Pregunta de Platypus No. 10: El carácter utópico de “la política del trabajo”

por Jehu

Al castellano: Non Lavoro

https://therealmovement.wordpress.com/2013/12/18/platypus-question-no-10-the-utopian-character-of-the-politics-of-work/


En su pregunta final, Platypus pregunta qué efecto ha tenido el declive del movimiento obrero en el siglo pasado sobre los intentos de enfrentarse a la política del trabajo, el sobretrabajo y el desempleo.

“10. Hace un siglo, estas preguntas fueron abordadas conscientemente por un movimiento obrero constituido políticamente, en el que participaron socialistas y marxistas. Hoy, las discusiones sobre este tema corren el riesgo de volverse utópicas en el sentido apolítico. ¿Cómo, si cabe, el declive de los movimientos obreros y la muerte de la izquierda han circunscrito nuestra capacidad de involucrarnos en la política del trabajo en el presente?”

El problema es que esta pregunta asume lo que está por demostrarse: que un movimiento obrero constituido políticamente, y que aborda las discusiones sobre la política del trabajo, no era ya en sí mismo utópico.

Siempre estuvo claro, desde el principio, que había profundas complejidades inherentes a un movimiento político que tenía como objetivo poner fin al estado, poner fin a la política. Siempre hubo complejidades profundas en convertir la propiedad privada en propiedad pública, en el esfuerzo por poner fin a toda propiedad. Y siempre hubo profundas complejidades en proponer una no-clase que debía constituirse políticamente como clase para poner fin a la sociedad de clases.

Estas complejidades fueron apuntadas en las objeciones planteadas por todos aquellos que se opusieron a las ideas de Marx y Engels. La respuesta de Marx a todos ellos se resume en una breve respuesta a Bakunin:

“El Sr. Bakunin concluye de esto que sería mejor no hacer nada en absoluto, solo esperar el día de la liquidación general — el juicio final”.

La respuesta desentona bastante, no es el tipo de defensa de la lucha política que podríamos esperar de Marx. Más bien, se parece a algo como: “¿Qué otra opción tenemos mientras esperamos que las leyes de la sociedad capitalista se desarrollen?” Independiente del resultado de esa lucha política, la clase trabajadora empujaría su causa contra la clase capitalista, aún si esa causa se viera disminuida por sus desventajas de ser: 1. una clase que no era realmente una clase; 2. una clase que no tenía un interés que afirmar contra la clase dominante; y 3. una clase a la cual ninguna organización social podría darle el control sobre sus condiciones materiales de vida.

La respuesta de Marx a Bakunin parece no basarse en la posibilidad de que la clase trabajadora logre derrocar a los capitalistas, sino en la lógica del movimiento comunista de la sociedad, en el cual:

“en la medida que el proletariado, durante el período de la lucha por la destrucción de la vieja sociedad, sigue actuando sobre la base de esa antigua sociedad y, en consecuencia, se mueve también dentro de formas políticas que más o menos le corresponden, no alcanza todavía, durante este período de lucha, su constitución final, y emplea medios para su liberación que, después de esta liberación, se desvanecen”.

Esto a mí me sugiere que, en opinión de Marx, la lucha política de la clase trabajadora nunca fue por él considerada como “su constitución final”. Imagino que esta es una herejía impactante para quienes en la izquierda piensan que la lucha política es la forma superior de la lucha proletaria. Sin embargo, Marx declara explícitamente en esta breve pero densa declaración, que la lucha política era solo una fase por la cual la clase obrera debe pasar.

¿Y en qué podría consistir esta fase, como la entendió Marx?

Si le preguntas al comunista típico de hoy, la respuesta podría ser algo similar a un “estado obrero”, entendido bajo las formulaciones del siglo XX como un “estado socialista”, la “dictadura del proletariado” o el socialismo democrático. En cualquier caso, este estado podría distinguirse del estado actual en que el proletariado gobierna en su propio nombre. Sin embargo, en el Manifiesto Comunista, Marx ofrece una descripción más modesta:

“Hemos visto anteriormente, que el primer paso en la revolución de la clase trabajadora es elevar al proletariado a la posición de clase dominante para ganar la batalla de la democracia”.

Ganar la “batalla de la democracia” no iba a ser tan difícil, ya que el modo de producción capitalista eventualmente arroja a todas las demás clases hacia el proletariado. Esto es lo que hace el capital: despoja a los pequeños productores de sus propiedades y luego se vuelve contra los propios capitalistas. La sociedad termina estando compuesta casi en su totalidad por una masa de proletarios, más un pequeño estrato de capitalistas sobrevivientes. Como explica Engels, en “Socialismo”, incluso estos capitalistas sobrevivientes son expropiados y reducidos a una población superflua por el estado. Se vuelven completamente superfluos para el modo de producción y el propio estado se convierte en el capitalista.

Con el tiempo, todas las contradicciones entre las clases en la sociedad burguesa se reducirían a un solo antagonismo: los proletarios, por un lado, y el estado, por el otro. Y en este antagonismo, la lucha proletaria asumiría su constitución final: la abolición del Estado y de sí misma como clase.

Mi argumento puede legítimamente ser acusado de ser altamente especulativo; de ninguna manera puedo saber lo que estaba en la mente de Marx o Engels. Sin embargo, una cosa que no es especulativa es esta: por la razón que se quiera, la clase obrera, en ninguna parte logró realmente la transición al comunismo. De hecho, en el Manifiesto, Marx deja en claro, desde el principio, que el proletariado estaba librando una batalla cuesta arriba, en la que sus victorias políticas eran menos importantes que la propia unión de los trabajadores. Esta unión se vería facilitada en primer lugar, no por sus victorias, sino por el desarrollo de las propias fuerzas productivas del capital:

“De vez en cuando los trabajadores salen victoriosos, pero solo por un tiempo. El verdadero fruto de sus batallas radica, no en el resultado inmediato, sino en la unión cada vez mayor de los trabajadores. Esta unión es propiciada por el mejoramiento de los medios de comunicación creados por la industria moderna, y que ponen en contacto a los trabajadores de diferentes localidades. Y basta solo este contacto para centralizar las numerosas luchas locales, todas del mismo carácter, en una lucha nacional entre clases. Pero toda lucha de clases es una lucha política. Y esa unión, que para lograrla los burgueses de la Edad Media, con sus miserables carreteras, requirieron siglos, los proletarios modernos, gracias a los ferrocarriles, la logran en pocos años”.

En la actualidad tenemos que lidiar con el hecho de que dicha transición no se hizo a través de la lucha política de la clase trabajadora y que no existe ninguna perspectiva en el presente, ni en el futuro previsible, para dicha transición. Entonces, o bien debemos arrojar la toalla por completo en cuanto al comunismo o aceptar la idea de que la conquista del poder político era solo uno de varios escenarios respecto a cómo surge el comunismo desde la sociedad actual. Mi argumento sugiere que la lucha política no es el único camino hacia el comunismo, y ni siquiera el más probable; el colapso del capitalismo puede ocurrir únicamente como resultado de sus propias contradicciones internas y nada más. Lo cual significa que el colapso del capitalismo no es abordado por un “movimiento obrero políticamente constituido”, ni por ningún movimiento obrero; más bien, ha de ser abordado por la nueva sociedad misma, por una sociedad que ha perdido todas las características de una sociedad de clases.

Volveré a este punto.

*

En segundo lugar, incluso si hacemos a un lado el problema de si la lucha política de la clase trabajadora fue alguna vez un camino posible hacia el comunismo, todavía nos queda el problema del carácter incuestionablemente utópico de “la política del trabajo mismo”. El carácter utópico de “la política del trabajo” radica en la idea de que al trabajo y la política puedan concernirle alguna otra cosa que no sea la producción de valores. La “política del trabajo” asume que el trabajo puede satisfacer las necesidades de la clase trabajadora, en lugar de satisfacer a la producción de plusvalía.

Esto no es posible y no ha sido posible por lo menos desde la Gran Depresión. Con la abolición del dinero-mercancía, la producción de valores y la producción de la riqueza material, de valores de uso que satisfacen necesidades humanas, no tienen conexión material entre sí. Aún políticamente constituido, el movimiento obrero se embarca en una aventura puramente utópica cuando piensa lo contrario. La política del trabajo no “corre el riesgo de volverse utópica en el sentido apolítico”, porque es ya utópica en el sentido político declarado.

Como expliqué anteriormente, el problema al que nos enfrentamos en la actualidad es que, hasta el presente, el trabajo ha determinado todas las demás relaciones dentro de la sociedad, pero el trabajo está desapareciendo — está siendo abolido por el desarrollo de las fuerzas productivas, por el proceso de industrialización del trabajo. A pesar de esto, tanto la lucha contra la austeridad como la lucha por la autonomía apuntan solo a restablecer el trabajo como base para la organización social. Esencialmente, la “política del trabajo” apunta a nada menos que evitar que el trabajo y la producción de mercancías desaparezcan.

Su carácter utópico se basa en el hecho de que el trabajo en sí mismo es anacrónico, representa fuerzas de producción que están obsoletas. Puesto que el trabajo mismo se ha vuelto anacrónico, la “política del trabajo” busca reemplazar el trabajo — entendido aquí como la producción de valor — por “trabajo” que no produce nada. Como explica Bonefeld, el objetivo de este “trabajo” no es ni la producción de valores ni de valores de uso, sino terminar con la separación de los trabajadores con los medios de subsistencia. La “política del trabajo”, en otras palabras, expresa el hecho de que la clase trabajadora está absolutamente aislada de los medios para la vida y solo puede acceder a esos medios con la condición de realizar un trabajo excedente. El carácter utópico de esta política es que busca hacer un puente en la separación entre el trabajador y los medios de vida, sin tocar las relaciones materiales existentes.

Para que esta política no fuese utópica, en el sentido descrito por Platypus, tendría que establecer como objetivo la abolición de esta separación. Pero esta separación no puede superarse sin, al mismo tiempo, superar la fragmentación del trabajo y, por lo tanto, el trabajo mismo. Más aún, puesto que el trabajo es la premisa de todas las relaciones sociales existentes, poner fin a la separación del trabajador con los medios de vida deberá poner fin a todas las relaciones sociales existentes.

Mientras la clase trabajadora experimenta el desempleo como si fuese “peor que la esclavitud asalariada”, los izquierdistas simplones interpretan perversamente esto como una demanda de la clase trabajadora por más esclavitud asalariada. Para los izquierdistas, la pregunta será entonces cómo superar esta separación mediante los ingresos básicos, la creación de empleos o las cooperativas. Es decir, el izquierdista propone varias medidas políticas para hacer un puente en la separación, sin terminar con la separación real. La separación del trabajador y los medios de vida se trata como si fuese un “defecto” en las relaciones sociales existentes, y no como su expresión.

Hay, sin embargo, otra interpretación de la demanda de la clase obrera contra esta separación: la de poner fin a las relaciones existentes. Nuestro izquierdista simplón no puede interpretar esta demanda de esta forma, ya que para los izquierdistas todas las demandas de la clase trabajadora son demandas políticas. Y, de hecho, en la medida en que la demanda sea en realidad solo política, no puede ser otra cosa que una demanda para que el estado supere este “defecto” mediante medidas políticas. No es sino hasta que el propio estado, actuando como el capitalista, busca expandir la separación de los trabajadores con los medios para la vida, que los izquierdistas se desconciertan. Este desconcierto resulta simplemente del choque que se da el izquierdista contra el muro de sus propios delirios utópicos. El colapso de este autoengaño utópico comienza en el momento en que el estado fascista, para proteger las relaciones existentes, empuja a la masa social hacia la abyecta pobreza y el hambre — como ocurre ya en Europa.

El izquierdista simplón, que no puede explicar esta acción del estado, le echa la culpa a la ideología. Las relaciones sociales de todo el planeta son, entonces, el producto de las ideas en la cabeza de un puñado de economistas y formuladores de políticas. Las ideas del economista y el formulador de políticas no se explican por las relaciones existentes, sino que explican las relaciones existentes. Si pudiésemos reemplazar simplemente estas ideas por ideas “de izquierda”, podríamos reemplazar el neoliberalismo por el “estado de bienestar social”, la pobreza por “ingresos básicos”, el desempleo por “pleno empleo” y la producción con fines de lucro por “cooperativas”.

Como dije antes, estos vuelos utópicos de fantasía no vienen de la nada, sino que reflejan el pensamiento de una clase que experimenta la abolición del trabajo realmente como un proceso peor que la esclavitud asalariada. Y es de esperarse, porque esta clase lleva toda la carga de la abolición del trabajo y ninguna de sus ventajas. Si la clase trabajadora no paga el precio directamente en el desempleo y la caída de los salarios, lo paga indirectamente en horas más largas de trabajo. La mejora en la productividad del trabajo no involucra más que apretar los tornillos de la prensa.

Según mi argumento anterior, debería ser obvio que, desde un comienzo, la lucha política, como se describe en el Manifiesto Comunista, podría evitar ser utópica solo si esta lucha apuntara a anular todas las relaciones existentes. El carácter utópico de la “política del trabajo” no es el resultado de su amenaza de convertirse en apolítica, sino de solo ser política. Es decir, resulta de los delirios utópicos de los izquierdistas que creen obstinadamente que el trabajo puede ser rescatado de su abolición, por la política.