EL MARX ANTI-IZQUIERDISTA
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EL MARXISMO ES ANTI-IZQUIERDISMO, PARTE 3

Conclusiones

Benedict Cryptofash

Al castellano: @aederean

https://antileftistmarx.substack.com/p/marxism-is-antileftism-3


El socialismo burgués “deseoso de reparar los agravios sociales para asegurar la continuidad de la sociedad burguesa” es la forma catalogada por el Manifiesto que más se asemeja al socialismo del presente. Sin embargo, la escuela final descrita por Marx y Engels, “El socialismo y el comunismo crítico-utópico”, ejemplifica patrones idealistas que también abarcan la historia de la izquierda hasta el presente. Esta forma de socialismo sí incluía “un elemento crítico”, ya que atacaba a la sociedad burguesa emergente en simpatía con la actividad proletaria más temprana, pero al igual que el  socialismo “verdadero” alemán que Ellen Wood conecta con el izquierdismo contemporáneo, respondía a la situación histórica de la época capitalista retirándose a abstracciones utópicas. [1]

En los sistemas de los grandes socialistas utópicos, Saint-Simon, Fourier y Owen, “pretenden suplantar la acción social por su acción personal especulativa, las condiciones históricas que han de determinar la emancipación proletaria por condiciones fantásticas que ellos mismos se forjan, la gradual organización del proletariado como clase por una organización de la sociedad inventada a su antojo.” [2] Esos socialistas utópicos tienen como objetivo “mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la sociedad, incluso los mejor acomodados”, de la clase dominante a la que creen que se puede convencer por la racionalidad de sus esquemas: “Abrigan la seguridad de que basta conocer su sistema para acatarlo como el plan más perfecto para la mejor de las sociedades posibles. Por eso, rechazan todo lo que sea acción política, y muy principalmente la revolucionaria; quieren realizar sus aspiraciones por la vía pacífica e intentan abrir paso al nuevo evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de pequeños experimentos que, naturalmente, les fallan siempre”.

Al igual que los izquierdistas de hoy, que construyen enclaves de “Zonas Autónomas” en las que representan sus “descripciones fantásticas de la sociedad del mañana” dentro de la existente, los socialistas utópicos criticados por Marx y Engels, “siguen soñando con la fundación de falansterios, con la colonización interior, con la creación de una pequeña Icaria, edición en miniatura de la nueva Jerusalén… . Y para levantar todos esos castillos en el aire, no tienen más remedio que apelar a la filantrópica generosidad de los corazones y los bolsillos burgueses”. Al pedirle a la burguesía que reconozca una decencia humana común y nociones absolutas de justicia e igualdad, los utópicos de izquierda, como todos los socialismos a los que se opusieron Marx y Engels, niegan el desarrollo histórico, esforzándose por “mitigar la lucha de clases y por conciliar lo inconciliable.” [3]

La izquierda nunca se ha despojado del idealismo moral de los socialistas utópicos, para quienes el proletariado sólo existe “porque la consideran la clase más sufrida”, y que merece la lástima de la burguesía que los utópicos buscan conquistar con sus apelaciones racionales a principios absolutos. [4] Dejando de lado el hecho de que dicho utopismo de izquierda inevitablemente sirve en la práctica al poder de clase existente, este idealismo ahistórico representa la división teórica fundamental entre el izquierdismo y el marxismo clásico.

En última instancia, el materialismo histórico de Marx es incompatible con el utopismo ahistórico de la izquierda porque se niega a basar su crítica de la sociedad burguesa en ideales morales trascendentales. Como observa Andrew Collier, “la crítica de Marx al capitalismo es esencialmente una crítica inmanente, no una crítica en términos de ideales no compartidos por esa sociedad”. [5] El izquierdismo utópico intenta rehacer el mundo a la imagen de las ideas morales que existen dentro de la mente humana, pero el marxismo es una desmitificación de tal abstracción que, en cambio, deriva una teoría para la transformación revolucionaria de las contradicciones históricas existentes reveladas por su análisis crítico de la realidad social.

La divergencia radical de Marx del idealismo utópico, central para la izquierda, ha llevado a académicos como Collier y Alan Shandro a postular la afirmación paradójica de que el pensamiento político de Marx es una forma de “conservadurismo metodológico”, basado en “una explicación inmanente o interna de la sociedad capitalista y no sobre la inadecuación de esta sociedad cuando se mide contra un estándar trascendente o externo”.

Mientras que esta tradición conservadora o “inmanente” de la teoría política da por sentado “los objetivos e intereses de una sociedad, grupo o institución existente. . . como el marco de referencia apropiado”, el “estilo de pensamiento político, que es característico de los radicales y liberales, podría llamarse trascendental, ya que su práctica política consiste esencialmente en intentar poner la realidad política en conformidad con un ideal que la trasciende”. Sobre esta base, Shandro argumenta que “la noción de Marx de la autoemancipación del proletariado. . . se entiende apropiadamente como una variante de” la crítica conservadora en la que “los proponentes del cambio social fundamental o revolucionario fracasan necesariamente al sacrificar la complejidad orgánica de la sociedad y el individuo sobre un lecho de procusto de principios universales rígidos y dogmáticos”. [6]

Aunque al igual que los radicales, enfatiza la necesidad del cambio social, “el pensamiento político de Marx tiene una similitud estructural con el pensamiento conservador en el sentido de que cada cual busca basar su programa político en el estudio de la sociedad tal como existe en realidad, más que en una visión de la naturaleza humana considerada aparte de la sociedad”. [7] Lo que finalmente separa a Marx del conservadurismo, argumenta Collier, “es su creencia de que la sociedad existente implica contradicciones, que le impiden prosperar, y que solo pueden eliminarse cambiando el sistema”. [8]

Pero esto no significa que Marx alguna vez se desvíe de una explicación inmanente del proceso social en favor de las abstracciones ahistóricas de la izquierda. La necesidad de clase producida inmanentemente, no la realización de ideales o utopías, sigue siendo la única base de la transformación social en el marxismo clásico. De hecho, es esta postura, en palabras de Shandro, la que “dicta la negativa de Marx y Engels a especular sobre el futuro, así como el desprecio con el que tratan los intentos de fundamentar la política socialista en ideales tan abstractos como la justicia o la igualdad”. [9]

Tales intentos, de basar el socialismo en ideales liberales, continúan hoy, incluso en nombre de Marx. Más allá de los eslóganes idealistas que impregnan a la izquierda activista, el lugar intelectual más asociado con el reciente renacimiento estadounidense del socialismo, la revista Jacobin, de hecho, asegura regularmente a su demócrata audiencia que el socialismo es simplemente la realización de ideales liberales incumplidos: “El objetivo de los socialistas no es destruir el liberalismo”, dice un titular típico, “sino trascender sus limitaciones”. El “socialista democrático liberal rawlsiano” residente de Jacobin, Matt McManus, anhela con frecuencia una reconciliación del socialismo y el liberalismo, en una serie recurrente de artículos con títulos como: “Por qué los liberales deberían unirse con los socialistas, no con la derecha”, “Lo que realmente pensaba Karl Marx sobre el liberalismo” y “Por qué los conservadores entienden muy, muy mal a Karl Marx”.

Estos artículos hacen todo lo posible para establecer los “profundos puntos en común entre el liberalismo y el socialismo” en su compromiso compartido con “la igualdad moral de todos los seres humanos”. Inspirado por una “visión rawlsiana de una sociedad justa de iguales morales comprometidos tanto con la libertad liberal como con la igualdad socialista”, McManus busca una “unión perfecta entre ambos” en un matrimonio entre el liberalismo y el marxismo que finalmente cumple con la retórica igualitaria del primero. Desde una perspectiva marxista, McManus tiene razón: ese socialismo burgués basado en la persuasión moral, las ideas separadas de la historia y la colaboración de clases es de hecho profundamente similar, se podría decir idéntico, al liberalismo,  cuyos principios abstractos no son más que la tapadera ideológica de la sociedad capitalista.

Pero este idealismo de izquierda no tiene nada que ver con Marx. La reconciliación prevista entre el marxismo y el liberalismo lograda a través de apelaciones racionales a ideales morales compartidos puede ser música para los oídos de la audiencia de los izquierdistas utópicos de Jacobin, pero estos intentos incesantes de hacer que Marx sea agradable al paladar de los demócratas simplemente expresa la necesidad perdurable del socialismo burgués de quitarle los colmillos a su mayor crítico, y por extensión, a la clase cuya necesidad revolucionaria él teorizó, un problema cuya solución está en la recuperación del Marx antiizquierdista.

 


[1]  Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, en Marx/Engels Collected Works, vol. 6  (Londres: Lawrence & Wishart, 1976), 516.

[2]  Marx y Engels, 514-15.

[3]  Marx y Engels, 515-16.

[4]  Marx y Engels, 515.

[5] Andrew Collier, “Marx y el conservadurismo”, en Karl Marx and Contemporary Philosophy, eds. Andrew Chitty y Martin McIvor (Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2009), 100.

[6]  Alan Shandro, “Karl Marx como pensador conservador”, Materialismo histórico, no. 6 (verano de 2000): 3-7.

[7]  Shandro, 3.

[8]  Collier, 100.

[9]  Shandro, 8.