden tomar el poder político y ejercerlo para su emancipación; que en cambio, deben de inmediato darse fin a sí mismos como clase.
El argumento de Endnotes para esta propuesta es nebuloso, y tal vez deliberadamente ambiguo en la manera en que se expresa. Pasaré un tiempo tratando de entender por qué.
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El ensayo, Miseria y deuda: Sobre la lógica e historia de la población y el capital excedentarios, parece tener la intención de plantear una justificación económica para dicha conclusión. En él, dos académicos poco conocidos, Aaron Benanav y John Clegg, sostienen que los proletarios se han vuelto cada vez más superfluos para las necesidades del capital industrial. En su afirmación, más relacionada a la discusión de John Maynard Keynes sobre el desempleo tecnológico en 1930 que al Fragmento sobre las máquinas en los Grundrisse de Karl Marx en la década de 1850, Benanav y Clegg describen a una creciente población excedentaria cada vez más desplazada por la innovación tecnológica capitalista:
Hoy en día son muchos los que hablan de una «recuperación sin empleo», pero si la «ley general de la acumulación capitalista» es válida, todas las recuperaciones capitalistas tienden a orientarse en esa dirección. La tendencia de las industrias «maduras» a desprenderse de mano de obra, aunque facilite la reproducción ampliada, también tiende a consolidar la existencia de una población excedentaria que la expansión subsiguiente no consigue absorber plenamente. Esto se debe a la adaptabilidad intersectorial de las tecnologías ahorradoras de trabajo, que supone que la fabricación de productos nuevos tiende a recurrir a los procesos de producción más innovadores. Ahora bien, las innovaciones de proceso no tienen fin, y se generalizan entre los capitales nuevos y viejos, mientras que la capacidad de las innovaciones de productos para generar una expansión neta de la producción y el empleo es intrínsecamente limitada.
Aquí la similitud con Keynes es más significativa de lo que parece. Tanto Marx como Keynes asumen que el desarrollo tecnológico conduciría a un aumento del desempleo entre los proletarios, pero Keynes concluye en 1930 que este desplazamiento de la fuerza de trabajo humana por las máquinas deberá conducir a una reducción de las horas de trabajo. Marx, por su parte, predijo que la innovación tecnológica conduciría a un colapso catastrófico del modo de producción basado en el valor de cambio.
Creo que no hay duda en que Marx y Keynes fueron los dos más grandes teóricos económicos de los últimos doscientos años, lo que sí podría sorprender al lector, empero, es que Benanav y Clegg parecen pensar que ambos estaban equivocados. Se trata de una afirmación bastante extraordinaria para dos académicos mediocres. De hecho, si se lo piensa, es doblemente sorprendente porque Marx y Keynes no concuerdan en cuál sería el resultado de los avances tecnológicos en la producción. Keynes predijo el fin del trabajo, Marx predijo el fin del dinero tal y como lo conocemos. Como mínimo, uno de los dos debía estar equivocado.
Benanev y Clegg afirman que ambos estaban equivocados.
Marx y Keynes, fíjate, no eran dos escribas mediocres simplemente, estamos hablando de los más importantes economistas de los últimos dos siglos — ¡ambos estaban equivocados, según Benanav y Clegg!
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Cualquier comparación competente de los escritos de Keynes y Marx demostrará que ellos no predicen el mismo impacto del desarrollo de las fuerzas de producción social en el empleo asalariado. Para demostrarlo, comparemos la predicción de Keynes en 1930 con la predicción de Marx en el Fragmento de las máquinas, en el cuaderno VII de los Grundrisse, escrito en algún momento entre 1857-1861.
La predicción de Keynes: Desempleo tecnológico
Para 1930, Keynes tiene claro su diagnóstico sobre la Gran Depresión que había estallado recién el año anterior. A pesar del crecimiento de la población mundial y el aumento del nivel de vida, la producción industrial iba creciendo aún más rápido. En el futuro, la población no crecería tan rápido como la producción, e incluso podría disminuir. Si la producción crecía solo a una tasa del dos por ciento anual, en 100 años (2030) habría aumentado un 750%. Al mismo tiempo, los cambios tecnológicos que habían transformado ya la industria, pronto transformarían la agricultura. La sociedad estaba ahora al borde de una revolución en la producción de alimentos. En el tiempo de vida de quienes vivían en 1930 (aproximadamente para el año 2000) la demanda de empleo asalariado podría caer hasta en un 75%.
Luego Keynes sigue con su muy citado argumento sobre el impacto que tendría la tecnología en el empleo asalariado:
Por el momento, la rapidez de estos cambios nos está perjudicando y trayendo problemas difíciles de resolver. Están sufriendo relativamente aquellos países que no están a la vanguardia del progreso Estamos siendo afectados por una nueva enfermedad de la que algunos lectores aún no han escuchado el nombre, pero de la que oirán mucho en los próximos años, a saber, el desempleo tecnológico. Esto significa desempleo debido al descubrimiento de medios para economizar el uso del trabajo, superando el ritmo al que podemos encontrar nuevos usos para el trabajo.
La predicción de Marx: El colapso de la producción basada en el valor de cambio
Curiosamente, Marx, basado en muchos de los mismos supuestos evidentes en el argumento de Keynes, nunca predijo que el cambio tecnológico y su ahorro de trabajo conduciría al colapso en la demanda de trabajo asalariado. Predijo, más bien, que conduciría al colapso de la producción basada en el dinero-mercancía:
El intercambio de trabajo vivo por trabajo objetivado, es decir el poner el trabajo social bajo la forma de la antítesis entre el capital y el trabajo, es el último desarrollo de la relación de valor y de la producción fundada en el valor. El supuesto de esta producción es, y sigue siendo, la magnitud de tiempo inmediato de trabajo, el cuanto de trabajo empleado como el factor decisivo en la producción de la riqueza. En la medida, sin embargo, en que la gran industria se desarrolla, la creación de la riqueza efectiva se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo y del cuanto de trabajo empleados, que del poder de los agentes puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, poder que a su vez —su poderosa eficacia — no guarda relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta su producción, sino que depende más bien del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología, o de la aplicación de esta ciencia a la producción. (El desarrollo de esta ciencia, esencialmente de la ciencia natural y con ella de todas las demás, está a su vez en relación con el desarrollo de la producción material.) La agricultura, por ejemplo se transforma en mera aplicación de la ciencia que se ocupa del metabolismo material, de cómo regularlo de la manera más ventajosa para el cuerpo social entero. (…) Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio [deja de ser la medida] del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano. Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo. Desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos. El capital mismo es la contra¬dicción en proceso, [por el hecho de] que tiende a reducir a un mínimo el tiempo de trabajo, mientras que por otra parte pone al tiempo de trabajo como única medida y fuente de la riqueza. Disminuye, pues, el tiempo de trabajo en la forma de tiempo de trabajo necesario, para aumentarlo en la forma del trabajo excedente; pone por tanto, en medida creciente, el trabajo excedente como condición —cuestión de vida o muerte — del necesario. Por un lado despierta a la vida todos los poderes de la ciencia y de la naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales crea¬das de esta suerte y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales —unas y otras aspectos diversos del desarrollo del individuo social- se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para él más que medios para producir fundándose en su mezquina base. De hecho, empero, constituyen las condiciones materiales para hacer saltar a esa base por los aires.”
¿Cuál es la diferencia entre estas dos predicciones?
La diferencia más obvia entre Keynes y Marx es que Marx no solo asume que el trabajo sea una fuente en disminución para la producción material y que pronto será reemplazado por máquinas, también asume que el trabajo es la única fuente del valor y la plusvalía, y que éstos no pueden ser producidos por las máquinas. El desarrollo tecnológico no solo estaba progresivamente reduciendo el uso de trabajo vivo en la producción material, sino que estaba erosionando progresivamente la única fuente de la plusvalía, necesaria para las ganancias capitalistas. En su ciega carrera por eliminar el trabajo remunerado de la producción, el capital — esperando que cayera el árbol — estaba cortando la rama sobre la que se sentaba.
Ese árbol era el empleo asalariado. Los capitalistas imaginaron un futuro en el que no necesitarían a recalcitrantes trabajadores asalariados en sus fábricas. La producción fabril podría ser completamente automatizada. Lo que no se pueda consumir en el mercado interno se puede exportar al exterior. Pronto los países más desarrollados habían repartido entre ellos el mundo. Y luego se volvieron el uno contra el otro en una conflagración mundial inimaginable.
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Han pasado casi cien años desde la famosa predicción de Keynes de que el empleo asalariado estaba condenado al fracaso y con él todo el modo de producción capitalista. Al menos hasta ahora, es obvio que el argumento de Keynes no ha sido confirmado por la historia. En lugar de la reducción progresiva de las horas de trabajo predicha por él, ha habido un aumento constante del empleo asalariado durante la mayor parte de los últimos 88 años. Suponiendo que no habrá un colapso catastrófico repentino del empleo asalariado en la próxima década, pareciera ser que Keynes ha sido refutado por la historia.
Pero, ¿qué hay de la predicción de Marx? Aunque los dos teóricos describieron más o menos el mismo proceso, llegaron a conclusiones muy diferentes. Como sostienen Benanav y Clegg, en 1930, Keynes y muchos otros asumieron que las rápidas mejoras tecnológicas superarían a la demanda de trabajo asalariado, lo que provocaría una disminución del empleo. Las nuevas industrias generadas por la innovación tecnológica despedirían a más trabajadores de los que emplearían.
Marx, por el contrario, predijo que el rápido desarrollo tecnológico, aunque desplazara a la fuerza de trabajo humana en la producción de riqueza material, no conduciría necesariamente, por sí mismo y de inmediato, al declive del trabajo asalariado. Más bien conduciría al colapso de la producción basada en el valor de cambio. El valor de cambio ya no podría ser la medida de la fuerza de trabajo (valor de uso). Si la producción por la ganancia continuaba, sólo podría hacerlo desestimando el valor de cambio de la fuerza de trabajo. Como lo expresó explícitamente Henryk Grossman en 1929, en un cierto punto del desarrollo del modo de producción, “los salarios deben recortarse de manera continua y periódica o debe crearse un ejército de reserva”.
Cabe señalar que Benanav y Clegg parecen argumentar que tanto Marx como Keynes fracasaron en predecir con precisión los resultados probables de las rápidas mejoras tecnológicas, mientras que ni siquiera mencionan — y ni siquiera parecen ser conscientes de — el argumento real de Marx sobre cómo afectaría el desarrollo tecnológico al empleo asalariado. Desafortunadamente, este tipo de descuido es aceptado por los académicos marxistas de tercera categoría actuales.
En este caso, sin embargo, el descuidado argumento de estos dos académicos solo sirve para debilitar la argumentación de la teoría de la comunización, como mostraré en mi próximo artículo.