¿Por qué los marxistas no pueden explicar el colapso de las políticas económicas keynesianas?
por Jehu
Al castellano: Non Lavoro
Parte tres
“En lugar de entender los llamados ‘valores trabajo’ como ontológicamente anteriores a los precios del dinero, la posición adoptada aquí es que el orden y la regularidad en las interrelaciones de las unidades de producción capitalista son posibles solo porque hay una forma del valor, a saber, el dinero, como condición previa para ello. Solo una vez que se obtiene esta forma de conmensurar los productos, tiene sentido suponer una ley del valor basada en el tiempo de trabajo y que aparece como precio. La forma dinero estructura determinaciones tales como el tiempo de trabajo socialmente necesario, decidiendo en qué medida los tiempos de trabajo reales son socialmente validados o reemplazados por cantidades de trabajo socialmente imputadas”.
— Chris Arthur, Valor y dinero
El colapso de la gestión estatal keynesiana de la economía nunca ha sido explicado por los marxistas. En cambio, hemos sido testigos de un erudito marxista tras otro sugiriendo que es posible y necesario volver a las políticas keynesianas. En esta parte de la serie, mostraré por qué las políticas keynesianas finalmente colapsaron. Y más aún, que toda la cháchara de un retorno al llamado estado social keynesiano es una fantasía.
¿Cómo es que los marxistas se perdieron la mayor catástrofe del siglo XX de posguerra?
Los eruditos marxistas tenían todas las razones para sospechar que había ocurrido un evento histórico mundial cuando Nixon retiró el dólar del patrón oro. Sabemos que estaban muy conscientes de las implicancias del colapso de Bretton Woods: Primero, tenemos las palabras de George Caffentzis quien, con sus camaradas, se preguntó en voz alta si el fin del patrón oro implicaba el fin del capitalismo o del marxismo. Segundo, al colapso de Bretton Woods le siguió una década de inflación implacable y de un desempleo persistentemente alto. Tercero, la inflación que estalló después del colapso de Bretton Woods es notable por su coherencia con el argumento de Marx sobre el dinero y la relación entre el dinero y la moneda fiduciaria inconvertible emitida por el estado. Cuarto, para entonces, Martin Nicholas había traducido los Grundrisse al inglés, lo cual puso a disposición, por primera vez para una amplia audiencia, la predicción de Marx sobre el colapso de la producción basada en el valor de cambio.
De modo que a los marxistas se les presentó una oportunidad generacional, y en tiempo real, para verificar o refutar una predicción crucial de la teoría de Marx. Este ejercicio pasaría mucho más allá del argumento simplista de que el dinero crediticio nunca podría separarse del oro, y avanzaría hacia la comprensión de las profundas implicancias de la moneda inconvertible emitida por el estado, que por mucho sobrepasan a la inflación desenfrenada de la depresión de los años setenta.
¿Y por qué sería cierto esto?
La respuesta va al corazón de la diferencia entre el dinero y el capital dinerario. El misterio presentado por la circulación de capital es que, al igual que la circulación de mercancías, consiste en nada más que una serie de actos de compra y venta, pero, a diferencia del caso del intercambio simple de mercancías, en el movimiento de capital se compra antes de vender. En segundo lugar, la circulación de capital, a diferencia de la circulación de mercancías simples, comienza y termina con el dinero. Tercero, a diferencia de la circulación de mercancías, donde el valor de cambio de una mercancía se consume y luego debe ser reemplazado, la circulación de capital es continua. Finalmente, y lo más crítico para nuestro análisis, puesto que el capital permanece en circulación continuamente, debe, necesariamente, tomar la forma de una simple ficha de dinero.
Capital y la ficha de dinero.
La mayoría de los burgueses simplones no caen en cuenta de que el dinero no es capital en sí mismo y que solo puede convertirse en capital a través de una compra históricamente específica, la compra de fuerza de trabajo. Así, por un lado, la compra de esa mercancía, la fuerza de trabajo, precede en realidad a la venta de una mercancía, de capital en la forma de otra mercancía. Y por otro lado, desde el comienzo de su movimiento real, el capital se despoja de su forma corporal: no es dinero en el sentido completo del término, sino solo una ficha de dinero. Lo que esto significa, es que la forma misma que asume el capital cuando está en circulación (una ficha) no puede expresar por sí misma el valor de la fuerza de trabajo, a menos que esté vinculada a una cantidad definida de algún dinero-mercancía.
Por lo tanto, cuando Nixon retira el dólar del patrón oro, esto no tuvo un impacto directo en la circulación y auto-expansión constante del capital. Pero, sin el oro como estándar de precio, la moneda no tiene ya la capacidad de expresar el valor de aquella mercancía comprada al comienzo del movimiento de capital, la fuerza de trabajo, la que crea capital real desde el capital. Lo que sirve como medio de intercambio en una sociedad de clases no es neutral; esto significa que los eruditos marxistas, como Moseley, que afirman que los dólares fiduciarios inconvertibles pueden cumplir la misma función que el oro, ignoran incluso el interés económico más básico e inmediato de la clase trabajadora: vender su fuerza de trabajo a su valor. Este error es obvio solo dentro de las premisas de la teoría laboral, ya sea que Moseley se haya dado cuenta o no. Si Caffentzis y sus camaradas hubiesen simplemente llevado las implicancias sociales del argumento de Marx a su conclusión lógica en algún momento de estos últimos 40 años, no se les hubiese escapado la importancia del colapso de Bretton Woods para la lucha de clases.
Si eso no es lo suficientemente horrible, la segunda implicancia es aún peor: puesto que la circulación de capital comienza y termina con el dinero, el estado, al que Marx y Engels tacharon de comité para administrar los asuntos de la clase capitalista, podría tomar el control de todo el proceso de autoexpansión capitalista simplemente reemplazando el oro con su moneda. Contra la opinión del sentido común, el estado capitalista no necesita hacerse directamente de los medios de producción para administrar el capitalismo, porque, dentro de la lógica del modo de producción capitalista, la única preocupación real es la producción de valor y plusvalía, no la producción de valores de uso materiales.
La importancia que tuvo el colapso del patrón oro para la lucha de clases en los Estados Unidos es, por lo tanto, innegable, y este impacto se puede ver en los datos empíricos reales: desde 1971, los salarios reales, denominados en oro en lugar de en un fiat inconvertible sin valor, se han derrumbado:
El colapso del salario promedio diario después del llamado shock de Nixon de 1971
Por ende, las implicancias del colapso del patrón oro van mucho más allá de la potencial hiperinflación descrita en las publicaciones anteriores. Es cierto que este colapso verifica la predicción de Marx en los Grundrisse, de que la producción basada en el valor de cambio colapsaría. Y es cierto que el colapso de la producción basada en el valor de cambio generó una inflación sin precedentes en tiempos de paz, como predijo Marx. Sin embargo, el impacto del colapso de la producción basada en el valor de cambio también fue enorme e inmediato en la lucha de clases en sí. Las repercusiones sociales del colapso de la producción basada en el valor de cambio, sin embargo, nunca han sido examinadas con seriedad y en detalle por los eruditos marxistas, incluso cuando han intentado comprender frenéticamente las consecuencias económicas de tal colapso.
El movimiento del capital
En su movimiento, el capital comienza por el dinero y por el intercambio de dinero por la mercancía fuerza de trabajo. Se trata de un simple intercambio de dinero por una mercancía como cualquier otra, excepto que la moneda utilizada en el intercambio no tiene valor de cambio. Como no tiene valor de cambio, no puede ser la medida del valor de la fuerza de trabajo por la que se intercambia. Sin embargo, este medio sin valor sigue funcionando como capital, como valor autoexpandible. ¿Y cómo es esto posible? Simple, el capital, en su movimiento, es esencialmente circulación de dinero. Sin embargo, en circulación, el dinero no es dinero en su sentido total, sino solo una ficha de dinero. Es así que el capital puede funcionar como capital en el sentido total del término, aunque en realidad no es más que una ficha de dinero. Cuando el dinero funciona realmente como capital, no es más que una ficha de dinero, pero cuando el dinero es dinero en su sentido total, no es más que una reserva de oro, sin vida, incapaz de autoexpandirse. La separación entre la ficha y el dinero en 1971, significó que el dólar no podría convertirse en dinero, no podría canjearse por oro del estado, pero eso no tuvo ningún impacto en su capacidad para funcionar como capital. A la vez, el dólar perdió su capacidad de expresar el valor de la fuerza de trabajo por el cual se intercambia. El precio de esta fuerza de trabajo — el salario — ya no expresaba idealmente el valor de dicha mercancía.
Hasta donde puedo deducir de la literatura, soy la primera persona en notar explícitamente esta implicancia del colapso del patrón oro. En términos de la lucha de clases, lo que sirve como dinero no es neutral, como supone la mayoría de los marxistas: la moneda fiduciaria inconvertible emitida por el estado no es solo un medio de intercambio; es un arma, en manos del capital, contra el trabajo.
La circulación de capital comienza con la compra de fuerza de trabajo, pero esto de ninguna manera implica que toda esa compra de fuerza de trabajo tenga como fin producir ganancias. Pagar simplemente un salario, de ninguna manera implica que la fuerza de trabajo comprada se emplee productivamente, en el sentido capitalista del término. Que se emplee productivamente, significa que la fuerza de trabajo se consume realmente en aquel proceso de producción que resulta en la producción de plusvalía. Es posible también, sin embargo, que la fuerza de trabajo pueda consumirse sin entrar nunca en un proceso de producción, o en un proceso de producción cuyo producto no esté destinado a convertirse en valor autoexpandible. Este es el caso siempre, por ejemplo, en la producción de equipamiento militar. En el caso de la producción de equipamiento militar, tanto el valor de la fuerza de trabajo como el medio de producción utilizados en la producción del equipamiento son consumidos improductivamente (en el sentido capitalista total).
Trabajo improductivo y dinero
Para el consumo de fuerza de trabajo que pretende ser improductivo, se requiere un fiat inconvertible sin valor. La fuerza de trabajo que se consume sin producir valor ni plusvalía, se compra utilizando una moneda que en sí misma no tiene valor. Por ende, y en primer lugar, en el proceso de producción, no se ha pagado valor alguno que deba ser repuesto. No se ha producido ningún valor durante el consumo de la fuerza de trabajo, pero tampoco se ha pagado ningún valor por ello. En esta situación, el intercambio de fuerza de trabajo por salarios es completamente ficticio. Lo único que realmente ha ocurrido, es el consumo de una cantidad de fuerza de trabajo desempleada, que de otra manera no podría venderse.
¿Y por qué es esto importante para nuestro análisis? Porque, como explica Marx en el volumen 3, la caída de la tasa de ganancia tiene dos consecuencias significativas, el exceso de capital y el desempleo masivo:
“Una caída en la tasa de ganancia se acompaña de un aumento en el capital mínimo requerido por un capitalista individual para el empleo productivo del trabajo; requiere tanto para su explotación en general, como para hacer que el tiempo de trabajo consumido sea suficiente como tiempo de trabajo necesario para la producción de las mercancías, de modo que no exceda el tiempo de trabajo social promedio requerido para la producción de las mercancías. La concentración aumenta simultáneamente, porque más allá de ciertos límites, un gran capital con una pequeña tasa de ganancia se acumula más rápido que un pequeño capital con una gran tasa de ganancia. En cierto punto álgido, esta concentración creciente a su vez provoca una nueva caída en la tasa de ganancia. La gran cantidad de pequeños capitales dispersos es impulsada por el aventurado camino de la especulación, los fraudes crediticios, las estafas de acciones y las crisis. La llamada plétora de capital siempre se aplica esencialmente a una plétora de capital para la cual la caída en la tasa de ganancia no se compensa a través de la masa de ganancias — esto siempre es cierto para los nuevos brotes de capital recién desarrollados — o para una plétora que pone a disposición de los gerentes de grandes empresas en forma de crédito los capitales incapaces de actuar por su cuenta. Esta gran cantidad de capital surge de las mismas causas que las que provocan una sobrepoblación relativa y, por lo tanto, es un fenómeno que complementa a este último, aunque se encuentran en polos opuestos — el capital no empleado en un polo y la población de trabajadores desempleados en el otro.”
Según Marx, la caída de la tasa de ganancia produce una masa de capital inactivo y un desempleo a gran escala. Es obvio aquí que el estado puede emitir divisas falsas que no tienen ningún valor para simplemente absorber la gran masa de fuerza de trabajo desempleada y ponerla a trabajar con fines improductivos — para fines cuya intención es no producir ningún valor adicional o plusvalía. Pero el estado sólo puede emitir un fiat inconvertible para comprar fuerza de trabajo y otras mercancías dado que la crisis produce una sobreproducción de capital en la forma de mercancías y una gran población de desempleados.
Es decir, las políticas keynesianas funcionan precisamente porque Marx tenía razón sobre las causas de las crisis capitalistas. Marx predijo que las crisis producidas por la caída de la tasa de ganancia darían como resultado un capital inactivo y el desempleo masivo, y las políticas keynesianas, falsificando moneda de la nada, hacen que se absorban ambas masas superfluas, de manera improductiva.
Cómo funcionan las políticas keynesianas según la teoría laboral
Según Marx, el circuito del capital dinerario es el siguiente:
D — M … P … M ‘— D’
En corto: el dinero (D) se intercambia por la fuerza de trabajo (M), que es consumida en el proceso de producción capitalista (P); resultando en nuevas mercancías (M’) que tienen más valor que el que ingresó al proceso. Las nuevas mercancías (M’) se venden por más dinero (D’) del que se invirtió inicialmente. La diferencia entre D y D’ es la plusvalía o ganancia que recae en el capitalista.
Dado este circuito, ¿cómo funcionan entonces las políticas keynesianas?
En el modelo de la sobreacumulación absoluta de Marx, la diferencia entre D y D’ es igual a cero, o incluso puede ser negativa. Es decir, se ha detenido la realización de la plusvalía creada durante el proceso de producción, lo que resulta en una crisis. Sin embargo, el proceso capitalista de autoexpansión del valor comienza con D y termina con D’. Con el colapso de la producción basada en el valor de cambio, el fiat inconvertible del estado se separa del dinero-mercancía. Una vez que muere el patrón oro, el estado tuvo el control total de lo que sirve como dinero en el intercambio.
Esto significa que, si la diferencia entre D y D’ es cero, el estado puede intervenir con su falsificación y comprar el exceso de capital. Esto fue lo que sucedió, por ejemplo, durante la Gran Depresión, con la primera Ley de Ajuste Agrícola de 1933. Washington intervino simplemente y compró el exceso de cultivos de los agricultores a “precios de mercado”, es decir, a precios que hiciesen que los cultivos fueran rentables. El circuito, D > D’, fue subsidiado por una inyección de moneda fiduciaria inconvertible para elevar la tasa de ganancia. Por otro lado, puesto que la Gran Depresión generó también un desempleo masivo, Washington intervino en D’ empleando a los desempleados. Esto fue lo que ocurrió con la Administración de Progreso de Obras (Works Progress Administration, WPA). En este caso, Washington simplemente intervino con su fiat inconvertible y pagó a los trabajadores para que cincelaran presidentes muertos en el costado de una gran roca.
El factor crítico en la capacidad del estado para responder a una crisis de sobreproducción de capital, es su capacidad de falsificar su moneda. Esta capacidad se facilita al retirar la moneda del patrón oro, ya sea indirectamente — al prohibir la propiedad privada del oro — o directamente, al hacer flotar la moneda contra el oro. Sin embargo, y como hemos visto, el desprendimiento de la moneda con el oro tuvo consecuencias predichas por Marx en la primera parte de El Capital — la hiperinflación. En el más simple modelo keynesiano que antes discutí, el estado simplemente inyecta moneda adicional en circulación al comprar el exceso de capital y la fuerza de trabajo excedente generada por la caída de la tasa de ganancia. Sin embargo, esto de ninguna manera soluciona el problema de la caída de la tasa de ganancia; de hecho, solo lo empeora, extendiendo el proceso. Con el estado absorbiendo ahora el exceso de capital y de trabajadores desempleados, el capital vuelve a la obra, generando más excedente de capital y de desempleados. El estado se ve obligado a intervenir nuevamente para absorber una masa aún mayor de exceso de capital y de trabajadores desempleados. Y cada vez que hace esto, tiene que falsificar más dinero.
Las políticas keynesianas colapsan hacia la hiperinflación
La creciente masa de divisas en circulación en relación con los requisitos de producción material sólo exacerba el desequilibrio entre la cantidad de divisas en circulación y el valor del capital en circulación. Cuando esto ocurrió en la depresión de la década de 1970, la Reserva Federal se vio obligada a intervenir, en al menos cinco ocasiones, para evitar que la inflación se descontrolara. Contra la opinión de los simplones burgueses, la inflación no fue causada por el shock petrolero o por los salarios, sino por la inyección constante de más fiat inconvertible, por parte del estado, para evitar la devaluación masiva del capital. Esta inyección, se hizo a su vez necesaria por la caída de la tasa de ganancia, que amenazaba con producir capital inactivo y trabajadores desempleados. Las mismas fuerzas que hicieron posibles las políticas keynesianas, sellaron ahora el destino del keynesianismo.
Nos encontramos entonces con que entre 1970 y 1982 la Reserva Federal se vio obligada a aumentar su tasa de política monetaria no menos de cinco veces para controlar la inflación.
Tasa del Fondo Federal de 1970 a 1982 (Reserva Federal de St. Louis)
En su apogeo, la tasa de política monetaria fue de más del 19%, en comparación con el 0.25% en la actualidad. En la década de 1970, podemos ver las políticas erráticas intermitentes de la Reserva Federal en su infructuoso intento por combatir la inflación. Los intentos del estado por combatir la depresión, forzaron la circulación de mayores cantidades de moneda y aceleraron la depreciación del poder adquisitivo de la moneda, mientras la Reserva Federal intervenía periódicamente, sofocando la actividad económica, para detener la inflación. Entre 1970 y 1982, esto genera al menos cuatro recesiones distintas, una cada tres años, aproximadamente. Estas recesiones se suman a la depresión profunda y prolongada que se extendió por todo ese período. Para 1980, la Reserva Federal de Volcker se vio obligada a paralizar la economía para controlar finalmente la inflación, poniendo así fin a la política económica keynesiana para siempre.
El colapso de la política keynesiana, por lo tanto, no comenzó con Reagan, como te lo haría creer la narrativa izquierdista dominante; comenzó con Carter y su presidente de la Reserva Federal. Y encontramos, en su peculiar forma, el mismo patrón horrendo de la guerra de clases, en el Partido Laborista de Gran Bretaña, cuando el gobierno laborista pasó la mayor parte de la década de 1970 tratando de limitar los aumentos salariales para compensar la inflación, con el pretexto de que fueron los aumentos salariales los que causaron dicha inflación.
El colapso del keynesianismo y el surgimiento del neoliberalismo no se explican por una ruptura del contrato social entre el trabajo y el capital. Más bien, debe explicarse por el hecho de que las causas subyacentes de la depresión de la década de 1970, la sobreacumulación de capital, no fueron abordadas por las políticas keynesianas que se adoptaron para combatirla, sino que simplemente se convirtieron en inflación descontrolada. En lugar de un exceso de capital y de una población masiva de trabajadores desempleados, la agresiva intervención del estado produjo un exceso de moneda. Para contener el impacto del exceso de divisas, el estado finalmente se vio obligado a ahogar todo crédito y paralizar la economía.
La solución a la crisis, hoy global, de sobreacumulación de capital no se hallaba en ningún estado nación, independiente de su control sobre el proceso interno de producción de valor y plusvalía. La gestión económica keynesiana (el estado fascista) había colapsado hacia una hiperinflación global; la era del neoliberalismo había comenzado.