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¿Capitalismo o Capital? Una aclaración
A New Institute For Social Research
Al castellano: Non Lavoro
http://isr.press/Capitalism_or_Capital/index.html
Todo análisis que parte desde el “capitalismo”, en lugar del “capital”, parte de una premisa incorrecta. El “capitalismo”, como la mayoría de los “ismos”, parece implicar algún tipo de filosofía, política o esquema en que es posible la opción a favor o en contra, y por el cual algunos individuos (¿malévolos?, ¿faltos de ética?) evidentemente optan a favor porque les da poder. El capital, por otro lado, es una relación social.
En todas las épocas, nuestra especie debe adquirir o producir los bienes y efectos útiles necesarios para seguir con vida y para criar otra generación de humanos: este es el metabolismo de la especie con la naturaleza. Pero en cada época este metabolismo necesario con la naturaleza, por el cual el ser humano produce sus necesidades y se reproduce a sí mismo, adquiere una determinada forma social. El capital es esa forma social en la era moderna: esto es lo que significa decir que es un modo de producción. Es un modo de producción antagonista, porque el proceso mismo de producción presupone y reproduce la división de la humanidad en clases: los propietarios de la tierra, los propietarios de los medios de producción y los “propietarios” de nada más que de su propia fuerza de trabajo. Pero esto no significa que sea, en el fondo, un modo de adquisición de poder político para la clase dominante. El ser humano no puede comer “poder”; no puede subsistir o propagarse a sí mismo con “poder”. Como lo expresó sucintamente Freidrich Engels: “la humanidad debe ante todo comer, beber, tener abrigo y ropa, antes de poder dedicarse a la política, la ciencia, el arte, la religión, etc.” El capital es un modo de producir los bienes y efectos materiales útiles necesarios para que la especie se reproduzca y se propague.
Lo singular de este modo es que, en él, esta producción de bienes materiales útiles, como alimento y refugio, y de efectos como atención médica, educación, transporte, recreación y, cada vez más incluso el amor y la amistad, necesarios para la especie, está subordinada a la autoexpansión de una abstracción real, el valor, que ocurre en y a través de todo. Esos bienes y efectos útiles solo pueden producirse si su proceso de producción también produce plusvalía. El valor es la expresión del trabajo abstracto (es decir, la actividad productiva separada de todas las demás actividades y considerada como tal, sin consideración del aspecto concreto y particular que asuma) que es socialmente necesario para la producción de una mercancía, incluyendo a la mercancía fuerza de trabajo. La medida del valor es el tiempo de trabajo. La plusvalía es la expresión del tiempo de trabajo en el proceso de producción directo realizado más allá del tiempo de trabajo que es socialmente necesario para la reproducción de la mercancía fuerza de trabajo (es decir, cuánto tiempo se necesitaría para producir lo que necesitamos para vivir). El valor tiene muchas máscaras o formas, pero es como dinero que puede funcionar como un equivalente universal abstracto, que puede intercambiarse por cualquier otra mercancía. Es la abstracción real del intercambio con un equivalente universal lo que permite que todo tipo de bienes y actividades concretos y particulares, que en sí mismos son inconmensurables, sean considerados iguales. Esta abstracción es real, porque no sucede en nuestra mente — no miramos una cosa y la reducimos al tiempo promedio necesario para su producción — sino que en nuestra práctica, en el acto de comprar y vender. Puesto que en una sociedad que se reproduce a través de este modo, la inmensa mayoría de los bienes y efectos útiles se producen con el fin de ser comprados y vendidos, y por medio de la compra y venta (de los medios de producción, materias primas, y la fuerza de trabajo), es que podemos llamar intercambio a la forma social de producción que imprime al proceso de producción directo, así como a los bienes y efectos producidos, un carácter adecuado al mismo. Solo lo que generará ganancias se produce, y se produce de la manera más rentable posible, sin importar cuán dañino sea para nuestra especie, para otros animales o para el planeta. Así, en la práctica, esta forma social del proceso de producción es en realidad un proceso de deformación social — sus requisitos pueden parecer ser hechos naturales, pero son solo cicatrices sociales. A la relación que fluye a través de todo este proceso y que lo impulsa, la llamamos capital.
El capital es valor en proceso, que asume la forma de dinero, se vuelve un otro de sí en las mercancías, luego regresa a sí mismo como más dinero y se vuelve a arrojar de nuevo a este circuito. Todos los momentos de este proceso están personificados — el capitalista financiero, el capital dinerario personificado, presta dinero al capitalista industrial, el capital productivo personificado, quien lo convierte en mercancías (capital constante: medios de producción y materias primas, y capital variable: fuerza de trabajo) para ser reunidas en el proceso de producción directo (y, siendo claros, no importa si este proceso tiene lugar en la fábrica, en los campos o en los diversos lugares donde se producen hoy las mercancías de servicios). En el proceso de producción directo, el trabajador, el portador o personificación de la mercancía fuerza de trabajo, transfiere una porción del valor de los medios de producción y de materias primas a las nuevas mercancías, a las que su fuerza de trabajo añade nuevo valor (porque trabaja en ellos más tiempo del socialmente necesario para producir el valor de sus propios medios de subsistencia, y que recibe en forma de salario) — este proceso tiene, por tanto, un carácter dual, no sólo es un proceso de producción de bienes o efectos útiles, sino también de plusvalía, de un proceso de valorización. Las nuevas mercancías deben luego ser llevadas al mercado (generalmente por un capitalista comercial, el capital mercantil personificado) y su plusvalía se realiza cuando se venden por una suma de dinero mayor que la que se arrojó al proceso en primera instancia. Una parte de esta ganancia debe a su vez ser devuelta al proceso a mayor escala si ha de seguir expandiéndose, pero una parte también se comparte con el capitalista comercial (en estos días, una parte bastante grande), una parte debe devolverse como interés al capitalista financiero que financió la empresa en primer lugar (en estos días, a menudo una porción aún mayor) y, si el proceso de producción directo tuvo lugar en un terreno o en un edificio que no es propiedad del capitalista industrial, sino que es arrendado, una parte también debe ser compartida como alquiler al propietario (es decir, propiedad territorial personificada). Como podemos ver, todas las ganancias, sin importar cómo se distribuyan, se derivan de la plusvalía producida en el proceso directo de producción-valorización. El capital es esencialmente este proceso del valor auto-valorizándose; la apariencia fenoménica de sus personificaciones, de sus “máscaras del personaje”, es secundaria y difiere históricamente de las exigencias en constante desarrollo del proceso del capital. Por ejemplo, el capital productivo puede ser personificado por un empresario individual, por una junta y por los accionistas de una corporación pública moderna, o incluso por el estado, como en la URSS.
Este proceso se auto-perpetúa, completamente al margen de la voluntad consciente de sus personificaciones: el capital, valor en proceso de volverse más valor, tiene su propia lógica; debe expandirse o morir. Debe haber más dinero al final que al principio para reinvertir en el proceso, o no se puede producir nada de lo que necesitamos. Así nosotros, sus personificaciones, trabajador y propietario por igual, estamos obligados a llevar a cabo su lógica, porque los bienes y efectos materiales que utiliza como portadores son los mismos bienes que necesitamos para reproducirnos y propagarnos. Por lo tanto, el capital es, en un sentido, simplemente nuestra propia actividad: una relación social de producción, pero con un carácter fetichista. En él, parecemos ser personificaciones de cosas, y son las cosas las que parecen involucrarse en relaciones sociales. Vivimos en un mundo aparentemente embrujado, donde meros objetos muertos (dinero, mercancías, tierra) han recibido un soplo de vida por el sujeto espectral, el valor, y estas cosas parecen hacer cosas, y no podemos hacer nada más que obedecer sus dictados. Esta apariencia es real — nuestras vidas dependen de ella — pero de todos modos esconde su constitución: las cosas muertas tienen vida sólo porque succionan vampíricamente nuestra vida, nuestro trabajo vivo, nuestro tiempo. La gente es dominada por el auto-movimiento de los productos de nuestra propia actividad. El capital es a la vez nosotros y no nosotros; nuestro propio poder productivo, y un poder sobre y contra nosotros.
Todos somos esclavos de una forma social fetichista de la actividad productiva de la especie, el capital — que es, por tanto, una forma de dominación social abstracta. Todos nos vemos forzados a una posición en la que solo podemos vivir comprando y vendiendo cosas entre nosotros, y como compradores y vendedores, la ley de esta sociedad, que es ejecutada por el estado, nos trata a todos como iguales, como sujetos legales abstractos libres de disponer de nuestra propiedad como queramos. Pero esta igualdad formal oculta el hecho de que, en realidad, algunos de nosotros solo tenemos constantemente una cosa que podemos vender — nuestra propia capacidad para trabajar durante un tiempo determinado. A algunos esclavos tiene que tocarles peor que a otros. Para que este proceso continúe, tiene que haber una clase de personas que no tengan forma de acceder a los bienes y efectos útiles que necesitan para vivir excepto vendiendo su fuerza de trabajo como una mercancía. A esta clase la llamamos la clase proletarizada.
La existencia de dicha clase es un producto de la historia, de la violenta separación de las personas de sus medios de subsistencia. Pero ese no es un dato sociológico accidental o contingente, sino una necesidad lógica que es tanto la condición previa como el producto continuamente-reproducido de este modo de producción — está contenido en el concepto de capital. Porque ¿por qué otra razón alguien vendería su propio tiempo y esfuerzo para propósitos ajenos a menos que no tuviera otra opción? Sin embargo, esta clase puede aparecer históricamente en muchas formas fenoménicas diferentes, dependiendo de las exigencias en constante desarrollo del proceso del capital. Aquellos de nosotros que formamos parte de esta clase no tenemos que pertenecer a un solo “nivel de ingresos”, o mirar, actuar o pensar de una sola manera, o hacer un solo tipo de trabajo, o siquiera trabajar en absoluto si no hay trabajo, y que a menudo no lo hay (porque este proceso, por definición no se desarrolla suavemente, sino por y mediante crisis) — pero en el último caso, aparecemos como una población excedente relativa, y entonces estamos en un real aprieto.
La clase que no tiene más remedio que tratar de vender porciones de su tiempo (y lo que sea que haga durante esas porciones), como vendedores de una mercancía, obviamente tiene un interés inmediato en realizar esa venta al precio más alto posible, bajo la condiciones lo más favorables posibles, y en tener algún tipo de seguro social al que recurrir si no podemos realizar esa venta. Así que luchamos con los compradores de nuestra fuerza de trabajo, que son dueños de los medios de producción, por las condiciones de venta. Pero esta lucha entre los polos de la relación de clases es más de lo mismo — también está contenida en el concepto de capital. Podrá ser un dolor de cabeza para los propietarios de los medios de producción, pero no representa una amenaza para el capital, que es esta relación en sí, incluidos nosotros-como-trabajo, o mejor, incluidos nosotros-como-capital-variable. Podríamos incluso decir que este el tipo de lucha que constituye la relación capital.
Pero la clase proletarizada, no como vendedora de la mercancía fuerza de trabajo, sino como seres humanos — que si fuera por nosotros, probablemente no querríamos vernos silenciosamente obligados por la necesidad material a vender porciones de nuestro tiempo en absoluto — tiene un potencial interés en acabar con “toda esta mierda”, como dijo Karl Marx, y encontrar otra forma de adquirir o producir los bienes y efectos útiles que necesitamos para vivir. Esta otra forma — sin dinero, sin comprar y vender, en la que el tiempo no se cuantifica ni se intercambia, las actividades completamente inconmensurables no se identifican de manera abstracta como “trabajo” expresado en “valor”, ya no existe ningún vínculo entre cuánto tiempo trabajas y cuánto comes, y los tipos de bienes y efectos útiles que realmente queremos, necesitamos y deseamos pueden producirse y consumirse porque los queremos, necesitamos y deseamos, y no solo como un subproducto incidental de un proceso de hacer más dinero del dinero — esta otra forma se llama comunismo.
El comunismo es una relación social entre personas como personas más que como cosas, una forma de vida en la que la riqueza no se mide por la cantidad de tiempo de trabajo necesario que se acumula en las mercancías, sino por la cantidad de tiempo libre que tenemos y que podemos utilizar como queramos — y que en realidad no necesita medirse en absoluto, siempre y cuando tengamos mucho. El comunismo global no siempre fue posible, y no sabemos exactamente cómo será, porque surge de nuestra lucha por acabar con toda la mierda del capital. Solo sabemos lo que no es, porque el comunismo es la negación determinada del capital. Por razones obvias, este tipo de lucha comunista ocurre con mucha menos frecuencia que el primer tipo, y algunos dirían que solo se ha convertido en una posibilidad recientemente. Pero podemos llamarle a este tipo de lucha el tipo de lucha que trasciende la relación capital.
Cuando este tipo de lucha tenga éxito, no obtendremos salarios más altos, sino vivir en un mundo sin trabajo asalariado; no más supervivencia cuantitativa, sino una vida cualitativamente diferente; no el dominio de una nueva clase, sino la libre asociación como una comunidad en la que nadie está clasificado ni dominado por coacciones abstractas que nadie puede controlar. Cuando la clase proletarizada gane este tipo de lucha, ya no lo haremos como proletarios, sino como humanos. En la comunidad humana, no todos serán tratados de manera idéntica — esa es esta sociedad, la sociedad capitalista, la sociedad de equivalencia abstracta, de compradores y vendedores iguales ante la ley, en la que todo lo que hacemos se puede cambiar por dinero, y si no se puede, es inútil y podría muy bien perecer. En la comunidad humana, podemos ser diferentes sin temor.
Solo una vez que comprendamos todo esto, podremos hablar de “capitalismo” como una especie de forma abreviada de referirnos a la sociedad cuya reproducción es rehén del proceso capitalista, la sociedad con la que queremos acabar.
Imagen: https://www.photobiennale-greece.gr/en/?exhibition=capitalist-realism-past-continuous