La ideología de Hillbilly Elegy
Por Tom Pepper
Al castellano: Non Lavoro
https://imaginaryrelations.wordpress.com/2021/02/15/the-ideology-of-hillbilly-elegy/
El primer paso para determinar la función ideológica del libro Hillbilly Elegy es dejar de lado la preocupación por su contenido ideológico. Porque claramente se puede tomar el libro para respaldar cualquier postura en el espectro político. El propio Vance señala esto, en la tapa posterior de la edición de bolsillo del libro:
Escuché, por ejemplo, de alguien de la izquierda que mi libro es una pieza de libertarianismo antigubernamental que culpa a las víctimas y luego, en la misma semana, de alguien de la derecha que las premisas de mi libro, de aceptarse, justificarían una expansión masiva de los programas de bienestar del gobierno. Ambas cosas no pueden ser verdad. (260-261)
Por supuesto, Vance, como casi cualquier graduado de Yale, por no mencionar a cualquier millonario, se considera conservador, sea lo que sea lo que quiera decir con eso. Pero se equivoca al decir que “ambas cosas no pueden ser ciertas”. Porque permitir la “verdad” simultánea de posiciones contradictorias es una parte esencial de cómo funciona la ideología capitalista.
Es decir, el efecto ideológico de esta novela es mantener en su lugar los términos del debate, los supuestos implícitos que todos compartimos generalmente cuando discutimos temas como la pobreza y las posibilidades de movilidad social. Si no examinamos estos supuestos, podemos llegar lógicamente a dos posiciones completamente contradictorias. Lo que hace Hillbilly Elegy, sugeriría, es emplear la estrategia del discurso literario, particularmente de la novela realista, de naturalizar ciertos supuestos sobre el modo en que funciona el mundo, de tal manera que se vuelvan incuestionables. De ello resulta que nos quedamos simplemente en una resolución “estética” de la contradicción, al nivel de la narración de la vida de un “personaje” individual.
Aunque durante mucho tiempo ha sido la función de las novelas llevar la atención a los problemas sociales, la novela del siglo XXI nunca describe la lucha de la clase trabajadora blanca. Todavía parecen obrar en parte por crear conciencia sobre la injusticia racial y de género, pero la inmensa clase de estadounidenses blancos empobrecidos se ha vuelto invisible en la literatura. Y claro, en general era invisible, con la excepción de esas historias del joven trabajador que escapa de sus orígenes y pasa de la pobreza a la riqueza. Las representaciones realistas de la clase trabajadora son tan pocas que a menudo son bastante memorables: The Grapes of Wrath o Tobacco Road pueden venir a la mente. O la novela industrial de la gran depresión, en la que el nieto de inmigrantes pobres finalmente sale de la fábrica y llega a la universidad, como en Out of this Furnace. Pero hoy en día, la mayoría de la gente pobre es típicamente invisible en la ficción, probablemente porque no son lectores de ficción.
La historia de Vance, escrita hace ochenta o noventa años, probablemente habría tenido la forma de una novela semiautobiográfica. Tiene la mayoría de las características del Bildungsroman tradicional, incluyendo la descripción de cómo sus abuelos y padres terminaron donde comienza el héroe. Viajando por la “carretera montañesa” hacia el norte, hacia las ciudades siderúrgicas de Ohio, se quedan estancados y empobrecidos cuando todas las acerías trasladan la producción al extranjero. No son indigentes. Son dueños de casas que no pueden vender y no pueden permitirse mantener. Se las arreglan, pero tienen poco sentido del sentido de sus vidas. Mas no están exactamente en una espiral descendente: la hermana de Vance se casa, tiene hijos, compra una casa. En un momento, su madre y su esposo se mudan de la ciudad natal de Vance, con un “ingreso conjunto de más de cien mil dólares” entre ambos; pero todavía “luchan con el dinero” porque compran autos nuevos y una piscina que realmente no pueden pagar (71). La imagen aquí no es de la clase baja, de aquellos que luchan por ganarse la vida con tres trabajos de medio tiempo. Estas son personas típicas de la clase trabajadora que simplemente no pueden encontrar ningún significado o satisfacción en sus vidas y lo buscan comprando cosas o en la próxima nueva pareja romántica, o en las drogas y el alcohol.
El punto aquí es que, en un movimiento típico de la novela, el problema se traslada del ámbito económico e incluso del ámbito ampliamente cultural al ámbito puramente personal. Después de terminar la universidad en Ohio State en dos años, Vance pasa un verano en casa trabajando para ahorrar dinero para mudarse a New Haven, donde asistirá a la facultad de derecho de Yale. Su primer año, descubre, será casi “todo un viaje” porque es “uno de los niños más pobres” en la clase entrante. Por eso, por supuesto, Vance tiene la absurda idea de que cualquiera puede ir a Yale, por pobre que sea, porque, después de todo, para los muy pobres es gratis. Aún así, necesita ahorrar algo de dinero para los gastos de subsistencia, tiene “trabajos ocasionales” y vive con su tía. “Esos últimos meses viviendo en Middletown”, nos dice, “fueron de los más felices de [su] vida” (188). Luego continúa explicando que su “optimismo” sobre su futuro en este punto “contrastaba fuertemente con el pesimismo” de quienes lo rodeaban. El problema, explica, “era mucho más profundo que una recesión a corto plazo”, el problema es “espiritual” (188). Explica que la falta de movilidad social no es el resultado de las dificultades económicas o la feroz competencia por los pocos puestos disponibles para quienes intentan ascender en la escala social. No, el problema es que “como cultura no teníamos héroes” (188). La falta de ambición y modelos positivos a seguir es lo que mantiene a la gente en la pobreza. Y está dispuesto a admitir que esto es en parte culpa de los conservadores, que alientan a la “clase trabajadora blanca a culpar de los problemas a la sociedad y al gobierno”, cuando todos sabemos que “lo que separa a los exitosos de los fracasados son las expectativas que tenían para sus propias vidas” (194). Ésta es la única esperanza para los pobres: tener más ambición.
Vance incluso menciona a un amigo, que una vez trabajó en la Casa Blanca, que “se preocupa profundamente por la clase trabajadora” pero le dice que “no se pueden arreglar estas cosas. Siempre estarán rondando. Pero tal vez puedas posar un poco tu pulgar en la balanza para las personas de los márgenes”(238). Por “los márgenes”, Vance parece no referirse a personas en el borde exterior de la sociedad, sino a aquellos en la frontera entre las posiciones de clase. Aquellos, como él, que tienen la inteligencia innata y la capacidad básica para desempeñarse bien en ocupaciones profesionales que requieren educación, pero pueden no tener suficiente dinero para llegar allí, o pueden no saber cuáles son esas profesiones, o incluso que existen. Enumera todos los “pulgares” en la balanza que hicieron posible su ascenso, pero quiere que sepamos que no son los programas del sistema los que lo ayudaron. Esos “pulgares” fueron las personas en su vida que evitaron que cayese en la clase baja a su alrededor: su hermana, su tía y su tío, “maestros, parientes distantes, y amigos” (239)
Al final, nos quedamos con la pregunta que Vance dice que quiso responder escribiendo el libro: ¿por qué no hay más personas como él en las instituciones de la Ivy League? Vance no puede responder eso, aunque parece sugerir que es principalmente una combinación de falta de ambición y falta de conocimiento sobre cómo se avanza en la escala económica. El discurso novelístico no va más allá de estas explicaciones tan simples. Por ejemplo, después de describir el momento de su adolescencia en el que se muda con su abuela, nos dice:
Estoy seguro de que un sociólogo y un psicólogo, sentados juntos en una habitación, podrían explicar por qué perdí el interés por las drogas, por qué mejoraron mis calificaciones, por qué superé el SAT y por qué encontré un par de profesores que me inspiraron a amar el aprendizaje. Pero lo que más recuerdo es que estaba feliz: ya no temía la campana de la escuela al final del día, sabía dónde viviría el mes siguiente y las decisiones románticas de nadie afectaron mi vida. Y de esa felicidad surgieron muchas de las oportunidades que he tenido durante los últimos doce años. (151)
La ironía de este párrafo es sorprendente. Su desdén por el aprendizaje real, bastante claro en el tono despectivo de la primera oración, ¡se toma como un amor por el aprendizaje! Esta es una actitud muy estadounidense, rechazar cualquier explicación más compleja que la del nivel de un cliché de talk-show. Aparentemente, Vance tiene la inteligencia innata que exámenes como el SAT miden. Y tiene la capacidad de memorizar la respuesta “correcta” y repetirla en un examen, que es el tipo de inteligencia que se requiere para obtener buenas calificaciones en los cursos universitarios estatales y hacer cuatro años de universidad en dos años. Lo que desprecia es el tipo de inteligencia que requeriría tomarse el tiempo para explorar cualquier tema en mayor profundidad, el tipo de inteligencia que muchos profesores universitarios desearían que sus estudiantes valoraran, pero que en realidad no se valora en la cultura estadounidense. La naturaleza novelística de este libro requiere que busquemos las explicaciones en las narrativas personales del triunfo o el fracaso.
El efecto de detenerse en este nivel de explicación puede ser extremadamente limitante. Puede privarnos de cualquier potencial que tengamos para obtener una agencia verdadera en nuestras vidas. El mismo Vance está convencido de que las formas de relacionarse con los demás, que ha aprendido de su crianza en la clase trabajadora, están más allá de su poder de cambio:
En mis peores momentos, me convenzo de que no hay salida, y por mucho que luche contra viejos demonios, éstos son una herencia tanto como lo son mis ojos azules o mi cabello castaño. La triste realidad es que no podría hacerlo sin Usha. Incluso en mi mejor momento, soy una explosión retardada; puedo desactivarme, pero solo con habilidad y precisión. No es solo que aprendí a controlarme, sino que Usha aprendió a manejarme. (230).
Sin ser “manejado” por su esposa, quien nació y se crió en una familia acomodada y por lo tanto tiene diferentes hábitos de relación con los demás, Vance no tiene forma de funcionar en la nueva posición de clase que ha alcanzado. El nivel de comprensión de incluso la propia conducta, que podría proporcionar una mayor profundidad de pensamiento filosófico, es descartada. De hecho, la agencia es abandonada, y Vance tiene la suerte de haber encontrado una mujer rica dispuesta a controlarlo de la forma en que uno podría controlar a una mascota.
Más significativo que esto, sin embargo, es lo que el resto de nosotros extrañamos cuando leemos y debatimos Hillbilly Elegy. Nos involucramos en discusiones sobre lo que realmente podría permitir que más niños de la clase trabajadora terminen en la Ivy League, sin siquiera considerar que este objetivo es en sí mismo muy problemático. Los críticos que discuten sobre lo político de este libro nunca se detienen a considerar que la competencia por el triunfo en una sociedad capitalista, sin importar cuán nivelado esté el campo de juego, siempre será un juego de suma cero. Incluso si todos aquellos que, como J. D. Vance, provienen de familias de clase trabajadora y tienen la inteligencia innata para superar los SAT, tuvieran una oportunidad en la Ivy League, esto no ayudaría a la gran mayoría de la gente de clase trabajadora que ocurre que no tiene esta habilidad natural. Para la mayoría de ellos, no es la falta de ambición o de conocimiento de cómo funciona el mundo lo que los mantiene abajo. Simplemente no tienen la habilidad para hacer el tipo de cosas que son la única vía fuera de la pobreza en Estados Unidos, hoy que hay tan pocos empleos manuales disponibles donde paguen un salario decente para vivir.
Incluso cuando la gente de la clase trabajadora se las arregla para conseguir un trabajo estable con un salario digno, no queda ninguna práctica ideológica en Estados Unidos en la que puedan hallar satisfacción y significado para sus vidas. Consideremos la religión a la que pertenece el padre de Vance; nos dice que “muchos de los sermones que escuchó dedicaban más tiempo a criticar a otros cristianos que a cualquier otra cosa” (96). El cristianismo evangélico de la clase trabajadora del medio oeste tiende a centrarse principalmente en preservar la ignorancia y fomentar el odio hacia los demás, lo que resulta en “las terribles tasas de retención de las iglesias evangélicas” (99). Cuando la madre de Vance y su esposo comienzan a ganar un dinero decente, parecen sentirse aún más infelices y buscan satisfacción en compras caras. La narrativa del escape personal de la clase trabajadora hacia la riqueza simplemente fomenta esta actitud. Todos pensamos que el dinero nos hará felices si solamente pudiésemos obtener lo suficiente, y no podemos siquiera imaginarnos participando en alguna actividad social que de alguna manera no nos lleve al otro lado de la división de clases.
La reciente película basada en Hillbilly Elegy simplemente remarca la función ideológica del libro, sobre todo con lo que deja fuera. No hay una explicación de cómo la familia de Vance terminó en Ohio, y no hay un relato real de cómo su habilidad natural y algunas decisiones afortunadas pero completamente desinformadas funcionaron para él. Vance nos dice en el libro que elige la facultad de derecho principalmente porque es el único tipo de carrera bien remunerada de la que ha oído hablar. Ingresa al ejército porque no tiene una idea real de cómo será ir a la universidad y ni siquiera puede averiguar cómo solicitar ayuda financiera. Esto se elimina en la película, al igual que cualquier mención del padre de Vance. En cambio, lo que tenemos es una típica historia cinematográfica del niño sensible casi destruido por la apegada y mentalmente inestable madre. Al final, en una escena que no aparece en el libro, él tiene que reunir la fuerza para marcharse mientras su madre drogada le ruega que se quede y le tiende la mano; él se resiste a su poder maternal y llega a la entrevista que asegura su futuro como millonario (todos sabemos, por la publicidad de la película, que los derechos cinematográficos del libro se compraron por U$ 45 millones). Las películas no pueden producir el mismo efecto ideológico que los textos narrativos, y podemos ver más claramente cómo es que opera Hillbilly Elegy al comprender lo que la película deja fuera. Al ofrecernos otra historia más de una madre enferma y asfixiante, otro rescate más por parte de un anciano brusco y sabio, la película es trivial y poco interesante. El libro fue enormemente popular porque la contradicción ideológica que intenta resolver se puede abordar mejor con las características de la novela realista, aún si en este caso se emplean en una autobiogradía de no ficción.
Como novela, Hillbilly Elegy puede darnos la ilusión de que la movilidad social es una posibilidad real, que el capitalismo estadounidense es una meritocracia y que todos podemos unirnos a las filas de los ricos. Nos quedamos debatiendo la política de izquierda y de derecha, y nunca nos damos cuenta de que el tipo de movilidad social que se describe aquí es posible solo para uno entre un millón de niños de la clase trabajadora. Vance tiene suerte de que la mayoría de los miembros de su clase de origen no tengan la ambición y el conocimiento necesarios para intentar conquistar la Ivy League. Si tuviera competencia, probablemente nunca lo hubiera logrado. Estaría atrapado como otro chico de clase trabajadora desempleado con un título en ciencias políticas de una universidad estatal. Pero cuando leemos esto como una novela, apoyamos su éxito y no podemos ver cuán extraordinariamente improbable es en realidad esta historia (verdadera).
Mi sugerencia es que leamos Hillbilly Elegy, y libros por el estilo, no para averiguar su agenda política o para descubrir la difícil situación de la clase trabajadora, sino para examinar exactamente cómo es que nuestros discursos ideológicos enmarcan el tipo de preguntas que se plantean. Necesitamos encontrar una manera de plantear las preguntas que son excluídas de nuestro discurso ordinario. Estos libros son generalmente populares por la misma razón por la que las novelas se vuelven populares: abordan una contradicción ideológica irresoluble y encuentran una resolución ilusoria en una narrativa poco probable. Generan un debate intenso, pero un debate que no va a ninguna parte, porque los supuestos que le subyacen nunca son abordados.
Quizás podamos aprender a leer esos libros justo para elegir esos supuestos sobre el mundo que estructuran cada acción, cada elección, y que de otro modo nos dejan sin agencia ni un sentido del sentido en nuestras vidas. Porque la única agencia real que podemos conseguir es exactamente la que obtenemos cuando aprendemos a hacer lo que Vance está seguro de que no se puede hacer: cuando aprendemos por qué respondemos al mundo de la manera en que lo hacemos y tomamos una decisión sobre si esta es la forma en que deberíamos estar respondiendo. Cuando comenzamos a tomar medidas para desarrollar una respuesta diferente al mundo es que obtenemos el único tipo de agencia que existe. Vance, probablemente como la mayoría de los lectores de este libro, asume un mundo en el que el capitalismo es universal y natural, y que irrumpir en el mundo del “capital social” de la Ivy League es la única posibilidad de éxito. La única pregunta posible que nos queda es: cómo llegamos allí, o al menos cómo llevamos a nuestros hijos allí.
Al final, tendríamos que estar de acuerdo con Vance. Ningún programa gubernamental va a resolver jamás el problema que enfrentamos hoy. Lo que necesitamos es un cambio en lo que Vance llama cultura, y lo que yo llamaría ideología. Yo, como alguien que, como Vance, pero él veinte años antes, proviene de la cultura de la clase trabajadora blanca, sugeriría que la falta de prácticas sociales para la construcción de significado impide cualquier intento de trabajar colectivamente para cambiar nuestra situación económica. Una cosa que aprendemos cuando leemos Hillbilly Elegy a contrapelo, es que la cultura de donde venimos, los que somos blancos y de clase trabajadora, está horriblemente deformada por más de un siglo de trabajo alienado y falta de educación, por la comercialización y mercantilización de toda actividad cultural, desde el deporte y la música a la religión y la narración de historias. Lo que nos queda es la cultura horriblemente salvaje que describe Vance, la misma en la que crecí, en la que la rabia y la violencia se confunden con la lealtad familiar y la ignorancia es una fuente de orgullo.
Al leer este libro, me sorprendió lo familiar que me resultaba. El mundo de Middletown, Ohio, era sorprendentemente similar al mundo en el que yo crecí, pero veinte años antes, en los suburbios de Nueva York. Casas en mal estado que la gente no podía permitirse vender y que no mantenía. Violencia familiar, adicción y peleas diarias en los pasillos del instituto. Traficantes de drogas en todos los patios de recreo y pocas esperanzas de la universidad en nuestro futuro.
No tomé el camino que tomó Vance, en parte porque habiendo crecido durante la guerra de Vietnam, la idea de ingresar en el ejército no era nada atractiva. Fui a la escuela de posgrado en lugar de la facultad de derecho y terminé entre los desempleados con exceso de educación. Entonces, la pregunta que me atrae es un poco diferente a la de Vance. No creo que sea posible que todos los chicos de la clase trabajadora vayan a la facultad de derecho de Yale y se conviertan en millonarios. Lo que quiero saber es: ¿Cómo creamos prácticas sociales que produzcan un tipo diferente de sujeto, uno comprometido con el pensamiento crítico pero también interesado en producir los bienes indispensables que todos necesitamos para prosperar? ¿Cómo sería una práctica así? ¿Y cómo superamos la resistencia a la acción colectiva producida por la adicción, a las drogas y al alcohol, pero también a Instagram, YouTube, TikTok y los teléfonos inteligentes?
Yo tampoco he respondido a mi pregunta, todavía.
Obra citada
JD Vance. Hillbilly Elegy: A Memoir of a Family and a Culture in Crisis. Nueva York: HarperCollins. 2018.