EL MARX ANTI-IZQUIERDISTA
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Izquierdismo, viejo y nuevo

Cuanto más cambia la izquierda

Benedict Cryptofash

Al castellano: @aederean

https://antileftistmarx.substack.com/p/leftism-old-and-new


La dicotomía izquierda/derecha se vincula a la historia del Estado burgués, cuyo sistema parlamentario divide sus facciones políticas en esta línea. Aunque pareciera ser una orientación política transhistórica, la izquierda no existía previo a su surgimiento tras la revolución burguesa y solo logró el reconocimiento universal tan pronto como el modo de producción capitalista y su correspondiente superestructura política impregnaron el mundo. Podrá  ésta presentarse como un desafío al orden existente, pero, siendo solo uno de los lados de la división autorizada por dicho orden, la izquierda, por definición, refuerza la lógica del sistema político capitalista y, por lo tanto, el dominio de la clase burguesa.

No hay una esencia eterna del izquierdismo que se mantenga al margen del proceso histórico en el que está involucrado. Obtiene su significado relativo a la derecha en un momento particular del desarrollo capitalista. Al evolucionar  según la trayectoria histórica de la sociedad burguesa, la izquierda puede a veces parecer traslaparse con los movimientos obreros, aunque sus intereses nunca lleguen a ser los del proletariado, y cualquier aparente convergencia entre ambos es sólo el resultado de la contingencia histórica que con el tiempo  los separará.

Eric Hobsbawm aclara esta diferencia ontológica entre la izquierda y la clase trabajadora en su narrativa, que segmenta la historia de la primera en tres fases distinguibles de compromiso con la segunda:

  1. La [fase] burguesa revolucionaria.
  2. La izquierda socialdemócrata que va desde los movimientos obreros del siglo XIX hasta el Estado de Bienestar del siglo XX.
  3. La nueva izquierda de después de la década de 1960, centrada en el campus universitario y el activismo basado en asuntos particulares.

 

Si bien la izquierda ha formado alianzas con la clase trabajadora a lo largo de su historia, sobre todo en la segunda fase de la narrativa de Hobsbawm, se ha mantenido separada del proletariado con el que a veces se ha asociado.

La primera izquierda, por ejemplo, se acercó a las masas como herramienta de  movilización “por sus objetivos políticos”, es decir, “para superar gobiernos monárquicos, absolutistas y aristocráticos en favor de las instituciones burguesas del gobierno liberal y constitucional”. [1] La larga fase de la segunda izquierda supuso una continuación de las “demandas de derechos civiles, políticos y sociales” de la primera izquierda, solo que ahora con el apoyo de los trabajadores “organizados en un movimiento, a veces en alianza con la izquierda tradicional, pero cada vez más por su cuenta”. [2] El Estado de Bienestar socialdemócrata producido por esta dinámica logró finalmente, en la mayor parte de Europa, alcanzar “los viejos objetivos de la izquierda”, incluso cuando la “situación era muy diferente en Estados Unidos”, donde, en ausencia de un movimiento obrero independiente, “esta nueva etapa de la izquierda quedó dentro del Partido Demócrata”. [3]

Durante su cenit en la posguerra, la segunda izquierda “logró todo lo que [la primera izquierda] había esperado lograr. . . con la formación y el triunfo del Estado de Bienestar”, sin embargo, su aparente éxito en la mejora de las condiciones de los trabajadores sólo trajo consigo problemas estratégicos más profundos. En efecto, en la narrativa de Hobsbawm, la segunda izquierda se agotó precisamente porque logró sus objetivos reformistas, que no incluían “batallas por el cambio permanente de la estructura de la sociedad”, y aceptó en cambio “cierto grado de intervención estatal en la economía, en términos tanto de la administración como de la propiedad”. Frente a una economía globalizada que “socavó su capacidad de defender a su electorado social dentro de las fronteras nacionales”, los partidos reformistas de la segunda izquierda se estancaron al intentar conservar “lo que ya se había logrado”, y por tanto, sin un “programa adecuado” para “la construcción de una sociedad diferente”. . . la segunda izquierda llegó a su fin”. [4]

La desaparición de la segunda izquierda en medio de una economía globalizada y la caída definitiva de la alternativa soviética condicionó el surgimiento de la tercera izquierda de Hobsbawm, la llamada nueva izquierda, que surgió en los años sesenta y que continúa existiendo más o menos de la misma forma en el presente. A diferencia de la izquierda socialdemócrata a la que suplantó, la nueva izquierda carecía de los cimientos de una base de clase trabajadora y de un proyecto único y coherente, ya que estaba formada por una capa de estudiantes, intelectuales y activistas de clase media y su mosaico de causas uni-temáticas como el antirracismo, el feminismo, la anti-guerra y el ecologismo. El legado de la larga historia de la izquierda, por lo tanto, es esta nueva izquierda, que sigue firmemente unida a los partidos de izquierda burguesa y comprometida con un pluralismo de causas que se entrecruzan.

Aunque este eclipse de la lucha de clases objetiva a favor de la fragmentación interseccional contradice toda la filosofía de Marx, esta situación es abrazada  por la propia izquierda, los supuestos descendientes de Marx. Al negar la teoría de Marx de la totalidad social y el papel histórico central de la lucha de clases, la izquierda contemporánea, como observa Steven Lukes, “requiere una agenda pluralista, encarnada en diferentes movimientos, y una forma de organización en red que prometa formas de participación más igualitarias y democráticas que las antiguas formas jerárquicas, lo que permite que movimientos diferentes, uni-temáticos y geográficamente dispersos, luchen por una mayor igualdad a nivel local y mundial”. [5] Bajo las viejas banderas de la democracia y la igualdad, la nueva izquierda, en otras palabras, no se ha alejado mucho del liberalismo radical que originalmente inspiró a la primera.

Los verdaderos creyentes de izquierda como Hobsbawm describen este resultado como una caída en desgracia, en la que “los intereses privados y egoístas han erosionado seriamente los valores de la izquierda”, dejando una izquierda inadecuada y despolitizada que ha perdido contacto con la clase trabajadora y sus compromisos esenciales. [6] Sin embargo, en el contexto de la historia de la izquierda del propio Hobsbawm, está claro que incluso los días de gloria de la segunda izquierda socialdemócrata fueron una anomalía histórica en términos de convergencia proletaria de izquierda y simplemente el límite más lejano que puede alcanzar un acuerdo contrarrevolucionario en el que las fuerzas proletarias se diluyeron dentro de instituciones burguesas como el Partido Demócrata.

Hobsbawm puede lamentar la supuesta erosión de los “valores de izquierda”, pero la lucha antijerárquica de la nueva izquierda por “formas de participación más igualitarias y democráticas” es, de hecho, perfectamente continua con el compromiso de asegurar y expandir los derechos liberales dentro de la democracia burguesa que ha definido a la izquierda a lo largo de su historia. De hecho, “lo que unifica a la izquierda como tradición a través del tiempo y el espacio”, como resume Lukes, es un rechazo a la jerarquía que “disputa desigualdades injustificables pero remediables de estatus, derechos, poderes y condiciones, y busca eliminarlas a través de la acción política”. La nueva izquierda simplemente lleva el antiguo “principio de rectificación” del izquierdismo a su conclusión lógica, con el objetivo de remediar todas las diversas desigualdades que encuentra dentro de la sociedad burguesa en lugar de realzar al proletariado como el vehículo revolucionario para abolir esa sociedad por completo. [7]

Por mucho que se haya transformado con el tiempo, son las tendencias moralistas perdurables de la izquierda las que ponen a todas sus fases en contraste directo con los impulsos del marxismo clásico, que obtuvo su filo crítico apartándose del humanismo abstracto y del idealismo de sus  competidores socialistas. El impulso de la izquierda por mejorar la injusticia “comienza con la idea humanista básica de la igualdad: el principio moral de que todos los seres humanos merecen, por igual, preocupación y respeto”, pero estos “valores de izquierda” abstractos, que hacen eco desde las revoluciones burguesas hasta el presente, tienen poco que ver con el marxismo clásico. [8]

Como observa William McBride, el desarrollo de Marx de la concepción materialista de la historia y la crítica de la economía política lo llevaron a “evitar el discurso abstracto sobre el ‘hombre como tal’, la ‘naturaleza humana’, etc., en la medida de lo posible, a favor de hacer generalizaciones limitadas sobre los seres humanos dentro de sociedades específicas”. [9]  Contrario a los activistas y reformadores de izquierda de su tiempo, que generaron teorías utópicas basadas en ideales ahistóricos de justicia, igualdad y naturaleza humana, Marx basó su método, el materialismo histórico, en el análisis de la sociedad de clases tal como realmente existe, la tendencias inherentes al proceso histórico real.

Como podemos ahora comprender, el marxismo es en el fondo la demolición crítica de aquel izquierdismo utópico que el proletariado debe entregar a la pequeña burguesía, porque con una “gran retórica sentimental” sólo “idealiza la sociedad actual, pinta un cuadro sin sombras de ella y busca contraponer su ideal a su realidad”. En efecto, para Marx, la clase necesita, no la proyección ética de la utopía, sino impulsar al proletariado hacia “la abolición de las distinciones de clase en general, a la abolición de todas las relaciones de producción en las que descansan, a la abolición de todas las relaciones sociales que corresponden a estas relaciones de producción, a la revolución de todas las ideas que resultan de estas relaciones sociales” y que encuentran expresión en la ideología burguesa del izquierdismo viejo y nuevo. [10]


 

NOTAS

[1] Eric Hobsbawm, The New Century [El nuevo siglo] (Londres: Little, Brown, 2000), 96.

[2]  Hobsbawm, 98-99.

[3] Hobsbawm, 101, 99.

[4] Hobsbawm, 101-03.

[5] Steven Lukes, “Epílogo: La gran dicotomía del siglo XX”, en La historia de Cambridge del pensamiento político del siglo XX , eds. Terence Ball y Richard Bellamy (Cambridge: Cambridge University Press, 2003), 619.

[6]  Hobsbawm, 104.

[7]  Lukes, 611-12.

[8]  Lukes, 611.

[9]  William McBride, The Philosophy of Marx (Nueva York: St. Martin’s Press, 1977), 85.

[10] Karl Marx, Las luchas de clases en Francia, 1848 a 1850, en Obras completas de Marx / Engels , vol. 10. (Londres: Lawrence y Wishart, 1978), 127.